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jueves, 29 de noviembre de 2012

Una conciencia protestante

Por. Ignacio Simal Camps, España*
“Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios, y no puedo ni quiero revocar nada reconociendo que no es seguro o correcto actuar contra la conciencia” (Martín Lutero)
“Mi conciencia es prisionera de la Palabra de Dios”, afirmó Lutero ante la Dieta de Worms. Una afirmación profundamente ecuménica, ya que cualquier persona –no importa a la tradición cristiana a la que pertenezca- podría hacerla suya.
Y también añadió, “no es seguro o correcto actuar contra la conciencia”. Una afirmación rotundamente interreligiosa, ya que cualquier persona de buena fe -no importa a la tradición religiosa a la que pertenezca- o incluso un agnóstico o ateo podrían suscribirla.
No obstante, quisiera ocuparme del aspecto ecuménico de ambas afirmaciones. Por ello, cuando título mi columna “una conciencia protestante”, no hago énfasis en su aspecto confesional sino en su aspecto ecuménico, en su aspecto cristiano sin apellidos.
Una conciencia “protestante” es aquella que discerniendo la realidad social y eclesial que la rodea no puede hacer otra cosa que pasar a la acción de protesta frente, en palabras de Lutero, a la “cautividad babilónica de la Iglesia” y de la sociedad en la que vivimos.
Creo firmemente que la conciencia “protestante” es prisionera de tres elementos que la hacen una verdad ecuménica, que abarca a todos los cristianos y cristianas.
La conciencia “protestante” es prisionera, en primer lugar, de la Palabra encarnada de Dios: Jesús, el Cristo. El Verbo no se hizo letra, sino ser humano. Y es el ser humano Jesús de Nazaret el que nos seduce hasta hacernos voluntariamente presos de su inspirador ejemplo. Somos presos y presas de la justicia y la misericordia que él hizo carne frente a la instituciones o movimientos religiosos de su tiempo.
Jesús de Nazaret practicó en innumerables ocasiones la desobediencia hacia aquellas tradiciones o interpretaciones de la letra de la Torá que sumían a los seres humanos en una división clasista tanto en lo religioso como en lo social: puros/impuros, pobres/ricos, sanos/enfermos… De su inspiradora praxis surge una conciencia sensible a las exclusiones que sufren ciertos sectores de las iglesias o de la sociedad. Una conciencia que protesta ante el Dogma, la Verdad y ante los que se consideran sus guardianes. Dogma y Verdad que separan y, en ocasiones, envilece y etiqueta a los seres humanos. La conciencia “protestante” nos encamina a la desobediencia tanto en el ámbito de lo civil como en el ámbito de lo religioso a favor de los seres humanos concretos. Del ejemplo de Jesús se deriva la acción de protesta de la conciencia “protestante”.
Ello nos conduce, necesariamente, a la segunda afirmación: La conciencia “protestante” es también prisionera de las víctimas de la historia religiosa y secular, aquí y ahora. Los cristianos y cristianos no debemos olvidar que las iglesias a lo largo de la historia se han puesto de lado de los victimarios, cuando no han sido ellas mismas activamente victimarias. De ello debemos aprender todos los cristianos. Por ello la conciencia “protestante” presa de la Palabra hecha carne, se pone del lado de los excluidos, se solidariza con ellos y les pide perdón por no haber estado a lo largo de la historia a la altura del espíritu de Jesús.
Una conciencia presa de los hombres y mujeres que sufren los embates de un modelo social que privilegia a unos seres humanos sobre otros, no puede ser insensible ante el drama de las mayorías sufrientes. Y a la manera de Jesús, y según la misión que nos encomendó, somos llamados a ser agentes de sanación a través de redes de ayuda mutua, y no de una mera red asistencialista que palia los problemas, pero que no los soluciona. La conciencia “protestante” emprende acciones de protesta y, al mismo tiempo, crea espacios sociales liberados de la crisis sistémica que está azotando a nuestras sociedades.
De ahí que, en tercer lugar, la conciencia “protestante” es presa también de un modelo social concreto –reino de Dios- que trata de encarnarlo en medio de la historia. Jesús de Nazaret, al inicio de su ministerio, lo primero que hizo fue llamar a hombres y mujeres a que le siguieran a fin de constituir una comunidad de vida que anticipara el mundo nuevo que él proclamaba.
El modelo social al que me refiero es aquel que privilegia a los pobres sobre los poderosos, a los excluidos sobre los instalados, el vivir frente al consumir… Por ello, Lucas, en la segunda parte de su obra (Hechos de los Apóstoles) propone un modelo de comunidad, un modelo de “ciudad” donde los pobres y excluidos dejan de serlo mediante el compartir todo lo que se posee (Hch. 2,45; 4,34).
El escritor de la carta a los Efesios, afirmará que el trabajo no tiene como objetivo único el mejorar la calidad de vida del que lo ejerce, sino que es un medio para crear pequeñas “Ítacas”, sin pobres (Ef. 4,28), en medio del tempestuoso mar social en el que navegamos. El mismo Pablo escribirá que el objetivo de ese modelo social es la igualdad socioeconómica (2Cor. 8,14.15). Es más, en la misma carta a los Efesios, se dirá que la pared que divide al mundo en impuros y puros quedó destruida (Ef. 2.14), y nadie negará que todavía existen muchos “muros” que derribar. Y como colofón necesario, el Pablo más radical nos saldrá al encuentro afirmando que “en Cristo” (espacio comunitario) “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay ni varón ni mujer” (Gal. 3,28) proponiendo todo un camino liberador que apenas hemos recién iniciado.
La conciencia “protestante” es prisionera de la Palabra de Dios hecha ser humano en Jesús de Nazaret, es prisionera de los que sufren el lado oscuro de nuestro actual modelo social y es prisionera de un modelo social donde reina la justicia, la igualdad y la no exclusión. Todo ello nos conduce, como ya he escrito a la acción de protesta por un lado, y por otro, aquí y ahora, a construir espacios sociales alternativos al modelo social mayoritario. En una frase, debemos liberarnos de la esclavitud babilónica de la Iglesia y de la sociedad en la que vivimos y somos.
La conciencia “protestante” siempre cree “en esperanza contra esperanza”, y su fe no “se debilita al considerar” el cuerpo social en el que vivimos (Ro. 4,18.19) sino que actúa en coherencia con ella, ya que “no es seguro o correcto actuar contra la conciencia”.
*Sobre Ignacio Simal Camps, es pastor de la Església Evangèlica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española en la Església Evangèlica Betel (Orient,28; Hospitalet, Barcelona). Es Presidente de la asociación Ateneo Teológico. Fundó Lupa Protestante en el año 2005. Hasta el mes de julio del año 2012 fue su director. Presidente de la Mesa de la Església Evangèlica de Catalunya - IEE. Es miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, y del Fòrum Català de Teologia i Alliberament

