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jueves, 27 de septiembre de 2012

Reino Unido: Iglesias temen ser "forzadas" a celebrar bodas gays

El debate sobre el matrimonio homosexual continúa en el Reino Unido y los principales responsables políticos conservadores vuelven a poner de relieve la necesidad de algún tipo de protección para las iglesias a fin de que no sea vean obligadas a celebrar uniones de personas del mismo. "Hay temores legítimos a que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos obligue a las iglesias a llevar a cabo este tipo de ceremonias en contra de sus deseos", dijo el ministro Eric Pickles.Tanto la Iglesia de Inglaterra y la Iglesia Católica Romana, así como una serie de prominentes líderes religiosos y conservadores, defienden la necesidad de ciertas protecciones legales, alegando temor de represalias si se niegan a celebrar bodas gays.
POSIBLES PERSECUCIONES
Mark Davies, obispo de la localidad británica de Shrewsbury, ha condenado las intenciones del primer ministro David Cameron de aprobar una ley de matrimonio entre personas del mismo sexo. El religioso cree que eso provocaría que los creyentes sean perseguidos por sus “creencias religiosas” , defendiendo que los verdaderamente discriminados son los cristianos, no las parejas homosexuales por no poder acceder al matrimonio.
“ La determinación de la coalición gubernamental de redefinir legalmente el matrimonio pronto podría dar lugar a nuevas persecuciones de conciencia y de amenazas legales en contra de quienes continúan profesando la verdad sobre el matrimonio como la unión exclusiva y permanente entre un hombre y una mujer “, ha expresado el religioso británico.
PREOCUPACIONES LEGÍTIMAS
Por su parte, el ministro Eric Pickles dijo en un artículo publicado por Daily Telegraph que son "legítimas" las preocupaciones de los líderes de la Iglesia en cuanto a que los jueces europeos puedan obligarles a realizar de ceremonias de matrimonio de personas del mismo sexo.
Pickles dijo que las iglesias deben tener claras las protecciones legales para asegurarse de que no pueden ser obligados por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos a casar a parejas homosexuales. El ministro manifestó que ofrece un fuerte apoyo a la manifestación del cristianismo en la vida pública, y ataca al "laicismo agresivo" que se encuentra en algunas partes del sector público.
DEFENSA DE LA LIBERTAD
No está claro lo que podría llegar a suceder. Los abogados del gobierno británico dijeron a la Corte a principios de este mes que los cristianos deben mantener sus creencias religiosas para sí mismos o aceptar que la exhibición pública de la fe –llevando una cruz, por ejemplo- podría conducir a la persona que pierde su puesto de trabajo.
Pickles instó al gobierno británico a tranquilizar a los cristianos y personas de otra fe en cuanto a que no serían castigados por la manifestación abierta y pública de su fe. “Todo el mundo debería tener la opción de seguir su fe abiertamente, incluso rezar en público, así como el uso de símbolos religiosos", dijo Pickles. "La prohibición de símbolos religiosos discretos, por razones de corrección política no es aceptable", añadió.
Fuentes: Christian Post
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miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿Es necesario el evangelio social? La herencia macabra del siglo XX

Por. Juan Antonio Monroy, España*

“Como hay para el cristiano un “pecado original” y un “pecado personal”, hay también –debe haber- un “pecado social”.
“Frente a la injusticia del mundo no basta la acción espiritual y personal, ni siquiera la predicación oral del buen camino: es necesaria una reforma estructural de la sociedad, más aún, de la situación histórica en que hoy vivimos, y, en la forma que sea, la activa colaboración con ella”.
Con estas palabras concluía Laín Entralgo su magnífico libro que tiene como título EL PROBLEMA DE SER CRISTIANO.
Para Laín Entralgo, que fue rector de la Universidad de Madrid y Presidente de la Real Academia de la Lengua, catedrático de Historia de la Medicina, “como hay para el cristiano un “pecado original” y un “pecado personal”, hay también –debe haber- un “pecado social”.
Este pecado social es el desafío que el siglo XXI, ateo, agnóstico, indiferente a lo religioso, plantea al creyente y, en nuestro caso, al creyente de la España evangélica.
El XX, el siglo del ordenador, de los logros informáticos y de los espectaculares progresos científicos, fue también el siglo de la barbarie.
“Vivimos en el planeta de los horrores”, escribió José Saramago. “Estamos haciendo del horror nuestro compañero diario y nos solidarizamos con él”.
DOSCIENTOS CINCUENTA MILLONES DE MUERTOS
El siglo XX fue el más sanguinario de la Historia.
¡Cuántas revoluciones! ¡Cuánto sufrimiento! ¡Cuánta sangre! ¡Cuántas muertes!
La primera guerra mundial , entre 1914 y 1918, causó 22 millones de muertos. La segunda guerra mundial, que estalló con la invasión de Polonia por las tropas alemanas en septiembre de 1939 y terminó con la capitulación de Japón en agosto de 1945, dejó 40 millones de muertos.
La Editorial Robert Laffont publicó en Francia un libro estremecedor: EL LIBRO NEGRO DEL COMUNISMO. CRÍMENES, TERROR Y REPRESIÓN. En la redacción de esta obra colaboraron intelectuales independientes, historiadores especializados en el tema.
Según la obra citada, la revolución soviética de 1917, las purgas que siguieron de Lenin y Stalin y la posterior expansión mundial del comunismo causaron veinte millones de muertos en la antigua Unión Soviética, sesenta y cinco millones de muertos en China , un millón de muertos en Vietnam , dos millones de muertos en Camboya , un millón de muertos en Europa del Este , un millón setecientos mil muertos en Afganistán y decenas de millares de muertos en otros países del globo.
Por otro lado, los campos de exterminio nazis se cobraron veinticinco millones de muertos.
Un escalofrío recorre la objetiva estadística aportada por los autores del libro.
EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC
Las pantallas españolas estrenaron hace pocos años una película del realizador español Bigas Luna. Tiene como título “La camarera del Titanic”. Se trata de una película simbólica. En opinión de Bigas Luna, “el hundimiento del Titanic simboliza el hundimiento del siglo XX. En este siglo –dice- se hicieron cosas maravillosas, muchos avances de la ciencia, pero a muchos niveles nos hundimos”.
Este pesimismo lo comparte y lo razona Ignacio Ramonet, nacido en Pontevedra pero educado en Francia. Ramonet, prestigioso periodista, publicó un libro titulado UN MUNDO SIN RUMBO, de obligada lectura para todos aquellos que vivimos tomando el pulso al ser humano.
El libro de Ignacio Ramonet pone al desnudo la profunda crisis de valores que sufre la Europa de hoy. Esta Europa, de la que España forma parte, es un continente sin contenido. En el siglo del ordenador seguimos rigiéndonos por las leyes de las cavernas. Ni Orwell ni Aldous Huxley hubieran podido imaginar que sus pesadillas utópicas se concretarían en el mismo siglo que escribieron.
Con todo, a finales del siglo XX los seres humanos seguían teniendo sed de imposibles, necesidad de creer en algo que les sobrepase, algo por lo que merezca la pena vivir.


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martes, 25 de septiembre de 2012

La perversión del cristianismo (I)

J. Ellul, profeta contra la idolatría del poder (2)

Por. Carlos Martínez García, México

El que estoy releyendo de Jacques Ellul es uno de esos libros que zarandean la conciencia. Va en la línea de lo que Franz Kafka escribió sobre obras que nos desnudan, nos interpelan acuciosamente: “No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden. Si el libro que leemos no nos despierta con un puñetazo en el cráneo, ¿para qué leerlo?”
La semana pasada compartimos en este mismo espacio semanal que con un grupo de inquietos cristianos universitarios o con pocos años de haber completado la escolaridad universitaria, voy a iniciar un círculo de estudio sobre varios libros escritos por Jacques Ellul. Tal fue la razón para reciclar lo que redacté hace unos años acerca del volumen Anarquía y cristianismo , y que fue republicado el domingo pasado en PD.
El libro que releo de Ellul es La subversión del cristianismo (Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1990). El autor elige como epígrafe tres párrafos de Soren Kierkegaard, que son una advertencia sobre las páginas que nos esperan más adelante :
Toda la cristiandad —es decir, el cristianismo histórico tal como se ha impuesto— no es sino el esfuerzo humano por recolocar al cristianismo en sus cuatro patas, por liberarse de él con la pretensión de ser su cumplimiento
Nuestro cristianismo, el cristianismo de la cristiandad, destierra el escándalo, la paradoja, el sufrimiento y en su lugar coloca lo probable, lo directo, la felicidad; en otras palabras, desnaturaliza al cristianismo y de él hace algo diferente a lo que es en el Nuevo Testamento; lo transforma exactamente en su contrario: éste es el cristianismo de la cristiandad, nuestro cristianismo.
En el cristianismo de la cristiandad la cruz ha quedado reducida a algo así como un caballo mecánico o una trompeta de juguete.
En la historia, por diversos mecanismos y actores sociales, se ha operado la domesticación, perversión, inversión; lo que llama Jacques Ellul subversión del cristianismo, al convertir éste en “una botella vacía que las culturas sucesivas llenan con cualquier cosa”. Y esa cualquier cosa es, en muchos sentidos la negación del Evangelio .
Una pregunta es la que inquieta al sociólogo y teólogo francés, en el capítulo inicial titulado “Las contradicciones”. Es esta: “¿cómo ocurrió que el desarrollo de la sociedad cristiana y de la iglesia haya dado origen a una sociedad, a una civilización y a una cultura que son en todo lo contrario de lo que leemos en la Biblia, de lo que es el texto indiscutible tanto de la Torá y los profetas como de Jesús y de Pablo?”
El cuestionamiento de Ellul me hizo recordar una enseñanza del historiador mexicano Gastón García Cantú. En su seminario nos enseñó a los integrantes de un grupo que él mismo seleccionó a investigar y escribir sobre la historia de México. Definió con pocas palabras lo que es la investigación: “Una pregunta a la que quiero encontrarle respuesta(s)”. Agregaba que no toda respuesta era válida, porque no se trataba de confeccionar vestimentas históricas al gusto de cada quien. Con su habitual agudeza nos refirió la crítica de E. H Carr a los historiadores partidarios del método de “tijeras y engrudo”, cuyo correspondiente actual es el que hace del “copy and paste” su forma de trabajo.
No lo dice Ellul, sin embargo La subversión del cristianismo tiene como premisa metodológica la de un buen sociólogo de la religión, ya que a ésta se le puede estudiar como creencia o como conducta. En su primera vertiente es terreno para los teólogos, en la segunda para los sociólogos. El cuestionamiento es, entonces, ¿qué prácticas conductuales son las que han tenido los cristianos y las cristianas, cómo han ejercido el poder, qué instituciones han construido, cuál ha sido el legado cultural a las siguientes generaciones?
La edición original en francés de La subversión del cristianismo es de 1984. Por aquel año el debate sobre el llamado “socialismo realmente existente” (y el pronunciado abismo entre la explotación de la revolución con la revolución contra la explotación y la subsecuente etapa de la utopía socialista y comunista de Karl Marx) concentraba la atención de los intelectuales y activistas políticos. Ellul estuvo del lado de quienes recordaban que Marx mismo había dicho que el tópico no era interpretar el mundo, sino transformarlo.
Entonces, a la luz de la máxima de Marx, cabía preguntarse si en realidad los países socialistas habían transformado de tal manera a sus sociedades que se pudiese decir que ellas eran más democráticas, justas, igualitarias, con libertad de expresión y mecanismos de control por parte de la sociedad para con los dirigentes. La respuesta fue no, lo que se había edificado en lugar de la dictadura del proletariado era una dictadura sobre el proletariado y en su nombre .
Es en este clima de crítica al socialismo real, y no a su idealización teórica, que Ellul construye una analogía con el cristianismo resultante del proceso de perversión: “entre lo que ha sucedido en el marxismo y lo que acontece en el cristianismo hay un punto de semejanza por demás evidente: ambos han hecho de la práctica la piedra de toque de la verdad o de la autenticidad. Dicho de otra manera: forzosamente aprendemos y formamos nuestros conocimientos acerca de ellos por esa práctica y no por las intenciones o la pureza de la doctrina o por la verdad de la fuente y el origen” .
Con una visión panorámica de la Biblia, no nada más restringida a pasajes inconexos de los que se extraen principios de bases endebles, Ellul nos recuerda que la totalidad de la Revelación enfatiza la unidad entre recta creencia y conductas que naturalmente deben desprenderse de esa fe en el Señor que, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, demanda a quienes confiesan su nombre que sean luz a las naciones, comunidades de contraste que encarnan el Evangelio de justicia y paz.
Para el intelectual cristiano del que nos estamos ocupando, es imprescindible no separar la integralidad del Evangelio con dicotomías elaboradas por reduccionismos que solamente enfatizan un salvacionismo sin discipulado comprometido con los valores del Reino . Es así “que se ha querido obstinadamente establecer una contradicción entre la teología de la fe en Pablo y una teología de las obras en Santiago, pero esto es radicalmente inexacto”.
La lectura de la Palabra que no respeta la integralidad de la Revelación mutila el vínculo entre fe y ética. Un despropósito que no tiene asidero en Las Escrituras. Lo que hay es continuidad que alcanza su punto más alto en el Nuevo Testamento. Una cita que condensa el flujo neotestamentario sobre la fe que justifica y las obras que la expresan es la de Efesios 2:8-10. Ellul comenta que
El entramado de este texto es esencial. Lo que se rechaza, lo que se reprende es la autojustificación. La glorificación de uno por uno mismo, la autosuficiencia del hombre para conducirse en la vida, para cumplir el bien, etcétera. Salvados: lo somos por la gracia y no por las obras, pero precisamente para que no podamos gloriarnos por las obras. Por lo demás es indispensable hacer verdad esas obras que de antemano fueron dispuestas por Dios, que están en el “plan” de Dios; en cuanto a nosotros fuimos creados para que nos ejercitáramos en ellas, para que las practicáramos. No es Dios quien cumple las obras, somos nosotros a quienes incumbe la responsabilidad de ellas. La puesta por obras es, pues, en Pablo criterio visible de que recibimos la gracia con seriedad y de que entramos efectivamente en el plan de Dios, ambas cosas a la vez. Por consiguiente, para Pablo, en línea recta con Jesús, la práctica es la piedra de toque de la autenticidad.
Entonces si nuestra práctica es el termómetro de lo que hemos aprendido del Evangelio, y no respuestas dogmáticas aprendidas de memoria que esquematizan en fórmulas repetitivas lo que es más largo, ancho, alto y profundo: el amor ejemplar de Cristo (Efesios 3:18), debemos tomar con responsabilidad las críticas a la adulteración del cristianismo que desde distintos lugares se nos hacen.
Bien lo remarca Ellul: “En consecuencia, quienes atacan al cristianismo están perfectamente justificados si lo hacen a partir de la práctica desastrosa que nos ha caracterizado”. Tenemos que pasar por un proceso de metanoia , de arrepentimiento que nos regrese al Camino.

