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viernes, 29 de julio de 2016

Protestantismo latinoamericano analiza su pasado y futuro



Por. Samuel Escobar, España
Los núcleos de la región Norteamérica de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL) se reunieron para una consulta teológica en Wheaton del 30 de junio al 2 de julio.
La reunión giró alrededor de la temática del histórico congreso de iglesias y organizaciones misioneras protestantes que se realizó en Panamá en 1916, en lo que se considera como el primer gran encuentro de protestantes latinoamericanos en el siglo XX.
Se trataba de celebrar dicho congreso y revisar el impacto histórico que tuvo y sus repercusiones en la historia del protestantismo latinoamericano, visto con la perspectiva de un siglo.
Se consideró también la significación de dicho evento para el futuro, ahora que el pueblo evangélico de América Latina está participando en la misión global con el envío de misioneras y misioneros a otras partes del mundo.
Participaron 8 mujeres y 28 varones, representando a los núcleos de Chicago, Cleveland/Chattanooga, Los Ángeles, Miami y Phoenix, la mayoría de los cuales tienen una larga trayectoria en la FTL. Se unieron a ellos dos miembros de la FTL de otras regiones: Samuel Escobar que vive en España y Tomás Gutiérrez del Perú.
En la buena tradición de la FTL, las ponencias fueron preparadas de antemano y circuladas para su consideración previa a la consulta, lo cual facilitó la reflexión colectiva y la redacción de conclusiones.
Escobar ofreció una breve referencia misionológicaa la conferencia misionera protestante de Edimburgo 1910, en la cual por influencia anglo-católica no se permitió la participación de misiones que trabajaban en países considerados cristianos como los de América Latina, católicos, o los de Europa oriental, ortodoxos.
El esfuerzo por corregir tamaño error histórico se manifestó en la convocación del Congreso de Panamá, como expuso Juan Martínez del Seminario Fuller en el análisis histórico de su ponencia: Panamá 1916 - Sus raíces y sus frutos en el mundo evangélico,comentada por Lindy Scott del WithworthCollege.
Pasado y presente fueron objeto de la reflexión en dos ponencias, la de Samuel Pagán, biblista y profesor del Centro de Estudios Bíblicos en Jerusalén :Panamá 1916 y 2016: Lecturas, comprensiones y aplicaciones del mensaje de la Biblia,y la del historiador Tomás Gutiérrez Sánchez, Protestantismo y democracia en América Latina: La incidencia del congreso de Panamá en las sociedades latinoamericana scomentada por Oscar García-Johnson del Seminario Fuller.
La mirada se dirigió al futuro en dos ponencias. La de Alexandra Zamora, promotora de misiones y organizadora de la consulta :El rostro del mundo misionero tiene rasgos latinos, comentada por Wilmer Estrada-Carrasquillo del Seminario Bíblico Pentecostal en Cleveland Tennessee y por Sídney Rooy, historiador y uno de los fundadores de la FTL.
Zamora examinó la realidad de la presencia latinoamericana en las misiones a nivel global y el desafío que se presenta a los evangélicos de habla hispana en Norteamérica.
Por su parte Elizabeth Conde-Frazier, Decana Académica en Esperanza College de Filadelfia, expuso su ponencia: La misión evangelizadora de la educación cristiana, que fue comentada por Gretchen Abernathy, quien colabora en la publicación dela revista semestral de la FTL en inglés Journal of LatinAmerica Theology, que dirige Lindy Scott.
Durante la reflexión en las plenarias y en pequeños grupos un tema que se fue imponiendo fue el de la identidad del protestantismo latinoamericano y en particular la del pueblo evangélico de habla hispana en Norteamérica.
Este tema tiene particular importancia cuando se piensa en la vocación específica de la FTL en Estados Unidos, donde los hispanos constituyen una minoría creciente con su problemática misional y pastoral inconfundible.
Los asistentes constituídos en Asamblea decidieron pedir a Alexandra Zamora que continuase como Secretaria Regional de la FTLy encargar la publicación de los materiales de la consulta en castellano a Oscar García-Johnson y Juan Martínez, esperando que el Journal de la FTL las publique en inglés.
En un momento culminante de la consulta los pastores Silvina y Javier Kosacki dirigieron la celebración de la cena del Señor al son de música latinoamericana.