Fuente: Lupaprotestante

domingo, 25 de noviembre de 2012

Calvinismo y federalismo en México. Una modernidad periférica


Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México
A Emilio Monjo Bellido, con gratitud
Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. Frase atribuida al presidente mexicano (Porfirio Díaz).
1. ¿UNA MODERNIDAD PERIFÉRICA REFRACTARIA AL “FEDERALISMO CALVINISTA”?
Ciertamente el abordaje de esta temática parecería que comienza por el final, pero no es así, porque ha resultado casi una fatalidad ancestral en buena parte de los países hispanoamericanos creer y aceptar que la modernidad nos llegó tarde y mal, y como una copia poco elaborada de la modernidad europea y, para colmo, anglo-sajona . Basta con observar el nombre de muchos de nuestros países y las primeras páginas de nuestras Constituciones para advertir el grado de imitación, a veces bastante acrítica, con que nuestros primeros gobernantes siguieron al pie de la letra los rumbos jurídico-políticos de la nación americana protestante por excelencia, Estados Unidos, sin advertir que la razón de ser de los postulados que dieron origen a ese país fueron resultado de su asimilación y adaptación de los principios emanados de la vertiente calvinista de las reformas religiosas del siglo XVI.
La revisión histórica de los primeros años de vida de las naciones hispanoamericanas no es sino un muestrario del esfuerzo casi patológico con que sus gobiernos intentaron que aquellas se parecieran lo más posible al vecino del norte, el cual, además, no dejaba de extenderse territorialmente, a costa primero, de los habitantes originarios de Norteamérica, y después, de las compras y manejos peculiares con que trataron a México, el naciente país mestizo de herencia indígena e hispano-católica.
Tuvo que ser hasta mediados del siglo XX que un estudioso colombiano, ex presidente de la República además, Alfonso López Michelsen, advirtiera, para escándalo de sus contemporáneos y detractores (que con este asunto aumentaron considerablemente) que el molde de las democracias latinoamericanas es de “estirpe calvinista” . [i]
Afirmar algo así en este continente es resultado de una observación de las condiciones políticas que llevaron a los fundadores de los países latinoamericanos a intentar reproducir el esquema estadunidense.
Como explica Carlos Mondragón:
…hay que tomar en cuenta la influencia indirecta que el pensamiento calvinista tuvo a través del impacto de la revolución norteamericana y su Constitución política que sirvió de modelo a muchas otras naciones incluyendo las latinoamericanas […]
algunos de los valores y principios de la democracia moderna tienen una historia que se articula con el movimiento de la Reforma religiosa del siglo XVI y que fueron promovidos y defendidos desde el ámbito religioso antes y después de la fundación del Estado moderno. Si esto es así, la influencia calvinista que López Michelsen encontró en la conformación de las instituciones políticas colombianas debería de ser ampliada al resto de las instituciones políticas del continente latinoamericano . [ii]
Octavio Paz , en numerosas ocasiones se refirió a que una de las razones de la incapacidad democrática de los países latinoamericanos es su filiación contrarreformista, es decir, muy diferente a la de Estados Unidos, ligada a la Reforma Protestante:
En ese momento [la expulsión de los jesuitas de las colonias españolas] se hizo visible y palpable la radical diferencia entre las dos Américas. Una, la de lengua inglesa es hija de la tradición que ha fundado al mundo moderno: la Reforma, con sus consecuencias sociales y políticas, la democracia y el capitalismo; otra, la nuestra, la de habla portuguesa y castellana, es hija de la monarquía universal católica y la Contrarreforma. […] Los criollos mexicanos no podían fundar su proyecto separatista en su tradición política y religiosa: adoptaron, aunque sin adaptarlas, las ideas de otra tradición. Ése es el momento del segundo nacimiento de México; más exactamente: es el momento en que Nueva España, para consumar su separación de España, se niega a sí misma. Esa negación fue su muerte y, al mismo tiempo, el nacimiento de otra sociedad: México [...]
Desde el siglo XVI nuestra historia, fragmento de la de España, había sido una apasionada negación de la modernidad naciente: Reforma, Ilustración y todo lo demás. Al principiar el siglo XIX decidimos que seríamos lo que eran ya los Estados Unidos: una nación moderna. El ingreso a la modernidad exigía un sacrificio: el de nosotros mismos. Es conocido el resultado de ese sacrificio: todavía no somos modernos pero desde entonces andamos en busca de nosotros mismos . [iii]
La descripción de Paz, ciertamente muy esquemática, ayuda a explicar los intentos el naciente país por parecerse a Estados Unidos, aunque siempre a sabiendas de que su diferencia estribaba precisamente en sus características religiosas . A ellas se refirieron muchas veces varios analistas y políticos, sobre todo de talante conservadora, que veían con muy malos ojos las orientaciones de los gobernantes liberales en ese sentido. Y es que cada paso que se daba por tratar de modernizar el rostro del país se estrellaba, inevitablemente, con las fuerzas católicas que seguían asociando la identidad religiosa nacional con las conductas sociales y políticas que debían continuar vigentes. [iv]
Algunos de los estudios de Juan A. Ortega y Medina, historiador de origen español, dan fe del “choque de civilizaciones” que representaba la simple comparación de formas de gobierno entre ambos países . Este autor fue pionero en los estudios que, sin ser notoriamente comparativos, demostraron cómo las diferencias ideológicas, culturales y políticas se relacionaban también con el trasfondo religioso que había dado origen a cada país o civilización. En Destino manifiesto, por ejemplo, tomando como base la doctrina calvinista de la predestinación, desmonta los impulsos que desembocaron en la llamada “doctrina Monroe”, sintetizada en la famosa frase que dice: “América para los americanos”. [v]
Alicia Mayer, discípula de Ortega y Medina, ha seguido una línea parecida en el ejercicio comparativo y ha encontrado, a su vez, vetas divergentes en pensadores contemporáneos de ambos países al enfrentar problemas políticos similares. [vi] La modernidad anglo-sajona, por así decirlo, vio como obligatorio el camino de “traducir” o adaptar la doctrina bíblica del pacto o alianza de Dios con el pueblo de Israel o la Iglesia para ser la base de las ideas, filtradas también por los ideales de las Luces, que conducirían al establecimiento de un “contrato social” entre los diversos estamentos sociales, en tanto representación de la ciudadanía que forjaría el Estado.
2. “UN FEDERALISMO DE PRESTADO”: PRESENCIA SOTERRADA DE CALVINO EN MÉXICO
La experiencia mexicana de mediados del siglo XIX, en el fragor de las luchas entre liberales y conservadores, estuvo marcada por una clara incomprensión mutua de los proyectos que tenían muchas cosas en común pero que se enfrentaron radicalmente debido a sus posturas dominadas, por el lado conservador, de la visión tradicional con que se intentaba sostener el centralismo del gobierno y del estado, y por el lado liberal, mediante la sobreideologización y el esquematismo de la aplicación de una receta social, teológico-política, cuyos alcances no se distinguían lo suficiente.
Así, la imposición de un estado de derecho que pudiera sustituir el conjunto de privilegios de instituciones que en realidad funcionaban como un contrapeso para el Estado, específicamente la Iglesia Católica, ponía en entredicho los modelos de “modernización” que los gobernantes liberales quisieron establecer en el país. Si la entrada de las ideas protestantes estrictamente religiosas estuvo prohibida durante décadas, puesto que la Constitución de 1824 afirmó el carácter católico de la nación, los filtros políticos no pudieron evitar la entrada de creencias más que de prácticas concretas, porque así se movían las tendencias hacia la modernidad en aquella época, que pudieran desestabilizar el orden que heredaba la situación que prevaleció durante los 300 años de la Colonia. [vii]
Lo que aquí llamamos “presencia soterrada” tiene que ver, primero, con la conformación de una ciudadanía que lograse superar el esquema de castas para alcanzar progresivamente la igualdad que ya estaba consagrada constitucionalmente, pero que no se realizaba en los hechos. La superación del esquema de servidumbre mediante el cual los ahora ciudadanos seguían viéndose a sí mismos como súbditos y como elementos subsidiarios de un régimen tradicional, impuso todavía diferencias en la participación de los diversos grupos locales y regionales que no se consideraban como parte de una nación, porque el federalismo procedía de un pacto político que estaba lejos de realizarse. Los acuerdos partían de cúpulas tradicionales acostumbradas a no consultar su parecer al resto de la sociedad. De ahí que a las primeras convocatorias legislativas acudieron los representantes de poderes políticos y económicos que aún no habían interiorizado el esquema democrático, dado que les resultaba ajeno y extraño por causa de las mentalidades que se seguían arrastrando.
En segundo lugar, el comportamiento social no había incluido cláusulas de participación que efectivamente guiaran los procesos electorales, los cuales tardaron también varias décadas en ser vistos como el mecanismo predominante para la resolución de conflictos y el establecimiento de acuerdos básicos de convivencia .
Los estamentos seguían siendo muy firmes en la separación de gremios, agrupaciones y comunidades, pues el trasfondo indígena que agrupaba a las poblaciones funcionaba dentro de esquema muy lejano al de la democracia, tal como se concebía en los tratados clásicos. La democracia estadunidense seguía siendo vista como algo “exótico”, pues aquí no se discutía aún el derecho de las personas a acceder a los espacios de poder. Además, el surgimiento de las élites de poder derivó en que éstas siguieran atadas a situaciones como la posesión de la tierra y otros recursos agrícolas como fuente de fuerza social y reconocimiento. De los demás grupos sólo es posible hablar como parte de colectividades que no discutían su destino común como parte de un todo, sino que se veían a sí mismas como cotos de poder restringido en donde la práctica democrática aún no se concebía. De modo que el federalismo calvinista derivó en el fortalecimiento de cacicazgos que aflorarían incluso en los tiempos de la revolución, en los inicios del siglo XX, y los gobiernos posrevolucionarios se encargarían de interpretar las leyes y, especialmente, aquellas secciones que mejor respondían a sus intereses aun cuando no coincidieran con los de la mayoría. [viii]
Por eso, todavía hoy, a principios del siglo XXI, cuando las entidades federativas invocan el federalismo para, por ejemplo, la repartición de los recursos económicos, sale a la luz nuevamente el grado de incomprensión que se ha tenido de esta realidad política fruto de una interpretación audaz de las derivaciones político-sociales de los postulados de la Reforma Protestante del siglo XVI.

[i] Cf. A. López Michelsen, La estirpe calvinista de nuestras instituciones políticas. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1947. Nueva edición: Bogotá Legis, 2006; Idem, “Nuevo prólogo” a La estirpe…, en L. Cervantes-Ortiz, ed., Juan Calvino: su vida y obra a 500 años de su nacimiento. Terrassa (España), CLIE, 2010, pp. 461-466; y Sandra Milena Martín Beltrán, “¿Se puede considerar a la estirpe calvinista como modelo de creación de nuestras actuales instituciones políticas?”, en http://hdhc.blogspot.mx/2007/05/se-puede-considerar-la-estirpe.html .

[ii] C. Mondragón, “Valores de la democracia. La herencia religiosa”, en H. Cerutti y C. Mondragón, comps., Nuevas interpretaciones de la democracia en América Latina. México, UNAM-Praxis, 1999, p. 168.

[iii] O. Paz, “El espejo indiscreto”, en El ogro filantrópico. Historia y política: 1971-1978 , México, Joaquín Mortiz, 1979, pp. 55-56, 57.

[iv] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Calvino y su tradición en México”, en Un Calvino latinoamericano para el siglo XXI. Notas personales. México , El Faro-CUPSA-Centro Basilea de Investigación y Apoyo-Federación de Iglesias Protestantes Suizas, 2010, pp. 123-128.

[v] Cf. J.A. Ortega y Medina, Destino manifiesto: sus razones históricas y su raíz teológica. [1972] México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Alianza Editorial Mexicana, 1989.

[vi] A. Mayer, Dos americanos, dos pensamientos. Carlos de Sigüenza y Góngora y Cotton Mather , reimpresión, México, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Históricas, 2009.

[vii] Cf. Jean-Pierre Bastian, Protestantismos y modernidad latinoamericana. Historia de unas minorías religiosas activas. México, Fondo de Cultura Económica, 1994; y Jaime Antonio Preciado Coronado, “La modernidad no resuelta de América Latina”, en www.insumisos.com/lecturasinsumisas/LA%20MODERNIDAD%20NO%20RESUELTA%20DE%20AMERICA%20LATINA.pdf.