Autores: Carlos Martínez García

Fuente: ©Protestante Digital 2012

viernes, 21 de septiembre de 2012

Iglesia y Tentación Prebendaria

Por. Hilario Wynarczyk, Argentina
Crecimiento subalterno y política.
Desde mediados del siglo XX los evangélicos experimentaron el poder de su presencia demográficamente creciente en América Latina. Pero también la sensación de ser iglesias subalternas. En especial es válido argumentar esto con respecto a los pentecostales.
Frente al escenario que sus líderes percibían como un monopolio religioso favorecido por el Estado en favor de la Iglesia Católica, reaccionaron algunas veces como si estuviesen interesados en contribuir a la emergencia de un duopolio. Para ese fin necesitaban llegar a gozar de los favores del Estado.
Tal orientación potencial hacia los intercambios prebendarios, destinados a obtener recursos para comedores, escuelas, instalaciones de radios y televisión, resolución de problemas legales, reconocimiento público u otros objetivos, fue percibida –o sagazmente supuesta– por los operadores políticos. Poseedores de la capacidad de ofrecerles prebendas, se hallaron dispuestos en ciertas ocasiones a concederles beneficios a “otros” grupos religiosos, sobre todo cuando atravesaban tensiones del Estado con la Iglesia Católica Romana, y a situar a sus pastores en la mira como potenciales “punteros”.
A partir de esas premisas es posible rastrear experiencias en naciones de América Latina (sin que falten algunos casos de vinculaciones con las políticas de extrema derecha golpista).
El tema presenta diferencias en países como Guatemala, Nicaragua, Perú, Brasil, Chile. Generalmente estas pruebas con la política terminaban sin rendirles los frutos imaginados a los pastores que las propulsaban, si es que las enfocamos en el “macro” nivel nacional. Quizás sería dable encontrar mejores resultados en los espacios municipales.
En otro plano de análisis, los datos permiten inferir que estas entradas en el espacio público de carácter político, teñidas de algo así como un “oportunismo ingenuo”, impedían que los evangélicos se acercasen a la vida cívica a partir de un deseo genuino de aportarle una agenda, eventualmente una agenda crítica.
En definitiva, los intercambios prebendarios al mismo tiempo que no traían los frutos esperados, tampoco dejaban madurar la posibilidad de un envolvimiento más serio, por no decir, “profético”.
Trazado este marco general, en esta nota quiero referirmea dos casos, situados lejos en el tiempo y fuera de la Argentina. Razones de espacio me obligan a hacerlo de un modo muy simplificado.
Las diferencias que observamos, justifican ofrecerles una recomendación final a los que sientan interés por el tema. No es posible generalizar sobre “los evangélicos y la política” en América Latina.
Chile. Beneficencia social, igualdad de culto y voto pentecostal.
Los líderes pentecostales chilenos en la década de los 60 eran ideológicamente “apolíticos” como consecuencia de una ética dominada por la condenación radical del “mundo” y la creencia en que no es posible servir a dos señores, suponiendo que el “mundo” tiene un señor que no es Dios, sino el enemigo de Dios y su obra.
En el fondo el “mundo” compactaba como un símbolo a la sociedad y la cultura (el espacio, por otra parte, del que muchos pentecostales que emigraron del campo a las periferias urbanas estaban marginados y ajenos).
Sin embargo el abstencionismo político resultó poco sostenible, ante la presión de las leyes de voto obligatorio que a los pentecostales los compelían a insertarse en el mercado electoral. Los pastores comenzaron a ser cortejados por quienes podían ofrecerles recursos para los pobres, numerosos en el seno de sus congregaciones.
En las elecciones de 1964 disputaron por la presidencia los abogados Eduardo Frei, católico practicante, y Salvador Allende, comunista. En ese contexto, un obispo del Concilio Evangélico de Chile (la forma episcopal había sido tempranamente adoptada por una gran iglesia pentecostal chilena), hizo campaña para cosechar sufragios pentecostales a favor de Frei.
El mismo Frei asistió a un encuentro pentecostal y rogó por los votos. Frei ganó la presidencia y el gobierno aumentó las ayudas a los pentecostales en más de un 300 %. Pero en 1966 el gobierno decretó la enseñanza de la religión católica en las escuelas, que sería de asistencia voluntaria. De todos modos, los pentecostales leyeron semejante decisión como una discriminación que se cernía contra su fe e identidad. Frei anuló el decreto de educación católica en marzo de 1967. Pero en las elecciones del 70 los pentecostales se inclinaron más por Allende.
Brasil. La “bancada evangélica” y el enfoque corporativo.
Una bancada evangélica creció con vigor en el Poder Legislativo del Brasil en los 90. En pleno auge de la bancada algunos integrantes fueron señalados por su participación en un escándalo financiero con ambulancias. Después la magnitud de la bancada se redujo.
En este fenómeno había una paradoja. El problema no adquiría su carácter de la importancia monetaria de las prácticas oportunistas sino de la condición supuestamente evangélica de los legisladores y de la gravitación subalterna de los evangélicos en la política. Los evangélicos integraban la capa inferior del colectivo de los legisladores y resultaban los más vulnerables para detonar como fusibles políticos en el caso de un escándalo.
Desde otra perspectiva, los integrantes de la bancada pertenecientes a una especie de para-pentecostalismo local (un movimiento religioso muy excéntrico al eje pentecostal clásico, que no podría ser catalogado en rigor como neo-pentecostal), dieron pruebas de escasa adhesión a los principios republicanos. Ellos funcionaban como agentes de sistemas verticales constituidos fuera del Poder Legislativo, en sus ámbitos eclesiásticos, desde los cuales emanaban criterios que –en virtud de esta clase de funcionamiento– resultaban corporativos.
La bancada incluía individuos que en sus iglesias ostentaban cargos ministeriales. Por consiguiente la frontera entre las esferas de acción política y religiosa se esfumaba y en cierto modo la iglesia colonizaba el Estado y pervertía su carácter.
Esto último es sustantivo en el concepto protestante de resguardo de la sana laicidad del Estado. Inclusive la Iglesia Católica Romana tiende a separar con firmeza el desempeño de los clérigos en los dos ámbitos, la iglesia y la política. Lo cual indica la importancia del concepto.+ (Prensa Ecuménica, 17 de julio 2011).
Nota: (Art. escrito en el mes de Julio de 2011) La construcción del texto se basa en datos extraídos de Christian Lalive d’Epinay (“El refugio de las masas. Estudio sociológico del protestantismo chileno”, 1968), Gerd Uwe Kliewer (“Das neue Volk der Pfingstler. Religión, Unterent-wicklung und sozialer Wandel in Lateinamerika” “El nuevo pueblo de Pentcostés. Subdesarrollo y cambio social en Latinoamérica”, 1975, traducción de Ruth Geisler, inédita), y material periodístico.

Sobre Hilario Wynarczyk es Doctor en sociología y especialista en investigación de temas del campo evangélico.
  Fuente: Lupaprotestante

miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿QUE PODEMOS APRENDER DE LOS JAPONESES PARA AFRONTAR LAS DIFICULTADES EN NUESTRAS VIDAS?

Por. Luis Eduardo Cantero, Argentina*
Desde el año 2010 y comienzo del 2011 fuimos testigos del devastador efecto que dejan los tsunamis en un país, que nos replantea interrogantes económicos y sociales en esos países como en el resto del mundo. La reconstrucción de los mismos implica la inversión de dinero, cada uno responde de acuerdo a su actitud frente al problema. Ningún país esta libre de vivir una catástrofe similar como la de Japón y Chile, pero, si podemos aprender algo de los que se han levantado desde las ruinas, uno de esos países es Japón. Mi pregunta es ¿Qué podemos aprender de los japoneses para afrontar las dificultades que se nos presenta en la vida? ¿Por qué no hubo saqueos, robos, etc.? ¿Por qué no huyeron de su país, mientras que algunos extranjeros latinos si?
A raíz del Tsunami, podemos conocer el otro lado de una cultura oriental distinta a la occidental latinoamericana, que nos dejó perplejo, “por el orden en que la gente esperaba pacientemente en largas filas, no importando las horas que le tocase esperar, para recibir un alimento, ayuda, etc. No hubo saqueos, como si sucedió en Chile. Donde muchos se aprovecharon de la situación, saqueando los comercios, las casas de sus compatriotas. Tampoco hubo egoísmo entre los japoneses, siempre estuvo la preocupación por el otro. Todo eso se debe a la manera en que las personas se relacionan, dice Takayashi Makino, en América latina las personas se relacionan a través de los lazos entre individuos.” Si buscamos en los orígenes de la palabra sociedad, ésta implica un agregado de individuos, de socios. Al ser individuo el ser latinoamericano no puede ver al otro, no puede sentir, aunque si puede intuir el dolor del otro y al comprenderlo se necesita el uno al otro. Es a partir de este concepto de lo individual es como se construye las relaciones, la sociedad en América latina.
En la sociedad oriental japonesa, en cambio existe “el concepto de seken; etimológicamente se refiere al espacio que existe entre las personas, es decir, tiene que ver con el concepto de relaciones que prevalece en la sociedad japonesa no es lo individual sino la relación que se crea entre las personas”. Continua diciendo Makino, “es por esto que cuando alguien se relaciona con otra persona, su carácter como individuo es ambiguo. En uno se disuelve el yo y el otro admite esa inclusión.” Es así, que en los japoneses dentro de su individualidad está la mirada del otro, es tan natural en ellos, que no se produce saqueos, robos, nadie se roba a si mismo. Cosa que no sucede en nuestros países latinoamericanos, donde solo lo que importa es el ego personal, la viveza criolla, la individualidad de sus anhelos y sueños.
Pero, la situación que viven los países latinoamericanos: problemas de seguridad y lucha de poderes, es debido a la ausencia de la mirada del otro, esto genera más violencia. Pues, estas personas que generan violencia de todo tipo, saqueos es por que no se consideran parte de la sociedad. Se sienten invisibilizados por los demás y las políticas neoliberales. Por eso, muchas manifestaciones sociales: piquetes, robos, odios, es un reflejo de su rabia y de su desesperación, de su inclusión como persona dentro de la sociedad, sino están es por la falta de la mirada del otro: los gobiernos, las organizaciones sociales y la iglesia cristiana evangélica.
La vida de un japonés palpita acompañada de la vibración de los sentimientos del otro. Para que esto ocurra en nuestra vida necesitamos vaciarnos de nosotros mismos, de nuestro concepto de individuos, como sugiere Makino, vaciarnos de nuestros prejuicios, orgullos y desconfianza para dejarnos llenar del otro. Los estadounidenses construye las relaciones desde la confianza, pero en la Argentina se construye desde la desconfianza, siempre esta allí el prejuicio, éste ha sido un mal en el ser argentino, que ha provocado una sociedad llena de prejuicios y autosuficientes, se creen los únicos del mundo. No es así, lo triste que estos modelos se reproducen en las iglesias cristianas evangélicas donde solo importa su ser como individuo los otros no cuenta, no importa el mendigo, no importa el inmigrante boliviano, peruano u otro, no crean relaciones sanas con los otros, por esos prejuicios y demás. Los creyentes sabemos que tenemos un modelo, ese modelo es Jesús.
Jesús nos invita a ser guarda del hermano, que seria poner la mirada de confianza sin prejuicio en el otro. Eso requiere vivir las demandas del Reino de Dios, implica también serenidad en todo lo que hace para ayudar a salir del otro, como de nosotros mismos. “La serenidad es la palabra final de toda la enseñanza japonesa, la reflexión es la respuesta a todo lo manifestado.” Esta es otra de las virtudes que tiene esta cultura oriental japonesa. A pesar de ser un pueblo azotado por la naturaleza y los vaivenes del mundo contemporáneo, han fortalecido a la sociedad japonesa, lo han preparado para ser artífice de la fe y de la esperanza. A pesar de todo, se permiten soñar, con lo que se desvanece y demorarnos en la hermosa simplicidad.” Esta simplicidad se traduce en sabiduría, es otro de los ingredientes que hacen de esta sociedad japonesa giran de la “acción sin recompensa”, la tranquilidad ante lo inevitable, ver el peligro estoicamente, acoger con amistada la muerte.” Asegura Osvaldo Svanascini
Concluimos que además de los ingredientes que hemos conocido de la sociedad japonesa es el sentimiento de solidaridad en el otro. Si nuestra vida y sociedad esta basada en la mirada del otro no sabe con precisión quien es el que tiene la responsabilidad o la decisión de actuar y dirigir, si todos estamos juntos, nadie asume la responsabilidad.
Referencias bibliográficas
Takayoshi Makino, “Ay, cómo duele”, en Revista Criterio, mayo # 2370 (2011), pp. 30 – 31.
Osvaldo Svanascini, “Por siempre Japón”, en Revista Criterio, mayo # 2370 (2011), pp. 24 – 25.

