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domingo, 28 de febrero de 2010

Anomalías cromosómicas sexuales

Por. Antonio Cruz, España*

El sexo de las personas está escrito en cada una de las células que componen el cuerpo humano. En el núcleo celular existe una pareja de cromosomas, los llamados heterocromosomas o cromosomas sexuales, que determinan la condición masculina (XY) o femenina (XX). Todo depende de la identidad genética del espermatozoide del varón, es decir, de que sea portador del cromosoma X o del Y, ya que el óvulo femenino no influye para nada en esta determinación sexual, al llevar siempre el mismo cromosoma X.
La decisión final acerca de la identidad sexual de la nueva criatura la tiene, por tanto, el primer gameto masculino que consigue llegar hasta el ovocito y fecundarlo.
A pesar de la aparente sencillez de este sexo cromosómico, lo cierto es que se han descrito hasta cuatro formas más de determinar el sexo en el ser humano.
En efecto, se habla también de sexo gonádico, aquel que puede distinguirse por el aspecto de los órganos genitales; sexo morfológico, el que evidencia el aspecto externo masculino o femenino de las personas; sexo psicológico, referido a la vivencia que cada cual tiene de su propia sexualidad en relación al ambiente en el que se ha criado o la educación recibida y sexo heterófilo, que equivaldría a la tendencia natural hacia el sexo contrario, al encuentro final de los dos sexos que se complementan mutuamente.
Durante el proceso de formación del cigoto pueden producirse anomalías en el número de los cromosomas sexuales. Algunas de las más conocidas son los llamados síndrome de Turner y síndrome de Klinefelter.
El primero se da en aquellas mujeres que en vez de tener dos cromosomas sexuales iguales (XX) sólo presentan uno (XO) poseyendo sus células, por tanto, 45 cromosomas en lugar de 46. Se trata de personas que no pueden funcionar sexualmente ya que sus ovarios no están suficientemente desarrollados, ni segregan la necesaria cantidad de hormonas. En ocasiones, en vez de dos cromosomas X, que es lo normal, pueden existir tres (XXX), cuatro (XXXX) o hasta cinco (XXXXX). Esto origina mujeres llamadas superhembras, aunque paradójicamente no se caracterizan por su acentuada feminidad como pudiera pensarse, sino por su retraso mental.
Los afectados por el síndrome de Klinefelter son machos que pueden poseer dos cromosomas X y uno Y (XXY), o bien dos de cada tipo (XXYY), así como incluso 3 ó 4 heterocromosomas X (XXXY o XXXXY). En todos los casos se trata de individuos estériles ya que presentan órganos sexuales masculinos raquíticos, pechos bastante desarrollados y una musculatura con rasgos marcadamente femeninos. Ello se debe a que la presencia de uno o varios cromosomas X de más, amortigua el efecto masculinizante del único cromosoma Y existente.
¿Podrán curarse este tipo de enfermedades en el futuro, mediante las técnicas de manipulación o ingeniería genética? Aquí radican muchas de las esperanzas depositadas en tales tecnologías biomédicas que nos permiten soñar con el bien que podría hacerse a tantas criaturas.

*Antonio Cruz es biólogo, profesor y escritor.

Fuente: © A. C. Suárez, ProtestanteDigital.com (España, 2010

NOTA RELACIONADA

Anomalías cromosómicas sexuales

sábado, 27 de febrero de 2010

Falacias sobre el aborto

Por. Wenceslao Calvo, España*

El presidente del Consejo Evangélico de Madrid, Máximo García Ruiz, ha enviado una carta a las iglesias que constituyen tal organismo, en la que adjunta un documento sobre el aborto que hizo público en Internet y sobre el que se han vertido acusaciones, por causa de la postura que en el mismo defiende. Algunas de las afirmaciones que realiza en dicho documento carecen de fundamento histórico y teológico, hasta el punto de que o son producto de la ignorancia o bien de una tendenciosa predisposición, por la que quiere hacer decir a la historia y a la teología lo que él quiere que digan.
En el terreno de la historia es sorprendente su afirmación de que hubo una ´cierta vaguedad a lo largo de la historia hasta que en el siglo XX, dentro del seno de la Iglesia católica especialmente, se elabora una doctrina de total rechazo.´ Y a continuación añade: ´Hasta la celebración del poco ortodoxo Concilio de Viena en el año 1312, la Iglesia no consideraba el aborto como un asesinato…´ Pero cuando todavía no he salido de mi estupor ante semejante declaración, leo unas líneas más abajo otra que va más allá, cuando dice: ´Si, como algunas corrientes propugnan, lo que se pretende es aproximarse a la práctica de la Iglesia primitiva, constatamos que no fue otra que la del Imperio romano, que aceptaba el aborto como un método de control de natalidad, tema absolutamente irrelevante dentro de la cultura romana.´
Me propongo, basándome en documentos históricos, refutar esas tesis, que considero muy peligrosas si son dadas por buenas, sin antes haberlas sometido al escrutinio de la investigación. Haré uso del material histórico que está a disposición de cualquiera que quiera tomarse el trabajo de contrastarlo.
En el siglo II circuló entre las iglesias un escrito al que se ha denominado Epístola de Bernabé, cuya fecha de composición ha sido situada por eruditos católicos y protestantes a inicios del siglo II o, como muy tarde, a mediados de dicho siglo. En cualquier caso, nos encontramos ante uno de los escritos cristianos más antiguos, después de los del Nuevo Testamento.
Por supuesto su autor no fue Bernabé y tampoco tiene autoridad canónica, aunque hubo algunos, como Orígenes, que se la atribuyeron. Pero de lo que aquí se trata no es de dilucidar ni su autoría ni su autoridad, sino simplemente constatar que en una fecha tan temprana, que está a la vuelta de la esquina de la edad apostólica, ya aparece un pasaje en el que sin paliativos se condena el aborto. Cuando se describe el ´camino de la luz´, entre otros mandatos se especifica el siguiente: ´No matarás a tu hijo en el seno de la madre ni, una vez nacido, le quitarás la vida.´(1) En contraste, cuando se describe el camino opuesto, el del maligno (literalmente ´del Negro´), una de sus características es que los que andan en el mismo son ´…matadores de sus hijos por el aborto, destructores de la obra de Dios…´(2) Podemos pensar lo que queramos sobre tales enseñanzas, pero una cosa es innegable: Ya están ahí en ambientes cristianos hacia el año 100 o como mucho 150.
Otro escrito, compuesto entres los años 125 y 150, es el Apocalipsis de Pedro, que tuvo también sus partidarios para que fuera incluido en el canon, apareciendo de hecho en la lista del Fragmento Muratoriano, aunque con la advertencia: ´Algunos no quieren que se lea en la Iglesia´. Pues bien, en este escrito, al estilo de la Divina Comedia de Dante, hay una descripción de los tormentos de los condenados, figurando entre los tales ´...las que habían concebido fuera del matrimonio y se habían procurado aborto.´(3) Otra vez, podremos pensar lo que queramos de semejante condena, pero, de nuevo, la evidencia es incontestable: El aborto, lejos de ser aceptado en la Iglesia primitiva, como sugiere Máximo García, es rotundamente condenado.
Un tercer escrito, cuya fecha de composición, a decir de los eruditos, no es posterior al año 120, es la Doctrina de los doce apóstoles, o Didaché, cuyo contenido refleja la vida y práctica de las comunidades cristianas de esa época, donde el vigor y la sencillez de la fe aletea por todo el documento. Se trata de un pequeño tratado, de menor extensión que el Sermón del Monte, que gozó de bastante reputación en los primeros siglos, hasta el punto de que en algunas iglesias era considerado canónico. Pues bien, en el mismo se señala, respecto al aborto, lo siguiente: ´…no matarás al hijo en el seno de su madre.´(4)
Si continuamos nuestro periplo por el siglo II nos encontramos con Atenágoras, un apologista griego que escribió su Súplica a favor de los cristianos hacia el año 177, dirigida al emperador Marco Aurelio. Atenágoras no es ningún fanático, pues el tono de su escrito es moderado; tampoco es alguien que desconozca las corrientes filosóficas e ideológicas de su tiempo, pues cita a los autores paganos contemporáneos.
Al defender a los cristianos de la acusación de que en sus cultos cometían crímenes rituales, razona de la siguiente manera: ´Nosotros afirmamos que los que intentan el aborto cometen un homicidio y tendrán que dar cuenta a Dios; entonces, ¿por qué razón habíamos de matar a nadie? Porque no se puede pensar a la vez que lo que lleva la mujer en el vientre es un ser viviente y objeto de la providencia de Dios y matar luego al que ya ha avanzado en la vida.´(5) Es decir, para desmontar la acusación de crimen ritual lanzada calumniosamente contra los cristianos, Atenágoras recurre al argumento de que los cristianos, al revés que el Derecho romano, conciben al no nacido como un ser humano, siendo la conclusión evidente: si respetan la vida del no nacido, ¿cómo no van a respetar la vida de cualquier ser humano ya nacido? ¿cómo van a participar en crímenes hacia nacidos si tienen por homicidio el aborto? Luego lo que el Derecho romano toleraba, era condenable para los cristianos.
La conclusión, tras este examen documental de la literatura cristiana del siglo II, es contundente: El aborto no es algo ambiguo ni aceptable, sino totalmente rechazable para los cristianos de entonces.

En los siglos III y IV la valoración no cambiará… (continuará)

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1) Epístola de Bernabé, 19:5
2) Op. cit. 20:2
3) Apocalipsis de Pedro, 25
4) Didaché, 2
5) Súplica a favor de los cristianos, 35

*Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid
Fuente: © W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2010).