[viii] Cf. J.-P. Bastian, Protestantismo y sociedad en México. México, Casa Unida de Publicaciones, 1983.

Autores:Leopoldo Cervantes-Ortiz

©Protestante Digital 2012

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Tras un intenso debate: La Iglesia anglicana vota "No" a la ordenación de obispas

El Sínodo general de la Iglesia anglicana ha votado hoy en Londres en contra de la ordenación de obispas (término más correcto que mujeres obispo, al igual que no se dice "mujer pastor", “mujer arquitecto” o “mujer abogado”, sino pastora, arquitecta o abogada).
El Sínodo —cuerpo legislativo formado por obispos, pastores y laicos— debatió la entrada de mujeres en el episcopado, la decisión más importante de los anglicanos en los últimos 20 años, cuando se aprobó la ordenación de mujeres como pastoras.
La propuesta ha sido votada ampliamente por obispos y pastores, pero los laicos han decidido por un estrecho margen al votar en gran parte en contra, Aunque se sabía que las diferencias iban a ser muy pequeñas el resultado ha sido un auténtico shock para muchos, y se convierte en una amenaza para el equilibrio y el prestigio de la Iglesia de Inglaterra. “Es un día muy negro”, opinó el obispo de Lincoln, Christopher Lowson. “Es un desastre”, declaró por su parte su colega de Bristol, Mike Hill. El de Salisbury, Nicholas Holtman, se declaró “destrozado”.
El anunciado compromiso previo, por el que las parroquias que rechazasen a las obispas tendrían el derecho de ser atendidas por un obispo varón sin tener que verse obligadas a someterse a una mujer ha sido insuficiente.
Esta cuestión ha sido un asunto que ha causado continuas tensiones dentro de la Comunión anglicana y el riesgo de escisión del sector minoritario más conservador, aunque como ha mostrado la votación la mayoría de los miembros del Sínodo estaban a favor de que las mujeres puedan ser ordenadas como obispas.
ANSIEDAD Y EMOCIÓN
En la inauguración de la reunión a la que asistieron 470 representantes, el archidiácono de Dorking, Julian Henderson, dijo que la votación se vivçia con “ansiedad y emoción”, y animó a sus compañeros a llevar ese importante decisión “con la gracia y la fe que tenemos en nuestro Señor”, abundó.
Justin Welby, el nuevo arzobispo de Canterbury cuya designación fue anunciada el 9 de noviembre, defendió abiertamente la ordenación de obispas en su discurso antes de la votación, cuyo resultado contrario se interpreta como un primer examen negativo de su autoridad dentro de la Iglesia anglicana. En su discurso dijo que "es el momento de terminar el trabajo" iniciado con la entrada de las mujeres en el pastorado hace 20 años.
La propuesta para ser aprobada debía contar con un alto porcentaje de votos, dos tercios de las tres cámaras de la Iglesia anglicana, la de los obispos, los pastores y los laicos. Un porcentaje que no se logró a pesar de una amplia mayoría a favor, fundamentalmente porque pesó mucho la posible escisión interna de la Iglesia anglicana.
El resultado final fue de 324 votos a favor, 122 en contra y 2 abstenciones. Desglosados por grupos de votación, a favor de ordenar mujeres en el episcopado votaron: 44 obispos; 148 pastores; y 132 laicos. En contra: 3 obispos; 45 pastores y 74 laicos. Abstenciones: 2 obispos; 0 pastores y 0 laicos.
A RÍO REVUELTO…
El debate sobre la ordenación de mujeres ha hecho que muchos anglicanos hayan manifestado su intención de abandonar esta Iglesia para unirse al catolicismo romano, algo que han llegado a hacer varios obispos.
Es por ello que el año pasado la Santa Sede creó la Ordenación Personal en Inglaterra y Gales para los fieles anglicanos que quieran abrazar la comunión católica, ante su oposición por las medidas demasiado aperturistas de los anglicanos.
Fuentes: The Guardian
Editado por: Protestante Digital 2012
 
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lunes, 19 de noviembre de 2012

Educación teológica y género: desafío a las instituciones teológicas latinoamericanas evangélicas.

Por. Luis Eduardo Cantero, Argentina*
Resumen
La investigación se enmarca en el análisis colombiano; aquí el autor analiza la realidad social, política, religiosa y educativa en las instituciones  teológicas y su impacto en la iglesia.  También, intenta ser una propuesta a un asunto que el autor considera una limitante en los sistemas educativos de educación teológica en América Latina: La omisión de la perspectiva de género en los programas de Educación teológica. El objetivo final del autor, es que esta experiencia vivida en su país sirva para otras instituciones evangélicas de América Latina. Ya que sus aportes son útiles en la reflexión teológica, bíblica y pastoral, no solo para las mujeres, sino también para nosotros los varones.
Introducción
El presente artículo intenta ser una propuesta a un asunto que podríamos considerarlo una limitante en los sistemas educativos de educación teológica en nuestro país: La omisión de la perspectiva de género en los currículos de programas de nivel universitario y por debajo de este nivel. En esta investigación, vamos hacer un análisis de la realidad social y política de Colombia, como un factor de influencia directa en los/las alumnos/as que asisten a nuestras instituciones educativas, con el objetivo de formarse en esta disciplina del saber. Y una panorámica general de la situación de la educación teológica en el ámbito de las instituciones teológicas evangélicas. Lo anterior, nos cuestiona las concepciones y modelo de educación teológica en relación con los cambios que ha venido afrontando la educación evangélica en América Latina. Por ende, analizaremos los programas educativos de las Fundaciones Universitaria Teológicas, Seminarios e Institutos bíblicos de Colombia, en adelante Facultad Evangélica de Colombia (FUTECOL). Haremos un recuento histórico de su trayectoria, filosofía y propósito, para luego plantear alternativas de  acuerdo a los desafíos actuales que nos presentan la relación entre teología y género. El autor de esta investigación considera esta reflexión como una preocupación propia, pero de interés general al mismo tiempo, que surge en principio de sus  estudios doctorales en  el Instituto Universitario  ISEDET de Buenos Aires,
Argentina, considerando importante tratar de incorporar la experiencia vivida en la misma en los programas de teología de las instituciones teológicas colombianas.
Cabe recordar que la educación teológica en América Latina a través de los años ha vivido procesos de cambios, encaminados a la búsqueda de modelos contextualizados que hagan más accesible la participación de los miembros de las iglesias. Estos cambios buscan ser más coherente con la predicación del evangelio en nuestros países1
. Algunos cambios  pueden ser  dolorosos, como nos ha sucedido a nosotros mismos: nos ha tocado sufrir un proceso de marginación y opresión de parte de  algunos lideres fundamentalistas, carismáticos y conservadores de la obra evangélica colombiana,  entre ellos: profesores, laicos y pastores. Pero  nuestra vocación docente y profética es fundamentalmente la de dar luz, tal como escribe el filósofo Mario Albarrán Vázquez:
“Sócrates creía en el poder de la palabra hablada por eso su arte es semejante al de su madre, que era partera. Sócrates tiene como oficio dar luz al conocimiento. Porque está convencido de que, mediante su método se llega a una idea clara de las cosas y a una doctrina moral que oriente y regule la convivencia social del pueblo.”2
Hay que aclarar además, que no siempre los cambios propuestos han sido exitosos, pero, por lo menos el reto es además de estimulante, desafiante. Y de eso se trata cuando se quiere se puede, por eso queremos proponer aquí un análisis  crítico de nuestra currícula colombiana, para dar a luz una nueva forma de hacer teología  en nuestro contexto, con rasgos menos dogmáticos, fundamentalistas y excluyentes.
Esta nueva forma de encarar los estudios teológicos debiera incorporar las realidades de los sujetos sociales reales que la encarnan: varones y mujeres considerados como partícipes de un mismo proyecto de liberación. La educación debe guiar a un proceso de liberación mediante el análisis crítico de la realidad. Por esta razón, nuestras instituciones de formación teológicas consideramos que debieran estar abiertas a una reformulación constante de su filosofía educativa y de su opción teológica, así como también buscar una articulación lógica entre los diversos contenidos y enfoques de manera que  podamos cumplir con el mandato de producir los procesos de cambio que tanto necesitan  nuestras iglesias y los diferentes sectores de la sociedad colombiana.....Continúe leyendo
 
*Luis Eduardo Cantero, es Doctorando en Historia de América Latina, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla, España. Pastor y docente universitario y teológico.
 