*Luís Eduardo Cantero, es Teólogo de la Universidad Evangélica Martin Luther King Jr, y Filósofo, pastor bautista, docente universitario.
www.luiseduardocantero.visitame.es

lunes, 17 de septiembre de 2012

Jacques Ellul, profeta contra la idolatría del poder

Por. Carlos Martínez García, México*

Ellul aclara de entrada su deslinde y se manifiesta absolutamente pacifista y nos dice cuál es el hilo que corre por el cristianismo anarquista.
Los lectores ávidos de aprender siempre llegan a los autores y libros esenciales. Esto en sucede con un grupo de cristianos evangélicos jóvenes en México, que me han estado urgiendo para que tengamos sesiones de lectura y discusión sobre Jacques Ellul. Desean que analicemos sus obras, particularmente las que desnudan la lógica opresiva de los poderes políticos y económicos.
Les he sugerido que iniciemos por un volumen breve, sobre el que escribí en Protestante Digital hace poco más de seis años. Reproduzco el escrito con pequeñas modificaciones.
Es de bolsillo, de pocas páginas y editado en castellano por una pequeña editorial mexicana. Se trata del libro Anarquía y cristianismo, del pensador y activista cristiano francés (1912-1994) Jaques Ellul. Fue publicado el año 2005 por Editorial Jus, y apareció originalmente en francés en 1988. La excelente traducción es de Javier Sicilia. Hace poco más de una década yo lo leí en su versión inglesa, la de Eerdmans Publishing Company.
Considero que el radical y provocativo librito debiera ser estudiado con sensibilidad por quienes buscan tener bases bíblico teológicas del poder y la participación política. De la misma manera tendría que ser punto de referencia para los protestantes/evangélicos interesados en alcanzar altos puestos gubernamentales y ocupados en crear partidos políticos de pretendida orientación cristiana.
En México el filósofo, sociólogo y teólogo Ellul es poco conocido. Escritos suyos, sobre todo artículos, han sido publicados por revistas como la que dirigió Octavio Paz, me refiero a Vuelta . La mayor difusión de su pensamiento, entre lectores evangélicos, en América Latina fue la que hizo la Fraternidad Teológica Latinoamericana, cuyo número del Boletín Teológico dedicado al escritor de confesión reformada se convirtió en referencia obligada para una generación que estaba formando su marco teológico en un Continente convulsionado.
Recuerdo las peripecias para tratar de conseguir títulos en nuestra lengua de la autoría de Ellul, entre ellos La sociedad tecnológica (Editorial Labor), y La ciudad , (Editorial La Aurora). La razón de ser: meditaciones sobre el Eclesiastés (Editorial Herder). Cuando alguien en nuestro grupo cristiano universitario lograba hacerse de una copia, los demás integrantes le urgíamos para que terminara de leerla y entonces pudiera pasar a manos y ojos de un nuevo e impaciente lector.
Ya dijimos que Jaques Ellul fue reformado, e incluso desde 1953 formó parte del Consejo Nacional de la Iglesia Reformada de Francia. Sin embargo su carácter reformado, es decir calvinista, fue atípico porque las ideas de Calvino no fueron, para él, cuerpo de creencias incuestionables o para ponerse en práctica a rajatabla.
En muchos momentos su hermenéutica es anabautista, radical y contra las teologías protestantes que en el siglo XVI se plegaron al modelo de iglesias magisteriales y territoriales.
No cabe duda que su calvinismo es distinto al de aquellos que se formaron en países donde esa confesión fue declarada oficial. Como francés, Ellul era consciente que su fe reformada era del tipo Iglesia de creyentes, de una minoría que desarrolla su vida cotidiana en un contexto hostil. Él mismo, al inicio de la obra que venimos comentando, nos dice que su compromiso de fe NO fue resultado de una herencia eclesiástica: “Soy cristiano, no de origen ni de familia, sino por conversión… a partir de la conversión estamos comprometidos con cierto estilo de vida y por otra parte, con cierto servicio que Dios pide. Así, la adhesión a la fe cristiana no es de ninguna forma un privilegio en relación con las otras, sino una carga suplementaria, una responsabilidad, un trabajo nuevo.”
De lo que yo llamo el pensamiento reformado/anabautista —que desde las clasificaciones teológicas rígidas es un contrasentido y un despropósito— de Jacques Ellul, encuentro nítida evidencia en otra obra suya (devastadora por su radical crítica al cristianismo institucionalizado que da la espalda al Evangelio) y en la que escribe, “Ahora bien: el pensamiento evangélico es lo opuesto exacto a esto (la tentación del poder, de ejercer la violencia y la dominación). Uno se hace cristiano únicamente por la conversión. Por la acción del Espíritu Santo se opera una mutación del hombre viejo, naturalmente perverso, y se hace de él un hombre nuevo. Sólo la conversión, y cuando es ésta consciente, reconocida, cuando hay ‘fe del corazón y confesión de la boca’, produce un cristiano. A este nuevo nacimiento, opuesto al nacimiento natural, lo confirma el signo exterior del bautismo que implicaba, al parecer, un reconocimiento expreso de la fe” ( La subversión del cristianismo , Ediciones Carlos Lohlé).
Nuestro personaje fue profesor universitario, en Burdeos, y por ende participó en las polémicas ideológicas de los dos tercios finales del siglo XX. Se comprometió en los años de la ocupación nazi (1940-1944) con la resistencia y el régimen de Vichy lo despojó de su puesto en la universidad.
Fue crítico de los totalitarismos, tanto fascistas como de izquierda. Muy temprano vio contradicciones en los marxistas que negaban la existencia de un nuevo autoritarismo, en nombre de la clase trabajadora, en la Unión Soviética. Pero su crítica del comunismo no significó integración a los puntos de vista que veían en la sociedad moderna y capitalista la mejor opción para el desarrollo de los seres humanos.
Fue un duro crítico de esas sociedades, cuyo centro es la divinización de Mammón, y dejó constancia de ello en su libro Dinero y poder. Al mismo tiempo que su intensa actividad docente en la universidad, y su dedicación a la producción intelectual, que dejó más de cuarenta libros, Ellul fue un personaje comprometido con la comunidad de fe que se reunía en su casa, el grupo lo componían mayormente trabajadores y sus familias.
En Anarquía y cristianismo, Ellul desarrolla una incisiva crítica de los poderes políticos. Hace, a partir de una panorámica bíblica y no nada más a partir de algunos textos aislados, lo que podríamos llamar una desacralización del poder. Dice que su postura, además, tiene constante presencia en la historia cristiana, ya que aunque a veces muy disminuido siempre ha existido un anarquismo cristiano en todas las épocas.
De nueva cuenta refiere al anabautismo del siglo XVI, al de perfil pacífico y contrario a la unión Iglesia-Estado, al que erróneamente se ha tenido por apolítico cuando era anarquista “con un matiz que citaré por ironía: Las ‘autoridades’ son enviadas por Dios como una plaga para castigar al hombre malo. Pero los cristianos, desde el momento en que se conducen bien y no son malos (¡!) no tienen porque obedecer en nada a las autoridades políticas, y deben organizarse en comunidades autónomas, al margen de la sociedad y los poderes” (la cita es tomada por Ellul del libro Christian Anarchy , de Vernard Eller)
Dado que existe una percepción popular y generalizada del anarquismo como sinónimo de exacerbado desorden y violencia, Ellul aclara de entrada su deslinde y se manifiesta absolutamente pacifista y nos dice cuál es el hilo que corre por el cristianismo anarquista que proclama : “…implica primero la ‘objeción de conciencia’ a todo aquello que constituye nuestra sociedad capitalista (o socialista degenerada) e imperialista (por igual, sea burguesa o comunista, blanca, amarilla o negra).” Nos llama a desenmascarar los mecanismos de poder y dominio establecidos por toda organización humana, así como el derecho a denunciar su propaganda que reduce el pensamiento critico y pretende la uniformización intelectual.
Pero una cosa es la crítica a los poderes constituidos y otra un idealismo que lleva a crear imágenes románticas de los seres humanos, que serían capaces de organizarse socialmente sin principios de autoridad. Por cierto que es necesario redimir el concepto autoridad, que generalmente se concibe como control y dominio cuando, nos dice Fernando Savater, la palabra tiene un origen distinto y significa hacer crecer.
Por lo tanto el anarquismo de Ellul, a la vez que una crítica de los poderes constituidos es un llamado a construir nuevos principios de autoridad lejanos a la jerarquización verticalista y dominadora, y en su lugar ir armando otros modelos de servicio. Por eso nos subraya que él “no cree en la sociedad anarquista pura, sino en la posibilidad de crear un nuevo modelo social… entre más aumente el poder del Estado y de la burocracia, más necesaria será la afirmación de la anarquía, única y última defensa del individuo, es decir , del hombre”.
El anarquismo por el que aboga Ellul se nutre de la Palabra, así lo deja en claro en el capítulo “La Biblia, fuente de anarquía”. El autor hace un estimulante recorrido por Las Escrituras, y demuestra, así lo considero, que la crítica del poder en la Biblia es una constante, lo mismo que el llamado para que en el pueblo de Dios no se divinice al poder ni a quienes lo detentan. En concordancia con John Howard Yoder, en su The Politics of Jesus , Ellul rescata la vía política de Jesús y establece su normatividad para los seguiodore(a)s del Cordero inmolado: “Todos los jefes de las naciones, cualquiera que sea la nación, cualquiera que sea el régimen político, las tiranizan. No puede haber poder político sin tiranía. A los ojos de Jesús es una evidencia y una certeza. En otras palabras, no hay poder político bueno cuando hay jefes poderosos… Jesús no aconseja salir de la sociedad e ir al desierto, sino permanecer dentro constituyendo comunidades que obedecen a otras reglas. Lo que se basa en la convicción de que no podemos cambiar el fenómeno del poder. Esto es de alguna manera profético si pensamos en lo que se convirtió la Iglesia tan pronto entró en el terreno político y comenzó a hacer política . Se corrompió por la relación con el poder como por la creación en ella misma de esas autoridades ”.
Cuando en muchas iglesias protestantes/evangélicas existe una idealización del poder político y domina la ilusión de que la sociedad cambiará automáticamente con la llegada de los cristianos al gobierno, la lectura del libro de Ellul se vuelve una corriente de aire fresco que pudiera contribuir a diseminar tantos humos que impiden ver la dimensión real del mundo de la política y su ejercicio.