viernes, 26 de febrero de 2010

PENSAR ES UNA HERRAMIENTA PEDAGÓGICA REVOLUCIONARIA PARA TRABAJAR LA TEOLOGÍA EN NUESTRAS IGLESIAS

Por Luis Eduardo Cantero, Argentina*

Se ha puesto a pensar que es ser bautista, que es un teólogo bautista. Muchos cristianos evangélicos, incluso la gran mayoría de los fieles y miembros de la Iglesia Bautista latinoamericana desconoce o sencillamente no les interesa saber lo que significa ser bautista. Algunos de ellos, confunden el ser bautista con la forma de celebrar la liturgia, los himnos, no tocar palmas, etc. Pero, si una iglesia bautista celebra la liturgia a un estilo Pentecostal, los demás que defiende el culto ortodoxo, que según ellos es lo bautista, están equivocado, ser bautista implica muchas cosas, una de ella la libertad de conciencia, cada bautista no esta condicionado a seguir sometido a una dictadura pastoral o de algún guardián de la fe. Muchos de estos guardianes se asemejan al personaje que interpreta Denzel Washington en la película “El libro de Eli”, “estamos tan concentrados protegiendo la Palabra de Dios, que algunas veces nos olvidamos de vivir según ella…” (1) Nos olvidamos de los que sufren, de los que no tienen un techo, creamos muros con respecto aquel que no esta de acuerdo a mi postura, tratamos de defender nuestro territorio, vivimos tolerando pero no amando al prójimo. Denzel Washington nos recuerda: “«vivir según la Biblia» está determinado principalmente por el amor y el sacrificio. El mensaje definitivo de Elí es: «Haz más por los otros de lo que harías por ti».” En esto debemos pensar, como la misma Palabra de Dios nos desafía a pensar en lo que es verdadero, honesto, justo, puro… en esto pensar. (Fil. 4: 8).
Hace dos años realicé un seminario de doctorando interdisciplinario en el Instituto Universitario ISEDET, dirigido por Dr. Jerónimo Granados, que tiene un Ph.D en Teología y Arte, junto a la Dra. Diana Rocco, entre otros colaboradores. En la primera sesión el Dr. Granados nos desafió a hacer un ejercicio que apelaba al intelecto, nos dio a cada uno laminas con imágenes, el ejercicio implicaba pensar, sentir y reproducir algo, les cuento, me costó mucho, debido a lo que guardo en mi memoria, como ser bautista, que implicaba no pensar en las imágenes sino en Dios, pensar en imágenes era para mi un volver a las fuentes de mi antigua iglesia católica romana. Los minutos pasaban y mi mente no podía. Hasta que fluyó algo y pude pensar, por eso el pensar además que es revolucionario, porque cuestiona todo lo que has aprendido a oídas, a lo que te han enseñado, pero cuando vos lees te das cuenta que es diferente de lo que te han enseñado, es revolucionario, al mismo tiempo una herramienta pedagógica para trabajar la teología. Esta experiencia de compartir con otros especialistas en diferentes campos del arte, me permitió asistir a la presentación de las obras de artes que representaban la lucha por la justicia sobre los desaparecidos, dirigida por las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, cada obra reflejaba el dolor que la sociedad argentina soporta. (2)
Una de las obras que me llamó la atención es la de Marie Orensanz (3), nacida en Mar del Plata, experta en artes plásticas, su obra esta sustentada en una frase que recoge el sentir de la época: “Pensar es un hecho revolucionario”, pone el énfasis visual en el concepto mismo que propone como objeto de reflexión. Esta consiste en dos bloques de cemento de color natural, de seis metros de altura, separado uno de otro, en el fondo esta grabada la frase. Cada palabra del texto deja ver al otro lado, se puede leer en el vacío, y ha sido diseñado así para que el espectador pueda participar del proceso de aprendizaje que la autora desea compartir (Ver imagen). (4) Allí desarrolla una herramienta pedagógica que a través del arte logra impresionar al espectador, produciendo en él una reacción a lo que lee, ve. Logra una reacción intelectual, emotiva en lo que vemos, por eso su obra nos invita hacer uso del pensar, como una herramienta pedagógica revolucionaria, porque implica un trabajo individual que cada ser humano debe hacer todos los días. Es propio de los seres humanos, que incluye a los creyentes hacer uso del pensar, ¿por que debemos hacer uso de esta herramienta?, por la sencilla razón:
“Pensar es un hecho revolucionario"
Pensar es un trabajo que cada uno debe hacer todos los días.
Pensar nos distingue como seres humanos…
Pensar significa dudar, analizar, buscar, proyectar, dialogar, reflexionar...
Pensar es considerar al otro…tener presente que cuando uno habla hay otro que escucha.
Pensar significa libertad…
Pensar es la construcción del futuro…
Pensar es algo que poseemos y que tenemos que desarrollar.
Pensar es una forma de transformar y mejorar las condiciones de vida a las que todo ser humano tiene derecho.”
(5)
Eso es lo bueno de ser bautista es que creemos en la libertad de conciencia y de respeto por el que piensa diferente. “Así que todo bautista debería asumir que en varios momentos de su vida de seguimiento a Cristo se sentirá en la vereda del frente. El que no sienta esto se equivocó de denominación o bien esta siguiendo a un cristo con minúscula. ¡Bienaventurados los que caminen en la vereda del frente en razón de mi nombre porque con ellos mi reino se fortalecerá (paráfrasis tucumana)!”
Como has visto el pensar es parte del ser, de ese ser que ama a Dios, de ese bautista que en la historia cuestionaba todo, incluso los mensajes de los pastores, si eran bíblicos y de doctrina bautista, si algo no era claro, entonces había un espacio para el dialogo, para la reflexión, se consideraba y se respetaba al que pensaba diferente, no había muro, ni mucho menos exclusión, se cuestionaba para transformar la sociedad, se creaban proyectos de ética y moral, las condiciones sociales de los hermanos de la fe. Si algún hermano era marginado y excluido por ser evangélico bautista, entonces se reunían para emprender proyectos de escuelas y colegios evangélicos (en la primera etapa del surgir de los bautistas latinoamericanos) (6) para suplir esa necesidad. Luchaban por los derechos humanos, como ejemplo tenemos a Martín Luther King, es un modelo de ser bautista que defiende los derechos de los otros.
Hoy la ortodoxia bautista no es nada de lo que fue en el principio, hoy solo se preocupa por cuidar el Libro y ver como andan los fondos económicos para sostener al pastor asalariado, que no dedica el tiempo necesario a la iglesia ni muchos a los hermanos que sufren por las políticas neoliberales, que hace que las empresas los exploten y los expulsen. Estos pastores neoliberales están más preocupado por el dinero que invierten tiempo en otros espacios, que no les queda tiempo ni para el devocional personal. La ortodoxia está más preocupada en sostener a misioneros en el exterior. Pero, que nos dice la Biblia que primero debemos dedicar tiempo en nuestra ciudad, país y después a las naciones. Cuantas cosas hay que hacer en nuestros países que debemos pensar antes de enviar a alguien al exterior, ¿Qué de los chicos abandonados en las calles, de la explotación infantil, los huérfanos, los ancianos y los pueblos originarios que se mueren en el Chaco por la falta de comida? ¿Eso no es misión? Si no es misión entonces ¿qué es…?

*Dr. Luis Eduardo Cantero
Decano (Ad - Honorem) del Seminario Teológico Misionero Tiranno de Buenos Aires, Argentina
El STMT forma a hombres y mujeres de Dios para los diferentes ministerios con un énfasis teológico y misionero.
Si siente que el Señor te esta llamado para servirle al pastorado y las misiones, comuníquese con nosotros a
secretariaacademicastmt@gmail.com
Rector Rev. Dr. Pablo Hwang,
pablohwang@gmail.com
www.misiontiranno.es.tl
2. Luis Eduardo Cantero, “¿Qué importancia tiene la memoria histórica en la construcción de una nueva historia cristiana evangélica?”, Articulo inédito, 12/02/10.
3. MARIE ORENSANZ nació en 1936 en la ciudad de Mar del Plata, Argentina. Comenzó su formación plástica con Emilio Pettoruti y luego asistió al taller de Antonio Seguí. Más tarde realizó viajes de estudio a Europa, México y Estados Unidos, en 1972 se radicó en Milán, Italia. En 1987 emplazó la escultura monumental Liceo Blanc-Mesnil y se publicó el libro "Communiquer de Marie Orensanz" por Guy Scharaenen. Recibió el 3er. Premio de la Fundación Fortabat Maison de l'Amerique Latine, en París (1994). Expuso con frecuencia en Europa y Argentina, donde realizó las últimas presentaciones en el Museo Nacional de Bellas Artes (1998), en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires (1999) y en la Galería Ruth Benzacar (2000). Recibe en el 2002 un reconocimiento de la Fundación Konex, por su mérito en materia de instalaciones y performances. En el 2003 participa de la exposición colectiva "Longing for springntime" en la galería Yvonamor Palix en París. A mediados del 2005 expone en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de Buenos Aires junto a otros artistas, en la el marco de: "Escultura - Objeto - Relecturas en la Colección del MAMbA". A fines del 2007 Marie Orensanz realizará en el MAMbA una exposición retrospectiva de su obra. Actualmente vive y trabaja en Montrouge, Francia
4. Marie Orensanz, “Pensar es un hecho revolucionario”, en Proyecto parque de la memoria, Buenos Aires, Comisión pro monumento, 2003, p. 18.
5.
http://www.parquedelamemoria.org.ar/parque/nominados/marieoren.htm
6. Luis Eduardo Cantero, La mujer en la iglesia evangélica en Colombia: Una historia oculta. Un análisis del papel desempeñado por las mujeres en las iglesias evangélicas durante la primera mitad del siglo XX: 1900 - 1958. Tesis doctoral en curso de la Facultad de Teología, Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires, Argentina
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jueves, 25 de febrero de 2010

Apologética de la esperanza

Traducción: Rosa Gubianas, España
Apologética de la esperanza es una respuesta de Stuart McAllister, al artículo “Afirmando la verdad en un mundo relativista” (de Valdir Steuernagel) como parte del debate global de CT2010 (Capetown, Movimiento Lausana).
Stuart McAllister es Vice-presidente para la formación y proyectos especiales en Ravi Zacharias International Ministries, y ex-secretario general de la Alianza Evangélica Europea.
APOLOGÉTICA DE LA ESPERANZA
Stuart McAllister
Una respuesta al artículo de Mark Chan “Afirmando la verdad en un mundo relativista.” Estoy agradecido a Mark Chan por su artículo que describe acertadamente nuestras realidades globales. Trabajando en un ministerio profético por todo el mundo, me afecta mucho cuanto Chan dice. En los Estados Unidos, hablando en líneas generales, parece existir un desencanto respecto a las respuestas de los cristianos ante cualquier reacción hostil al cristianismo, algo impulsado en parte por la contribución del Nuevo Ateísmo. Parece correcto y necesario burlarse de la religión y negar cualquier aprobación de la misma, como si ello pudiera animar a los creyentes a engañarse a sí mismos y, lo que es peor, a los que no lo son.
Al igual que Chan, también he visto un distanciamiento del compromiso a la unidad de Cristo. La predisposición americana a domesticar y popularizar las tendencias ha conducido a una popular versión del postmodernismo que es altamente contagiosa y resistente a los tradicionales métodos apologéticos. A menudo me sorprendo con lo que la gente quiere decir cuando hablan de la “verdad”; frecuentemente no es nada más que su propia experiencia subjetiva. Un relativismo asumido neutraliza la mayoría de las convicciones, relegándolas al estatus de la esfera personal. Lo que creo que contribuye a esta socavación son los valores que se colocan por encima de las nociones básicas de leer la Biblia y de la fidelidad a las Escrituras. La cuestión para muchos no es “¿Es verdad?” sino “¿Es práctico?, ¿funciona?, ¿cuánto representa en metálico?” En los temas de dificultad moral la respuesta es, la mayoría de las veces, de una vaga empatía, limitada por consideraciones no críticas, que conducen principalmente a la frase “Es todo tan complicado” (significando que no es posible decisión alguna de forma clara sobre el problema).
Lo que Chan describe y mis propias observaciones confirman, es la permanente inquietud, desconfianza e insatisfacción que caracteriza a nuestra cultura actual. Todo esto nos hace tan infelices, tan irritables, hay tantas cosas que van mal, que al final nuestra capacidad de análisis parece pesar mucho más que nuestras respuestas redentoras.
En otras palabras, parece que nos sentimos mejor adoptando el cinismo que cultivando la esperanza.
Me reúno a conversar con muchas personas que están distanciadas de la fe evangélica; que no tienen confianza en la Biblia; que consideran el contenido de sus historias con profunda desconfianza. Su único remedio es la “cura de la conversación”, en la que (como en nuestros talk shows televisivos) invierten grandes cantidades de tiempo y energía “compartiendo” y buscando “el resultado”, solamente para terminar profundizando en los sentimientos de distanciamiento, desacuerdo y confusión. Parece que tenemos un déficit de sabiduría –la habilidad necesaria para discernir las cosas que valen la pena para luego actuar en consecuencia.
En todo esto, la que se resiente, como indicó Lesslie Newbigin hace bastantes años, es nuestra confianza en la “verdad pública”. Si rechazamos los estándares compartidos de evaluación de la verdad, quedamos a merced de múltiples opiniones que hacen guerra en blogs, chats y forums de discusión popular. Ello conduce a mucha gente a buscar consuelo en la distancia de la retirada, y quizás contemplarlo todo con un exasperado “¿Hasta cuándo?”.
Chan destaca correctamente el resultado: una especie de individualismo aislado que opta por la “espiritualidad” de una religión a la medida. Si todas las autoridades están bajo sospecha, naturalmente ya no hay autoridades en su auténtico sentido, y nosotros tenemos que interiorizar y personalizarlo todo. Todos los puntos de vista, creencias y valores se vuelven provisionales y quedan sujetos a las lealtades limitadas o tribales, dependiendo de los beneficios emocionales que conseguimos de la inversión efectuada en ellos. La verdad se convierte en una simple metáfora, que es moldeada, ajustada y adaptada según enseña la sociedad, la cultura, el último estudio o las tendencias del predicador de moda. Vivimos en lo que Zygmunt Bauman llama “modernidad líquida”, donde todo tiene una vida breve y una provisionalidad que se resiste a todo sentido de permanencia y estabilidad.
Más que un cambio de filosofía claro como resultado de ideas bien asumidas, creo que este relativismo es la consecuencia del triunfo de la convergencia del marketing y de la influencia de los medios de comunicación. Parecer bueno y sentirse bien son las principales preocupaciones, que sustituyen a ser bueno y hacer el bien.
Así, ¿qué significa alabar la verdad? A veces escuchamos opiniones al final de algunas conferencias sobre apologética de las que siento tener que discrepar. Como nuestro equipo está implicado internacionalmente, constantemente nos encontramos con personas que tienen preguntas que formular. Cuando se les escucha y sus problemas son examinados a la luz de los principios bíblicos, parecen aliviados de comprobar que las respuestas sean tan posibles como reales.
El gran peligro con el que debemos luchar en Occidente es nuestra propia pérdida de confianza, una aversión hacia nosotros mismos cada vez más aguda y la tendencia a adoptar una postura casi de vergüenza hacia todo lo que se refiere a nuestro pasado.
Creo en un Evangelio que es “poder de Dios para salvación”. Creo que a pesar de los muchos errores pasados, las reformas son posibles. El gran Dios de las Escrituras, el Dios que se ha revelado a sí mismo en Jesús, el Cristo, actúa global y localmente por medio de su Espíritu, por caminos que sorprenden y deleitan. Creo que ya es hora de detener el “derribo” de todo. Deberíamos poner una moratoria a la multiplicación de los debates y, en su lugar, invertir nuestras oraciones, esfuerzos y energías en nuevas e imaginativas formas de atraer realmente a las personas a Jesús, de proclamar a Cristo y su cruz (1 Cor. 2:1-2) y de ser agentes de esperanza.
LA CONVERSACIÓN GLOBAL
El movimiento Lausana entra en la recta final de su tercer encuentro (Lausana III, en Ciudad del Cabo, en octubre de 2010). Con este motivo, organiza un foro global por internet llamado “Conversación Global de Lausana”. A través de blogs, forums de discusión y otras herramientas interactivas como Twitter y Facebook, la conversación global permitirá que se oigan las voces de todos. Por ello, este foro está abierto a todos los cristianos evangélicos del mundo entero, y servirá para debatir las cuestiones centrales que se debatirán en CP2010, incluyendo el contenido de este artículo.