Fuente: Publicado en la Revista Teologia y Cultura, año 9, vol. 14 (noviembre 2012)
ISSN 1668-6233

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El Espíritu de Dios reforma a su Iglesia y confirma los ministerios

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*
Culto conmemorativo por el CDXCV aniversario de la Reforma Protestante, la ordenación ministerial de Gloria González Esquivel y Amparo Lerín Cruz, y el surgimiento de la Comunión Mexicana de Iglesias Reformadas y Presbiterianas (CMIRP), Capilla Anglicana, San Jerónimo 117, 28 de octubre, 2012
Después de estos sucesos,/ derramaré mi espíritu sobre todo ser humano:/ los hijos e hijas de ustedes profetizarán,/ soñarán sueños sus ancianos,/ y sus jóvenes verán visiones./ También sobre los siervos y las siervas/ derramaré mi espíritu en aquellos días.
Joel 2.28-29 (3.1-2), La Palabra (Hispanoamérica), Sociedades Bíblicas Unidas
Cobijados/as en este día tan relevante para la vida y misión de las iglesias en el mundo por la palabra profética de quien anunció la venida renovadora y sorprendente del Espíritu, y también por la palabra apostólica que no dudó en afirmar la validez y vigencia de los ministerios eclesiásticos para hombres y mujeres en medio de la incomprensión que sigue hasta nuestros días, y por la palabra apocalíptica que vislumbró la victoria final de los proyectos divinos en el cosmos entero, a pesar de la oposición violenta de las fuerzas más oscuras y retardatarias, no podemos menos que alzar la mirada al cielo, tomar nuevas fuerzas y mirar hacia adelante, hacia los albores y los signos del reino de Dios que nos toca vivir hoy. Además, y con base en la evidencia escritural, es posible afirmar que el esfuerzo divino por reformar a su Iglesia nunca ha cesado y que, en el fragor de los conflictos históricos y humanos que nos toque vivir, la gracia de Dios nunca la abandona y, por el contrario, sigue suscitando nuevas y refrescantes formas de experimentar el gozo de la salvación en Cristo Jesús, y de traducir todo ello en prácticas consecuentes con los valores de su Reino.
Los 495 años de aquel momento ya legendario, fundador y transformador, al mismo tiempo, en que un monje agustino levantó la bandera de la libertad cristiana y se atrevió a desafiar a todo el sistema político-religioso de su tiempo, marcan no el inicio de algo que Dios en su bondad ha realizado siempre, la reforma continua de su única Iglesia, sino más bien, para constancia de eso mismo, los indicios de un cambio de época, de mentalidad, de civilización y de comprensión del lugar del cristianismo y de la religión en su conjunto en la vida humana. Y es que si las diversas reformas religiosas del siglo XVI han acompañado las transformaciones en la existencia humana desde entonces hasta la fecha, no lo han hecho de manera uniforme ni saludando todos los cambios como resultado de su entendimiento de las acciones divinas. Más bien, muchos de esos procesos han sido resistidos por muchas iglesias, incluidas las protestantes y reformadas, en particular.
Por ello resulta tan pertinente apegarnos una vez más a ese anuncio apocalíptico del profeta Joel en el que, sin dejar lugar a dudas, anuncia que el Espíritu desatará cautiverios, superará barreras de todo tipo, incluidas la clase social y el género, para que los sueños y profecías de esperanza, cambio y, por qué no decirlo, juicio, circulen ampliamente por las plazas y los espacios múltiples de la vida humana para generar nuevas realidades y, en el caso específico de la Iglesia, abrirla a los designios divinos, algo que muchas veces le cuesta trabajo, tanto que ahora alguien se ha preguntado si “tiene salvación” tal como está o “qué tipo de Iglesia tiene salvación”. Obviamente, el contexto de esta “salvación” tiene que ver más con su capacidad para responder a los tiempos que se viven. Porque concilios van y concilios vienen y únicamente las mentalidades triunfalistas, dominadas la “teología de la gloria” que tanto criticó Lutero, ven que ella o ellas han estado dispuestas a cambiar en la medida de las exigencias divinas, que, oh dolor, siempre serán tremendamente altas.
Porque si aceptamos que a veces cuando Dios pone su mano en la Iglesia y decide reformarla, nada ni nadie lo detendrá y “caiga quien caiga” esos propósitos se cumplirán. Y si él decide que tiene que haber nuevas estructuras, nombres o membretes porque los que había ya caducaron, nada ni nadie los hará resucitar, y viceversa, cuando aquello que parece caído o muerto se levanta y resurge como manifestación de la acción divina. Ante esas afirmaciones de la soberanía divina nuestras categorías de pensamiento y acción palidecen y son condenadas al olvido.
Afirmar, entonces, que la Reforma produjo nuevas iglesias es, teológicamente, inexacto, aunque históricamente verdadero. Pues no solamente produjo eso y fracturó la Cristiandad y la unidad política europea, sino que también produjo una nueva forma de ser humano, de ser cristiano/a y, en última instancia, de ser siervos y siervas de Dios. Con la Reforma se acabó, para siempre, al menos teórica y retóricamente, la separación entre clero y laicado, pues la revolución existencial y comunitaria que trató de desarraigar vicios como eso, al menos plantó la semilla de la duda en las mentes inconformistas y desató las lenguas del Espíritu en consonancia con el anuncio de Joel. Cuando el apóstol Pablo en I Corintios 4 externa su visión del apostolado humano desde la experiencia vivida, asume esta acción del Espíritu y presenta, en acción, los goces y las contradicciones inherentes que muchos hombres le han ahorrado a las mujeres, más allá de los argumentos irracionales dominados por la misoginia y los estereotipos. Ser hombre o mujer no marca diferencias en el trato con Dios y en su servicio, los temperamentos, las afinidades y los proyectos difieren y diferirán siempre, porque las tensiones entre la voluntad divina y la comprensión humana de la misma es algo inherente al ejercicio de lo que llamamos ministerios. Si ese capítulo lo hubiera escrito Febe o Junias, tendríamos la visión complementaria de lo que representa ser “administradores/as de los misterios de Dios” (4.1), con todo lo que eso conlleva y acarrea: celos, dudas por la vocación, mezquindades y un larguísimo etcétera.
Lo esencial para ese ejercicio es la fidelidad y la buena conciencia, dice san Pablo (vv. 2, 4), no las credenciales teológicas, de género o de algún otro tipo. Y el criterio definitivo es el escatológico, cuando Dios juzgará todas las cosas: “entonces cada uno recibirá su alabanza [¡qué optimismo!] de Dios”. Así que todos estamos en la balanza escatológica, sin opción de esconder al Eterno nuestra verdadera comprensión de los ministerios que solamente Él confirma, porque si Él llama, ¿quién puede resistirse?, y sólo él pone los medios para su desarrollo, porque su fidelidad es eterna. Pero, con todo, no deja de ser una apuesta existencial, donde la persona se juega el todo por el todo, cuando escucha la voz, esa simple voz, que le dice a un hombre o a una mujer, que lo/a requiere para determinado servicio. Porque ganando, perdemos en ella, en términos humanos, y perdiendo, ganamos, como es la terminología bíblica. Dios no nos saca para su servicio, para desprendernos de la cotidianidad (domesticidad), espacio supuestamente privilegiado para los varones, nos la devuelve transformada y a nosotros transformados también.
Apocalipsis, a su vez, despliega la labor del Espíritu in nuce, esto es, en el corazón mismo de la actividad eclesiástica, repartiendo reconocimientos y críticas abiertas, como casi nunca nos atrevemos, y menos en estos tiempos de tanta corrección política. Cada iglesia del Asia menor escucha una evaluación del Auditor Mayor de la Divinidad, con sugerencias y exhortaciones que aderezan impecablemente el paquete informativo: luces y sombras en claroscuro, tal como sucede siempre en la realidad, aunque el énfasis profético es doble, pues mientras que por un lado los méritos se resaltan en un marco cristológico, los defectos, sin ser magnificados, dejan ver el grado de reforma requerida para responder a las expectativas divinas. De ahí que en el capítulo 5 los consagrados a Dios celebran ya al Cordero inmolado en un estatus victorioso que ha superado los avatares de la historia y los ha elevado, literalmente, a tronos sacerdotales (5.10), tal es la dignidad con que el Señor de la Iglesia ha investido a sus siervos y siervas, millares de millares. El Espíritu de Dios reforma la Iglesia y, al mismo tiempo, confirma los ministerios incluyentes y plurales: hombres y mujeres en igualdad de circunstancias y derechos.
Terminaremos con dos poemas dedicados a Gloria y Amparo:

¿Cuándo?
Concha Urquiza (México, 1910-1945)
¿Cuándo, Señor, oh, cuándo,
te entregarás por siempre a mi deseo?
¿No basta que me veo
a oscuras, suspirando,
tras de mi propia vida rastreando?
Como cierva ligera,
de agudo dardo en el costado herida,
gime sin ser oída
bramando en ansia fiera
tras la dulce, lejana madriguera.
Su grito se derrama
por los vibrantes ecos dilatado;
así cierto he clamado,
mi Dios, así te llama
el corazón preso en la antigua llama.
¿Qué encanto misterioso
—si más que el propio cuerpo estás conmigo,
y en leve pan de trigo
y en sorbo deleitoso
mil veces te me diste por Esposo—;
qué misterioso arte
de mis ávidas manos te desvía?
Como el rayo del día
tal huyes al tocarte,
y sólo puedo verte y desearte.
¿Por qué, si enamorado,
la ley esquivas del abrazo ardiente?
¿Por qué la dulce fuente
hurtas del bien deseado,
dejando labio y corazón burlado?
No pueda la pobreza
hacerte huir, ni la maldad nativa,
si cual de fuente viva
de sola tu belleza
mana toda virtud y fortaleza.
Y más siniestro lazo
desenlazaste de mi cuello un día
ni el cieno en que yacía
fue obstáculo a tu abrazo,
ni el miserable amor te fue embarazo.
Su bandera sobre mí es amor
Julia Esquivel (Guatemala, 1930)
Cantar de los Cantares 2.4
Quiero ser tu pañuelo, Señor,
limpio, suave, pulcro, fuerte,
listo siempre
entre tus manos que sanan.
Puedes usarme como quieras,
convertirme en compresa
para detener la hemorragia
en la frente del borrachito
que se cayó en la esquina
y que se cortó la ceja
con un vidrio de botella.
Si tú lo quieres, con tu pañuelo
seca las lágrimas de Meme,
el niño callejero, vendedor de periódicos
a quien le arrebataron
todo su dinerito
ganado durante el día.
Pañuelo tuyo,
podrías estirarme
hasta convertirme en cabestrillo
y sostener el brazo quebrado
de la Tencha, cargadora de canastos
en la Terminal, que se resbaló
en una cáscara de mango.
Si me necesitas,
podría recibir el esputo
del viejo Andrés, tuberculoso,
que a veces, cuando le alcanza,
come papas asadas
en el rescoldo del fuego
de la noche anterior…
Podría quizás,
en la boca de Jacinta,
la parturienta,
soportar su mordida
entre sus dientes apretados,
cuando puja encuclillada
en el monte
luchando por dar la vida
sin ayuda de su marido
ni de la partera
y menos aún de médico…
Yo, pañuelo tuyo,
deseo con toda mi alma
estar lista siempre
entre tus manos
para cualquier emergencia,
en el pecho, o en los ojos,
en la nariz o en los pies
de mis hermanos, tus pequeñitos…
Y si necesitaras
rasgarme un día
para vendar la cabeza
del soldado
o del combatiente herido,
para fajar una hernia
o para atar un ombligo,
aquí estoy Señor,
bandera de amor entre tus manos…
Y si te crucifican otra vez
y necesitaras mortaja,
puedes convertirme en sudario…
o en la bandera blanca de tu resurrección.