*Autores: Carlos Martínez García

©Protestante Digital 2012

domingo, 16 de septiembre de 2012

Un cristianismo que se ve a sí mismo como una religión verdadera entre otras

Por. John HICK

El carácter mutable del cristianismo
La visión pluralista amplia sobre las grandes religiones mundiales, que las considera como «respuestas humanas diferentes pero autónomamente válidas» a la Realidad Última que denominamos Dios, está hoy día muy difundida entre los cristianos, particularmente entre aquellos que conocen personas de otras religiones, ya sea como vecinos o como conciudadanos. Esto se manifiesta a menudo en el trato mismo que damos a las personas próximas, más que en creencias formuladas explícitamente. Para muchos, se ha convertido ya en un presupuesto de la vida diaria el pensar que nuestros amigos y conocidos judíos, musulmanes, hindús, sijs o budistas, tienen a los ojos de Dios un derecho tan pleno a vivir sus propias tradiciones religiosas, como lo tenemos nosotros a vivir las nuestras. Al considerarlos personas que tiene su propia forma auténtica de fe —en vez de tener pena de ellas como almas «perdidas»— ya estamos operando con una teología implícitamente pluralista. No sentimos ya la obligación de intentar convertirlos al cristianismo; al contrario, pasamos a mirarlos como personas que, a su propio y diferente modo, están relacionadas con Dios, o con la Realidad última. Con todo, es función de la filosofía y de la teología tornar explícito y consistente lo que nuestra experiencia nos ha llevado a aceptar implícitamente. Y al hacer eso, descubrimos que el pluralismo religioso desafía algunos de nuestros dogmas tradicionales. No requiere que ninguna de las ideas cristianas básicas sea abandonada, pero sí que sean releídas, en una forma no tradicional. Estas nuevas maneras de comprender son sugeridas tanto por los descubrimientos de la investigación bíblica moderna como por nuestra experiencia de los frutos morales y espirituales de las otras religiones mundiales. Los estudios del Nuevo Testamento han mostrado que el Jesús histórico no reivindicó ser Dios encarnado, y que aquellas que conocemos como las doctrinas de la Encarnación, la Trinidad y la Expiación fueron desarrolladas poco a poco, hasta llegar a ser construcciones teóricas que, en mucho, sobrepasaron la experiencia original con la cual se relacionan; se convirtieron en dogmas oficiales y demarcaciones que, por implicación, selectivamente destacan la vida y la muerte de Jesús como el locus exclusivo de la salvación, y el cristianismo como la única religión fundada por Dios en persona. No obstante —y éste es el problema—, esta implicación de superioridad religiosa no es confirmada por la vida real de la Iglesia o de los individuos y culturas cristianos. Este impacto conjugado de los estudios modernos del Nuevo Testamento y de la ausencia obvia de frutos superiores en la vida humana, nos ha llevado a una concepción transformada del cristianismo y de su lugar en el mundo.
Por otra parte, ¿podrá haber una forma de cristianismo que reverencie a Jesús como su maestro e inspirador supremo, pero que no lo considere literalmente Dios encarnado?, que busque ayudar a hombres y mujeres para conducirlos del autocentramiento a un nuevo centramiento en Dios, y que promueva así, no sólo el altruismo de individuos, sino también el altruismo social, nacional e internacional, y que se vea a sí mismo como un gran camino espiritual entre otros, construyendo relaciones amigables y cooperativas con otros caminos?
La cuestión, en realidad, se desdobla en dos, una teológica y otra eclesiástica. Teológicamente, tenemos que preguntar: ¿sería eso todavía cristianismo? El cristiano no se define como aquel que cree al menos en las doctrinas cristianas centrales?; y ¿la revisión aquí propuesta no abandona esas doctrinas centrales? El primer paso es afirmar el principio de que la fe cristiana es, dicho de modo muy simple, lo que los cristianos en general creen, observando que esto ha variado enormemente a lo largo de los siglos. Pero, ¿será posible que se dé el tipo de desarrollo sustantivo, o «cambio de paradigma», al que convoca el pluralismo religioso? Cuando hacemos una retrospectiva histórica buscando la forma siempre mutable de la fe cristiana, la respuesta ha de ser «sí». Eso porque, aunque las grandes palabras y símbolos cristianos —Dios, Cristo, Trinidad, Virgen María, Cruz, Iglesia, Cuerpo y Sangre, Cielo e Infierno, etc.— hayan permanecido constantes a través de los siglos, su sentido ha variado en un grado sorprendente comparando las diferentes épocas y lugares.
Puedo ilustrar esta tesis basándome en una parcela representativa del cristianismo de una parte típica de la Europa medieval. Dennis Nineham ha investigado recientemente lo que el cristianismo significaba para los creyentes comunes del norte de Francia en torno al final del primer milenio. Al comparar la perspectiva religiosa de mil años atrás con la de las principales Iglesias de nuestro tiempo, descubrimos que, excepto por la continuidad institucional de la Iglesia, difícilmente hay algo en común más allá de nuestro uso de los mismos grandes símbolos. Hoy, para nosotros, Dios es, por encima de todo, amor infinito. Para ellos, Dios era un poder lejano, arbitrario, terrorífico. Difícilmente el contraste podría ser mayor. Así como nosotros nos vemos como hijos e hijas de un Padre celestial, ellos se veían como siervos de un Señor todopoderoso cuya honra había sido ofendida por su desobediencia, de suerte que la mayoría de los hombres y mujeres estaban destinados a los tormentos eternos del infierno. Para citar a Nineham:
«En una era en que, como vimos, había poco conocimiento sobre las causas segundas, los males que afligían a la sociedad eran considerados castigo de Dios; se pensaba que de hecho él debía estar airado con su pueblo y por eso le era infligido tanto sufrimiento. También, a nivel personal, las muertes y enfermedades de los individuos eran interpretadas como castigo divino por lo que habían hecho, incluso cuando, en muchos casos, nadie podía estar seguro de haberlo hecho. Se creía que Dios era capaz de masacrar tropas enemigas incontables —la mayor parte de ellas formadas por soldados reclutados— para asegurar la victoria de un ejército que hubiera obtenido Su favor; y tenemos que recordar que la doctrina ortodoxa no tenía dudas o escrúpulos sobre Su intención de condenar a la gran mayoría de la población mundial, incluyendo a todos los bebés que murieran sin bautismo. Causa poca sorpresa que hoy un Señor celestial de este tipo parezca tan arbitrario y dictatorial como cualquier señor terreno»[1].
Pues, como dice Nineham, «para la mayoría de las personas, como hemos visto, Dios mismo apareció en la condición de señor terrible, lejano e inescrutable, intensamente preocupado por su honra y poco dispuesto a mostrar sus favores hasta que su honra hubiese sido plenamente reparada. Implacable con sus enemigos, era un Dios que no dudaba en infligir tortura eterna a la gran mayoría de sus criaturas humanas, incluso a muchos que no habían tenido la oportunidad de saber de él, y todos los que habían muerto sin bautismo en la infancia. No sólo el bautismo, sino también la aceptación completa del credo cristiano, particularmente en el momento de la muerte, era condición absoluta para obtener su favor»[2].
Hoy, cuando pensamos en Jesús, pensamos principalmente en su humanidad, en aquel que comparte plenamente los dolores y tristezas de la vida humana, y que está del lado de los pobres y oprimidos y que es, así, el garante de nuestra exigencia de justicia y paz en la Tierra. Sin embargo, en el mundo medieval, «se creía que, durante su vida terrena, Jesús era el Hijo de Dios en persona, revestido de la panoplia de Sus atributos divinos, cuya asunción de humanidad no implicaba pérdida ninguna de su omnisciencia y omnipotencia, y que estaba supervisando el universo en el momento mismo en que mamaba la leche de su madre o pronunciaba sus parábolas en Galilea»[3]. Jesús era descrito como «el Pantocrator, el gobernador de todas las cosas, retratado con corona, trono, sol, luna, el alfa y el omega, con símbolos del poder universal, y reverenciado cúlticamente por ejércitos de ángeles y adorado por los ancianos del Antiguo Testamento»[4]. Él no significaba de hecho el amor divino que descendió al nivel humano, como significa en las mentes de tantos cristianos y cristianas de la actualidad. Con la importante excepción de los místicos, no era muy plausible un relacionamiento personal vivo con Cristo o con Dios: independientemente del contexto en que se buscara la aproximación a lo divino, ello se llevaba a cabo por los medios proporcionados por el estamento eclesiástico, que como mínimo tendían a ser tenidos como medios efectivos ex opere operato, y que en la mayoría de los casos exigían la intermediación del clero. En una atmósfera como ésa, marcada por transacciones y negociaciones, la relación personal con Dios era propensa a desaparecer y quedar en segundo plano. Del mismo modo que el rey era una figura demasiado lejana como para tener con ella un contacto inmediato, siendo necesario aproximarse a él a través de alguno de sus cortesanos, también, para la mayoría de las personas Dios era una figura infinitamente remota y terrible, que podría ser alcanzado solamente a través de los amigos de la Corte celestial, de los ángeles o, más comúnmente, de los santos. Era sólo con los santos con quienes se podía esperar cualquier relacionamiento personal, por no decir intimidad: solamente a partir de ellos era posible experimentar cualquier afecto real o bondad amorosa en la esfera religiosa. Ni siquiera Jesús era entonces el objeto de devoción en que se iba a convertir más tarde. Sin duda, los santos eran el objeto real de la devoción de una gran parte de la población al inicio del medievo, y, como hemos visto, eran tenidos, en la práctica, como poderes casi independientes que respondían a oraciones y que obraban milagros por su propia cuenta. En la cuestión del perdón y aceptación de Dios, la única esperanza residía en ellos y en su disposición de interceder en su favor[5].
Todo esto está muy lejos del cristianismo de la típica comunidad católica, ortodoxa, luterana, reformada, anglicana, metodista o pentecostal de hoy. Y si preguntamos cómo las grandes palabras y símbolos cristianos pueden haber sido usados para expresar significados tan ampliamente diferentes, la respuesta obviamente residirá en los cambios que se dieron en el lado humano de la relación entre lo divino y lo humano. Eso también es ilustrado por el modo con que las sucesivas interpretaciones del significado de la cruz de Cristo reflejaron las condiciones sociopolíticas de la sociedad en la que surgieron. En el primero y más largo período, que cubre casi mil años, se pensaba la cruz principalmente en términos sugeridos por la idea de rescate, derivándose tal comprensión del dicho de Jesús, según el cual «el hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). En el mundo del tiempo de Jesús, gran parte de la población era esclava, ya fuera por ser prisioneros de guerra, o ciudadanos de una ciudad o país derrotado, o incluso hijos o hijas de tales ciudadanos. Ser rescatado de la esclavitud era una poderosa metáfora, evocadora de una nueva vida liberada de la dominación del pecado. La Iglesia, sin embargo, cometió el error —casi invariable, constante— de interpretar la metáfora a la letra, haciendo inevitable la pregunta: ¿en favor de quién fue pagado el rescate?… «¿A quién dio su vida como 'un rescate por muchos'? No puede haber sido a Dios. ¿No habrá sido, entonces, al Maligno? Pues éste nos mantuvo cautivos hasta que le fue pagado el rescate por nosotros, hasta que se le pagó con el alma de Cristo»[6].
Esta fue, por muchos siglos la forma como el significado de la cruz fue comprendido, no solamente por personas simples, sino también por teólogos crucialmente influyentes como, por ejemplo, san Agustín. Y con todo, en el siglo XI, san Anselmo, liberándose del paradigma vigente, indagó cómo el demonio podría tener derechos legales válidos frente al Creador infinito[7]. Ello le llevó a proponer, por su parte, una teoría alternativa de la «satisfacción», que reflejaba el estado contemporáneo de la sociedad europea en que la regla de la ley expresaba la voluntad y el poder de un señor feudal. Romper con su ley significaba impugnar sus derechos e insultar su honra, de suerte que era necesario prestar una satisfacción adecuada, ya fuera mediante el castigo al malhechor, o mediante alguna alternativa aceptable. Así, la muerte de Jesús fue vista como una satisfacción plena y final ofrecida a Dios por los pecados del mundo.
Cinco siglos más tarde, aproximadamente en la época de la Reforma, la ley pasaría a ser vista de modo diferente, no ya como algo que brotaba de la voluntad de un gobernante, sino, ahora, como una exigencia objetiva a la cual incluso el mismo gobernante está sujeto. Dios, se decía entonces, además de ser un Dios amoroso, era también justo, y como tal, no podría desistir de la ley moral inmutable que demandaba el castigo apropiado por el pecado. Siendo así, el Dios Hijo, en su amor infinito, soportó en nuestro lugar la pena inexorable por los pecados del mundo. Pero incluso esta idea es vulnerable ante una crítica obvia: ¿cómo podría ser justo castigar al inocente en vez de al culpable? Y, más fundamentalmente: ¿no será más bien que todas esas ideas —sea la de un rescate a ser pagado, la de una satisfacción a ser dada, o la de un castigo a ser soportado— excluyen cualquier idea de perdón genuino de quien verdaderamente se arrepiente? Pues, en vez de perdón libre, hay meramente el registro del hecho de que a deuda ha siso quitada! Fue por eso por lo que la muerte de Jesús se volvió, para muchos cristianos y cristianas de hoy, la manifestación de un amor auto-donador que es un reflejo terreno del amor divino, y no una transacción expiatoria con el fin de capacitar a Dios para perdonar pecadores. Pero esto representa una transformación de la comprensión cristiana que, hasta más o menos el siglo XIX, habría parecido totalmente herética, y que merecería los más horrendos castigos. Ya he hecho referencia a cómo, durante los últimos cien años, el dogma católico «fuera de la Iglesia no hay salvación» ha ido siendo gradualmente vaciado de significado a fin de evitar sus terribles implicaciones.
Sin embargo, la más reciente transformación en la doctrina cristiana como conjunto ha provenido de la «guerra de la ciencia con la teología»[8], provocada por el irresistible poder explicativo de la teoría de Darwin —publicada por primera vez en 1859— de una evolución de las especies por selección natural, teoría incompatible con la creencia bíblica de la creación de las diferentes especies en su estado actual y de la humanidad como una creación especial separada de la vida animal; y, al mismo tiempo, por el descubrimiento de los geólogos de que la edad de la Tierra se mide por millones de años, desbancando de ese modo la cronología bíblica de según la cual la Tierra fue creada hace solamente cerca de 6.000 años. Paralelamente a estos descubrimientos científicos modernos, la moderna «crítica bíblica» comenzó a estudiar las Escrituras del mismo modo que los historiadores examina el resto de la literatura antigua.
Comenzando por el Antiguo Testamento, este tipo de análisis cuestionó la autoría mosaica del Pentateuco; distinguió corrientes de tradición diferentes e incompatibles, con diferentes concepciones de Dios, en los relatos del Génesis y en otros pasajes; y desveló, en los relatos bíblicos, enormes distorsiones políticas de la Historia Antigua —desafiando, de este modo, la creencia entonces vigente de la inspiración verbal de la Biblia—. A continuación, la exégesis del Nuevo Testamento desmanteló la suposición natural de que los evangelios fueron cuatro relatos acerca da vida de Jesús ofrecidos por testigos oculares. Se consiguió calcular las fechas aproximadas de los evangelios, que comienzan cerca de cuarenta años después de la muerte de Jesús; mostrando de qué modo Mateo y Lucas dependen de Marcos, y cómo el Evangelio de Juan retrata un Cristo muy diferente de los «sinópticos» anteriores; apuntando numerosas contradicciones entre las cuatro narraciones; y también comenzando a ver a Jesús como una figura genuinamente humana en el contexto del judaísmo de su tiempo. Todo eso hizo posible considerar el Nuevo Testamento como una colección de escritos humanos que expresan una respuesta de fe particular a Dios y, de este modo, como Palabra de Dios en sentido metafórico, y no como palabras literales de Dios.
Actualmente, damos por asentada la forma de creencia cristiana que resultó de los impactos de la ciencia moderna y de la moderna exégesis bíblica. Pero la transformación del sistema de creencias oriundo de nuestros antepasados equivale a nada menos que una revolución intelectual, que ellos entonces hubieran visto con horror, ¡algo que les hubiera parecido el final del cristianismo! Vemos un fenómeno parecido hoy en día en el temor de que la aceptación del cristianismo como una respuesta humana válida a lo Divino válida entre otras, significaría la muerte del cristianismo. Pero, como en el caso de las transformaciones teológicas anteriores, tal aceptación sería o bien su muerte, o bien su renacimiento en un nuevo estadio de la consciencia humana, esta vez el estadio de una conciencia mundial.
En términos teológicos, se sigue que la autocomprensión transformada del cristianismo, exigida por el reconocimiento de nuestro lugar dentro de la situación humana más amplia, es viable, siendo de hecho inevitable, si queremos una fe cristiana creíble en el siglo XXI. Pero, ¿será que eso es posible en términos eclesiásticos? ¿Será posible en términos prácticos, dadas las formas institucionalizadas existentes de cristianismo, en tan gran medida controladas por papas, patriarcas, cardenales, arzobispos, obispos, y asambleas generales?