Fuente: Protestantedigital, 2016

jueves, 28 de julio de 2016

Corrupción: panorama en América Latina



Por. Carlos Martínez García, México
Sí, la corrupción mata. Deforma y destruye con distintos ritmos a personas, grupos y naciones. En América Latina tenemos un caudal de evidencias históricas, herencias estructurales y datos estadísticos que muestran nítidamente por todo nuestro Continente los estragos sociales y económicos causados por prácticas corruptas en distintos gobiernos de las más diversas orientaciones políticas.
La forma en que la actual Latinoamérica fue obligada a integrarse en el sistema económico del siglo XVI configuró una estructura socioeconómica que pervivió mucho más allá del régimen colonial impuesto por España y Portugal. Estas dos naciones, potencias militares en aquel entonces, dominaron enormes extensiones de territorios allende sus fronteras, pero no tenían el control sobre cómo se estaba conformando y globalizando la economía planetaria. En una obra clásica, Stanley J. y Barbara H. Stein, sintetizaron bien la paradoja de los dos principales países de la Península Ibérica:
En 1492, España y Portugal eran dependencias económicas de Europa y, a pesar del surgimiento de sus imperios ultramarinos en el siglo XVI y del control que ejercieron sobre esas regiones hasta alrededor de 1824, siguieron siendo dependientes, Este anómalo status de colonia e imperio determinó la historia de los países ibéricos y de sus posesiones coloniales. Condicionó la sociedad, la economía y la política coloniales y también el curso de la historia latinoamericana hasta los tiempos modernos.1
El régimen colonial dejó herencias malditas en los países sojuzgados, entre ellas sociedades estratificadas y excluyentes, en las que todo beneficiaba a los colonizadores europeos y a sus descendientes en estas tierras. En sentido contrario, el sistema estaba diseñado para explotar intensivamente a la población indígena, y cuando está fue insuficiente, a los esclavos africanos traídos al Nuevo Mundo en condiciones infrahumanas. Otra de las herencias fue la de concebir los puestos de servicio público y nombramientos políticos como espacios para el enriquecimiento personal y familiar.
Quienes llegaron a nuestro Continente procedentes de España y Portugal con designaciones reales para emprender aquí actividades político/administrativas y/o empresariales, debieron comprar su nombramiento a la Corona respectiva. La inversión era recuperada con creces, mediante expoliación brutal de la mano de obra a su servicio y a través de prácticas corruptas que dejaron escuela en la conformación de las sociedades latinoamericanas.
Al consumarse la independencia política de España y Portugal, cada nueva nación latinoamericana prosiguió con el modelo económico supeditado al dominio externo. Los tres siglos de Colonia dejaron estragos culturales por la cerrazón a que en Amerindia se expresaran ideas distintas a las permitidas oficialmente. La Santa Inquisición se encargó de hacer efectiva la pedagogía del terror, consistente en infundir miedo a la población con el fin de que no se dejara seducir por herejías.
La por Carlos Monsiváis llamada “aduana de las ideas”, nos refundió en el oscurantismo, y con ello el proceso democratizador, uno de cuyos componentes es el ejercicio de la crítica, se postergó con graves consecuencias sociales y educativas para los pueblos. Fue así que “las aduanas de toda índole del virreinato desvinculan a la Nueva España de los avances de las metrópolis y gracias a eso la Ilustración no sucede en México”.2
Las independencias nacionales, en general, cambiaron la dependencia política de España y Portugal pero hubo línea de continuidad con el modelo económico y la forma de ejercer el poder político. Económicamente las élites criollas reforzaron las estructuras que les enriquecían a costa del trabajo cautivo de millones de seres humanos. En cuanto a la administración de lo público, lo importante era mantener buenas redes con el centro de poder, o sus representantes locales, a quienes se les debía el nombramiento y por consecuencia lealtad irrestricta, en detrimento de ejercer el cargo público para beneficio de hombres y mujeres de estas tierras.