Fuente: Lupaprotestante

*Leopoldo Cervantes-Ortiz

Oaxaca, México, 1962. Licenciado (STPM) y maestro en teología (UBL). Pasante de la maestría en Letras Latinoamericanas (UNAM). Médico (IPN), editor en la Secretaría de Educación Pública y coordinador del Centro Basilea de Investigación y Apoyo (desde 1999) y de la revista virtual elpoemaseminal (desde 2003).

sábado, 10 de noviembre de 2012

La homosexualidad: consideraciones exegéticas, hermenéuticas y otras apreciaciones

Por Juan Stam,Costa Rica
Hoy en día, para muchas cristianas y cristianos evangélicos, el tema de la homosexualidad [1] es el más espinoso y angustioso de todos. Como evangélicos, herederos de la Reforma protestante, respetamos con toda seriedad el testimonio de las Sagradas Escrituras como nuestra norma de fe y conducta. Por otro lado, nos encontramos muy desafiados por la revolución sexual de nuestro tiempo y específicamente por los debates actuales sobre la homosexualidad. Somos sensibles — o debemos serlo — al valor humano y la situación delicada de este sector de nuestra sociedad actual. Algunos tenemos parientes o cercanos amigos y amigas que son homosexuales, y sufrimos con ellos su situación difícil.
Dada la importancia central del problema bíblico, comenzaré con ese aspecto. Intentaré analizar las evidencias bíblicas primero desde una perspectiva exegética y después desde la perspectiva hermenéutica, para terminar con unas observaciones eclesiales. Por “exegética” voy a entender, para efectos de este ensayo, el esfuerzo de aclarar el texto lo mejor posible en su contexto original de hace muchos siglos. En lenguaje evangélico, significa escuchar atentamente “lo que Dios dijo” a su pueblo en aquel entonces. Para esto, es esencial la exégesis histórico-gramatical. Por “hermenéutica” vamos a entender la relectura fiel de ese mismo mensaje ahora para nuestro contexto actual. Significa “escuchar lo que Dios está diciendo”, aquí y ahora en el mismo texto.[2]
Consideraciones exegéticas
Los textos bíblicos que pueden relacionarse con la homosexualidad, aunque no muy numerosos, parecen ser bastante explícitos. Como punto inicial de referencia, podemos citar los textos principales según la Nueva Versión Internacional:[3]
- Lev 18.22: No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Eso es una abominación.
- Lev 20.13: Si alguien se acuesta con otro hombre como quien se acuesta con una mujer, comete un acto abominable y los dos serán condenados a muerte…
- Dt 22.5: La mujer no se pondrá ropa de hombre, ni el hombre se pondrá ropa de mujer, porque Yahvéh tu Dios detesta a cualquiera que hace tal cosa.
- Ro 1.26-27: Por tanto, Dios los entregó a pasiones vergonzosas. En efecto las mujeres cambiaron las relaciones naturales por las que van contra la naturaleza. Así mismo los hombres dejaron las relaciones naturales con la mujer y se encendieron en pasiones lujuriosas los unos con los otros.
Hombres con hombres cometieron actos indecentes, y en sí mismos recibieron el castigo que merecía su perversión.
- 1Cor 6.9: ¿No saben que los malvados no heredarán el reino de Dios?… Ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los sodomitas,[4] ni los pervertidos sexuales… heredarán el reino de Dios.
- 1Tm 1.10: La ley es para… los adúlteros y los homosexuales…[5]
Algunos defensores de derechos homosexuales minimizan estos datos bíblicos; “cuatro frasecitas”, dijo uno. “¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad?”, pregunta otro, y contesta, “Casi nada”. Otros reinterpretan los textos de diferentes maneras. Irene Foulkes (1Cor p.166) infiere del término malakoi (”suave”) en 1Cor 6:9 que se refiere a los niños víctimas de pederastia y que arsenokoitai se limita a los pederastas y no a los homosexuales en general.[6] Renato Lings, filólogo y biblista danés, en Biblia y homosexualidad: ¿Se equivocaron los traductores? (UBL 2011) propone una traducción alternativa de Lev 18:22 como “Con un familiar varón no te acostarás como tampoco lo harás ilícitamente con una familiar hembra” (p. 96) para que sea prohibición de incesto pero no de homosexualidad. El mismo Lings reconoce que su propuesta es sólo una posibilidad, y es dudoso que haya demostrado que sea la mejor posibilidad o el sentido más probable del texto.
Es casi imposible que los que buscan soluciones exegéticas a este tema logren explicar positivamente todos los textos relacionados con el tema. Algunos de los textos tienen problemas exegéticos muy difíciles (p.ej. la relación sintáctica de “yaceres de mujer” con la oración principal de Lev 18:22 y 20:13, o el sentido de malakoi y arsenokoitês en 1Cor 6:9). Para “deshomofobicar” la Biblia de una manera convincente para los y las creyentes, tendrían que explicar todos los textos pertinentes y demostrar que ninguno condena la homosexualidad y que algún texto lo aprobara, por lo menos implícitamente.
Pareciera que la vía exegética nos deja con un dilema: ¿Biblia errada o Biblia homofóbica?
Consideraciones hermenéuticas
La lectura hermenéutica de un texto es por su naturaleza una relectura del texto para serle fiel en un nuevo contexto. La hermenéutica es un continuo diálogo entre la Biblia y la cultura, el pasado y el presente, el texto y el contexto. Con los siglos algunos textos cambian de sentido o pierden la vigencia que tenían, como los que suponían una tierra plana y cuadrangular o que parecían defender la esclavitud, la conquista y la monarquía y se empleaban en defensa de esas causas. Cambios culturales pueden afectar el significado; el lavar los pies hoy no significa lo que significaba en tiempos de Jesús y hasta puede significar lo contrario (ostentación, falsa humildad). La Palabra de Dios permanece para siempre, pero somos nosotros, en oración y en la comunidad de fe movida por el Espíritu, que la interpretamos, decidimos qué pasajes enfatizar y cómo aplicarlos.
Es importante observar que todos los pasajes del N.T. que mencionan la homosexualidad condenan, en términos iguales, muchas otras conductas, especialmente la avaricia, la calumnia y la envidia. Y si el amor a Dios y al prójimo son los mandamientos mayores de Dios, entonces no amar (aun al homosexual) es el mayor de todos los pecados. Hacia los que sufren, el amor se manifiesta como compasión (”sentir-con”) y misericordia. Otro principio central en la Biblia es la justicia. ¿Cómo debemos expresar nuestra compasión, misericordia y sed de justicia hacia los homosexuales y lesbianas?
Hermenéuticamente, el debate sobre la homosexualidad plantea una pregunta fundamental para la iglesia hoy: ¿estas enseñanzas y otras parecidas tuvieron la intención de establecer para siempre un código de conducta para todos, en todas las culturas? ¿Estamos ante un peligro de literalismo y legalismo más allá de la intención del texto? Creo que aquí funciona la diferencia entre un fundamentalismo de la letra y la ley, y una perspectiva evangélica (ni liberal ni fundamentalista) que “examina todas las cosas” y busca una ética más razonada, de convicciones más profundas y sólidas.
No pretendo decidir, para el tema de la homosexualidad, cuál de esas dos perspectivas es preferible, pero sí podemos señalar las consecuencias si el N.T. se toma como un código “por los siglos de los siglos” para nuestra conducta:
- El divorcio podría aceptarse sólo por causa de adulterio, ni aun por violencia doméstica y jamás por incompatibilidad; si no es por adulterio, segundas nupcias son pecado y son prohibidas;
- Las mujeres no pueden hablar en el culto, mucho menos predicar;
- Las esposas deben someterse al esposo;
- Ninguna mujer debe gobernar sobre hombres, ni en la iglesia ni en la sociedad; países hoy con presidentas están en pecado;
- Los varones deben llevar el cabello corto y las mujeres cubrir la cabeza;
- No podemos comer morcilla (Hch 15:20,29).[7]
Algunos cristianos y cristianas, y algunas iglesias, entienden el N.T. de esta manera e intentan aplicar todo este código de conducta. Ellos son los fundamentalistas, y merecen también nuestro respeto. Pero muchos, que creen igualmente en la normatividad de la Biblia, han bregado más con los desafíos hermenéuticos y han ampliado criterios sobre el divorcio y el papel de la mujer (y la morcilla).
Entonces estamos frente a dos preguntas hermenéuticas fundamentales:
- ¿Es la intención del N.T. imponer un código total de conducta para nosotros veinte siglos después?
- ¿Cómo debe este desafío hermenéutico afectar nuestra actitud hacia los homosexuales?
Consideraciones científicas
Preguntas desde la biología y la genética, la sicología, la sociología, la jurisprudencia y otras disciplinas afectan el debate sobre la homosexualidad. Si la ciencia comprobara que la homosexualidad siempre (o a veces, o nunca) es congénita, ¿Cómo afectaría eso nuestro criterio ético al respecto? Si la sicología comprobara que la práctica homosexual siempre (o a veces, o nunca) hace bien (o hace daño) para la salud mental de ellos, ¿afectaría el debate? Si la sociología llegara a demostrar que la homosexualidad hace daño a la sociedad y al matrimonio heterosexual (o no hace daño, o hace ciertos daños y otros beneficios), ¿podría eso afectar nuestro criterio sobre este tema?
¿Debemos los cristianos (o deben las iglesias) imponer nuestras convicciones sobre la sociedad? Aunque las iglesias y la Biblia tengan por pecado conductas como la borrachera, la fornicación y el adulterio, la avaricia y hasta la glotonería, ante la ley no son delitos y no deben ser penados por ningún gobierno. ¿Cuáles son los modelos bíblicos para la relación entre el pueblo de Dios y el pueblo civil? ¿Debe el estado defender los derechos humanos y civiles de los homosexuales?