El hecho de que los líderes de la Iglesia son en general contrarios al cambio, no es en sí mismo teológicamente significativo. Eso siempre ha sido así desde que el Imperio Romano adoptó al cristianismo en el siglo cuarto como la religión establecida. Dentro de la Iglesia, hay toda una variedad de vocaciones diferentes, y el papel reconocido de los dirigentes eclesiásticos es el de conservar la herencia del pasado, y no el de comprometerse en nuevas investigaciones. Este es un papel importante y necesario, digno de pleno respeto. Pero también es necesaria la presencia de otros, que busquen nuevos caminos de pensamiento en la situación humana que siempre está cambiando. Y cuando (como vimos en los debates entre ciencia y religión del siglo XIX) después de la publicación de muchos libros y artículos de revistas —lo que causa una demorada discusión en muchos niveles y gradualmente producen cambios acumulativos de perspectiva— finalmente emerge un nuevo consenso, los líderes oficiales de la Iglesia acabarán por endosarlo, y entonces ¡pasará a ser ortodoxia! Eso ha ocurrido en todos los momentos de la historia y, mientras el cristianismo continúe siendo una corriente viva y en desarrollo de vida religiosa, continuará aconteciendo.
Debemos recordar, sin embargo, que las transformaciones teológicas nunca son una pura ruptura con el pasado. Muy al contrario, doctrinas que han sido desechadas, normalmente continúan teniendo lugar dentro de las liturgias de las Iglesias, de suerte que todavía hoy hablamos en la Iglesia de Adán y Eva, y de su Caída, como si fuesen personas reales y un acontecimiento real del pasado lejano; la liturgia sigue hablando de la muerte de Jesús en la cruz como un rescate, un castigo, o una satisfacción, en favor nuestro; y de la oscuridad que cubre las tierras paganas, que deben ser salvadas de la perdición por la luz del Evangelio. Sin embargo, más importante que eso es el hecho de que existe una vasta área de la cristiandad —tanto en el Occidente tradicionalmente cristiano como en aquellos que otrora eran campos extranjeros de las misiones— que nunca asimiló las transformaciones teológicas tan ampliamente aceptadas dentro de las principales Iglesias occidentales, área ésta que comprende una gran variedad de formas fundamentalistas y evangélicas del discipulado de Jesús.
Numéricamente, es probable que la gran mayoría de los cristianos, así como la mayoría de los adeptos de todas las demás religiones mundiales, esté formada por creyentes conservadores o tradicionales. Pero existe una diferencia entre el conservadurismo irreflexivo de la mayoría de los que practican su fe, con poca o ninguna preocupación por cuestiones teológicas, y aquel conservadurismo articulado del cristianismo fundamentalista y evangélico, que tuvo inicio en el comienzo de los años de 1900, en una reacción consciente contra un cristianismo crecientemente liberal, y que hoy se ha convertido en un movimiento muy extenso y poderoso, con su propia plataforma política y religiosa de derecha. Actualmente, la división entre cristianismo fundamentalista/evangelical y cristianismo liberal atraviesa las diferentes denominaciones cristianas, no siendo factor de diferenciación entre ellas. Existen cristianos de ambos tipos —o más bien, de ambas familias de tipos— dentro de casi todas las Iglesias. Hay, por consiguiente, dos mentes, que van a comprender el mundo de modo diferente, dentro de la misma entidad eclesiástica.
Cuando miramos hacia el futuro, una de las posibilidades es la de que también el cuerpo de las Iglesias se dividirá en dos, de modo que habrá entonces, visiblemente, dos cristianismos. Si esto llega a darse, uno de ellos será predominantemente fundamentalista, pero también incluirá bajo sus alas algunos elementos evangelicales y ultraconservadores; y el otro será liberal y, con toda probabilidad, crecientemente diverso. En ese caso, los dos tipos de cristianismo verían al otro como un desastre religioso. Pero eso sería un desdoblamiento lamentable. Por un lado, dejaría a millones de cristianos en una zona de incertidumbre intelectual, sujeta a la influencia de extremistas fundamentalistas, a veces peligrosos. Pues se percibe actualmente que en muchas áreas de la más intensa confrontación —por ejemplo, en el conflicto entre israelitas y palestinos y en el conflicto católico-protestante de Irlanda del Norte, etc.— son los fundamentalistas de los dos lados quienes más contribuyen a intensificar y prolongar los conflictos. Sería preciso añadir, sin embargo, que también hay muchos dentro del al fundamentalista/evangelical del cristianismo, a quienes no se aplica la crítica de que su fe tiende a intensificar los conflictos políticos. Pero, a pesar de eso, es innegable que el absolutismo religioso, al predicar la superioridad única de la propia tradición en contraposición a todas las demás, continúa despertando en los jóvenes una disposición a matar y a morir por lo que consideran una causa sagrada. Y, por otro lado, una división entre los dos cristianismos dejaría a millones de otras personas con la libertad de hacer experiencias, pero expuestos al peligro de perder contacto con sus ancestros en la fe, entre los cuales había tanto grandes santos, místicos y pensadores, otros que usaron la religión como una forma de control social y una legitimación de la opresión y explotación humanas. En lo que se refiere al desarrollo de la fe cristiana, es enormemente preferible que los dos cristianismos continúen coexistiendo, aunque sea en constante roce, dentro de las mismas estructuras eclesiásticas; pues entonces continuará dándose la posibilidad de diálogo e influencia mutua, y la posibilidad de que las ideas más convincentes poco a poco logren prevalecer.
Una perspectiva a partir del año 2056
Vamos ahora a dar un gigantesco salto imaginativo y a considerar cuál podría ser el estado del cristianismo dentro de dos generaciones, en el ala más liberal o progresista del cristianismo, si la visión pluralista continuara recibiendo adhesión dentro de ella. Preveo que la otra ala, la fundamentalista/evangelical, va a continuar teniendo poder, incluso con la posibilidad de separarse para formar una estructura o estructuras eclesiales distintas. Pero aquí considero las transformaciones que pueden llegar a darse dentro de un cristianismo que llegó a verse no ya como la única y exclusiva fe verdadera, sino como una forma de fe entre otras.
Hablaré pues a partir de ahora en tiempo presente, pero como si estuviésemos ya en el año 2056 de nuestra era...
La prenunciada muerte lenta de la religión bajo el ataque de la modernidad secularizante y de la «pós-modernidad» no llegó a ocurrir. Parece que, todavía, la raza humana es innatamente religiosa, dotada con una tendencia no erradicable a pensar lo natural a la luz de lo sobrenatural. La tentativa de educar poblaciones enteras para abandonar esa tendencia, en Rusia y en China por ejemplo, acabó fracasando; nuevas formas de religión, incluso formas seculares, continúan apareciendo con profusión asombrosa. Las mayores religiones mundiales, en términos numéricos, son el islamismo y el cristianismo, contando cada una de ellas (al menos nominalmente) con cerca de 1.250 millones de hombres y mujeres. El rápido crecimiento del Islam, que sobrepasó al cristianismo nada más comenzar este siglo XXI, alcanzó su pico hace cerca de veinticinco años, en la medida en que la explosión poblacional en el Tercer Mundo llegó a su fin. También hubo una gran expansión de la influencia del budismo en Occidente; y también de nuevas formas sincréticas de espiritualidad.
Las Iglesias cristianas todavía están divididas en las ramas del catolicismo romano, de la ortodoxia oriental y de aquellas que surgieron de la Reforma del siglo XVI, pero las relaciones entre ellas son mucho más próximas y amigables, y se han dado varias fusiones entre los movimientos reformados.
La Iglesia católica comenzó a ordenar mujeres para el sacerdocio al inicio del siglo XXI, y en una generación, varias mujeres llegaron al episcopado. El gran papa reformador, Juan XXIV, nombró cardenales a varias de ellas, y aunque no representan todavía una mayoría dentro del colegio cardenalicio, hay una gran esperanza de que el próximo papa sea una mujer.
La vida de las Iglesias continúa transcurriendo esencialmente como en el pasado, a pesar de que la teología predominante —y también en parte el lenguaje— está cambiando mucho en estos últimos cincuenta años. Las celebraciones todavía son, en grados variables, ocasiones en que las personas se reúnen para abrir sus corazones y mentes a la Realidad divina, en toda su amplitud, y en las cuales renuevan su confianza básica en la fuente de toda vida. Por medio de los relatos sagrados, la poesía, las metáforas, la figuración y el ritual dramático de una tradición antigua y rica, se hacen capaces de regocijarse juntos en la bondad de la creación, y de consolarse y apoyarse mutuamente en las dificultades, limitaciones, fracasos y tragedias de la vida. Y, al hacerlo, se encuentran y se animan mutuamente a trabajar por la equidad y la paz en su propia sociedad y en el mundo.
Los mensajes centrales de la teología de la liberación, de la teología feminista y mujerista 200 y de la teología ecológica ya han sido asimilados, y las Iglesias principales o históricas vienen dedicándose cada vez más a trabajar por la justicia social, por la igualdad de género y por un estilo de vida humana sostenible, que preserva el frágil equilibrio del medio ambiente planetario. El cristianismo es «más verde», más humano y políticamente más responsable que en el pasado.
En términos teológicos, la encarnación divina en la vida humana ahora es vista como algo que acontece siempre que y donde quiera que los designios de Dios sean acogidos con libre voluntad. Definida en estos términos, la «encarnación» no significa la posesión de dos naturalezas completas, una divina y otra humana, sino un modo metafórico de expresar la apertura a Dios y la respuesta obediente a Él, de suerte que, siempre que un hombre o una mujer libremente realiza la voluntad divina, Dios se vuelve, ya en esta acción, encarnado en la Tierra. La vida de Jesús es vista como una ocasión notable de la encarnación divina. La idea de Trinidad ya no implica tres centros de la consciencia y voluntad divinas misteriosamente interrelacionados, sino que es un símbolo del triple carácter de nuestra consciencia humana de Dios —Dios como fuente creativa de toda vida, como poder salvífico transformador y como espíritu divino que vive en nosotros—.
En los sectores de la Iglesia universal en los que ha venido a ser dominante la visión pluralista, el culto es explícitamente dirigido a Dios, y no a Jesús, a la Virgen María o a los santos. Ha sido éste el resultado de un proceso continuo de revisión litúrgica, que cada vez más ha encontrado su inspiración central en la oración del Señor, el Padrenuestro. Los revisionistas han subrayado que en esa oración se nos enseña a dirigirnos directamente a Dios como al Padre eterno, y no a través de cualquier mediador, y a pedir perdón, con la expectativa de recibirlo —con la única condición (¡y es una gran condición!) de que nos perdonemos mutuamente—. Ya no se da a entender que la aceptación de nuestras personas por Dios tendría como condición la muerte de Jesús, entendida como sacrificio expiatorio. De hecho, no hay ninguna referencia en esta oración, enseñada por nuestro Señor en persona, a las ideas de encarnación, trinidad ni expiación, desarrolladas posteriormente por la Iglesia. Tanto en el contexto del culto comunitario como del privado, oraciones de adoración, acción de gracias, confesión e intercesión continúan siendo esencialmente las mismas del siglo XX, con la diferencia de que ahora la bondad y la misericordia de Dios no son buscadas «por causa de Jesús», sino en base a la naturaleza divina eterna.
Los sacramentos tradicionales continúan siendo practicados como aspecto vital de la Iglesia. La eucaristía es vista como el acto simbólico central, que nos liga a una corriente de memoria histórica con Jesús y sus primeros discípulos, y en solidaridad de unos con los otros y con nuestros predecesores en la fe a través de los tiempos. El bautismo continúa existiendo como la dedicación de una criatura a Dios y como su recepción (lo que ocurre también en el caso de un adulto) en el interior de la Iglesia. El matrimonio es considerado por algunos un sacramento, y por otros, un paso solemne y la bendición de una unión.
Los funerales continúan con el modelo tradicional. Es aquí donde llega a un punto decisivo la división entre dos comprensiones de la religión; de un lado, la no-realista; del otro lado, la realista (o, más exactamente, realista-crítica). Como ya ocurría hace cincuenta años, los miembros del clero que optaron por el no-realismo consideran la idea de que nuestra vida presente sería parte de una existencia mucho más amplia, en la cual el proyecto humano finalmente alcanza su desenlace, como una ficción; al paso que otros, clérigos y laicos, consideran tal idea muy seriamente; algunos incluso buscan apoyo para la creencia en la continuidad de la vida tras la muerte, a partir de ciertos avances en la parapsicología, y un número creciente de personas muestra simpatía por varias formas de creencia en la reencarnación.
De modo general, se usa todavía el Credo «de los Apóstoles», pero no como expresión literal de la fe contemporánea, sino como un símbolo de la continuidad de la Iglesia a lo largo del tiempo. Aunque hayan sido compuestos innumerables himnos nuevos y nueva música haya sido producida, durante las últimas dos generaciones, muchos de los más antiguos continúan siendo entonados, valorizándose el poder poético de sus imágenes, y siendo nuevamente apreciados, mucho tiempo después de que se dejó de entenderlo literalmente.
Las comunidades y congregaciones continúan con sus diferentes tradiciones de culto, sea la tradición de una liturgia solemne acompañada de bellas palabras, de música, de un simbolismo impresionante de procesiones, paramentos, campanas, incienso e iconos; sea la tradición de un culto bastante informal que se vale del lenguaje, de la música y de la dramatización populares, y que tal vez dé lugar a las palmas y a la danza por los pasillos; sea, finalmente, cualquier tradición que se halle entre estos dos extremos. Celebraciones de curación, con imposición de manos, son ahora más comunes, dado que el aspecto psicosomático de la enfermedad y la red psíquica interactiva de que todos somos parte se han vuelto tesis más ampliamente aceptadas.
En otras partes de la Iglesia, prácticas tales como «hablar en lenguas», la «elevación de las santas manos», el acto de ser poseído o «muerto en el Espíritu», etc. continúan dándose entre aquellos que las consideran de auxilio. Las relaciones con las otras religiones mundiales son, actualmente, generalmente buenas, basándose en una aceptación formal de su validez autónoma, a pesar de que esta aceptación todavía se vea amenazada por poderosos grupos fundamentalistas cristianos que tratan de convertir a judíos, musulmanes, budistas, hindúes, sijs y otros.
El Consejo Mundial de Iglesias continúa intentando incluir dentro de sí a los dos cristianismos, y por tanto, todavía es —oficialmente— incapaz de reconocer que hay salvación fuera del cristianismo. La cooperación inter-religiosa está actualmente muy difundida en el trabajo por la justicia y por la ética social, y, en el nivel internacional, en el trabajo por la paz mundial y por la protección de la madre Tierra.
La actividad misionera de la Iglesia no se dirige, ahora, a personas de otras religiones, sino a la mayoría pos-cristiana de los países nominalmente cristianos, lo que ha conllevado un cambio de dirección en el trabajo de muchos de los teólogos más constructivos, de entre los teólogos sistemáticos cristianos. En una era fuertemente orientada para la ciencia y marcada por una actitud secularizada, en vez de preocuparse por la elaboración y reinterpretación de las doctrinas cristianas tradicionales —una tarea que continúa pero ya no configura una preocupación central—, están desarrollando diferentes abordajes de la creencia en una Realidad divina transcendente que ofrezca una estructura de sentido para la vida humana. La razón de ello es que intelectuales cristianos que privilegian el trabajo constructivo se han ido dando cuenta poco a poco de que fuera de las Iglesias se propaga un gran interés y un apetito religioso que ya nunca más van a poder ser saciados por la antigua versión de cristianismo, entendido como una fe encerrada en sí misma y que reivindica una verdad exclusiva.
Por otra parte, parece que, actualmente, una espiritualidad más abarcadora, que adopta tanto formas cristianas como no cristianas, resuena en muchas mentes abiertas y penetrantes. En ese contexto, aunque por una parte las doctrinas cristianas tradicionales han dejado de atraer el interés de la mayoría de las personas, por otra parte reina una preocupación bien difundida sobre las cuestiones básicas relativas a la naturaleza del universo y nuestro lugar en él; sobre el sentido de la vida humana; sobre la naturaleza del bien y del mal; sobre nuestro relacionamiento con otras formas de vida; y sobre la cuestión de la muerte y de una posible vida después de la muerte.
Un cristianismo no dogmático, centrado en la persona y en las enseñanzas de Jesús, está de nuevo siendo acogido por la gente, así como las del budismo, del hinduismo, del Islam y de otras tradiciones.
A Christian Theology of Religions,
Westminster John Knox Press,
Lousville 1995, cap. 6, p. 125-139.