Ésta es la web de la “Conversación Global de Lausana” ¡No dejes de participar!

Traducción: Rosa Gubianas, Protestante Digital

CT2010 es Ciudad del Cabo 2010 (Cope Town 2010) es parte del movimiento evangélico internacional Lausana

Fuente: © CT2020, ProtestanteDigital.com (España, 2010).

miércoles, 24 de febrero de 2010

¿Quién vació las iglesias?

Alfonso Ropero, España

La formación de un mito: el modernismo, causa de la deserción de la fe
Casi desde los primeros años de mi conversión (hace ya más de tres decenios) vengo reflexio­nando sobre el alejamiento progresivo, en especial de la juventud, de ese camino y forma de vida enseñados por Jesús. ¿Por qué algo tan precioso y trascendental es rechazado tan masiva y ligeramente? En mis días de estudiante de teología en Inglaterra escuché repetidamente una razón que casi me convence. La culpa, se decía con variados matices pero igual contenido, es del llamado «liberalismo» o «modernismo» teológico. Todos los males que afligen al protestantismo ac­tual se debían a una única causa: a la disección racionalista de las eternas verdades de la Palabra de Dios practicada por los profesores de los seminarios liberales. Y como estos lo ponían todo en duda, ya no se podía seguir creyendo en nada. El liberalismo echaba a pique las antiguas e inconmovibles verdades del Evangelio. Lo que parecía historia se calificaba de mito, las enseñanzas contenidas en la revelación eran meros préstamos tomados del entorno cultural. Al desaparecer el elemento histórico y sobrenatural del cristianismo, la versión liberal proponía una nueva reforma en los conceptos y contenidos de la fe, centrados casi única y exclusivamente en un solo credo: la Paternidad divina y la Hermandad de todos los hombres. Si es esto lo que se predicaba desde los púlpitos, entonces era natural que la gente perdiera el temor de Dios y el interés por la salvación eterna, y acabara por abandonar las iglesias y el cristianismo en definitiva.
Es incuestionable que la Alta Crítica sometió la Biblia a una lectura imposible, los mas atrevidos, deslumbrados por la reciente ciencia de las religiones comparadas, sólo veían leyendas copiadas de Egipto o Mesopotamia. En el afán de descubrir rastros mitológicos se llegó a equipar los doce hijos de Jacob con los doce signos del zodiaco. Es cierto que la relectura del cristianismo a la luz de la modernidad, con sus parámetros de racionalidad y análisis científico, hicieron tambalear la fe de muchos, pero de ahí a pretender que el descreimiento gene­ralizado de las masas y el abandono de las prácticas religiosas se deban a esa y única causa, de corte académico, que muchas veces no salía de los centros elitistas y casi esotéricos de algunas instituciones teológicas, es otorgar una capacidad de cambio a las instituciones educativas que, generalmente, no tienen. Las academias reciben más que crean. Las novedades intelectuales y teológicas suelen ser resultados, no causas, de transformaciones sociales, de las que ellas se hacen eco y a las que aportan el aparato técnico de la reflexión y análisis. Son los cambios sociales los que convienen analizar con seriedad, son ellos los que mueven, primero lenta e imperceptiblemente la historia, que después son conceptualizados por los intelectuales, los académicos y los especialistas.
Es decir, que las «novedades» teológicas, por más revolucionarias que parezcan al reducido círculo de los dedicados a ellas, son más productos que agentes de cambio, síntoma que una realidad social, de un cambio de mentalidad o actitudes, cuyas raíces hay que buscar en una serie de factores políticos y económicos que poco a poco van cambiando la sociedad de un modo irreversible. De repente parece que cambian las formas de ver la vida, de actuar y hasta de sentir. Los síntomas más manifiestos son las barreras generacionales, la extrañeza que una generación experimenta respecto a otra.
Por eso, y dicho desde el principio y sin rodeos, me parece irresponsa­ble y casi suicida señalar al «modernismo» teológico como la causa de la incredulidad y de la indiferencia religiosa. Seguir repitiéndolo con ciega insistencia por el espacio de un siglo sólo contribuye a empeorar las cosas. Es un caso semejante a aquellos que, desde otro bando, pontificaban que todos los males de la sociedad moderna, a saber, la secularización de la política, la negación del dogma, el rechazo de la autoridad, el terror provocado por la revolución francesa y al endiosamiento de la razón, se debía a la ruptura de la Iglesia producida por el rebelde Lutero en el siglo XVI. Temo mucho que, desgraciadamente, los hijos de la Re­forma han asumido y hecho suyo el mismo espíritu reaccionario que sus padres tuvieron que confrontar y refutar. Pero en este mundo mediocre y sin interés por comprender la realidad en su totalidad, siempre es más sencillo lamentarse y buscar «chivos expiatorios» que encarar la verdad con realismo, honestidad y rigor.
El debate que planteamos en este escrito no se trata de una mera cuestión de pura teoría, de bizantinismo académico, es algo mucho más serio y más grave, nos afecta «cristianamente», pues pone en cuestión nuestro sistema educativo, nuestra pastoral y nuestra misión en la sociedad actual.
Y lo primero que hay que averiguar no es quién se equivoca o se ha equivocado para cargarle la culpa de la miseria de nuestros días; la cuestión primera es una puesta en práctica de lo que aprendemos en ética evangélica aplicado al análisis de nuestro mundo, que Cristo viene primero que todo a salvar y no a condenar, y esto en todos los órdenes de la vida, la vida intelectual incluida. Recurrir al «modernismo» como un fácil expediente explicativo de todos nuestros males, no es sólo un acto de ignorancia, sino de culpable pereza intelectual, que se contenta con lo más fácil en lugar de perseguir lo mejor y más correcto. El error en la emisión de juicios causa daños a todas las partes, no soluciona nada, y, por si fuera poco, nos deja en una peor situación que la anterior, frustrados y enfrentados unos a otros, dando palos de ciego.
¿Qué se entiende por modernismo, o por liberalismo, o por como quiera llamarse cualquier intento de expresar la fe en un lenguaje diferente al tradicional? ¿Qué adelantamos con arrastrar un trauma de nuestros padres, cuya realidad que lo produjo ha dejado de existir? La tentación demoníaca consiste en atribuir a otros las causas de nuestros propios males, de evitar así el examen y reflexión sobre nosotros mismos y el juicio de Dios que nos interpela a preguntarnos sobre nuestros propios caminos, a abrir las ventanas para que entre la luz antes de fijarnos en la mota de polvo en el cristal ajeno.
Que las iglesias evangélicas euro­peas se encuentran en un estado de decadencia numérica nadie lo duda. Pero que la causa de esa desertización cristiana en nuestro continente se deba esencial y principalmente a los nuevos métodos interpretativos y analíticos de la llamada teología liberal es una cuestión abierta al debate. Debate sobre cuestiones académicas pero no académico. Sería una pérdida de tiempo imperdonable enredarnos aquí en frívolas cuestiones de erudición histórica y de hermenéutica. No se trata de eso, sino de algo mucho más práctico. Y más vital. Es una cuestión ineludible de enorme trascendencia para el presente y futuro de nuestras iglesias.
Me permito hacer una distinción previa entre evangélicos y «evangelicalismo», y protestantes y «protestantismo», ya que es entre los primeros que surge principalmente la polé­mica antimodernista. No sólo se ori­gina en ellos, sino que se mantiene a lo largo de los años con el mismo vigor con que se inició, pese al tremendo cambio de situación y signi­ficación de la escena mundial y ecle­sial. Por evangelicalismo quiero sig­nificar esa expresión del cristianismo que carga toda la fuerza de su acento en la experiencia de conversión o nuevo nacimiento, que acepta de buena fe en un credo simple y dogmático sacado de una interpretación litera­lista de la Biblia. Respecto al mundo exterior, manifiesta evi­dentes muestras de impaciencia hacia la cultura y todo lo que tiene que ver con la sociedad secular, sea política, economía o arte. Su génesis histórica la podríamos fijar en el siglo XVIII con los avivamientos de Whitefield y Wesley, aunque su ori­gen es la Reforma misma. Es una versión del cristianismo reducida a sus elementos más mínimos y simples. El protestantismo, por contra, parte también de la importancia de expe­riencia del nuevo naci­miento, por la que el cre­yente sabe por fe que Dios le perdona y le declara justo, pero en ningún modo re­chaza todo lo bueno, todo lo positivo, todo lo relevante que pueda aportar la cultura secular, la academia y las ciencias. No es anti-intelectualista, aun­que sí crítico de la cultura, por amor a la misma, y siempre en nombre de la verdad evangélica y en espíritu de amor y respeto.
Y el «liberalismo», ¿qué es el liberalismo? Bueno, simplificando bas­tante, el liberalismo teológico repre­senta ese movimiento, o estado de ánimo intelectual, que surge del en­contronazo con el nuevo tipo «ilustrado» de pensar que rechaza lo divino-sobrenatural y, en concreto, el recurso a la autoridad de la tradición —eclesial, bíblica, social— para diri­mir asuntos del conocimiento y que se acoge a la autonomía de la razón ilustrada por la filosofía y la ciencia modernas. Kant lo expresó con con­cisión: «Atrévete a hacer uso de la razón.» Éste es el lema y el pro­grama que marca un cambio revolu­cionario en el pensamiento y en la actitud occidental. Los hombres de la Ilustración recurren a la autori­dad última y definitiva de la razón para pasar revista crítica a las creen­cias recibidas mediante la autoridad bí­blica o eclesial y declaran nulas e in­servibles todas aquellas que no pue­dan pasar el riguroso examen de la razón. Los teólogos que responden al desafío de la Ilustración desde el interior de sus premisas lógicas y racionales son los teólogos liberales. Inglaterra amortiguará el impacto del nuevo pensamiento ilustrado gracias al avivamiento evangélico de Whitefield y los Wesleys, que trans­forma la sociedad en gran medida, y que comunica a la fe un celo irrefre­nable, cifrado en la formación de sociedades misioneras y la creación de sociedades filantrópicas de todo tipo. Este tipo de cristianismo se podrá permitir el lujo de ignorar durante un siglo el cambio revolucionario producido en la cultura por la filosofía ilus­trada, pese a que las ideas antitrinitarias y deístas se habían infiltrado en buen número de ministros pres­biterianos y anglicanos.
Alemania, por contra, después de su retraso cul­tural provocado por las guerras de religión, se levanta hacia la cumbre de la filosofía europea, con pensadores de primer rango como Kant, Fichte, Hegel, Herder. Kant había sido educado en un pietismo riguroso, pero no muy ineficaz. La teología, como estudio y repuesta humana a la auto-revelación divina, no pudo vivir de espaldas al tre­mendo y siempre nuevo desafío cultural y dio lugar a nuevas ver­siones de la fe de corte decidida­mente liberal; es decir, apartándose sensiblemente de la interpretación tradicional recibida en los Credos y Confesiones de fe de la Iglesia. Con el descubrimiento de ese nuevo mé­todo de entender la realidad, la Biblia y al hombre mismo, se co­metieron muchos excesos y provo­caron la reacción de muchos evan­gélicos que tendrán a Alemania por cuna del liberalismo y «apostasía» de la fe.
No hace mucho que Carl E. Braaten, uno de los teólogos luteranos más destacados en la escena estadounidense, se preguntaba por que colegas tan importantes como Jaroslav Pelikan, Robert Wilken, Jay Rochelle, Bruce Marshall, Reinhard Huetter y Mickey Mattox, abandonan el luteranismo para unirse a otras iglesias. Y señalaba una causa: “el atolladero que algunos han llamado el Protestantismo Liberal”. ¿Qué se entiende aquí por Protestantismo Liberal? Según Braaten es una “piedad vacía”. La iglesia convertida en una especie de club de clase media y personas mayores en un ambiente de incredulidad general y nulo testimonio. De ser así, el problema habría que buscarlo más en el “corazón” que en la cabeza, y afecta más a la práctica que a la teoría. ¿Por qué no hablar simple y llanamente de Escepticismo? Pues es de escepticismo y no de liberalismo de lo que se trata. Es el escepticismo el que se viste de liberalismo para justificarse a sí mismo, pero creo que son cosas bien distintas. Nuestros discursos siguen a nuestros hechos. Sin embargo, el evangelicalismo no se para en distingos, para él todos son iguales; los que estudian con rigor y ciencia la Biblia, que los que niegan su autoridad; los que viven de una forma consecuente con su fe, que los son indiferentes a la misma. Enemigo de lo que ignora, culpa y rechaza a las academias y seminarios teológicos.
Es cierto que en las grandes tradiciones protestantes mu­chos vivien su fe de modo problemático. Se sienten perplejos, la fe senci­lla declina por todas partes, aumenta el ateísmo y la indiferencia. Por eso, los más tradicionalistas —o quizá más comprometidos— llaman a un decidido retorno a los funda­mentos, a los viejos y seguros cami­nos de antaño frente a las novedades apóstatas del modernismo. Los libe­rales se defienden acusando a su vez a los tradicionalistas de no haber sabido adaptarse a los nuevos tiem­pos.1 Si en lugar de haber reaccionado nega­tivamente, con condenas –la mayoría de las veces de parte de una minoría ruidosa- se hubiera continuado en la línea de la comprensión y el compromiso con la verdad del Evangelio según la Escritura, seguros de que su garantía última reside en Dios y no en la débil defensa humana se habrían evitado muchas rupturas y derroche de energías, que era necesario haber empleado en otros frentes. Muchos pastores y líderes cristianos de fines del siglo XIX y comienzos del XX «optaron» por la «solución modernis­ta» para detener el éxodo de los fieles hacia el mundo, que se venía produciendo desde hacía, por lo menos, un siglo; éxodo que ellos no habían provocado con sus prédicas «novedosas», sino que ya estaba ahí, dado por la nueva situación económica de la sociedad industrial, la que les provoca a ellos a intentar detener la hemorragia de fugas desde una perspectiva cristiana, pero relevante, acorde a la exigencia de los nuevos tiempos. En su versión más noble y original el liberalismo fue un intento de devolver a la fe su relevancia ética, espiritual y cultural, en medio de una sociedad que había llegado a creer que Dios no ofre­cía ninguna salvación digna de ser aceptada.2
Juzgada por su intención antes que por sus resultados, la teología liberal fue un esfuerzo tremendo, aunque errático, por ofrecer una respuesta a la Ilustración y a la cultura que ésta alumbró. No podemos entender la teología modernista sin ad­vertir que su interlocutor no era el miembro fiel y dócil de las iglesias; por lo general en los debates intervenían académicos descreídos y filósofos desligados de la fe. La Ilustra­ción marcó el final de la alianza entre el cristianismo y la inteligencia occiden­tal, aunque a efectos sociales y políticos la religión haya venido siendo privilegiada por los Estados hasta hace bien poco. Allí comenzó un nuevo clima de opiniones y sentimientos que poco a poco iban a ir ganando las clases populares. Los evan­gélicos tienen que darse cuenta de esta realidad si quieren emplear más y mejor sus facultades espirituales e intelectua­les. Podríamos hacer una crítica extensa y detallada de los fallos del liberalismo, de sus contradicciones y evidente falta de sentido religioso, pero lo que ahora nos interesa es tomar conciencia de nuestras propias faltas y, reconociéndo­las, emprender el camino de su en­mienda.
El fallo esencial del liberalismo, dicho no por sus detractores, fue la pérdida del sentido de lo sagrado, de la potencia divina, que aún sigue tarando mucho del pensamiento prote­stante. Mircea Eliade, refiere en su dia­rio cómo el protestantismo liberal pre­fiere «un simple hombre y una serie de hechos históricos.» Los teólogos protes­tantes se avergüenzan de Dios»,3 pero todo esto y las críticas y reflexio­nes que podríamos hacer al respecto, no quita el coraje y el valor que representa estudiar de nuevo la Escritura y repensar la propia comprensión de la misma a una luz diferente. La experiencia mo­derna ilustrada aportó datos irrefutables que no se podían inognorar. «Si son reales, lo que se impone es “verlos”, dejando que cuestionen nuestra concepción de Dios, para que la modifiquemos en lo que sea necesario. No se trata de modificar la fe en Dios, y mucho menos de modificar a Dios. Repitamos: Se trata sólo de modi­ficar nuestras ideas acerca de Dios, nuestra imagen de Dios. Igual que no se trataba de negar que la Biblia sea Palabra inspirada, portadora de revela­ción, sino de revisar nuestra concep­ción de lo que son la inspiración y la revelación.»4 «Resistirse sistemática­mente a toda crítica puede parecer celo por la gloria de Dios, pero, de ordina­rio, indica el narcisismo de quien no quiere renunciar a las propias concep­ciones y la inseguridad de quien no se atreve a abrirse al proceso inacabable de “dejar a Dios ser Dios”, exponién­dose a que, una detrás de otra, se le vayan rompiendo sus imágenes.»5
Hasta el día presente los resultados de la teología liberal y de la alta crítica se siguen aduciendo como causas di­rectas de la destrucción de la autori­dad bíblica como Palabra de Dios y del gran crimen perpetrado contra la Iglesia y el mundo.6 «El liberalismo no es cristianismo», decía J. G. Machen en los años veinte del siglo XX, es otra religión, es puro paganismo. Las Iglesias protes­tantes se dividen, se denigran los se­minarios de teología como aulas de impiedad e incredulidad. Se fundan colegios bíblicos con la intención de anular los manuales de teología moderna y poner en su lugar única y exclusivamente la Sagrada Escritura. Al futuro candidato al ministerio evan­gélico le bastará un conocimiento básico y con­servador de la Biblia, y, si es posible, con un gran acopio de citas de memoria. Otros, hasta abandonan los colegios bíblicos, como A.W. Pink, y se bastan a sí mismos con la sola Biblia y sus propias luces y recursos.
El evangelicalismo y su progenie han resultado ex­pertos en controversias y divisiones que, empezando con los liberales, conti­nuó con los propios compañeros de campaña antimoderna y ter­minó en una guerra de todos contra todos, buscando cada cual por su cuenta ser más fiel a los «fundamentos» del Evangelio que el resto. Es una ley universal, fatal: la sospecha y la suspi­cacia desplazan la confianza; materializan sus propios temores. Una escatología triunfalista da lugar a otra derrotista. En este ambiente, lo único que se espera es la inmediata Segunda Venida de Cristo como solu­ción infalible a tanta impiedad y apostasía. No se advierte que ese espíritu de polémica es culpable directo de la debilitación de la fe en medio de la sociedad. Según el Dr. Stewart Lawton, un observador de la Inglaterra de 1650 probablemente no hubiera concebido una alternativa via­ble al calvinismo como forma futura de la religión, hasta tal punto estaba arraigado el calvinismo en los púlpitos y en las universidades. Sin embargo, en menos de la mitad de un siglo, esa teología iba a desaparecer de la escena pública, junto a buen número de grupos y partidos. «Hubo muchos motivos para este notable giro de acontecimientos, pero uno de ellos fue sin lugar a duda que la gente se cansó de tantas controversias sobre temas como la predestinación.»7