En la Nueva España, el rey ejercía el control de sus vasallos desde la Península, a través de una extensa red de instancias burocráticas formada por un ejército de funcionarios con facultades delegadas, que abarcaba desde el virrey y la Audiencia, hasta los alcaldes de los pueblos. En una estructura de gobierno semejante, la adquisición y conservación de los cargos en la administración pública dependía de la reputación y de las buenas relaciones que se tuvieran en la capital, comúnmente llamada “corte”. Por ello la búsqueda de vínculos favorables multiplicó las cadenas de patronazgo y clientelismo en la ciudad de México, y a su imagen, en las principales ciudades del virreinato.3
Los regímenes surgidos de los movimientos independentistas resultaron igual o más corruptos que el dominio colonial español y portugués. De nueva cuenta los pueblos de los países nacientes fueron testigos de cómo las élites medraban los recursos públicos, continuando con prácticas culturales que se internalizaron no solamente en las cúpulas políticas y económicas sino también se filtraron al resto de la sociedad.
Las independencias nacionales del siglo XIX, y los movimientos sociales revolucionarios que acontecieron durante el siglo XX en distintos momentos y naciones, prometieron construir nuevas bases para la transformación de las estructuras corporativistas y clientelares, para, en su lugar mejorar los niveles de vida de la población al desterrar, entre otros elementos, el caudal de corruptelas de quienes los citados movimientos combatieron.
El caso mexicano es ilustrativo de cómo desde el poder, supuestamente revolucionario, se siguió una política en la cual la corrupción era un elemento central. El general Álvaro Obregón, presidente del país de 1920 a 1924, acuñó una frase de realpolitik que resumía la forma y fondo de cómo cooptaba a los generales de las otras facciones revolucionarias que le disputaban el poder. Ante la sublevación consideraba que la mejor arma era el soborno: “No hay general que resista un cañonazo de 50 mil pesos”.
Por toda América Latina quienes sostenían los ideales revolucionarios, de transformación social y económica sucumbieron ante cañonazos como los pregonados por el general Obregón. La corrupción mostró su poder corrosivo de ideales y potenció el síndrome de Sísifo, consistente en una y otra vez trabajosamente empujar una voluminosa y pesada piedra hacia la cima de la montaña, y cuando estaba a punto de lograrse el objetivo perder las fuerzas y ver desolado cómo la piedra rodaba en cada ocasión cuesta abajo.
Estadísticas y un amplio número de investigaciones han mostrado el escalofriante costo de la corrupción en cada país de América Latina, así como en lo que podría haberse invertido y el bienestar que un gasto público bien orientado habría traído en creación de infraestructura y servicios sociales. Periódicamente Transparencia Internacional publica el índice de percepción de corrupción por país, y en la medición las naciones latinoamericanas, con escasas excepciones, tienen números que reflejan alta corrupción.4
Los indicadores económicos, el porcentaje del Producto Interno Bruto que se va por la cañería de la corrupción, el enriquecimiento multi millonario de los beneficiarios del sistema de sobornos, coimas, cochupos, cohechos (y tantas otras palabras que describen la práctica cotidiana de la corrupción), son números que podemos conocer y ayudan a dimensionar el tamaño del monstruo que a diario da tarascadas al bienestar de los latinoamericanos.
Notas bibliográficas
1.Stanley J, y Barbara H. Stein, La herencia colonial de América Latina, Siglo XXI Editores, México, 1970, p. 7.
2. Carlos Monsiváis, “Notas sobre el destino (a fin de cuentas, venturoso) del laicismo en México”, Fractal, número 26, julio-septiembre 2002. Está disponible en línea (http://www.mxfractal.org/F26monsivais.html).
3. Salvador Cárdenas Gutiérrez, “La lucha contra la corrupción en la Nueva España según la visión de los neoestoicos”, Historia Mexicana, vol. LV, núm. 3, enero-marzo 2006, p. 720.  

Fuente: Protestantedigital, 2016

miércoles, 27 de julio de 2016

Teología bajo persecución: el caso de Baltasar Hubmaier



Por. Carlos Martínez García, México
Hubmaier era párroco católico romano en Waldshut (ciudad austriaca en la frontera con Suiza1), cuando inició su inclinación hacia el anabautismo. Doctor en teología, sería uno de los pocos líderes anabautistas con alta preparación académica.