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[1] Dennis Nineham, Christianity Medieval and Modern,London SCM Press, 1993, p. 48.
[2] Ibid., p. 231.
[3] Ibid., p. 234-235.
[4] Ibid., p. 47.
[5] Ibid., p. 232.
[6] Orígenes, citado por L.W. Grensted, A Short History of the Doctrine of the Atonement, Manchester University Press, 1962. p. 38.
[7] San Anselmo, Cur Deus homo?, Libro I, cap. 7.
[8] Este era el título del libro de A.D.White, Presidente de la Cornell University, A History of the Warfare of Science with Theology in Christiendom (1896), 2 v., New York: Dover Publications, 1960.


Fuente: Portal Koinonía

viernes, 14 de septiembre de 2012

El modelo de crecimiento de algunas iglesias pone en peligro la visión del Reino de Dios

Por Luis Eduardo Cantero, Argentina*

El portal Pulso Cristiano, basándose en el Diario de la Nación, publicó una nota extensa sobre “Los evangélicos y su influencia en la política brasileña”. El informe, escrito por el corresponsal del medio argentino en Brasil, resalta que las iglesias pasaron de representar el 15,4% de la población en 2000 (26,2 millones), al 22,2% en 2010 (42,3 millones). Y destaca que este aumento “vino acompañado por un fuerte incremento de su influencia en la política brasileña: en el Congreso, compuesto por 594 miembros, la bancada evangélica pasó de tener 36 integrantes en 2006 a 79 en la actualidad, la mayor cantidad en su historia, con representantes de 14 partidos”. (1) El portal preocupado por tal crecimiento, cosa que no sucede en la Argentina, preguntaba a sus lectores ¿Por qué en la Argentina no se llega a esos porcentajes y números?
Mientras pulso cristiano se preocupaba por esto, otro portal de España anunciaba a cuatro vientos sobre el gran crecimiento que estaba sucediendo en la Argentina, titulaba de la siguiente manera: “En Argentina nace una nueva iglesia evangélica por día.” La nota decía que “Solo en julio fueron autorizadas 40 nuevas iglesias, en su mayoría pentecostales, y en menor medida bautista. Mas del 10% de la población es evangélica, o sea, un promedio de más de uno por día.” (2).
Ambos portales siguen ciertos determinismos ideológicos, cada uno se deja llevar por los fines que persiguen… Sería bueno preguntarse si, es realmente cierta esta información, que hay detrás de cada artículo. Pero, lo que me interesa en este momento es responder la pregunta del por qué la iglesia evangélica en Argentina no crece. Creo que si respondo a tal pregunta, tal vez estaría poniendo en duda ese triunfalismo de modelo de crecimiento que se anuncia en Argentina.
Es cierto que en la Argentina en los últimos años se ha visto un brote de grupos que se autodenominan evangélicos, etc. Estos grupos surgen del seno de las congregaciones evangélicas tradicionales, movido por líderes con delirio místico, que se autodenominan “apóstoles, profetas, guerreros, salmistas”, etc. Un ejemplo de este fenómeno ha sucedido en nuestras iglesias bautistas, como en otras, que han sido influenciadas por modelos neopentecostales. Esta influencia ha provocado una fisura en la teología bautista como en la práctica, que los han llevado a desprenderse del modelo tradicional.
No solo han cambiando la forma de celebrar el culto, sino también los principios y fundamentos de la fe bautista. Donde el apóstol se ha convertido en el cacique y el único que maneja los hilos de la iglesia. Pues, solo Dios le habla al apóstol o pastor místico, le otorga el poder para sanar, liberar y declarar “salvo, bendecido al feligrés”, siempre y cuando el feligrés, se ajuste a su visión que Dios le otorgó. Por ende, deberá participar, en lo que yo llamo “lavado de cerebro”: encuentros, talleres, seminarios de liberación, entre otros espacios destinado para ello. Si es que desea ser salvo, vivir bendecido materialmente y en victoria.
Este es uno de los énfasis marcados por esta estructura piramidal y excluyente, que solo podemos alcanzar la cumbre del éxito y la victoria, siempre y cuando nos sometamos al lavado de cerebro, a la dictadura espiritual de su pastor apóstol, cosa que contradice el principio bautista: el sacerdocio universal de todo creyente. Ya no hay barrera, todos somos llamados a servir, somos iguales. Cada uno puede cuestionar el trabajo pastoral; incluso se podría censurar si un pastor malinterpretara un texto o su interpretación y acción no estaba de acuerdo a nuestros principios y doctrina bautista. Eso se ha perdido, como otras cosas, y es lamentable que eso suceda.
Entonces, volviendo a la pregunta, en la Argentina como en otros lugares de América Latina, no hay crecimiento normal, hay crecimiento peligroso, dañino que no está en línea con la visión del Reino de Dios; no veo problema que la iglesia crezca, si no la forma cómo crecen. Crecen por medio del “reciclaje”, como lo llama el Rev. Joel Galán, dice: “Desafortunadamente el gran fenómeno de crecimiento que experimentan algunos ministerios en el día de hoy, es a base de lo que yo llamo “reciclaje”, que no es nada más y nada menos que cristianos pasándose de una congregación a otra.” Estas son personas que en el fondo tienen grandes problemas económicos, psicológicos, etc. Se refugian en las ideologías del momento, en este caso la fe evangélica, a ellos no le interesa conocer bien la Palabra, se dejan convencer fácilmente por estos recicladores. “Se mueven de un lugar a otro con la misma excusa de siempre de que ‘allá se siente mejor (se siente el Espíritu Santo)’ olvidando que aquí Dios no ha llamado a nadie a sentir, ¡El nos ha llamado a creer!” (3)
Este es un fenómeno que se expande en nuestras iglesias, el pastor Rubén Proetti dice: “que muchos de estos nuevos grupos… son producto de un desprendimiento de comunidades existente, y por el deseo de tener más fieles. Pero aclara que esto no es saludable…”(4)
Ahora bien, hay iglesia que están creciendo, pero lo hacen desde la visión del Reino de Dios, que es totalmente distinta al fenómeno de “Reciclaje”, éste modelo no es bíblico. Nuestro modelo debe ser “ir y hacer discípulos”, alcanzar a nuevos creyentes, “y no en atraer cristianos de otras congregaciones.” Hay muchas personas necesitadas, que necesitan conocer a Cristo, que estar reciclando ovejas que ya tienen pastor.
Tampoco podemos negar que estos cristianos tengan que ser reciclado por estos ministros, que se dedican como los cartoneros a reciclar, debido a los pastores asalariados, que no dedican el tiempo necesario para ellos. Pues, están más preocupados por suplir sus necesidades, que confiar en el dueño de la mies.
Que hagamos de la Gran Comisión una prioridad en nuestras iglesias cristiana hoy, y no olvidemos, el consejo de Rev. Joel Galan: “El “reciclaje” es bueno para el medio ambiente, pero dañino para el crecimiento de la iglesia….”

*Luis Eduardo Cantero, es Teólogo y Filósofo, pastor bautista, docente universitario.
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(1)Pulso cristiano, ¿Por qué las iglesias evangélicas crecen en Brasil y en la Argentina no? 04 de agosto, 2012.
(2)Protestante digital, “En Argentina nace una nueva iglesia por día, 03 de agosto, 2012.
(3) El blog de Pensamiento de Bendición-Joel Galán
(4) Rubén Proetti, presidente de ACIERA, citado por protestante digital