Hoy la historia se repite y cuando el evangelicalismo parecía que iba a ga­narlo todo —en lo que se refiere a la escena norteamericana— lo pierde por discusiones bizantinas que no guardan relación con los intereses en juego en la sociedad moderna. Polémicas irritantes que neutralizan el pensamiento y suici­dan los mejores espíritus del evangeli­calismo, que se marchan o mueren aislados; a lo que hay que añadir los escándalos y la corrupción debida a tanto espíritu de superficialidad y ordinariez mental, espiritual y doctrinal.
La Inglaterra victoriana del siglo XIX reunía todas las condiciones para pre­senciar el triunfo evangélico en la na­ción. Las iglesias británicas, aún a principios de siglo XIX, vivían de las rentas de los avivamientos del siglo anterior. La manera evangé­lica de ser era una forma encomiable en la sociedad de la época. Las llamadas iglesias “no conformistas” (ajenas a lazos con el Estado y la Iglesia anglicana), crecían en número, en poder y en influencia, con colegios y academias de prestigio. Muchos políticos acudían puntualmente a los sermones dominicales de los grandes predicadores evangélicos. Pero, al final de la centuria, cuando se cierra el siglo y se entra en el XX, la mayoría de la población pasa de ser una de la más religiosa a la más indiferente. Es por esa época cuando la teología ale­mana y la alta crítica comienzan a intro­ducirse en los seminarios teológicos bri­tánicos, tanto estatales como indepen­dientes. Cunde la voz de alarma. Se buscan culpables. Se señalan las “nuevas ideas” venidas del continente. Charles H. Spurgeon, creyendo que el modernismo se había infiltrado en las iglesias de la Unión Bautista se sale de la misma. Es el período de la Downgrade, que anticipa las controversias que el evangelicalismo va a sostener contra el liberalismo, y se atribuye a Spurgeon un don profético, pues, aunque él se equivocó en este punto, y se quedó solo, sin de nadie, depresivo hasta su muerte prematura. Pero quienes le ensalzan como un héroe de la verdad conceden que, si bien es cierto que en sus días aún no se había introducido la «apostasía» en los seminarios, como él pensaba, ya estaban en germen las semillas que llevarían a la apostasía y que él supo ver con anticipación. Sin embargo, lo único cierto es que el gran predicador londinense se precipitó en su ruptura y sir­vió de justificación a muchos otros que vendrían tras él. Él puso la semilla de la discordia y de la sospecha y, si en rigor, esa semilla ya estaba ahí, él la plantó y le dio alas. Todavía hoy muchos se amparan en el precedente de Spurgeon para justificar sus divisiones. Mediante semejantes acciones el mundo evangélico iba a verse mermado y mi­nado por fisuras internas, incapaces de comprender que la atmósfera espiritual de los tiempos había cambiado y, por tanto, ineficaz a la hora de hacerle frente, de presentar una alternativa de existen­cia humana a la luz de la Palabra de Dios.
Pero esto era lo que los evangélicos se negaban a reconocer: la transformación política, económica y religiosa de la sociedad y, por tanto, la necesidad de repensar la fe en vistas a la nueva situación. Darwin, los movimientos so­cialistas, la idea del progreso, habían entrado en escena; como después lo ha­rían el psicoanálisis, el existencialismo y el secularismo ideológico. La Segunda Guerra mundial representa un giro decisivo en todos los órdenes de factores. Las Igle­sias protestantes de Europa sufrieron un revés del que desde entonces no se han recupe­rado. Algo había cambiado, y mucho. Acusar unilateralmente al liberalismo te­ológico es una falta de responsabilidad: Un pecado de idolatría que no quiere someter su «imagen» de Dios, cons­truida, según se cree, de materiales di­rectamente extraídos de la cantera bí­blica, a la «imagen» de Dios que proyecta la luz de la revelación de Dios.
Veamos algunos ejemplos tomados de la vida de las iglesias británicas para probar de un modo gráfico lo que aquí se mantiene.
En la pequeña y remota isla de Lewis, en las tierras altas de Escocia, renombrada como el punto más bendecido de Escocia en lo que se refiere a sano testimonio evangélico, todo parece marchar como siempre, desde que su nombre fuera aso­ciado al avivamiento del año 1828, cuando toda la isla fue despertada de su formalismo y superstición gracias a la predicación de Alexander Macleod. Tres denominaciones presbiterianas pro­veyeron con sus púlpitos la enseñanza religiosa en la más pura tradición refor­mada. Nada de liberalismo ni alta crítica en sus iglesias. De 1938-1939 tuvo lugar el último avivamiento del que se tiene noti­cia en Escocia. Pero Europa había entrado en gue­rra. Muchos jóvenes fueron llamados a filas. Jóvenes llenos de fe y entusiasmo, vírgenes tocante a coqueteos con el libe­ralismo o la ilustración. La vuelta a casa fue desoladora, no habían pasado por el «virus del modernismo académico», pero traían consigo el descreimiento y la frialdad religiosa. Dejaron de asistir a las iglesias, de creer en las enseñanzas de la Biblia. ¿Qué había ocurrido? «Muchos regre­saron con un vacío espiritual en sus vi­das, confundidos y desconcertados por lo que habían visto en Europa y en otras partes.»8 La guerra había alumbrado un nuevo mundo, un mundo de horror, soledad y desesperación. La deducción que sacará la teología posterior es que Dios murió en las trincheras europeas, en los campos de exterminio como Auschwitz, de tal modo que hoy tenemos una teología pre y post Auschwitz. Pero, incluso en este ejemplo, la teología fue a remolque de la sociedad. Se limitó a levantar acta de un hecho social: la perdida absoluta de la fe, del sentido de la vida y de la providencia divina en las trincheras, ante el fuego enemigo y los horrores de la guerra, guerra en la que saltaron por los aires las ideas de humanidad, progreso, religión, patria, solidaridad.
La notable Misión de Fe escocesa envió a sus hombres, «peregrinos», según se les conoce, a la isla de Lewis a predicar el Evangelio. Todo el mundo sabía que se trataba del viejo Evangelio, el Evangelio que les había reconfortado y ganado sus corazones en años anteriores, pero ahora muy pocos, si alguno, tenía interés en el mismo. Los intrépidos misioneros de fe, con la misma dedicación e idéntica fide­lidad doctrinal, se encuentran con las puertas cerradas allí donde antes se les abrían con generosidad y abundancia. No habían cambiado ellos, ni por efecto del liberalismo ni por la alta crítica: había cambiado la sociedad. «En la actualidad los peregrinos en Escocia e Inglaterra tienen que sembrar la semilla —si es que se les presta atención—, antes de que se pueda pensar en una cosecha”.9 Es evidente que el acercamiento a la gente desde el Evangelio tiene que circular por otros cauces.
Consideremos otro caso paradigmático. Me refiero a William Lax, ministro me­todista en Poplar, Londres, evangélico conservador, y que llegó a ser elegido alcalde de la ciudad. En defensa de la memoria de sus buenos años de for­mación teológica en un seminario de su denominación (1892), sale al frente de los que se sienten traumatizados por los «estragos» liberales, y les dirige estas palabras llenas de jovialidad: «Confórtese quienquiera que tema que la corrup­ción modernista ha afectado a nues­tros jóvenes predicadores. Los colegios son casas de evangelismo así como de estudio.»10
Al comenzar el siglo XX el metodismo inglés se encontraba en una especie de éxtasis espiritual: «Cristo triunfa. Res­piramos una atmósfera cargada de fer­vor. El celo y la devoción se encuen­tran en el punto máximo de acción, esperando el momento de extenderse por todas partes. Las conversiones es­tán al orden del día.» Un domingo sin conversiones era un fenómeno extraño. Los predicadores parecían estar fundi­dos con el Espíritu Santo en un mismo ser. Los llamamientos a nacer de nuevo eran irresistibles. Pero de repente, en cuestión de años, algo cambia. Las escenas de conversión ya no son tan frecuentes como antes. ¿Ha dejado el Espíritu de Dios de actuar en los corazones? se pregunta. ¿Ha sufrido la naturaleza humana una transformación tan radical? «Ciertamente —responde— algún cam­bio sutil pero tremendo ha tenido lugar en la actitud mental y la consideración del mundo por la Iglesia durante la última generación. Es tan general y tan completo que ninguna acusación gene­ral de apostasía puede colocarse en la puerta de la Iglesia. Porque nunca hubo más auténtica ansiedad que ahora entre los seguidores de Cristo de ver extendido el Reino de Dios; y cara al mundo hay una determinación cris­tiana más grande que antes.»11
Las iglesias fieles contemplan que la infi­delidad avanza pese a la reduplicación de sus esfuerzos y lo genuino de su celo. El problema aparte de estar den­tro, está fuera y se precisa una nueva estrategia para darle solución. William Lax apunta a un factor que siempre ha sido el talón de Aquiles del evangelica­lismo: su fragmentación, su falta de unidad y coordinación. Su disposición y prontitud a separarse de un grupo para fundar otro nuevo por cuestiones la mayoría de las veces triviales. Este es el pecado por excelencia del evangelicalismo. Haber elevado al nivel de obli­gación cristiana lo que es a todas luces un pecado grave denunciado en las Escrituras: el cisma, el espíritu divisionario, justificado como «deber de separación», sobre la base de unos textos bíblicos desconectados de su con­texto y en abierta oposición al tenor general de la Escritura. Es el resul­tado: es el caos y la corrupción de la fe, tanto moral como intelectual. Este es uno de los graves problemas que se escabullen tras la pantalla de celo por causa de Dios, en cuya denuncia del liberalismo y sus efectos negati­vos se cierra los ojos a la propia apostasía, a los males internos. «Quiero ver iglesias más eficaces en Gran Bretaña —escribe Lax—. Pero no hay duda de que las iglesias van a atravesar un tiempo difícil. Vivimos en una época de agnosticismo insidioso. Las cosas materiales y mundanas reclaman la atención de las masas. Comparado con hace cuarenta años, las iglesias han perdido terreno». El problema es que trabajamos aislados, no en oposición unos a otros, ciertamente, pero apenas si hay unidad entre nosotros; estamos demasiado ocupados con nuestros asuntos priva­dos. La mayoría de nuestros esfuerzos se desperdician. Necesitamos unirnos más, cerrar filas y avanzar hombro con hombro. ¿Qué no se puede llevar a cabo con un Evangelio como el que Cristo nos ha confiado? No nos equivoquemos. Inglaterra ne­cesita a Cristo más que nunca, aun­que no sea consciente de ello. El mundo entero necesita el Agua de Vida.12 El «evangelicalismo» hace aguas no por culpa del liberalismo o modernismo, sino por su propia in­capacidad de ofrecer respuestas a la cultura, a la sociedad moderna y también por la ausencia de hombres notables entre sus filas, de personas de fe, devoción y sabiduría que, desde la Escritura y la experiencia creyente, sepan responder las pre­guntas que realmente hay que responder.
La fe cristiana vivida a conciencia, con el corazón y la mente, nunca ha sido popular ni mayoritaria. Soren Kierkegaard decía que no se encuentra un caballero cristiano a la vuelta de cada esquina. No hay que engañarse respecto al pasado y una ver­sión más o menos romántica de la histo­ria de antaño y de los grandes avivamientos espirituales pasados. En el siglo XIX había mucha religión en Europa, pero ¿cuánto cristianismo auténtico? Las igle­sias se llenaban, pero ¿por qué causa? ¿Qué atraía a los congregantes? Según un contemporáneo se iba a los cultos para disfrutar de la elocuencia del predicador. «La mayoría de los predicadores popula­res no procuraban tanto convencer como discutir un tema de un modo maestro y elocuente y pasar un “buen tiempo”».13
El púlpito dominaba la vida social de la era victoriana y la gente comentaba en la barbería el sermón del domingo como hoy se pueda hacer respecto al fútbol o la política. Los predicadores eran antaño el equivalente de los modernos ídolos del cine, o del deporte, o de la política. Muchos iban a «paladear» un buen ser­món, de ahí la perniciosa costumbre de cambios frecuentes de membresía eclesial en búsqueda de un lugar cómodo y de iglesias que no eran centro de comunión y servicio responsable a la comunidad y desarrollo de los dones de Dios, sino centros de predicación con una mínima expresión de vida comunitaria y cutual. Versión antigua y precedente del consumidor moderno que alegremente pasa de un supermercado a otro por el gusto de la compra. Era de esperar que cuando el nuevo mundo de la comunicación y del espectáculo se introdujera en los hogares en virtud de la técnica, la fe de muchos se enfriara y desapareciera, porque nunca la hubo. Culpar al liberalismo teológico de semejante vacío es una tontería suprema. Siempre es más cómodo y menos com­prometido sentarse en casa delante de un aparato de radio o de una televisión y elegir entre los programas el mejor. Los con­servadores perdieron la batalla en sus propias iglesias, delante de sus narices. Otros, que tienen a sus iglesias por más dignas y más serias, en cuanto represen­tan una tradición teológica más elabo­rada y una liturgia responsable sin técni­cas de espectáculo, pasan por alto el daño producido por las controversias en torno a las proposiciones a creer y los supuestos errores a evitar, en lugar de cuidar la comunión personal de los cre­yentes en Cristo y el pleno desarrollo de sus dones espirituales y facultades natu­rales en el arte, la ciencia y la vida pública. Es fácil culpar a los demás de nuestras propias carencias y de nuestras faltas. Piensa el pobre que el rico lo es a su costa, pero no siempre es el caso.
Muchos liberales tuvieron al menos el coraje de salir a la calle y entrar en las universidades para encontrarse con el hombre del mundo,14 mientras que el evangelicalismo lamentaba las pérdi­das e intentaba detenerlas ensanchando aún más la sima que los alejaba del mundo de la cultura y producía más bajas todavía, cerrando fatalmente el círculo de la frustración y la impotencia. El resultado iba a ser catastrófico en todos los niveles. Dejada la cultura a su propia suerte, los hijos propios de la iglesia se iban a encontrar abandonados a su vez a su suerte, sin referencias ni puntos de apoyo en qué sostenerse, de naufragio en naufragio tan pronto entraban en contacto con el mundo moderno en las escuelas y universidades. Las iglesias creían que cerrando puertas y ventanas evitarían el veneno del liberalismo y del moder­nismo, y lo que hacían era asfixiar a sus mismos hijos y verse, por tanto, huérfano de ellos.
El evangelicalismo cayó en la trampa del sectarismo. Orgullosos de su sana doctrina, inmaculada y virgen antes, en y después de su parto dogmático, lo único que quedaba era consolarse de que «entre los pequeños grupos religiosos podemos en­contrar un puerto seguro para el evange­licalismo».15 Semejante manera de interpretar la historia de la Iglesia cede a la tentación derrotista que ve mermada en su minoría sus prejuicios escatológi­cos sobre la inmediatez del fin del mundo como respuesta divina a la apos­tasía general de la Iglesia. Mientras tanto estas iglesias último refugio y bas­tión de la ortodoxia, se desgarran inter­namente por cuestiones mínimas y asun­tos secundarios. Incapaces de ofrecer una nueva interpretación de la doctrina, quizá por miedo a caer bajo sospecha de herejía se enredan en cuestiones domés­ticas que debilitan aún más la conciencia y el número del «remanente». De modo que se sana el cuerpo al costo de su vida, muy en sintonía con aquellos médicos sangradores de antaño. Si fuera cierta la leyenda que asegura que los liberales vaciaron las iglesias lo contrario también tendría que ser cierto, a saber, que los conservadores las llena­ron. Pero la triste realidad es que las iglesias más estrictas en su doctrina y política eclesial, como los Strict Baptist (Bautistas Estrictos), fueron los que mas pérdidas experimentaron en el periodo de entreguerras (1918-1945). La vuelta a la «ortodoxia» de muchos púlpitos, de nin­gún modo supuso la vuelta de la feligre­sía, porque no era una cuestión de orto­doxia versus heterodoxia, sino de algo mucho más profundo y difícil: un cambio de mentalidad propiciado por los nuevos medios de producción, por la revolución industrial, el acceso de las masas al consumo, el avance de las ciencias en todos los campos.
Ese tipo de iglesias –refugio y puerto de la sana doctrina– comenzó a desarrollar una hostilidad abierta contra el estudio académico y a la misma labor teológica a la que se hacía culpable de todos los males. La oposición a la teología, ya en general y sin discriminar, llevó irreme­diablemente a la imperdonable supre­sión de ministros y pastores competentes al frente de las comunidades, lo que incidía negativamente en el crecimiento de las mismas. En las Iglesias Bautistas Estrictas, reducto y bastión de la «ortodoxia» calvinista, se produjo un vacío pastoral rellenado por predicadores itinerantes, que sólo como medida de emergencia podía justificarse, con la consiguiente paralización de toda la vida cristiana, ya en el orden espiritual ya en el intelectual. «La ausencia de liderazgo pastoral se debe contar entre las mayores deficiencias de la época. Algunas veces diáconos obstinados, a menudo el único miembro masculino, asumía un liderazgo dictatorial... cuya ambición era aferrarse a su posición y autoridad contra el llamamiento a un pastor».16 La casa hacía goteras por todas partes. Pero en lugar de ponerse a repararlas debidamente se permitía la indulgencia de acusar ciegamente a los seminarios teológicos de ser focos infectados por el liberalismo. «El resultado fue que, durante varias generaciones, las iglesias buscaron pastores mala­mente formados.» Muchas congrega­ciones dejaron de existir.17
Sobra decir que el paroxismo antili­beral, o antí lo que sea, desvía la atención de la realidad y produce un mecanismo de autodefensa costoso e inservible por cuanto el enemigo está dentro y no fuera de casa. No olvidemos la advertencia de la Escritura que dice: «Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios» (1 Pedro 4:17). No se puede ni se debe usar el liberalismo, o cualquier otra etiqueta, como un arma arrojadiza para eliminar lo que disgusta o no se entiende. No es prudente, ni es critiano.