Nació en 1480 o 1481, en Friburgo, Alemania. Recibió su doctorado en teología el 29 de septiembre de 1512.2
A partir de la Pascua de 1515 tuvo a su cargo la vicerrectoría de la Universidad de Ingolstadt, en la que estuvo menos de un año porque el 25 de enero de 1516 aceptó ser el predicador principal de la nueva Catedral de Regensburgo.3 Permaneció por cinco años en la ciudad, durante los cuales alcanzó fama entre el pueblo como un gran predicador. Fue parte importante del movimiento anti judío que se desató en Regensburgo, predicaba ante grandes audiencias de peregrinos en una capilla que se levantó en un terreno antes ocupado por una sinagoga. A finales de 1520, Hubmaier salió de Regensburgo para dirigirse a Waldshut.4
Hacia la primavera de 1523 inicia contactos con el reformador de Zúrich, Ulrico Zwinglio, y Ecolampadio que estaba en Basilea. El trato con ellos y la lectura constante de la Biblia que había iniciado meses antes le llevaron a poner en práctica cambios eclesiásticos y litúrgicos en Waldshut. Participó en la Segunda Disputa de Zúrich, octubre de 1523, en la que apoyó a Zwinglio sobre la “falta de apoyo bíblico para el bautismo de infantes”.5
En marzo de 1528, Hubmaier redactó 18 artículos (tesis para el debate) e invitó a clérigos de Waldshut a dialogar sobre sus propuestas bíblico/teológicas. Marcó su distancia con la Iglesia católica, hizo eco a las posturas de Zwinglio. En mayo del mismo año las tesis de Hubmaier fueron impresas y comenzaron a circular con cierta amplitud. En la última línea escribió una frase que llegó a ser su lema: “La verdad es inmortal”.6
En las postrimerías de 1524 Baltasar Hubmaier dio pasos firmes en su alejamiento del catolicismo romano: retiró de la capilla en la que predicaba cuadros e imágenes, contrajo matrimonio con Elizabeth Hügline. Presiones de Fernando I al Concejo de Waldshut para que dejara de apoyar la reforma de Hubmaier, resultaron en la salida del personaje, quien tuvo que refugiarse en Schaffhausen a partir del 1 de septiembre de 1524. Bajo persecución escribió en septiembre/octubre de 1524 el tratadito Sobre los herejes y quienes los queman, probablemente el “primer texto de la Reforma dirigido específicamente al tema de la libertad de disentir”.7
Por una carta que le escribió a Ecolampadio se sabe que estaba en franco camino hacia posiciones anabautistas. En la misiva del 16 de enero de 1525, Hubmaier daba a conocer que enseñaba públicamente “que los niños no deben ser bautizados. ¿Por qué hemos estado bautizando a los niños? El bautismo, dicen ellos [Zwinglio y León Jud], es un mero signo [de inclusión en la alianza]. ¿A qué tanto afanarse por un signo? Ciertamente el bautismo es un signo y un símbolo, instituido por Cristo con estas palabras augustas, preñadas de sentido: ‘En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo’ [Mateo 28:19]. Todos cuantos atenúan ese signo, o de cualquier otra manera hacen mal uso de él, están haciendo violencia a las palabras de Cristo pronunciadas en el momento de instituir esta acción simbólica, puesto que el significado de ese signo y de ese símbolo es un compromiso mediante el cual se obliga uno para con Dios, bajo el impulso de la fe, y en la esperanza de la resurrección a una vida futura, de manera que la acción interior no debe llevarse a cabo con menos seriedad que el signo exterior. Este significado no tiene nada que ver con los niños recién nacidos; por lo tanto, el bautismo de los infantes no tiene realidad alguna […] En vez de celebrar el bautismo [de infantes], hago que los fieles se congreguen en la iglesia y que los padres presenten al niño, y explico en alemán el Evangelio”.8
En su respuesta Ecolampadio externó desacuerdo con las enseñanzas de Hubmaier. Éste dio un paso decisivo con el bautismo de creyentes cuando lo recibió a manos de Guillermo Reublin, quien llevó noticias a Waldshut de lo acontecido en Zúrich unos cuantos días después del día en que Hubmaier había escrito la carta que he mencionado. Reublin formó parte de los discípulos de Zwinglio, entre ellos estaban Conrado Grebel y Félix Mantz, que tuvieron discrepancias con su mentor sobre el bautismo de infantes y la simbiosis Estado-Iglesia en Zúrich. La ruptura con Zwinglio tuvo un punto de quiebre el 21 de enero de 1525, cuando Grebel, Mantz y Jorge Cajacob, entre otros, llevaron a cabo el bautismo de creyentes, iniciando así las congregaciones anabautistas.