Fuente: ALCNOTICIAS

jueves, 13 de septiembre de 2012

La Biblia: contextos y relecturas actuales

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, Mèxico

1. Una palabra profunda y reveladora en todos los tiempos
El salmo 19 es uno de los más altos himnos de celebración de la revelación divina. Las dos etapas de su redacción son evidentes por la diáfana distinción entre lo que se denomina “revelación general” y “revelación especial” (escrita). El texto toma partido por la segunda, luego de mostrar tan alta consideración por la primera en una afirmación notable del esfuerzo divino por hacer inteligible su voluntad en medio de la conflictividad humana. Someterse a la arbitrariedad del lenguaje es uno de los mayores méritos y una muestra extraordinaria de amor por parte de quien quiere revelarse a la humanidad.
El énfasis celebratorio y poético abre la puerta para que en cada metáfora y expresión quede bien claro que el contenido de la revelación escrita se estableció progresivamente como normativo y que su fijación escrita formó parte de un proceso espiritual y cultural que permitió superar las limitaciones de la fenomenología religiosa. El apego a la palabra escrita y la opción tan fuerte hacia un discurso literario y teológico genéricamente plural, pero coherente, hizo que la fe de Israel alcanzara un carácter liberador y que la misma praxis religiosa atisbara formas nuevas.
El salmo da cuenta de una evolución del pensamiento de fe que fue capaz de separarse de sus lazos con las fuerzas naturales, incapaces de transmitir aspectos de lo sagrado que reclamaban subir “escalones culturales” para alcanzar una inteligibilidad necesaria para vehicular los contenidos éticos que, de otra manera, se hubieran quedado en mera religiosidad externa y ritualista. De ahí surgió también el cuestionamiento de actitudes y acciones ligadas a la magia. Los dos poemas se relacionan en cuanto el primero expone la grandeza y belleza de la creación como portadora de la magnificencia de Dios, pero sin alcanzar, con todo, el impacto y la fuerza de la Ley/Palabra escrita. “Hace ya mucho tiempo que se reconoce que Sal 19 está compuesto de dos salmos. La sección A es un himno de alabanza a Yahvé por su manifestación en la naturaleza; la sección B es una glorificación de la Ley. Las diferencias entre las dos partes del salmo son tan sorprendentes que no necesitan ulterior explicación. Sin embargo, sería improcedente estudiar el Sal19 A y el 19 B como dos textos completamente dispares. La tradición reunió ambas partes”.[1]
A
1 Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y la expansión denuncia la obra de sus manos. (Reina-Valera, 1909)
El cielo azul nos habla/ de la grandeza de Dios/ y de todo lo que ha hecho. (Traducción en Lenguaje Actual)
Los cielos proclaman la gloria de Dios,/ el firmamento pregona la obra de sus manos. (La Biblia de Nuestro Pueblo)
El mundo confiesa ante Dios su condición de criatura; el cielo “proclama”, el firmamento “pregona” (Sal 19.2). En un contexto de teofanía, el poeta puede exclamar: “El cielo pregona la justicia de Dios” (Sal 97.6) (G. von Rad, Sabiduría en Israel, 203s) (Kraus, 382).
2 El un día emite palabra al otro día, Y la una noche á la otra noche declara sabiduría.
Los días y las noches/ lo comentan entre sí.
Un día le pasa el mensaje a otro día,/ una noche le informa a otra noche.
En el v. 2 el himno comienza con una descripción del cántico de alabanza entonado por los cielos. El espacio celeste y el “firmamento” aparecen como poderes vivos que “narran” y “proclaman”. La “expansión”, como concepto cosmológico designa la plancha (en latín, firmamentum) que contenía y represaba el mar azul del océano celeste (Gén 1.6ss; Ez 1.22ss; Sal 150.1). La alabanza entonada por esa esfera celeste glorifica a Dios y “la obra de sus manos”). […] El cántico de alabanza de los cielos va dirigido a Dios, que tiene su trono sobre los cielos (cf. Sal 29.9.10), que está presente en Sión y cuya luz deslumbradora inunda toda la tierra (Is 6.3). Las estrellas son “la obra de tus manos”, Sal 8.4). Con eso, el v. 2 anuncia ya el himno del sol, que resalta en el v. 5b. Por tanto, el contenido del cántico de alabanza de los cielos es el esplendor de la manifestación de Yahvé, y este cántico realza, al mismo tiempo, la obra de la creación divina. “La gloria que Dios ha concedido a la creación como imagen de su propia gloria, se refleja en la creación e incide de nuevo en Dios como confesión de fe en él” (Franz Delitzsch). (Kraus, p. 380)
El texto afirma que un día transmite su palabra al otro día, y una noche, a la otra noche, “como dos coros que se alternan” (F. Notscher). El himno contempla en acción una cadena tan misteriosa como maravillosa. Por lo demás, Os 2.23s habla –en otro sentido- de una cadena continuada de efectos en el ámbito de la naturaleza. Los vv. 2.3 suscitan la impresión de que el cantor ha trasferido al ámbito celeste la tradición hímnica y didáctica de la creación, que existía en los círculos sacerdotales de Israel. (Kraus, p. 381)
3 No hay dicho, ni palabras, Ni es oída su voz.
Aunque no hablan ni dicen nada,/ ni se oye un solo sonido,
Sin que hablen, sin que pronuncien,/ sin que se oiga su voz,
La afirmación que se hace en el v. 3 es singularísima. Después de las descripciones que se hacen en los vv. 1 y 2, esa afirmación tiene carácter de paradoja. La trasmisión de la “palabra” (dabar), en el v. 2, de alabanza y de saber se efectúa “sin palabras y sin lenguaje”. […] La “palabra” (dabar) y el “lenguaje” de los poderes celestes, no pueden oírlo los oídos humanos. Por consiguiente, las negaciones que hay en el v. 3a señalan un proceso singularísimo de proclamación, un proceso que no tiene analogía, y que se realiza en los lejanos espacios de la creación. Pero es una proclamación que está muy alta, por encima del hombre, y no puede ser escuchada por él.
4 Por toda la tierra salió su hilo, Y al cabo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol.
Sus palabras recorren toda la tierra/ y llegan hasta el fin del mundo./ En el cielo Dios ha puesto/ una casa para el sol.
A toda la tierra alcanza su discurso,/ a los confines del mundo su lenguaje./ Allí le ha preparado una tienda al sol:
El cantor del Sal 19 A oye cómo este sonido de los cielos, un sonido hímnico y, al mismo tiempo, sobrecogedoramente instructivo, va a toda la tierra (cf. Is 6.3). […]
5 Y él, como un novio que sale de su tálamo, Alégrase cual gigante para correr el camino.
Y sale el sol de su casa/ feliz como un novio;/ alegre como un atleta,/ se dispone a recorrer su camino. Se regocija cual esposo que sale de su alcoba,/ como atleta que corre su carrera.
6 Del un cabo de los cielos es su salida, Y su giro hasta la extremidad de ellos: Y no hay quien se esconda de su calor.
Sale por un lado/ y se oculta por el otro,/ sin que nada ni nadie/ se libre de su calor.
Asoma por un extremo del cielo/ y su órbita llega al otro extremo;/ nada se escapa a su calor.
Como en Gén 1.17, Dios da órdenes al sol. Se asigna un lugar para el sol. El sol no tiene un palacio, sino una tienda. Tal vez estos arcaísmos fueron conservados deliberadamente por Israel para establecer el debido contraste […] en la mente de nuestro texto, es el lugar donde el sol pasa la noche. Por la mañana, el sol deja su alcoba y sale radiante como un esposo, como un “reciéncasado”. Alegre como un héroe, hace su aparición […]
B
7 La ley de Jehová es perfecta, que vuelve el alma: El testimonio de Jehová, fiel, que hace sabio al pequeño.
La ley de Dios es perfecta,/ y nos da nueva vida./ Sus mandatos son dignos de confianza,/ pues dan sabiduría a los jóvenes.
La ley del Señor es perfecta: devuelve el aliento;/ el precepto del Señor es verdadero:/ da sabiduría al ignorante;
El Sal 19 B es un cántico de alabanza de la Torá, la cual, contemplada en su perfección y en sus efectos, es tema de gozosa meditación. Para explicar la comprensión subyacente de la Torá, habrá que recurrir a la concepción deuteronómica tardía: la Torá es la revelación terminada y consignada por escrito de la voluntad de Dios, para su lectura en público (Dt 31.9-11) o en privado (Jos 1.7; Sal1.,2). En esta expresión de la voluntad de Dios, que contiene principalmente la ley de Dios, se incluyen también las proclamaciones históricas (Dt 1.5; Sal 78.1; Neh 8.13ss). No obstante, el verdadero centro de la Torá es y sigue siendo la ley de Dios transmitida por medio de Moisés (Mal 3.22). Pero, en todo caso, la Torá es —especialmente desde Esdras— la “Sagrada Escritura” con carácter autoritativo y oficial.
8 Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón: El precepto de Jehová, puro, que alumbra los ojos.
Las normas de Dios son rectas/ y alegran el corazón./ Sus mandamientos son puros/ y nos dan sabiduría.
los mandatos del Señor son rectos:/ alegran el corazón;/ la instrucción del Señor es clara: da luz a los ojos;
En el v. 8 se ensalza a la Torá por ser “perfecta” es propiamente un término de la lengua de los sacrificios Al animal sin defecto, inmaculado, se le llama “perfecto”. Aquí la palabra expresa la suficiencia de la “Sagrada Escritura” (cf. Dt 32.4). El efecto de esta Torá perfecta se ve ahora en que “restaura”. Esto quiere decir que vuelve a dar vigor a la vida (cf. Lam 1.11, 16). De la Torá dimana vigor refrescante. La Torá es “fiable” y transmite sabiduría al simple, al que se deja seducir fácilmente (Prov 1,22,7,7,9,6,19,25,21,11, Sal119,130). En los Sal 1 y 119 se asocian también concepciones de la teología posterior con la comprensión de la Torá existente después del destierro; vida y sabiduría brotan a raudales de la instrucción divina. La Torá es instrucción para la vida.
9 El temor de Jehová, limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos.
La palabra de Dios es limpia/ y siempre se mantiene firme./ Sus decisiones son al mismo tiempo/ verdaderas y justas.
El respeto del Señor es puro: dura para siempre;/ los mandamientos del Señor son verdaderos:/ justos sin excepción;
10 Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal.
Yo prefiero sus decisiones/ más que montones de oro,/ me endulzan la vida/ más que la miel del panal.
Son más valiosos que el oro,/ que el metal más fino;/ son más dulces que la miel que destila un panal.
11 Tu siervo es además amonestado con ellos: En guardarlos hay grande galardón.
Me sirven de advertencia;/ l premio es grande/ si uno cumple con ellas.
Aunque tu servidor se alumbra con ellos/ y guardarlos trae gran recompensa,
Esta “alegra el corazón” (v. 8a), “ilumina los ojos” (v. 8b), es decir, da nuevo vigor a la vida (“para siempre”) permanece la palabra que Yahvé habla por medio de la Torá. Todas las “instrucciones” en materia de derecho son verdad y “justos” o “rectos” en sentido pleno. El v 10 habla del gran valor y del efecto vivificador de la Torá, mientras que el v. 12 entona después las notas de una lamentación.
12 Los errores, ¿quién los entenderá? Líbrame de los que me son ocultos.
Nadie parece darse cuenta/ de los errores que comete./ ¡Perdóname, Dios mío,/ los pecados que cometo/ sin darme cuenta!
¿quién se da cuenta de sus propios errores?/ Purifícame de culpas ocultas;
13 Detén asimismo á tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí: Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión.
¡Líbrame del orgullo!/ No dejes que me domine!/ ¡Líbrame de la desobediencia/ para no pecar contra ti!
del orgullo protege a tu servidor,/ para que no me domine./ Entonces seré irreprochable/ e inocente de grave pecado.
El Sal 19 B termina con una fórmula de dedicación (cf. Sal 104.34; 119.108). Tales formas, en los tiempos antiguos, se pronunciaban al ofrecer el sacrificio, y ahora sirven de final al cántico hímnico. “La oración es el sacrificio ofrecido por el hombre interior” (Franz Delitzsch). […]
El cosmos celebra “la gloria” de Dios, pero no nos enseña su voluntad. Por eso, se añadió el Sal 19 B como referencia decisiva, como una clave -por decirlo así- para descodificar el mensaje cifrado. En la Torá sí podemos captar a Dios. Allí sí aprendemos quién es Dios. En la Torá llega a nosotros la manifestación de la voluntad de Dios. La Torá logra lo que la naturaleza no es capaz de lograr: nos da instrucción y nos dirige para ser sabios; alza a quien está desesperado y abre camino a través del ámbito de la culpa. La comprensión de la Torá que hallamos en el Sal 19 B no tiene nada que ver con el nomismo. Lejos de eso, este salmo debiera impulsarnos incesantemente a pensar acerca del misterio y la maravilla de la revelación de Dios en su palabra, es decir, acerca de la palabra que contiene estímulo y exigencia. Esta palabra es el lugar en que Dios mismo, como Creador, se encuentra con el hombre, y se encuentra con él con fidelidad creadora y mantenedora de vida. En esta palabra es donde podemos captar lo que el mundo creado no cesa de proclamar, aunque no logre por sí que nosotros lo entendamos.
Conclusión
14 Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío
¡Tú eres mi Dios y mi protector!/ ¡Tú eres quien me defiende!/ ¡Recibe, pues, con agrado/ lo que digo y lo que pienso!
Que te agraden las palabras de mi boca,/ que te plazca el susurro de mi corazón,/ ¡Señor, Roca mía, Redentor mío!
2. Los decretos eternos de Dios en la historia
Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas! Salmo 119-17-19
El Salmo 119 es el gran monumento a la revelación escrita de Dios en la historia. Es, además, una suma de reconocimientos a la Ley divina que brotó de un amplio conjunto de corazones agradecidos. Es también, el testimonio de fe que a través de mucho tiempo los lectores/as asiduos de los textos sagrados expresaron para afirmar la centralidad de su mensaje en las situaciones que vivieron. La voz lírica se une a la celebración y se desdobla en una serie de consideraciones acumuladas en la conciencia de las comunidades acerca de la manera en que los decretos eternos de Dios, que aún se encontraban en el proceso de redacción, habían interactuado con los sucesos históricos y habían dado luz para la fe, la acción y el pensamiento de los y las creyentes.
Tal vez ha sido el biblista Walter Brueggemann quien en lo últimos tiempos mejor ha resumido la forma y el espíritu que caracterizan a esta obra maestra de la fe poética inspirada por la revelación divina, cuando explica, inicialmente:
El salmo 119 no sólo es el más extenso de los cantos de la Toráh sino el más largo de todos los salmos. Si no se reconoce su intento estructural puede llamar la atención por su monotonía y aburrida redundancia. Pero su creación es, de hecho, una realización intelectual masiva. Es un salmo acróstico maravillosamente labrado. (El mismo mecanismo del salmo 45, donde se usa sucesivamente una letra al inicio de cada línea hasta recorrer todo el alfabeto. En aquel salmo la estructura pretendía capacitar para una plena alabanza, aquí, para ofrecer plena obediencia.) La característica notable aquí es que cada letra del alfabeto contiene ocho versos sucesivos antes de que el poema pase a la siguiente letra. En términos artísticos, es como si tuviéramos aquí ocho poemas acrósticos simultáneos. Eso hace al salmo tan largo y tan estilizado. Es una lástima que tal logro se pierda inevitablemente en la traducción.
Para apreciar el salmo, nos debemos preguntar por qué habría alguien de trabajar tan intensa y rigurosamente este tema. Se nos ocurren tres razones posibles: primera, el salmo es deliberadamente didáctico. Refleja el trabajo de un maestro de clase. Su objetivo no es casual. Pretende instruir al joven en el abc de la obediencia a la Toráh. Segunda, el salmo quiere hacer una afirmación comprensiva de la adecuación de una vida orientada por la Toráh. Afirma que la Toráh cubrirá todas las facetas de la existencia humana, de la A a la Z.[2]
Las primeras palabras del salmo, el pórtico con que se introduce la vasta celebración, es elocuente. “Dios, tú bendices/ a los que van por buen camino,/ a los que de todo corazón/ siguen tus enseñanzas./ Ellos no hacen nada malo:/ sólo a ti te obedecen./ Tú has ordenado/ que tus mandamientos/ se cumplan al pie de la letra” (vv. 1-4). Dan por sentado que el contacto estrecho con las Sagradas Escrituras siempre será motivo de bendición y que el detenimiento con que se lean, aprendan y reflexión continuamente producirá buenos frutos, primeramente en la conciencia: “Quiero corregir mi conducta/ y cumplir tus mandamientos./ Si los cumplo,/ no tendré de qué avergonzarme./ Si me enseñas tu palabra,/ te alabaré de todo corazón/ y seré obediente a tus mandatos./ ¡No me abandones!” (vv. 5-8). La persona amante de la ley de Dios interioriza el mensaje y se pregunta sobre sí mismo, además de que sabe que quien le habla allí constantemente desea lo mejor para él o ella.
Como agrega Brueggemann:
No hay crisis humana o tema en el que necesitemos salir fuera del campo de la obediencia de la Toráh para vivir plenamente. Tercero, el intento dramático es encontrar una forma proporcional al mensaje. El mensaje es que la vida es segura y plenamente simétrica cuando se respeta la Toráh. Así, el salmo proporciona una experiencia literaria pedagógica de seguridad y plena simetría. Una vida ordenada por la Toráh es segura, previsible y completa como la dinámica del salmo.
Cuando somos conscientes de la forma, no necesitamos decir mucho más sobre la sustancia. Pero podemos hacer dos observaciones. Primera, la Torán no es una letra muerta (II Cor 3.2-6), sino un agente activo vivificador. Esto es, la Toráh no es sólo una serie de reglas sino un modo de presencia del Dios que da la vida (Cf. Dt 4.7-8). La obediencia a la Toráh es fuente de luz, de vida, de alegría, de satisfacción, de deleite. Ciertamente, “deleite” (shaíaí) es una repetida respuesta a la Toráh (vv. 16, 24, 47, 70, 77, 92, 143, 174). La Toráh no es una carga sino un modo de existencia gozosa. El poder activo vivificador de la Toráh se refleja también en el salmo 19.7-9, en el que la Toráh es restauradora de vida. (pp. 55-56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas/ para no pecar contra ti./ ¡Bendito seas, mi Dios!/ ¡Enséñame a obedecer tus mandatos!” (vv. 9-12). Ahora se plantea el horizonte vital, la forma en que la Ley puede conducir la vida desde un principio, de ser posible, y de cómo habrá múltiples satisfacciones en ello. Con todo, la perspectiva dominante no es la del legalismo:
Los maestros de este salmo no están preocupados o seducidos por el legalismo. No consideran que los mandamientos sean restrictivos o pesados. Más bien son personas que han decidido algunos básicos compromisos de vida. Saben a quién les compete, y responderán. Por tanto, saben quiénes son y han establecido, en buena parte, la postura moral hacia la vida, que asumirán. Hay un enfoque de la vida, una ausencia de frenético dilema moral. Un sentido de prioridades acompañado de ausencia de ansiedad. En un mundo bien ordenado, tal decisión puede salvarnos de un desgastante e interminable reinventar la decisión moral. Debido a que el mundo se mantiene unido la forma de obediencia es segura y el resultado no es la opacidad o la amargura sino la libertad. Dos veces usa el salmo la palabra rehob, “lugar grande”: “Corro por el camino de tus mandamientos,/ pues tú mi corazón dilatas” (v. 32). “Y andaré por camino anchuroso,/ porque tus ordenanzas voy buscando” (v. 45). (p. 56)
En la siguiente sección, las palabras se modulan para avanzar en la reflexión sobre los mandatos divinos: “Sólo obedeciendo tu palabra/ pueden los jóvenes corregir su vida./ Yo te busco de todo corazón/ y llevo tu palabra en mi pensamiento./ Manténme fiel a tus enseñanzas” (vv. 9-12). “Llevar la palabra en el pensamiento” es una de las mejores definiciones de la familiaridad y el amor por la palabra divina, pues no basta con encariñarse con ella sino hay que sentirse desafiados por ella. La corrección de la vida no es un esfuerzo transitorio: es intensivo y autocrítico. Los mandamientos divinos son liberadores y genuinamente esperanzadores sobre el presente y el futuro:
Aquí se contraría nuestro prejuicio moderno que ve los mandamientos como algo restrictivo. Éstos liberan y dan a la gente espacio en el cual ser humanos. Este salmo nos instruye en la necesidad, posibilidad y deleite de establecer los temas fundamentales de identidad y vocación. La Toráh viviente nos exige mantener abiertas opciones sobre quiénes seremos.
Segundo, los maestros en este salmo no son simplistas o reduccionistas. No imaginan que la vida pueda reducirse a un mandamiento de vida monodimensional. Más bien, la obediencia a la Toráh es un punto de partida, una plataforma de lanzamiento, desde donde montar una conversación progresiva con Dios a través de la experiencia cotidiana. Así, el salmo no es estrechamente ingenuo acerca de la Toráh como podría indicar un primer vistazo. Explora una variedad de temas relacionados con la fe. Cumplir la Toráh no es toda la fe bíblica pero sí el punto indispensable de partida. A partir de una sólida orientación en la obediencia el salmo explora luego otros temas. Incluye una queja contra Dios que pregunta: “¿Cuánto tiempo?” (vv. 82-86). Le pide a Dios que actúe con amor firme hacia el siervo de la alianza (vv. 76, 124, 149; cf. 33.5, 18, 22). Anticipa la paz (v. 165). Para entrar en la piedad de este salmo debemos romper ese estereotipo de retribución regularmente asignada aquí. No es un salmo de regateo sino un salmo de plena confianza y sumisión. En cierto modo se equipara a la prosa narrativa de Job 1-2 que lucha contra el mismo estereotipo. En esa narrativa tampoco se arguye que “la gente buena prosperará y la mala sufrirá”. Más bien, es simplemente una afirmación de una declaración de confianza y sumisión a un Dios que ha resultado ser bueno y generoso. (pp. 56-57)
En el espíritu del Deuteronomio, quien habla en el salmo practica la mnemotecnia y la repetición, a sabiendas de que esos ejercicios no son solamente “calistenia mental”, pues se trata de una reflexión permanente sobre el significado de los testimonios divinos. Los ecos del salmo 19 son claros: “Siempre estoy repitiendo/ las enseñanzas que nos diste./ En ellas pongo toda mi atención,/ pues me hacen más feliz/ que todo el oro del mundo./ Mi mayor placer son tus mandatos;/ jamás me olvido de ellos” (vv. 13-15).
El salmo 119 es estructurado así, con sofisticación delicada sobre la vida del espíritu. Por un lado, entiende que la vida con Yahvé es una calle de doble sentido. Los que guardan la Toráh tienen derecho a esperar algo de Yahvé. La obediencia da entrada a buscar la atención de Dios, y el don de Dios. Aunque muy cercano a ello este salmo no regatea. Este es el lenguaje de alguien que tiene acceso no por arrogancia sino por sumisión. El lenguaje no es indebidamente irrespetuoso y sí no-estridente. Es vincular una expectativa legítima entre socios que han aprendido a confiar mutuamente. (p. 57)
Esta relación con la Palabra conduce inevitablemente al servicio, (“Yo estoy a tu servicio;/ trátame bien, y cumpliré tus órdenes./ Estoy de paso en este mundo;/ dame a conocer tus mandamientos./ ¡Ayúdame a entender/ tus enseñanzas maravillosas!/ Todo el día siento grandes deseos/ por conocerlas” (vv. 16-20), pues la lucha contra la teoría de la retribución no es nada fácil, pero existen posibilidades de obtener beneficios reales y legítimos por esta disposición. De ahí la necesidad de releer el texto en clave neo-testamentaria y mediante una adecuada concepción de la revelación escrita:
Por otro lado, estas legítimas expectativas de Dios tienen un tinte evangélico. Finalmente, habiéndose ganado el derecho a hablar, no obstante el autor se arroja en la misericordia de Dios y espera un impulso divino —impulso libre, destrabado, sin coerción, proveniente de Dios. Hay, por supuesto, cierta comodidad y conveniencia en recordar la Toráh (v. 52). Pero finalmente, el salmo no sobrevalora la Toráh: la herencia del que habla es Yahvé, no la Toráh (v. 57), ni ésta lo es del que la guarda. Así la Toráh se convierte en punto de entrada para explorar toda la gama de interacciones con Yahvé. Claramente este salmo prueba, más allá de la formulación simplista del salmo 1. Una vida de plena obediencia no es una conclusión de fe: es punto de partida y acceso a una vida plena de comunión múltiple con Dios. Una vida así vive por misericordia y no por obediencia (v. 77). (pp. 57-58)
Finalmente, al voltear la mirada y observar lo que puede ocasionar el olvido o menosprecio de las Escrituras para la vida diaria, las conclusiones son ambiguas: quien prosigue en ese camino puede alcanzar bendiciones y obtener recursos para los días difíciles. Quien no lo haga así, corre más riesgos ante las contingencias cotidianas: “¡Qué lástima me dan/ los que no cumplen tus mandamientos!/ ¡Tú reprendes a esos orgullosos!/ No permitas que me desprecien/ pues siempre obedezco tus mandatos./ Los poderosos hacen planes contra mí,/ pero yo sólo pienso en tus enseñanzas./ Ellas me hacen feliz, y me dan buenos consejos” (vv. 21-24).
3. Una palabra actuante e incisiva en todo tiempo
En efecto, la palabra de Dios es fuente de vida y de eficacia; es más cortante que espada de dos filos y penetra hasta dividir lo que el ser humano tiene de más íntimo, hasta llegar a lo más profundo de su ser, poniendo al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones. Hebreos 4.12, La Palabra, SBU
Históricamente, es posible advertir en las Escrituras sagradas diversos episodios en los que la revelación de Dios se opuso radicalmente a las intenciones humanas de someter el designio supremo y eterno a los intereses del momento, políticos o religiosos. Cada vez que esto sucedía, el ímpetu profético con que se divulgó la voluntad de Dios entraba en fuerte conflicto con las personas e instituciones que intentaban sesgar esa voluntad a su favor, incluso en los niveles más sencillos. El choque inevitable entre esas dos perspectivas tan opuestas en ocasiones tuvo consecuencias fatales, derivadas de las acciones, sobre todo, de gobernantes empeñados en hacer prevalecer sus proyectos por encima de los designios superiores de Dios. En muchos de esos casos, los dilemas provenían de las diversas interpretaciones de la revelación, pues los rumbos que ésta quería imponer al pueblo y a las personas en particular no se mostraban inmediatamente ni de manera unívoca.
Así, es posible ver, por ejemplo, cómo desde los tiempos de Abraham se intentó modificar el destino de la alianza que Dios había hecho con él, a partir de las fobias, temores y deseos que lo embargaron tantas veces, sobre todo cuando estuvo en peligro de muerte. La manera en que pretendió engañar al faraón acerca de la identidad de su esposa es una muestra de ello (Gn 12.10-20). Y podrían enumerarse cientos de situaciones en las que los seres humanos pretendieron enmendar la plana de los caminos de la revelación divina: ¡vaya conflictos que enfrentaron! Pues si en el nivel personal los hubo, en el comunitario, social o nacional las cosas fueron más complejas aún y los testimonios están a la mano para constatarlo: idolatría, mortandad, decisiones equivocadas, confrontaciones directas entre profetas falsos y verdaderos, humillaciones, crímenes, exilios… La propia carta sufrió el rechazo de sus primeros lectores.[3]
El autor de la carta los Hebreos (cap. 4) al profundizar en el simbolismo del sábado y cómo esa realidad es tomada por Dios para “introducir en su reposo al pueblo”, esto es, proporcionarle bienestar, paz y estabilidad en todos los sentidos, se refiere, incidentalmente, a las características más difícilmente tolerables de la Palabra divina, justamente aquellas que ocasionan los problemas de interpretación, obediencia y aplicación de la voluntad divina en el mundo. Precisamente el capítulo comienza con una advertencia para alcanzar el cumplimiento de esa promesa y se recuerda que quienes la escucharon por primera vez no disfrutaron su cumplimiento (vv. 1-2). Y es que “entrar en el descanso de Dios” significa la situación más deseable y placentera que se pueda imaginar, pues es una situación jubilar anunciada como compensación posible de tantas encrucijadas históricas negativas y decepcionantes. El horizonte del descanso surge después del trabajo y la lucha constantes. Dios, dicen los vv. 6-7, ofrece una nueva oportunidad para entrar en él, ahora a través de Jesucristo, por supuesto, en nuevas y singulares condiciones.
El sábado es leído en circunstancias muy distintas, pues no se busca reinstalarlo como centro cotidiano de la vida litúrgica sino más bien partir de él de manera simbólica para apreciar la obra redentora de Dios en Jesucristo. De ahí surge la exhortación previa a las afirmaciones sobre la Palabra divina: “Esforcémonos, pues, nosotros por entrar en el descanso que Dios ofrece para que nadie perezca siguiendo el ejemplo de aquellos rebeldes.” (v. 11). Con eso en mente, la mención directa sobre las forma en que actúa la revelación escrita de Dios, que es viva y eficaz, esto es, pertinente siempre ante las necesidades humanas, y cortante, penetrante e incisiva, pues ataca los prejuicios, deseos y mezquindades con que se le quiera imponer a la vida humana en nombre de otros valores o poderes que nunca serán superiores a ella. Los dos filos a los que alude el texto aluden a que la proclamación profética de la voluntad de Dios siempre será anuncio y denuncia, pues la parte positiva y propositiva, para quienes están deseosos de obedecerla, será un bálsamo y una promesa, pero para quienes se oponen, juicio y rechazo explícito de su injusticia. Esta dualidad puede resultar complicada y difícil de aceptar, pero forma parte constitutiva de la aplicación histórica de los designios divinos, pues los valores del Reino de Dios son y serán innegociables con los poderes e ideologías dominantes.
La palabra discierne, y para hacerlo tiene que cortar y mostrar, en el sentido casi negativo de exhibir lo malo, lo negativo, lo que es opuesto al designio benevolente de Dios. Cuando hace todo eso, tiene que provocar dolores y molestias. Como escribe Samuel Pérez Millos:
Quiere decir, con la figura del lenguaje, que la Palabra llega adonde ningún hombre puede penetrar, a lo más íntimo y secreto del ser. El autor acumula términos en un esfuerzo retórico para expresar la naturaleza íntima del hombre en todas sus partes […] La intención aquí es referirse a la intimidad del hombre en la forma más específica. Una manera de significar la sutil penetración de la Palabra se hace apelando a la distinción entre las coyunturas y los tuétanos, las articulaciones y la médula, para indicar que llega a los recovecos más escondidos del ser, trayendo también a la luz incluso los motivos propios y naturales del subconsciente.[4]
Por otra parte, la manera en que penetra la Escritura y es capaz de desvelar los pensamientos más profundos nos habla de su relación irrestricta con la verdad y la manifestación presente y futura de la misma, pase lo que pase y caiga quien caiga. Esta categórica afirmación de que la Palabra no transige con la mentira ni con la falta de transparencia es un reconocimiento de su capacidad reveladora en todos los sentidos.