* Alfonso Ropero, Teólogo, Doctor en Filosofia y escritor.
www.nihilita.com
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1 “The question has been asked whether the Evangelical Moder­nist view of the relation of Chris­tian faith to truth and to history, and in particular the Evangelical Modernist view of Jesus Christ, can furnish forth a Gospel for sinful and suffering humanity. A negative answer to this question is confidently given in many quar­ters. Yet a candid survey of the facts does not bear out this nega­tive. The prevalent neglect of pu­blic worship and the rampant pa­ganism of our time are often addu­ced as the obvious results of our having strayet from the right path. But the evils might with just as much show reason be laid at the door of traditionalism, as the inevi­table result of traditionalists ha­ving failed to move with the times” (Dr. Cecil John Cadoux, Macken­nal Professor of Church History and Vice-Principal at Mansfield College, Oxford. The Case for evangelical Modernism, p, 173. Hodder and Stoughton, Londres 1938).
2 "Una de las razones de la pér­dida de fe religiosa en la sociedad occidental contemporánea puede muy bien ser que muchos indivi­duos han llegado a pensar que Dios no ofrece una salvación real en los problemas concretos de la vida" (David A. Pailin, El carácter an­tropológico de la teología p, 257 Sígueme, Salamanca 1995.
3 Mircea Eliade, Fragmentos de un diario p, 13, Espasa Calpe, Madrid 1979.
4 A. Torres Queiruga, Creo en Dios Padre. El Dios de Jesús como afirma­ción plena del hombre, p, 31. Sal Te­rrae, Santander 1986.
5 A.Torres Quciruga, ob. cit. p. 38.
6 "I feel profoundly that the Higher Critics have perpretrated a great crime on the church and, indeed, on the world. Their influence has, from the standpoint of the present day, been a decidedly and a negative one. I am prepared to believe that not all of them may have meant to be negative. But I am entirely convinced that one hundred years of their ascendency in the church in this land (to look no further afield) has been little short of catastrophic» (Mau­rice Roberts, "The Guilt of the Higher Critical Movement» The Banner of Truth Magazine, p, 1 August-September 1992.
7 S. Lawton, Truths that Compelled, p. 52. Hodder and Stoughton, Londres 1968.
8 Andrew A. Woolsey, Channel of Revival, pp, 112-113, Faith Mission Press, Edimburgo 1982.
9 Colin N. Peckham, Heritage of Revi­val, pp. 102-103. Faith Mission Press, Edimburgo 1986.
10 Willian Lax, Lax of Poplar. His Book. The Autobiography, p. 131, Epworth Press, Londres 1937.
11 Id, p, 150.
12 Id, p. 225.
13 Keri Evans, My Spiritual Pilgri­mage, p, 53. Pickring, Londres 1945
14 «Al no serme posible admitir que la fe sea inaceptable para la cultura y la cultura para la fe, la única alternativa posible era intentar la interpretación de los símbolos de la fe a través de las expresiones de nuestra propia cultura» Paul Tillich, Teología Sistemática, vol. III, pp, 14,15, Sígueme, Salamanca 1984.
15 E.J. Poole-Connor, Evangelicalism in England, p. 260. Henry E. Walt-, Wortbing 1966,
16 Allen Miller, “Up North of England Churches Then and Now”, en Grace Maga­zine, p. 8. Mayo 1995
17 Nigel Lacey, id, p. 11
Fuente: Lupaprotestante, 2010.