Parece que hasta ahora estas ciencias no han llegado a muchas conclusiones definitivas. Cada lado en este debate cita como verdades firmes los argumentos que le convenga, y hacen caso omiso de las evidencias al contrario. Parece que tanto la iglesia como la sociedad necesitan tiempo para seguir estudiando estos temas con humildad y honestidad.
Consideraciones pastorales
Parece evidente que las instrucciones de Pablo sobre la conducta sexual, como también sobre el papel de la mujer, tenían una intención pastoral, de cuidar celosamente el buen testimonio de la iglesia en el mundo de su época. Aunque Pablo tuvo una teología bastante abierta para las mujeres (Gál 3:28) y tuvo colaboradoras en su ministerio, en sus instrucciones pastorales fue mucho más cauteloso y conservador, adaptándose a la sociedad de su época. ¿Podría haber un factor pastoral similar en las prohibiciones sobre la sexualidad?
De todos modos hoy, en medio del debate sobre la homosexualidad, los homosexuales y las lesbianas nos plantean un desafío pastoral muy urgente. ¿Pero cuál es el objetivo, “curar” al homosexual o ayudarle en la vida que está llevando? ¿Se debe decirle, o hacerle sentir, que está en pecado? ¿Qué hacer si no siente ninguna culpa por su vida, o en cambio si siente culpa pero no logra cambiar? ¿Se le debe animar a “salir del clóset”?
Otras preguntas pastorales son si se los puede bautizar, si pueden tomar la comunión, celebrar sus bodas en la iglesia, enseñar, dirigir cultos o participar en la música, y ocupar puestos clericales. Las respuestas serán distintas, según la orientación fundamentalista, evangélica o liberal.
Abundan las preguntas sobre la pastoral de los homosexuales, pero lo importante es comenzar a realizarlo pronto. Para lograr eso, en vez de ser hostiles y condenatorios, debemos crear una atmósfera que invite al homosexual a buscar cualquier consejería que necesite.
Consideraciones eclesiales
La teología cristiana nació de la misión, y nunca debía de haberse separado de la iglesia y su misión.[8] El N.T y los padres apostólicos tuvieron una orientación evangelizadora, pastoral y contextual. Buscaban básicamente orientar la misión de la iglesia, no el buscar la coherencia teórica de algún “Sistema”. San Pablo, a pesar de ser muy riguroso doctrinalmente (Gál 1:6-9), pudo exclamar, “Aunque soy libre respeto a todos, de todos me he hecho esclavo para ganar a tantos como sea posible… Me hice todo para todos a fin de salvar a algunos por todos los medios posibles” (1Cor 9:19-22). Esa declaración paulina parece estar de acuerdo con la undécima tesis de Marx contra Feuerbach, que podríamos parafrasear así: “Hasta ahora los teólogos y las teólogas han contemplado la Biblia y la fe para entenderlas, pero se trata más bien de transformar a la iglesia y por medio de ella, al mundo”.
Este compromiso pastoral y eclesial se aplica también — y especialmente — a los que viven más en la Acadêmia que en la Ecclêsia. No deben (o no debemos) vivir fuera de la gran comunidad de fe, ni tampoco llevar una vida doble, como esquizofrénicos teológicos. Creo que los académicos en especial son los que necesitan tener un compromiso profundo con la iglesia, su misión y su constante transformación (ecclesia reformata semper reformanda secundum Verbo Dei; teología como “cogitare cum ecclesia”).[9] Para transformar la iglesia, debemos encontrarla donde está, en su marco de referencia, en el lenguaje que ellos entienden y con sus criterios de credibilidad (luchando por transformarlos cuando sea necesario y posible).[10] La academia no debe creerse superior, como una élite teológica, sino debe tener una gran dosis de respeto hacia las bases, que se sienten perplejos ante este tema tan delicado como complicado.
Creo que en la actual situación de la iglesia, irrespetar los sentimientos (y hasta los prejuicios) de la gran mayoría de los y las miembros de las iglesias, o brincar etapas en la promoción de derechos homosexuales, es contraproducente. El buscar protagonismo personal o institucional, con un vanguardismo que pretende avanzar sin que la iglesia lo acompañe (o creyendo que sólo ellos son la verdadera iglesia, como ecclesiola in ecclesia),[11] no sólo terminará fortaleciendo y aumentando la homofobia en la iglesia sino también frenará otras transformaciones que el pueblo de Dios necesita urgentemente.
Este efecto contraproducente es aún más negativo cuando se defiende los derechos homosexuales con exégesis dudosa de las escrituras, argumentos simplistas o aun posiblemente acertados pero que el pueblo cristiano (incluso católico) simplemente no puede asimilar. Eso garantiza el rechazo de dichos argumentos y probablemente de otros argumentos más válidos.
Es mucho peor el caso si con los derechos homosexuales se combina la defensa (y la práctica) de la libertad sexual. En iglesias donde “cayó en pecado” es sinónimo de fornicación, con eso queda garantizado el rechazo rotundo tanto de esa libertad sexual como de los derechos homosexuales. Juntos son el beso de la muerte para la transformación de la iglesia.
Al fin, la meta básica es la transformación de la iglesia, y la pregunta básica, ¿Cuál debe ser nuestro rol profético para guiar al pueblo de Dios y transformarlo bajo el mover del Espíritu de Dios hoy?
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NOTAS:
[1] En este ensayo emplearemos el término “homosexual” para referirnos a la actividad homosexual voluntaria, no a alguna tendencia o preferencia (homoerotismo en cuanto tal). Además, para mayor facilidad, en este escrito emplearemos el término “homosexual” para incluir a lesbianas, bisexuales, transexuales y trasvestis.
[2]Explico esto con más detalle en “La Biblia, el lector y su contexto histórico”, Haciendo teología en América Latina 49-79 (disponible en www.juanstam.com  23 setiembre 2009).
[3] Ninguna traducción puede ser más que una aproximación al original. De los textos citados, no sólo el significado sino la misma traducción son debatidos y discutibles.
[4] Esta traducción es errada; el texto griego no hace ninguna alusión a Sodoma, y en toda la Biblia “sodomita” siempre significa “habitante de Sodoma”, sin alusión sexual. El siguiente término, “pervertidos” tampoco tiene base en el original, en cuanto a la idea de perversión.
[5] Hay muchos otros textos y relatos bíblicos que podrían relacionarse con el tema directa o indirectamente y han sido introducidos al debate de un lado u otro: la creación como varón y hembra (Gn 1:22), la creación de Eva (Gn 2:21-24), la historia de Sodoma y Gomorra (Gn 19), el rapto de Dina (Gn 34), el pecado de Judá contra su nuera Tamar (Gn 38), la violación de la concubina de un levita (Jue 19) y los supuestos prostitutos sagrados de los cultos paganos (Dt 23:18). Se debate también si el término genérico de “inmoralidad” (porneia), especialmente en boca de Jesús, incluía la práctica homosexual, por ser extra-matrimonial. Por otra parte, algunos defensores de derechos homosexuales citan las relaciones aparentemente homoeróticas entre David y Jonatán, Ruth y Noemí, y Jesús y el discípulo amado.
[6] Si Pablo hubiera querido, contra toda la tradición judía, condenar sólo un abuso de la homosexualidad (la pederastia) e implícitamente aprobar la práctica homosexual en sí, tenía en el léxico griego de la época términos muy específicos (pederastia, paidofilia y otros), o hubiera podido emplear alguna frase como “acostarse con niños” para hacer tal distinción. Tampoco sería lógico ni justo culpar a las víctimas de la pederastia. Hay un consenso muy amplio en la comunidad exegética en que estos dos términos se refieren respectivamente al agente pasivo y el agente activo en una relación homosexual (Danker, Barrett, Conzelmann, Fee y N.T. Wright). Walter Danker, en su clásico Léxico del griego del NT, confirma el uso de malakos, en correlación precisamente con arsenokoites, para referirse al participante pasivo en esa relación que él clasifica como “submissive homoeroticism” en contraposición con arsenokoites (p.613). El problema para los traductores hoy es que en nuestros idiomas modernos no existen términos que correspondan a esta distinción.
[7] Para los judíos, comer sangre era lo más abominable, como una especie de canibalismo (Lev 17:10-16). En el concilio de Jerusalén, que decretó que los gentiles no tenían que circuncidarse ni someterse a toda la ley judía para ser cristianos, insistió sin embargo en dos prohibiciones morales (idolatría, fornicación) y dos prohibiciones sociales (beber sangre, comer carne de animales ahogados o estrangulados). Es obvio que se aplica a cristianos y cristianas.
[8] Ver “Teología, contexto y praxis: una visión de la tarea teológica” en Stam, Haciendo teología en América Latina Tomo II (2005) pp. 17-31 (también www.juanstam.com 28 noviembre 3009).
[9] En situaciones extremas, como el régimen nazi o las tiranías asesinas de Somoza o el gobierno golpista de Honduras, el Espíritu de Dios nos puede llamar a acciones más drásticas, de ruptura con la iglesia establecida, pero siempre con la esperanza de transformarla.
[10] Para concientizar a la iglesia, la FTL escogió sabiamente “el evangelio del reino” y logró transformaciones impresionantes, a pesar de la influencia negativa de los medios de comunicación.
[11] Veo un paralelismo aquí con el foquismo sudamericano que luchó heroicamente pero solos, y por otro lado la revolución Sandinista que además de un ejército guerrillero fue acompañada por una insurrección urbana masiva