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[1] Hans-Joachim Kraus, Los salmos. Salmos 1-59. I. Salamanca, Sígueme, 1992 (Biblioteca de estudios bíblicos), p. 379.
[2] W. Brueggemann, El mensaje de los salmos. México, Universidad Iberoamericana, 1998 (Palabra viva, 2), pp. 54-55.
[3] Cf. Pablo Richard, “Los orígenes del cristianismo en Roma”, en RIBLA, núm. 29,
http://claiweb.org/ribla/ribla29/los%20origines%20del%20cristianismo%20en%20Roma.html: “Hebreos busca que la comunidad de Roma abandone toda forma de adherencia al judaísmo y busca impedir una judaización levítica del culto y de la teología de la comunidad cristiana. La tradición del 4º Evangelio irá aún más lejos, al considerar la Ley como la Ley de los judíos, y el Sábado, Pascua y Tabernáculos como las fiestas “de los judíos” y propondrá un culto “en Espíritu y en Verdad”. La carta a los Hebreos de Roma está más allá de la carta de Pablo a los Romanos, pero no es todavía tan radical como la tradición juanea. La carta a los Hebreos no fue aceptada por la comunidad de Roma, se dudó de su autenticidad hasta el siglo IV (en oriente sí fue aceptada). No se la consideraba carta auténtica de Pablo. Pero tuvo ciertamente un influjo en la comunidad de Roma, como se ve por las citas que hace de ella 1 Clemente”.
[4] S. Pérez Millos, Comentario exegético al Nuevo Testamento. Hebreos. Terrassa, CLIE, 2009, p. 241.

Sobre Leopoldo Cervantes-Ortiz. Ha publicado 17 articulos en Lupa.
Oaxaca, México, 1962. Licenciado (STPM) y maestro en teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM). Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación Pública y coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999) y de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003).