martes, 23 de febrero de 2010

Uganda: pastor protestante proyecta porno gay en su iglesia en apoyo a ley de pena de muerte para gays «agravados»

LONDRES

Miles de personas se manifestaron en la ciudad de Jinja, Uganda, para apoyar el proyecto de ley contra los homosexuales que estudia el Parlamento de Kampala. El proyecto contempla la pena de muerte para lo que los promotores llaman "homosexualidad agravada". Un polémico pastor protestante encabeza el Movimiento Internacional contra la Homosexualidad en Uganda. La manifestación, organizada por un denominado Movimiento Internacional contra la Homosexualidad en Uganda y que reunió a entre 25.000 y 30.000 según distintas fuentes, se llevó a cabo en Jinja, a unos 75 kilómetros de Kampala, pero en la capital la Policía prohibió una concentración convocada con el mismo fin.
El pastor de la Iglesia Pentecostal ugandesa Martin Sempa encabezó la manifestación, que fue pacífica y en la que los participantes portaban pancartas en las que se leían consignas como "no a la sodomía, sí a la familia" o "decimos no a los homosexuales, la homosexualidad debe ser abolida". Sempa, líder del movimiento contra los homosexuales en Uganda, explicó a los reunidos que habían recibido un mensaje de la Policía en el que les instaba a aplazar la manifestación en Kampala. El Gobierno de Kampala teme las manifestaciones multitudinarias en la ciudad, debido a los disturbios que se han producido en ocasiones anteriores. Kale Kayihura, inspector general de la Policía Ugandesa, señaló a los periodistas que "les hemos pedido que pospongan la manifestación porque el Gobierno tiene algunos asuntos que puntualizar sobre el proyecto de ley".
EL PROYECTO
El proyecto de ley contra los homosexuales fue presentado hace meses en el Parlamento ugandés por el diputado del partido gubernamental David Bahati, que en principio obtuvo el apoyo del Gobierno y el grupo mayoritario. Entre otras cosas, el texto plantea la pena de muerte para las personas consideradas culpables de violación homosexual u homosexualidad con menores, además de agravar las penas para cualquier práctica homosexual, que ya es ilegal en Uganda.
POLÍTICA INTERNACIONAL
El pasado diciembre, el presidente de Uganda y líder del Movimiento de Resistencia Nacional (NRM), que gobierna el país desde 1986, señaló que el proyecto de ley no era una mera cuestión interna, sino también se había convertido en un "tema de política internacional" y, posteriormente, se desligo de la propuesta. Sin embargo, el apoyo político al proyecto de ley es muy fuerte en Uganda, dentro de un continente como África, donde en muchos países la homosexualidad se considera delito.
Organizaciones de defensa de los Derechos Humanos y algunos gobiernos occidentales, entre ellos los de EEUU, Reino Unido y Canadá, han condenado este proyecto de ley y amenazado con sanciones a Uganda si se aprueba. El propio Congreso de Estados Unidos aprobó una resolución de condena del proyecto de ley.
VIDEO PORNO EN LA IGLESIA
Antes de la marcha, el pastor y activista ugandés Martin Sempa mostró a los 300 fieles de su iglesia un vídeo con contenidos pornográficos para homosexuales y declaró ante los micrófonos de las BBC: "Estamos en proceso de una nueva legislación y hay que educarnos sobre lo que hacen los homosexuales". Sempa apoya a su Gobierno sosteniendo que lo que pasa en la cama de los ugandeses atañe a todo el país.
“En África, lo que haces en tu habitación afecta a todo el clan, a nuestra tribu y a nuestro país", dijo el pastor. Los activistas por los derechos de los homosexuales no toman en serio las palabras de Sempa y creen que el clérigo necesita "tratamiento médico".
Monica Mbaru, representante de la Comisión Internacional por los derechos de Gays y Lesbianas, dijo a la cadena británica que "no se debería mostrar contenido pornográfico en una Iglesia y después querer discutir sobre los temas que afectan a la moral de la gente". “Creo que estamos tratando con un caso de una persona que necesita tratamiento médico", añadió.
El pastor tiene su propia página web en la que se declara un firme luchador contra el Sida y explica algunas teorías `conspiranoicas´ sobre la homosexualidad, financiada, según él, "por grandes corporaciones que cada día tratan de reclutar a los niños en sus filas".
Sempa defiende que la pena de muerte es una medida para "luchar contra la pedofilia" y que la homosexualidad no es más que el fruto "de la desidia de la sociedad occidental".