Reublin bautizó en Waldshut a Baltasar Hubmaier y otras sesenta personas el 16 de abril de 1525 (domingo de Resurrección).9 El anabautismo tuvo un importante número de integrantes en Waldshut. Días después de haber sido bautizado por Reublin, Hubmaier impartió el bautismo a más de trescientas personas.
Aunque Hubmaier, como anota John Howard Yoder,10 produjo una obra numerosa y sobre distintos aspectos de la vida cristiana, “su preocupación principal […] fue el del orden de una iglesia renovada: bautismo, santa cena, catequesis, disciplina”. Éste interés en los mencionados tópicos lo muestra nítidamente en Suma de la vida cristiana, “fue escrito a fines de 1525. Representa así la primera expresión de Hubmaier como anabautista y, por lo tanto, el primer texto impreso de todo el anabautismo”.11
El escrito de Baltasar Hubmaier fue dirigido a tres iglesias, localizadas en Ratisbona, Ingolstadt y Friburgo. Lo inició reconociendo que antes, como sacerdote católico, había tenido una vida disoluta y enseñado una “doctrina falsa, sin fundamento e impía”. Confesaba que “como Pablo, haberlo hecho por ignorancia”. Había dejado atrás todo lo que consideraba falso y con nuevas convicciones procedió a elaborar un resumen de lo que implicaba ser cristiano.
Como los anabautistas de Zúrich, con quienes mantenía contacto y conversaciones, Hubmaier consideraba esencial tener en claro que el seguimiento de Cristo iniciaba con la conversión. Las personas no nacían cristianas, sino que debían decidir en algún momento seguir o no el Evangelio proclamado por Jesús. La conversión implicaba comprender que antes de la misma habían tenido lugar seguimiento de ideas y prácticas distintas a los principios normados por Jesucristo para quienes querían ser sus discípulos.
Después de renunciar a la antigua vida y nacer a una nueva en Cristo, argumentaba Hubmaier, correspondía dar testimonio público de la conversión. La demostración del cambio interno, espiritual, debía hacerse mediante el bautismo de creyentes, por lo que el converso/conversa “se hace bautizar con el aguan exterior, con lo cual da público testimonio de su fe e intención: de que cree que tiene un Dios y Padre clemente, benigno y misericordioso, en el cielo, a través de Jesucristo; de que está conforme y satisfecho con eso; de que se ha propuesto y se ha comprometido ya interiormente a enmendar y perfeccionar su vida en adelante”.
La confesión de compromiso con una nueva vida y recibir el bautismo debían tener lugar para Hubmaier en una comunidad de creyentes. La decisión personal no era individualista y sin conexiones con otros/otras que habían tomado el mismo compromiso, sino un acto libre que marcaba el inicio del caminar colectivo con quienes sostenían la convicción de seguir a Cristo en los términos propuestos por él.
Ya que Jesús había instituido también la conocida como Última Cena, Hubmaier instaba a sus destinatarios para que examinaran el significado de esta ordenanza. El propósito era, subrayaba, recordar lo realizado por Jesús en su ministerio. Frente a quienes sostenían que en la Cena del Señor celebrada en las comunidades cristianas acontecía la transubstanciación o consubstanciación, Baltasar Hubmaier afirmaba “que el pan no es el cuerpo de Cristo sino una rememoración del mismo. De igual manera, el vino no es la sangre de Cristo, sino también un recuerdo de que él derramo su sangre y la repartió en la cruz para lavar los pecados de todos los fieles”.
La comunidad de fe, a la que se ingresaba voluntariamente y en la cual la norma era la ética de Cristo, debía contrastar con la sociedad en que estaba inmersa. Por ello para los anabautistas, y por ser uno de ellos para Hubmaier, un resultado del compromiso radical con el Evangelio era “la persecución, la cruz y todas las tribulaciones en el mundo, a causa del Evangelio porque el mundo odia la luz y ama las tinieblas”.
