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martes, 15 de noviembre de 2011

“LOS EXHIBIÓ PÚBLICAMENTE EN LA CRUZ…”

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
…y despojando (apekdysámenos) a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente (edeigmátisen en parresía), triunfando sobre ellos (thriambeúsas) en la cruz.
Colosenses 2.15, RVR 1960
1. Los “principados y potestades”, factor importante a considerar
La reiterada mención paulina de los “principados y potestades” inicia con un pasaje que subraya la importancia que otorgaba a estas realidades en relación con la fe que él tenía en Cristo. Se trata de Romanos 8.38-39, en donde afirma tajantemente que ninguna cosa puede apartar al creyente “del amor de Dios que es en Cristo Jesús”. En la lista, que incluye a la muerte, la vida, los ángeles, lo presente, lo por venir, lo alto y lo profundo, los principados y potestades también son considerados un factor entre ellos. El teólogo reformado Hendrikus Berkhof subraya que “la secuencia es de lo más notable” y que “Pablo se refiere a un número de realidades que son parte de nuestra existencia terrenal y cuyo papel es uno de dominio”.[1] Según esto, el apóstol insiste en que estas potestades son capaces de condicionar la vida terrenal y que no se trata sólo de entidades meramente espirituales o abstractas.
La vida humana siempre está condicionada y muchas cosas pueden condicionar también el compromiso de los creyentes con Cristo hasta conseguir que se ponga en entredicho. Combinando este pasaje con las advertencias y señalamientos de Colosenses 2.8ss, Berkhof resume:
Pablo observa que la vida es gobernada por una serie de poderes. Habla del tiempo (lo presente y lo por venir), de espacio (lo alto, lo profundo), de la vida y la muerte, de política y filosofía, de la opinión pública y de la ley judía, de tradiciones piadosas y del curso fatal de las estrellas. Apartado de Cristo, el hombre está a la merced de estos poderes. Ellos circundan, llevan y guían su vida. Las demandas del presente, el temor por el futuro, el Estado y la sociedad, la vida, la muerte, la tradición y la moralidad ─todas estas cosas son nuestros “tutores y cuidadores”, las fuerzas que unifican el mundo y la vida de los hombres y que los protegen del caos.[2]
Las siguientes dos menciones aparecen en I Cor 2.8 y 15.24-26. En la primera hay una acusación directa hacia “los príncipes de este siglo” (arjóntos tou aionos), idénticos a las potestades, quienes “crucificaron al Señor de la gloria” como parte de una confrontación directa, “de poder a poder” con Dios. “En y detrás de estas autoridades visibles Pablo puede ver poderes superiores en acción”.[3] En la segunda, en alusión expresa al salmo 110, el apóstol afirma que el reino de Dios y de su Hijo se establecerá como resultado de un conflicto que “suprimirá a todo dominio, autoridad y potencia (jótan katargése pasan arjén kai pasan exousian kai dúnamin)”. Se insiste en la supresión y no en un proceso de continuidad natural o de identificación con algún régimen histórico: el Reino de Dios es una realidad y una esperanza que se sitúa más allá de los esfuerzos humanos por conseguir mejores situaciones de vida, algo que se coloca en situaciones sociales y políticas condicionadas por ideologías, partidismos e intereses muy determinados. Las potestades espirituales, enunciadas desde esta percepción teológica, participan en estos procesos a contracorriente de los designios divinos y en un “bando opuesto” a las directrices divinas y a las acciones salvíficas realizadas en Cristo. Es decir, estamos ante las fuerzas empeñadas en establecer el “anti-reino” en el mundo.

2. La exhibición pública de las potestades en la cruz

En Colosenses 2, los efectos de la muerte de Jesús en la cruz son presentados en el marco de la anulación del decreto divino contra el pecado humano, cuya “acta” (jeirógrafon) fue clavada en la cruz con Cristo para quitarla de en medio (v.14). Ese momento climático, cuando Jesús estuvo en la cruz, representó el triunfo definitivo e irreversible sobre las potestades que se oponen a los planes redentores de Dios. La Traducción en Lenguaje Actual vierte así el v. 15: “Dios les quitó el poder a los espíritus que tienen autoridad, y por medio de Cristo los humilló delante de todos, al pasearlos como prisioneros en su desfile victorioso”. Los “rudimentos del mundo” (stoijeia), entre los que están las potestades, ya no pueden dominar la vida de los seguidores/as de Jesús, por lo que esta lectura político-espiritual de su cruz y muerte apunta hacia una teología del establecimiento del triunfo de los proyectos divinos de vida sobre los planes de muerte, vigentes aún, de las potestades terrenales y espirituales contrarias la voluntad del Creador y Redentor, presentes en las estructuras cósmicas e históricas que dominan sobre la existencia de millones de personas:
Los poderes gobiernan la vida humana fuera de Cristo. Se manifiestan en tradiciones humanas (v. 8), en la opinión pública que amenaza seducir a los cristianos en Colosas para que se aparten de Cristo. Se manifiestan en la observancia cuidadosa y timorata de requerimientos sobre abstinencia de comida y bebida, o días de fiesta (vv. 16-20). Todo esto puede resumirse “en mandamientos y doctrinas de hombres”. Los “poderes mundiales” bajo los cuales la humanidad languidece, y bajo los cuales los colosenses están en peligro de volver a ser sujetos son definitivamente reglamentos religiosos y éticos […] En el v. 14 se habla de estas estructuras como la forma en que estos principados y potestades gobiernan sobre los hombres, o más bien los poderes son las estructuras. El punto principal es que Cristo por medio de su cruz ha desenmascarado y desarmado la autoridad casi divina de estas estructuras.[4]
En la cruz, Jesús luchó y venció a estos dominios político-espirituales a los que la imaginación popular identifica con “ángeles caídos” o espíritus malignos que desafían su condición de criaturas para oponerse a los designios de Dios. En la cruz, afirma Pablo, los poderes mostraron su fiereza y potencial destructivo. Allí salió a la luz la fuerza con que intentaron impedir la redención, pues por definición se oponen a que triunfe el amor y la justicia. “Antes de esto habían sido aceptados como las realidades más básicas y últimas, como los dioses del mundo. […] Ahora que el verdadero Dios aparece en Cristo sobre la tierra, viene a ser aparente que los poderes son hostiles a Dios, actuando, no como sus instrumentos sino como sus adversarios”.[5] Los instrumentos humanos y sobrehumanos al servicio de esta enemistad han sido vencidos de una vez y para siempre en la cruz de Jesús. Esos poderes no gobiernan el mundo, aunque visiblemente pueda parecerlo: la cruz los desarmó e inhabilitó para siempre. Ésa es la realidad más grande para la fe cristiana y hay que asumirla no con triunfalismo, sino con una responsabilidad activa en la promoción de la venida del Reino de Dios.


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[1] H. Berkhof, Cristo y los poderes. Grand Rapids, TELL, 1985, pp. 21-22.
[2] Ibid., p. 26.
[3] Ibid., p. 23.
[4] Ibid., p. 24. Énfasis agregado.
[5] Ibid., p. 43.

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