Fuente: Público. Edición: Protestante Digital

lunes, 22 de febrero de 2010

La noticia que no debería ser noticia

Por. Luis Ruiz Doménech, España*
Bajo el titular “Iglesias protestantes de EEUU, ejemplo de integración racial” P+D publica esta noticia fechada en Nueva York el día 15 del presente mes de febrero. En la Iglesia Bíblica de Antioquía de Seattle blancos y negros adoran juntos al mismo Dios. Otras congregaciones de todo el país siguen esa misma línea luchando para romper las barreras raciales en su seno. Todo eso está muy bien pero no debiera ser noticia.
No debiera ser noticia por ser resultado natural del mensaje del Evangelio que no es discriminatorio. No debiera ser noticia por ser sabido que, desde Abraham al principio de la Biblia, Dios quiso formar un pueblo para alcanzar a todas las naciones con bendición universal.
No debiera ser noticia por recordar que en los inicios de la iglesia Dios enseña al Apóstol Pedro que ni él hace distinción entre persona y persona ni quiere que quienes crean en él la hagan. No debiera ser noticia por haber leído alguna vez que Dios en Cristo forma un solo pueblo —la iglesia— con gente que procede de todo linaje, lengua, pueblo y nación; y eso lo hace al precio de su muerte en la cruz.
No debiera ser noticia porque Cristo elimina cualquier barrera de separación entre los seres humanos.
No debiera ser noticia porque en Cristo somos todos uno; no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer. No debiera ser noticia porque llevamos miles de años de atraso en entender que Dios ama a todas las personas por igual.
No debiera ser noticia porque la iglesia, por esencia, debiera ser acogedora e integradora. No debiera ser noticia porque, como expresa el pastor Ken Hutcherson, “Esta es la única forma de hacer iglesia”.
Bienvenida sea la noticia, en cualquier caso, no sólo para las iglesias en Estados Unidos sino para toda iglesia con vocación bíblica en cualquier parte del mundo.
Bienvenida sea la noticia para iglesias fragmentadas y excluyentes que se agrupan contra el otro por idiomas, razas, color de piel, nacionalidades, culturas, niveles culturales, clases sociales, niveles económicos, suma y sigue.
Lo que debiera ser noticia (por extraño, raro e infrecuente) serían los casos segregación, odios y racismo en las iglesias.
Nadie dice que la integración y la armonía sean cosas fáciles de conseguir y mantener pero lo que si es cierto es que, en Cristo, es deseable, posible y alcanzable.

*Luis Ruiz Doménech es ingeniero y escritor

Fuente: © L. Ruiz, ProtestanteDigital.com

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Debe diezmar un cristiano?

Por. Jose Luis Fortes, España*

De las formas de ofrendar a Dios en el A.T., el diezmo era la que trataba con más justicia y equidad a todos los oferentes, pues, al basarse éste en una cantidad proporcional a las entradas de cada uno (el diez por ciento), permitía que todos pudieran dar lo mismo entregando diferente cantidad. Quienes recibían mucho de Dios entregaban un diez por ciento, que era mucho, y, quienes recibían poco de Dios entregaban un diez por ciento, que era poco, pero en ambos casos ofrecían lo mismo al dar idéntico porcentaje de lo recibido por Dios. De esta manera nadie podía sentir que su ofrenda era de menor importancia o de inferior calidad a la de los demás. Dando el diezmo nadie daba ni más ni menos que otro. Con todo, y a pesar de lo equitativo del sistema veterotestamentario, muchos cristianos cuestionan que después de la venida de Cristo se deba dar el diezmo a Dios. Los argumentos de quienes dicen que dar el diezmo no es válido para los creyentes del Nuevo Testamento serían entre otros los siguientes: 1) No estamos bajo la ley sino bajo la gracia, el diezmo era de la ley. 2) Ni Jesús ni los apóstoles enseñaron en lugar alguno del N.T. que el cristiano deba dar el diezmo. 3) Los creyentes deben ofrendar libremente, según cada uno disponga en su corazón.
En primer lugar hay que destacar que el diezmo es anterior a la época de la ley mosaica, por tanto decir que el diezmo tiene su origen en la ley de Moisés es absolutamente falso. En la época patriarcal, 430 años antes de la ley de Moisés (Gá 3.17), encontramos a Abraham dando “los diezmos de todo” a Melquisedec, sacerdote del Dios altísimo (Gn 14.20). Este diezmo fue dado voluntariamente del botín que obtuvo en la lucha para liberar a su sobrino Lot que había sido llevado cautivo por el rey Quedorlaomer (Gn 14.16). El botín obtenido en la victoria de una batalla era propiedad del vencedor (Nm 31.1-54) cf (1 Cr 21.24), no importaba cuál era su procedencia anterior, por lo tanto Abraham ofreció el diezmo de bienes que le pertenecían legítimamente (He 7.4), algo que el rey de Sodoma sabía perfectamente (Gn 14.21) y de lo que Abraham no quiso aprovecharse porque no quería riquezas procedentes de los paganos (Gn 14.22-23).
Digo esto porque algunos suelen objetar a la entrega del diezmo por parte de Abraham diciendo que él diezmó de algo que no le pertenecía. Pero si el botín no pertenecía a Abraham, no sólo no debió diezmar de él, sino que tampoco podía haber cogido del mismo para alimentar a los jóvenes y para dar una parte a quienes le ayudaron en la lucha, algo que hizo libremente (Gn 14.24). Otro ejemplo de entrega voluntaria del diezmo en época patriarcal está en Jacob, nieto de Abraham. Este hace un pacto con Dios y en él se compromete en los siguientes términos: “de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (Gn 28.22). Algunos objetan que la actitud de Jacob no era la adecuada y por tanto quitan valor a su ofrecimiento, pero este tipo de juicio y especulación no se corresponde con la bendición que Dios daría posteriormente a Jacob (Gn 30.30-43). Algunos prefieren presentar a Jacob como un burdo egoísta interesado, con tal de negar que su ofrecimiento del diezmo fuera sincero, pero, el Dios que conoce los corazones… ¿bendeciría a alguien así?
En segundo lugar, desde la época de Moisés y hasta la venida del Mesías encontramos que la Ley incorpora el diezmo ya existente entre otras formas de dar, como las ofrendas, pero añadiéndole el hacerlo como una obligación ineludible: “indefectiblemente diezmaras” (Dt 14.22) cf (Lv 27.30,32) (Dt 12.6). La Ley de Moisés no introduce por tanto el diezmo, sino el darlo como obligación. Esto es lo único en relación con el diezmo que tiene que ver con la Ley. La razón estaba en que Dios quería que con los diezmos se proveyera “alimento para la casa de Dios” (Mal 3.10) en un momento en el que su pueblo había dado signos de permanente rebeldía y doblez de ánimo. Al establecerlo como una obligación Dios quería dejar claro que no es opcional que los creyentes colaboren para el mantenimiento de las cosas sagradas, de quienes sirven en ellas y de los menesterosos. No olvidemos que los diezmos proporcionaban el sustento para quienes servían a Dios (Dt 12.11) (Nm 18.21,28) y para los desamparados (Dt 26,12). Tal y como Dios estableció las cosas, no dar los diezmos suponía quedarse con algo ajeno, algo que le pertenecía a él: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas” (Mal 3.8). Este pecado colocaba al trasgresor bajo la maldición de Dios: “Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado” (Mal 3.9). La maldición de Dios hacía que nadie pudiera disfrutar de aquello que había tomado de Dios. Tomar del fruto prohibido nunca hace bien a quien lo come. Por otra parte, Dios se comprometía con quienes entregaban el diezmo a derramar en ellos lluvias de bendiciones: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal 3.10). Nunca faltaría nada a quien honrase a Dios con sus bienes (Pr 3.9-10). ¡Se podía hacer más con nueve partes y la bendición de Dios que con diez sin ella!
Antes hemos hablado de cuál pudo ser la actitud de Jacob al ofrecer sus diezmos a Dios, pues bien sabemos que la actitud del que ofrendaba en el A.T. debía ser correcta si quería agradar a Dios (Gn 4.4-5). Las ofrendas debían darse con fe (He 11.4); debían darse para Dios (Ex 25.2; 30.14; 35.24) y para sus cosas (2 Cr 31.14) (Neh 10.33); debían darse en santidad (Is 1.13) y en sacrificio (1 Cr 21.24). Debían darse voluntariamente (Ex 25.2; 35.21-22,29), con generosidad (Ex 35.5; 36.3-7) (2 Cr 31.5), con gozo (2 Cr 24.10) y con reconocimiento de que todo lo que tenemos viene de Dios y que de ello le damos (1 Cr 29.11-14). Debían darse para aprender a temer a Dios (Dt 14.23) (Sal 76.11; 96.8). Esta era la forma en que daban los verdaderos creyentes en el A.T. y no meramente por obligación.
En el N.T. encontramos que el diezmo seguía siendo una práctica habitual del pueblo de Dios. Pero algunos, como los fariseos, lo usaban juntamente con otras cosas como un medio para obtener prestigio religioso personal, de lo cual se jactaban en cuanto tenían oportunidad (Lc 18.12), al tiempo que olvidaban los aspectos morales y éticos de la Ley, es decir, se olvidaban de proceder con “justicia” y con “misericordia” (Mt 23.23a) cf (Jn 8.1-11). Con todo, cuando Jesús les reprende deja constancia tanto de su mal proceder como de su aprobación a la práctica del diezmo: “esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mt 23.23b). Años más tarde, el autor de la epístola a los Hebreos hablará del diezmo que Abraham dio a Melquisedec destacando: “cuán grande era éste, a quien Abraham el patriarca dio diezmos del botín… aquel cuya genealogía no es contada de entre ellos, tomó de Abraham los diezmos” (He 7.4,6). La razón de ese énfasis está en que Melquisedec era figura y tipo de Cristo (He 7.1-17), con lo que Abraham el padre de todos los creyentes del N.T. (Gá 3.7) dio el diezmo de todo a la simiente del Pacto, esto es, al propio Cristo (Gá 3.14-16).
Obviamente los creyentes del N.T. no tenemos la obligación de dar el diezmo porque el aspecto de “obligación” era de la Ley. En Cristo nada de lo establecido por la Ley nos obliga porque por él estamos libres de la ley al haber muerto para ella (Ro 7.6). Eso no significa que ahora podamos hacer lo que nos de la gana: “pecaremos porque no estamos bajo la ley sino bajo la gracia” (Ro 6.15). Las cosas reveladas en la Ley moral son para siempre (Dt 29.29). Debemos meditar en la Ley de Dios (Sal 1.2; 119.97) pues su justicia es eterna (Sal 119.142). Son los rebeldes y mentirosos los que no quieren oír la Ley de Dios (Isa 30.9). Los hijos de Dios creen en lo que ella dice (Hch 24.14). La Ley es santa, justa, buena y espiritual (Ro 7.12,14) y su fin es Cristo (Ro 10.4). Por tanto, aunque no tenemos la obligación de guardar la Ley hemos de mirar a ella y usarla legítimamente (1 Ti 1.8), nunca para justificarnos de nada (Gá 5.4), pero sí como referente de la justicia eterna de Dios a guardar desde la libertad cristiana (Stg 2.8-12).
Un cristiano obedece a Dios por amor, no por obligación (Jn 21.15-17). Cuando amamos a Dios y al prójimo nos encontramos guardando la Ley de Dios (Ro 13.8-10). Así pues un cristiano no da el diezmo ni hace ninguna otra cosa por obligación. Pero el diezmo es un referente desde el amor para darse a sí mismo y de lo propio a Dios (Lc 7.36-50) cf (2 Co 8.8-9,24). El diezmo nos recuerda que el principio de proporcionalidad sigue vigente (1 Co 16.1-2), como no podía ser menos al carácter justo de Dios que procura la igualdad de los suyos desde sus diferentes situaciones temporales (2 Co 8.14). Pero la actitud con la que hemos de dar a Dios para colaborar con sus cosas debe ser la de sentirnos privilegiados hasta el punto de rogar que nadie nos prive de hacerlo (2 Co 8.4). El diezmo debe ser para un creyente del N.T. un recordatorio de que si en el pasado un creyente bajo la Ley debía darlo por obligación, ahora, en Cristo, quien tiene el cumplimiento de todas las promesas salvíficas de Dios no puede dar por debajo de ese porcentaje. Hacerlo sería convertir en libertinaje la gracia de Dios que nos llama a ser “siervos de la justicia” (Ro 6.18). Los filipenses lo entendieron bien cuando desde su “profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad” dando “conforme a sus fuerzas y aún más allá de sus fuerzas” (2 Co 8.2-3).
Esta actitud de entrega ilimitada jamás supondrá un perjuicio para quien ama a Dios pues Él ha prometido que quienes desde el amor y la fe “siembran generosamente, generosamente también segarán” (2 Co 9.6). El creyente del N.T. tiene el privilegio de poder hacer más por su Señor y por su obra que un creyente del A.T. El creyente del A.T. daba el diezmo por obligación, el creyente del N.T. tiene el privilegio de dar por amor y generosidad. Tiene el privilegio de poner la altura del listón de su entrega al nivel que quiera. El creyente del N.T. puede dar cuánto desee, sin más límite que la altura de su amor a Dios, a su obra y al hermano en la fe (2 Co 9.7) cf (Mr 12.42-44). ¡Qué privilegio!