Antes de identificarse con el anabautismo Hubmaier simpatizó con las propuestas de los campesinos por ir más allá de una reforma religiosa y hacer también la reforma de la sociedad en lo político y lo económico. Como se sabe, la Guerra de los Campesinos (1524-1525) terminó trágicamente y a favor de las autoridades gubernamentales que reprimieron bárbaramente a los participantes en el movimiento. Hubmaier, en su pastorado en Waldshut, impulsó reformas sociales y algunos anabautistas de esta ciudad hicieron alianza con los campesinos sublevados.12
Entre los bautizados por Hubmaier en Waldshut estuvo la mayoría de la población, incluso varios integrantes del Concejo de la ciudad. Entonces Waldshut llegó a ser conocida como una ciudad anabautista.13 A diferencia del grupo anabautista de Zúrich, liderado por Conrado Grebel y Félix Mantz, comprometido con el pacifismo, Baltasar Hubmaier apoyó la participación de ciudadanos de Waldshut en la Guerra de los Campesinos. Dejó constancia de su desacuerdo con la vía impulsada por los anabautistas de Zúrich en un escrito titulado Sobre la espada (24 de junio de 1527).14 Este escrito de Hubmaier en el que concuerda en el uso de la espada para defender causas justas, es el único en el anabautismo inicial que propuso tal posibilidad.15
Baltasar Hubmaier, confiado en lo alcanzado en Waldshut, buscó extender los principios anabautistas hacia otras ciudades cercanas. Por ello escribió al reformador de Zúrich, Ulrico Zwinglio, retándole a un debate entre ambos. Esta acción de Hubmaier muestra que o conocía escasamente lo sucedido con los anabautistas en Zúrich o eran muchas sus esperanzas de que el ayuntamiento de esa ciudad obligara a Zwinglio para que debatiera con él. Las autoridades de Zúrich habían decretado que sus ciudadanos comprometidos con el anabautismo fueran encarcelados, y los extranjeros involucrados en la causa fueron expulsados, como en el caso de Guillermo Reublin.
Waldshut cayó en manos de las tropas imperiales y Hubmaier anduvo peregrinando por varias partes hasta encontrar refugio en Nicholsburg (Moravia), a donde también llegaron otros anabautistas huyendo de sus perseguidores. Hubmaier se instaló en Nicholsburg en julio de 1526, y tras unos meses logró que la ciudad orientada hacia principios reformados zwinglianos se transformara en bastión anabautista. Bautizó a cerca de dos mil personas, entre ellas al gobernante de la población, Leonhard von Liechtenstein.16
En julio de 1527 Baltasar Hubmaier fue arrestado por autoridades católicas austriacas, juzgado y condenado a muerte fue llevado a la hoguera en Viena el 10 de marzo de 1528. En Sobre los herejes y quienes los queman, Hubmaier había escrito que la fe no puede ser impuesta ni condenado a muerte quien no comparte la fe oficial de un determinado territorio: “Quemar a un hereje es aparentemente confesar a Cristo (Tito 1). Pero en realidad es negarlo y ser más detestable que Joacim, rey de Judá (Jeremías 36)”.17 Tres días después Elisabeth, su esposa, fue ahogada por los verdugos en el río Danubio.
Habían pasado tres décadas y media de la ejecución de Hubmaier cuando el Índice de libros prohibidos por el Concilio de Trento lo condenó a él y a sus escritos y prohibió su lectura. La prohibición fue reforzada, cincuenta y seis años después, en el Índice de libros vedados por la Inquisición española, el que se aplicó rigurosamente en la Nueva España (México).18 Aquí llegó el conocimiento de Hubmaier mediante sus perseguidores, cuando lo catalogaron en la lista de los que consideraban herejes.
En el siglo XVI la reacción de la Iglesia católica romana contra los movimientos de las distintas reformas tuvo lugar en variadas formas. Una de éstas fue proscribir la circulación y lectura de literatura considerada herética por los censores de la mencionada institución religiosa.
En 1520 fueron vetadas oficialmente por Roma las 95 tesis contra las indulgencias de Martín Lutero. La censura católica arreció y el Concilio de Trento (1545-1563) publicó un Índice de diez reglas que debían cumplirse para evitar que fuesen leídas obras contrarias a los dogmas aceptados por Roma.
En el Índice tridentino se estableció (Regla I) la prohibición contra “todos los libros que los sumos Pontífices o los Concilios Ecuménicos censuraron antes del año de 1515”. La Regla II proscribía “completamente los libros que existan de los heresiarcas, tanto los que después de dicho año inventaron o renovaron herejías, como de quienes fueron guías de herejes, o de quienes son o fueron jefes, como Lutero, Zwinglio, Calvino, Baltasar Hubmaier, Schwenckfeld y similares a estos”.