viernes, 9 de noviembre de 2012

Acerca de la igualdad, la desigualdad… y Obama

En la vida política de hoy hay quienes siguen creyendo en los valores feudales, la idea de igualdad les molesta.
El triunfo de Barack Obama en las elecciones que acaban de celebrarse en los Estados Unidos me ha traído a la memoria la experiencia de mi primera visita a ese país en junio de 1959.
Iba yo con la curiosidad y expectativa propia de quien ha escuchado a los misioneros evangélicos estadounidenses alabar a su país y su constitución. También recordaba mi lectura de ese bestseller de las décadas de 1940 y 1950 por el británico H.G. Wells Breve historia del mundo, en el cual muchos lectores de mi generación, contemplamos un resumen magistral de la historia universal. En un capítulo acerca de los Estados Unidos, Wells decía que esa sociedad era el experimento social más audaz que se había emprendido en la historia del mundo, refiriéndose a la extensión de su territorio, a la confluencia de personas de todas las clases y razas, y a la tendencia igualitaria de la cultura que se proponía hacer llegar a todos los habitantes productos culturales como la literatura o la música, que en Europa habían sido privilegio exclusivo de las élites y la aristocracia .
Cuando luego de unas semanas nos preparábamos con mi esposa para dejar Estados Unidos y volver al Perú, tuvimos que viajar en autobús desde Nueva York hasta Miami, un viaje de más de veinte horas, de norte a sur a lo largo de la costa atlántica. Habíamos llegado con minutos de retraso y el conductor del autobús guardó nuestro equipaje y nos abrió la puerta de muy mala gana. El autobús estaba lleno de pasajeros de diversas razas y tuvimos que tomar los asientos de la última fila.
Después de tres horas de viaje por los estados de Nueva York, Nueva Jersey y Pennsylvania, entramos al estado de Virginia, primer estado “del Sur” . El autobús paró para comer. Y allí nos dimos con la gran sorpresa de nuestra vida: los comedores, servicios y salas de espera eran de dos clases: “Para blancos” y “Para negros”. Como no soy blanco, con una risita nerviosa le dije a mi esposa “¿A cuál voy yo?” Fuimos al de blancos y no pasó nada. Pero al embarcarnos de nuevo, con una sonrisa inesperada, el conductor nos indicó que podíamos sentarnos donde quisiéramos en los asientos de adelante. A partir de ese punto todos los pasajeros negros pasaron a sentarse en las últimas filas. ¡El conductor me consideraba blanco honorario! Muchas otras experiencias nos mostraron lo que era la profunda e increíble segregación racial en los estados del Sur.
En mis posteriores visitas a Estados Unidos, en las décadas de 1960 y 1970 fui testigo de las tensiones sociales que había empezado a generar la lucha de los negros por poner fin a la abierta y cruel segregación racial que practicaban los blancos, y que la mayoría de los protestantes conservadores o “evangélicos” aceptaban pasivamente . Fue la década en que surgió la figura heroica de Martín Luther King y su lucha no violenta, que consiguió atraer a una generación, y acabar con la segregación legal en el Sur. Como destaca su biógrafo español, el pastor Emmanuel Buch, tres cosas definían a King: era pastor, bautista y negro. Dice Buch: “Las contribuciones sociales de Martin L. King no pueden ser comprendidas en lo que tuvieron de más peculiar a menos que se las estudie en el impulso cristiano y bíblico de las que brotaron.” [i]
El asesinato de King en 1968 es evidencia de la resistencia de los sectores racistas blancos de Estados Unidos a aceptar la igualdad social. Y hay que recordar que los protestantes evangélicos de ese país tardaron mucho en aceptar a la persona de King y convencerse de la justicia de su causa.
Como nos recuerda Juan Francisco Martínez en su columna de Protestante Digital esta semana , las encuestas muestran que hoy en día el racismo como actitud personal básica sigue presente en la mentalidad de muchos, y que formas extremas de ese racismo tuvieron también su influencia en las elecciones de este año 2012 .
Cuando en 1985 fui invitado como profesor a los Estados Unidos el Seminario Bautista del Este estaba en pleno proceso de integración. Más del 40% de los alumnos eran negros, y había buen número de estudiantes latinos y asiáticos. Tuvimos que reconocer los hechos e ir integrando no sólo el alumnado sino también la administración, el cuerpo docente y el currículo del Seminario. Aprendimos mucho en el proceso sobre lo que significa luchar como cristianos contra la injusticia y tratar de cambiar el mundo con la verdad y la esperanza que brotan de la fe en Jesucristo. Tuvimos que combatir contra la inercia, la pasividad y la desesperanza vestidas con lenguaje piadoso, y creo que todos fuimos creciendo en ese proceso.
Muchas de las ventajas de lo que aquí en España se llama “estado del bienestar” parten de una convicción acerca de la igualdad básica de los seres humanos .
La sociedad católica feudal de la Edad Media no creía en la igualdad fundamental de los seres humanos: había señores y siervos y el orden social reflejaba la superioridad innata de unos sobre los otros. Llevó tiempo, creatividad y una lucha en la que el Protestantismo jugó papel decisivo, el cambiar la mentalidad de la Europa feudal
En la vida política de hoy hay quienes siguen creyendo en los valores feudales, la idea de igualdad les molesta y creen que hay que ir desmontando las instituciones que se basan en el principio de igualdad .
Como evangélicos recordemos la enseñanza paulina . En su discurso del Areópago en Atenas el apóstol Pablo afirmó “El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay…de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra…” (Hch 17: 24, 26). Y en su enseñanza pastoral sobre lo que ha de ser la vivencia de la comunidad de creyentes en Cristo, afirma de manera rotunda: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28).
La convicción bíblica sobre la igualdad alcanza un tono ético comprometedor en unas palabras de Job, cuando éste defiende su integridad : “Si hubiera tenido en poco el derecho de mi siervo y de mi sierva, cuando ellos contendían conmigo, ¿qué haría yo cuando Dios se levantase? Y cuando él preguntara, ¿qué le respondería yo? El que en el vientre me hizo a mí, ¿no lo hizo a él? ¿y no nos dispuso uno mismo en la matriz” (Job 31: 13-15).
Le esperan años difíciles de gobierno al presidente Barack Obama en esta nueva etapa. Muchas de las medidas que propugna su programa parten del principio de igualdad que está escrito hasta en la propia constitución de los Estados Unidos. No digo que toda su agenda sea representativa de valores cristianos. Pero cosas como poner la salud y una buena educación al alcance de todos son una manera de aplicar el principio de igualdad. Sin embargo, quienes hacen de la codicia la pieza fundamental de sus ideas de cómo hay que organizar la sociedad, no quieren una agenda igualitaria. Así pues, los evangélicos en los Estados Unidos tienen planteado un tremendo desafío ético y político para los años que vienen .
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[i] Emmanuel Buch Camí, Martin Luther King , Fundación Emmanuel Mounier, Madrid, 3ra ed. 2001, p. 13.
Autores: Samuel Escobar
©Protestante Digital 2012

miércoles, 7 de noviembre de 2012

El Concilio Vaticano II, ¿una utopía?