*Jose Luis Fortes es doctor en teología y licenciado en Historia

Fuente: © J. L. Fortes, ProtestanteDigital.com (España, 2010).

sábado, 20 de febrero de 2010

El ecumenismo que quiere el Papa

Por. Juan A. Monroy, España*

La edición semanal en castellano del L´OSSERVATORE ROMANO, portavoz del Vaticano, insertaba en el número correspondiente al 22 de enero último dos largos artículos sobre ecumenismo. Uno del secretario pontificio para la unidad de los cristianos, el obispo Brian Farrell, en entrevista de Marta Lago, y otro del propio Papa Benedicto XVI. Ambos artículos tratan del ecumenismo con mentalidad católica, con arraigados criterios católicos, con propósitos católicos. Cuando Farrell se lamenta de que dos mil millones de cristianos vivan desunidos está diciendo poco más o menos que todos los cristianos no católicos deberíamos ir cogidos de la mano a Roma y postrarnos de rodillas ante el Papa en la gran explanada del Vaticano. ¿Exageración? ¿Malinterpretación? ¿Deformación de la realidad?
Siga leyendo, por favor.
Al Papa Juan XXIII se le llamó el Papa del ecumenismo. Fue él quien mandó sustituir el vocablo “herejes” por la suavizada expresión “hermanos separados”. Pues bien, este papa ecuménico escribió las siguientes cosas en un motu proprio el 5 de junio de 1959 al tratar de la convocatoria del Concilio Vaticano II: “De nuevo se encenderá la llama de la esperanza en todos aquellos que llevando el glorioso nombre de cristianos viven separados de esta sede apostólica, y, tal vez, al escuchar la voz del divino pastor, se aproximen a la única Iglesia de Cristo”. La católica, claro. Más claro, agua.
Cuando el Papa Juan Pablo II llegó a El Salvador en febrero de 1993, el arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz, lo recibió con estas palabras: “Hay que pedir a todos los que se han separado del romano pontífice que regresen a él. Ahora hay muchos que se dicen cristianos. Eso es un escándalo para el mundo, cuando Jesucristo fundó una sola Iglesia”. Repetimos: la católica, claro. Juan Pablo II, presente y oyente aprobó y aplaudió.
El programa de la Semana de Oración para la Unidad de los Cristianos preparado por los obispos españoles en enero de 1996 contenía esta declaración: “San Pedro murió en Roma, pasando su primacía, que habría de permanecer en el gobierno de la Iglesia, a sus sucesores, los obispos de Roma. Por tanto la unidad de los hombres y los cristianos en la Iglesia de Cristo implica la comunión de todos entre sí y con el Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, vicario de Cristo”. ¿Se entiende lo que dice y lo que quiere decir la cúpula de la Iglesia católica referente al ecumenismo?
Pues Roma no ha cedido un ápice en sus intenciones y pretensiones.
Estas son palabras de ayer mismo pronunciadas por el secretario pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, obispo Brian Farrell, en la entrevista ya mencionada concedida a la periodista Marta Lago: “La Iglesia católica tiene una responsabilidad particular, no sólo porque es la más numerosa, sino porque en el centro del ministerio y del testimonio del Sucesor de Pedro está la búsqueda de la unidad”.
En el artículo ya citado publicado en el L´OSSERVATORE ROMANO el pasado 22 de enero, el Papa actual recordaba esta afirmación del Concilio Vaticano II: “El santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Cristo excede las fuerzas humanas”.
El Vaticano siempre ha entendido el ecumenismo desde una perspectiva histórica. Para la Iglesia católica, los protestantes se separaron de ella en el siglo XVI y a ella han de volver. Para la mentalidad protestante el problema tiene dimensiones espirituales y teológicas. La que hoy se autodenomina Iglesia católica se ha separado de los principios doctrinales del Nuevo Testamento y a ellos ha de volver. El Vaticano quiere que los protestantes regresemos al siglo XVI. Nosotros queremos que los católicos retrocedan al primer siglo. Allí, sí, allí, en Cristo, es posible el abrazo y la unidad.
Mientras tanto, todo quedará en palabras huecas. En la página 15 del L´OSSERVATORE ROMANO varias veces citado en este editorial, se imprime una fotografía de Benedicto XVI ante una estatua de mujer, con esta leyenda: “El Papa bendice la estatua de santa Rafaela del Sagrado corazón”. Eso es lo que pretende el Vaticano: que todos los protestantes peregrinemos a la basílica vaticana, donde se encuentra la imagen y nos arrodillemos ante la estatua de santa Rafaela.

J. A. Monroy es escritor y conferenciante internacional.

Fuente: © J.A. Monroy, ProtestanteDigital.com (España, 2010).

viernes, 19 de febrero de 2010

Ecumenismo y Babel

Por la Dirección de Protestante Digital, España*

El Cardenal Kasper, sin duda en el mejor ejercicio de su buena fe, ha propuesto la creación de un catecismo ecuménico como base para avanzar en el diálogo entre confesiones cristianas. Sin embargo, esa base que se quiere poner es perpetuar la ceremonia de la confusión en que se ha convertido el diálogo ecuménico actual. Siempre hablando desde nuestra perspectiva, parece que el ecumenismo institucional católico-protestante es más importante que la auténtica unidad. Como si el matrimonio fuese más importante que el amor.
Así, algunas iglesias e instituciones evangélicas –generalmente las de mayor corte conservador o liberal- se abrazan a un ecumenismo con la Iglesia católica vacío y difuso. Unos porque confunden moral con fe, y otros porque como no creen en casi nada, les da igual seguir sin creer junto a la Iglesia de Roma.
En ambos casos, lo que se produce no es la unidad, sino la mezcla.
La fe evangélica no ha cambiado en lo esencial nada desde la Reforma protestante, como no había cambiado nada desde el mensaje de Jesús hasta el siglo XVI, a pesar de las enormes distorsiones realizadas por el Magisterio y el Dogma católicos. Tampoco ha cambiado en lo esencial en la Iglesia de Roma desde la Reforma hasta ahora, salvo en lo que se refiere a una relación que ha pasado de las hogueras al respeto a los derechos humanos (con mayor o menor educación, eso si es cierto). Por lo tanto el ecumenismo católico-protestante en nada ha variado en cuanto a lo que a las bases fundamentales de la doctrina cristiana se refiere. Y vamos a aspectos prácticos. A uno fundamentalmente. Porque es cierto que la Biblia es (casi) la misma (los apócrifos católicos no son esenciales en nada, de ahí que son apócrifos). Y también que la doctrina sobre Jesús es (casi) la misma.
¿Dónde está la gran diferencia? En el concepto de Iglesia. A todo lo que pongamos como común, hay que añadir un “y”. La Biblia y la Iglesia católica. Jesús y la Iglesia católica. La Iglesia católica es siempre la administradora, la conocedora, la transmisora de lo que dice la Biblia y del mensaje y la obra de Jesús. Recuerda aquella lista de Los diez mandamientos sobre El Jefe que cuelga de muchas oficinas. Primero: el Jefe siempre tiene razón. Segundo: en caso de que el Jefe se equivoque, aplicar el primer mandamiento. Es imposible el diálogo y el encuentro salvo someterse siempre a la autoridad infalible del Jefe. ¿Les suena? Pero si férrea y monolítica es la idea de Iglesia católica, además choca de frente con el concepto evangélico o protestante (el genuino, no el de las anécdotas).
Para el protestantismo la Iglesia es la que forman todos los creyentes en Jesús. Que no son todos los que están en las Iglesias evangélicas, ya que tener una cultura evangélica, o una filosofía evangélica, o incluso una moral evangélica, de nada valen si no se cree y confía realmente en Jesús (aunque creer en El derivará progresivamente en lo demás, pero no a la inversa). Es más, ¿es posible creer en el Jesús de la Biblia estando en la Iglesia católica? La respuesta es que sí, a pesar de las doctrinas terriblemente deformadas de la teología de Roma. Precisamente porque el Jesús de la Biblia y su mensaje, pese a todo, está en el catolicismo al alcance de quien busca la verdad. Pero por todo lo expuesto lo que es imposible es buscar un encuentro entre Iglesia católica e Iglesia(s) protestante(s). Es querer mezclar ambas realidades, que viven en diferentes planos y con conceptos radicalmente opuestos.
Precisamente la torre de Babel se construyó para querer llegar hasta Dios, y Dios confundió sus lenguas de manera que no se entendían y no pudieron seguir su obra. Para nosotros este esfuerzo humano ecuménico de querer producir artificialmente la unidad que sólo viene de Dios es una torre similar. Curiosamente en otro instante como Pentecostés en el que unos hombres, que sólo sabían que seguían al Jesús resucitado, hablaban lenguas extrañas pero todos ellos glorificaban a Jesús, se estaba produciendo la unidad del Espíritu. El esfuerzo ecuménico institucional, queriendo edificar una torre de unidad es un esfuerzo humano inútil, y que sólo lleva a la confusión y la esterilidad. Seguir al Jesús del Evangelio, caminar en las circunstancias personales a veces confusas del pluralismo y la multiculturalidad, puede sin embargo ser el camino personal del auténtico ecumenismo. Es el que practican, por ejemplo, pueblos tan distintos como gitanos y «payos» en la fe evangélica, y que resulta en una unidad visible que suena extraña a quienes son ajenos, pero muy clara a quienes la vivimos.
MÁS INFORMACIÓN
NOTICIA: El Cardenal Kasper propone redactar un «catecismo ecuménico»

*Redacción es la Dirección de Protestante Digital

Fuente: © Protestante Digital, 2010, España.