La Inquisición española adoptó y amplió el Índice tridentino y “más tarde, en 1583-1584, […] el tribunal español estableció 16 reglas en las que sintetizó las características de los textos que no debían leerse”19 tanto en España como en sus posesiones en el Nuevo Mundo. El Novissimus Librorum et Expurgandorum Index, en su Regla III reprobaba las obras de los siguientes personajes, castellanizando sus nombres: “Martín Lutero, Huldrico Zuvinglio, Juan Calvino, Baltasar Pacimontano [Hubmaier], Gaspar Schuvencfeldio, y otros semejantes de cualquier título, o argumento, se prohíben del todo, mas no se prohíben los libros de católicos, en que andan, y están insertos fragmentos, o tratados de heresiarcas, pues para refutar sus errores se permite nombrarlos, como también en los libros de historia, lo cual se declara para evitar escrúpulos”.20
La mención de Hubmaier tanto en el Índice tridentino como en el Índice español demuestra la acuciosidad de los inquisidores para detectar escritos de quienes llamaban heresiarcas. No es de sorprender que apareciesen prohibidos los escritos de conocidos reformadores protestantes, Lutero y Calvino preponderantemente, pero sí llama la atención que estuviera en el listado alguien como Baltasar Hubmaier, personaje sin tanta influencia en Europa como la que sí tuvieron Lutero y Calvino.
Baltasar Hubmaier fue considerado heresiarca tanto en el Índice de libros prohibidos elaborado por el Concilio de Trento (1545-1563) como por el Índice de la Inquisición española (1583-1584). Al igual que muchos otros en busca de la reforma/restitución del cristianismo, Hubmaier fue sacerdote católico romano y la lectura de la Biblia le llevó a coincidir con los postulados de otros anabautistas sobre el libre acceso a la Palabra y el derecho a interpretarla.21 Perseguido en vida en Europa terminó condenado a muerte en la hoguera. En el Nuevo Mundo la persecución fue contra sus escritos. Ni allá, ni acá lograron silenciarlo, porque como él mismo escribió, “la verdad es inmortal”.
Notas bibliográficas
1. John Howard Yoder, Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976, p. 21.
2.William R. Estep, La historia de los anabaptistas, revolucionarios del siglo XVI, Publicadora Lámpara y Luz, Farmington, New Mexico, 2008, p. 87-88.
3. Ibíd., p. 89.
4.H. Wayne Pipkin y John H. Yoder (traductores y editores), Balthasar Hubmaier, Theologian of Anabaptism, Herald Press, Scottdale, PA, 1989, p. 16.
5.William R. Estep, op. cit., p. 91. Texto de la participación de Hubmaier en la Disputa lo reproducen Pipkin y Yoder, op. cit., pp. 21-29.
6. Pipkin y Yoder, incluyen completo el documento, pp. 30-34.
7. Ibíd., p. 58. El tratado completo en la misma obra pp. 58-66
8. George H. Williams, La Reforma radical, Fondo de Cultura Económica, México, 1983, pp. 162-16
9. Ibíd., p. 164.
10. Textos escogidos de la Reforma radical, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1976, pp. 179-180.
11. Ibíd., p. 180.
12. C. Arnold Snyder, Anabaptist History and Theology, Pandora Press, Waterloo, Ontario, 2002, pp. 32 y 51.
13. Ibíd., p. 56.
14. Ibíd., p. 58.
15. Pipkin y Yoder, p. 493. El escrito se localiza en las páginas 494-523.
16. C. Arnold Snyder, op. cit., p. 118.
17. William R. Estep,
18.José Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel, Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), Instituto Nacional de Antropología e Historia-Fondo de Cultura Económica, México, 2011
19.José Abel Ramos Soriano, Los delincuentes de papel, Inquisición y libros en la Nueva España (1571-1820), Instituto Nacional de Antropología e Historia-Fondo de Cultura Económica, México, 2011, p. 46.
20. Ibid., p. 328. 21[1] Stuart Murray, Biblical Interpretation in the Anabaptist Tradition, Pandora Press, Waterloo, Ontario, 2000, p. 37.

Fuente: Protestantedigital, 2016