Por. Juan José Tamayo, España*
Texto de la conferencia prohibida por el arzobispo-cardenal Lluis Martínez Sistach en la parroquia Sant Medir y pronunciada en la sede de Esquerra Republicana de Catalunya, de Barcelona, el 11/10/212

Agradecimientos
Buenas noches a todas y a todos. Deseo expresar mi agradecimiento a la parroquia de Sant Medir por su invitación a pronunciar esta conferencia sobre el Concilio Vaticano II coincidiendo con el 50 aniversario de su inauguración, que tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. Quiero personalizar el agradecimiento en la persona de mi entrañable amigo el párroco Enric Subirá por haberme invitado en fecha y tema tan señalados y por la generosa presentación, elogiosa valoración y excelente síntesis que acaba de hacer de mí persona y del libro Invitación a la utopía (Trotta, 2012).
No sé si tendría que hacer extensivo el agradecimiento al arzobispo de Barcelona cardenal Lluis Mª Martínez Sistach, quien ha prohibido la celebración de esta conferencia en lugar “sagrado”, sin diálogo previo ni con la comunidad parroquial ni conmigo, y sin dar razones de la prohibición. Esta actitud es la mejor muestra de autoritarismo, contrario al espíritu de diálogo del Concilio Vaticano II, y de la imposición del pensamiento único en la Iglesia católica. Quizá la prohibición haya contribuido a difundir esta conferencia, que cuenta con la nutrida presencia de todas vosotros y vosotras, más de doscientas personas.
Porque la prohibición arzobispal-cardenalicia no ha podido impedir que la conferencia se pronunciara, sino que ha posibilitado su celebración en la sede de Ezquerra Republicana de Cataluña (ERC), a quien agradezco nos haya abierto sus puertas de par en par y nos haya acogida tan generosamente. De nuevo se ha hecho realidad el refrán: “cuando una puerta de cierra, otra se abre”. Hago extensibles mi agradecimiento a todas y todos los asistentes que llenáis esta sala y habéis mostrado vuestra sintonía y apoyo.
Permítanme todavía otra reflexión previa. En la parroquia de Sant Medir nacieron en 1964 las Comisiones Obreras de Cataluña. Entonces la iglesia era espacio de libertad y lugar de hospitalidad. Hoy se prohibe a un teólogo y profesor universitario hablar en el mismo lugar. Con esta actitud, la jerarquía católica –o al menos una parte de la misma- demuestra que es contraria a la libertad y ha dejado de ser hospitalaria. Es la mejor prueba de la involución eclesial, del abandono de la senda del diálogo y del rechazo del pluralismo. .
Hechas estas observaciones, voy a indicar el itinerario a seguir en esta conferencia. Primero expondré los avances y las aportaciones que tuvieron lugar en el aula conciliar y en los documentos del Vaticano II, a veces a contra corriente de la Curia romana y de los sectores más conservadores del episcopado mundial -entre los que se encontraba la mayoría de los obispos españoles, ubicados políticamente en el nacional-catolicismo, teológicamente en la neoescolástica, éticamente en la casuística estrecha y en la moral represiva-. A continuación me referiré a los silencios más llamativos que Pablo VI, papa muy dubitativo, impuso en el Concilio a los obispos en torno a temas entonces, y todavía hoy, tabúes en la iglesia católica.
Abordaré también los límites en los que se desarrolló: el Concilio no fue tan ecuménico y universal como se presentaba, sino que se caracterizó por la mirada eurocéntrica, y por tanto sesgada, de la realidad social y del propio cristianismo.
Un elemento que creo nuevo en mi análisis del Concilio es la idea de que tanto los silencios y los olvidos como los límites ponen de manifiesto que la involución comenzó a incubarse en el propio Concilio Vaticano II y dio lugar, a principios de los setenta del siglo pasado, al largo invierno eclesial con los rigores del frío que todavía estamos padeciendo. Es, por eso, que afirmo a continuación posteriormente que hay razones para la Indignación.
Pero no me quedo en las razones que justifican el malestar de muchos cristianos y no cristianos interesados por la significación del fenómeno religioso. Aporto también razones pensar y construir el futuro del cristianismo con esperanza, a partir de las experiencias liberadoras que se dan dentro y fuera del cristianismo. Dicho futuro exige tener en cuenta los nuevos desafíos a partir de los cuales ofrecer la propuesta de otro cristianismo posible ¡y necesario! en la oscuridad del presente.
Reforma moderada de la Iglesia y diálogo con la modernidad
El Concilio Vaticano II fue una corta primavera, a la que siguió un largo invierno que dura ya más de cuarenta. No fue un punto de llegada, sino de partida, que enseguida se abandonó para seguir otra dirección. Llevó a cabo una reforma moderada de la Iglesia católica, sin llegar a ser una revolución, ni un cambio de paradigma. Y si se produjo una revolución o un cambio de paradigma, nunca se llevó a la práctica o se quedó a medio camino.
Hubo, ciertamente, cambios importantes. Negarlos, sería muestra de ceguera y falta de rigor en el análisis. He aquí algunos:
. De la Iglesia como sociedad perfecta a la Iglesia como comunidad de creyentes
. Del mundo como enemigo del alma, junto con el demonio y la carne, al mundo como espacio privilegiado donde vivir la fe cristiana.
. De la condena y del anatema contra la modernidad y las religiones no cristianas, al diálogo multilateral: con el mundo moderno, la ciencia, cultura, el ateísmo, etc., superando etapas anteriores de enfrentamientos y alejándose de las actitudes de los propios cristianos “que, seguidas de agrias políticas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe” (GS 36).
. De la condena de los derechos humanos como contrarios a la ley natural, a la ley de Dios y a los derechos de la Iglesia, al reconocimiento de la cultura de los derechos humanos proclamados en la Declaración Universal de la ONU en 1948 y recogidos por el concilio en la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual.
. De la condena de la secularización como contraria al cristianismo, a la defensa de la misma entendida como autonomía de las realidades temporales en cuyo clima es necesario vivir la experiencia religiosa. Dice el Vaticano II: “Todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad previas y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar, con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte”
. De la Iglesia “siempre la misma”, inmutable, a la Iglesia en permanente reforma, asumiendo implícitamente el principio luterano de “Ecclesia semper reformanda”.
. Del integrismo católico al respeto a otras creencias.
. Del autoritarismo “piano” al conciliarismo (dos tipos de concilios en la IC: papalistas y conciliarista). Este quiso ser conciliarista en la voluntad de Juan Pablo II, terminó siendo papalista en su interpretación posterior y en su falta de aplicación
. De la Contrarreforma a la Reforma
. De la Cristiandad al Cristianismo
. De la pertenencia a la Iglesia como condición necesaria para la salvación, a la libertad religiosa como derecho humano fundamental.
Pero se mantuvieron intactas la estructura piramidal y la organización patriarcal
A pesar de los cambios, la estructura jerárquico-piramidal y la organización patriarcal se mantuvieron intactas. A pesar de definir a la Iglesia como pueblo de Dios y de acentuar la igualdad de todos los cristianos por el bautismo, el Vaticano II ratificó la “constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente el episcopado” y propuso “la institución, perpetuidad, fuerza y razón del ser del sacro primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible… como objeto firme de fe a todo” (Constitución “Luz de las gentes”, capítulo 3) apelando a Cristo como base de dicha estructura y por tanto inmodificable. El mantenimiento de la estructura jerárquico-piramidal y de la organización patriarcal hizo imposible la reforma de la Iglesia.
La propia colegialidad de los obispos, que parecía una aportación fundamental del concilio se vio neutralizada por la Nota explicativa previa, impuesta por Pablo VI, que aparece al final de la Constitución “Luz de las gentes” y refuerza el poder papal, se vacía de contenido al vincularla con el Romano Pontífice. La nota aludida dice que no existe igualdad entre la cabeza y los miembros del colegio episcopal. “El carácter de miembro del colegio –afirma- se adquiere por la consagración episcopal y por la comunión jerárquica con la Cabeza –en el Vaticano II, siempre con mayúscula- y y con miembros del colegio”.
Tampoco el diálogo que defendió el Vaticano II fue real y auténtico. Fue un diálogo de mitrados, en torno a 2500 de todo el mundo que solo se representaban a sí mismos, con la exclusión del resto de católicos –laicos, laicas, sacerdotes, religiosos, religiosas…- mayoría silenciada, y muy especialmente las mujeres. Ciertamente, el diálogo no es simétrico, sobre todo dentro de la Iglesia y con las Iglesias cristianas. Veámoslo.
Dentro de la Iglesia el propio Concilio sigue manteniendo la estructura vertical clérigos-laicos, jerarquía-pueblo de Dios. Se me dirá, y con razón, que la idea del pueblo de Dios es innovadora y se coloca por delante de la índole jerárquica de la Iglesia. Eso hay que considerarlo como un avance. Pero en el mismo capítulo sobre el pueblo de Dios se afirma que la diferencia entre el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico “es esencial, no solo de grado”. Y da las siguientes razones: “Porque el sacerdocio ministerial, en virtud de la sagrada potestad de que goza, modela y dirige el pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico, ofreciéndolo a Dios en nombre de todo el pueblo; los fieles, en cambio, en virtud de su sacerdocio real, asisten a la oblación de la eucaristía, y lo ejercen en la recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias con el testimonio de una vida santa, con la abnegación y caridad operante” (LG 10). La propia estructura de la frase establece la división de funciones entre sacerdotes y laicos: los primeros, sujetos agentes; los segundos, sujetos pacientes.
Otro dato que abunda en la falta de simetría del diálogo en el interior dee la Iglesia católica es que el capítulo dedicado a los laicos está colocado después de la constitución jerárquica de la Iglesia.
Sin negar la eclesialidad de las comunidades cristianas no católicas y sin llegar a afirmar el viejo principio excluyente del “fuera de la Iglesia no hay salvación”, el Vaticano II defiende que la Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica y sigue empleando el lenguaje preconciliar de “hermanos separados” (Decreto sobre Ecumenismo, 12)). Hay, por tanto, una actitud de superioridad, que impide el diálogo horizontal. Para que se produzca un diálogo simétrico y horizontal entre los diferentes interlocutores debe reconocerse un principio de igualdad.
Silencios y olvidos
Hubo temas de fondo que no fueron abordados y sobre los que se tendió un velo de silencio, por expreso deseo de Pablo VI, como el matrimonio de los sacerdotes y la ordenación sacerdotal de las mujeres, o temas sobre los que se esperaba un cambio y no se produjo, como el control de natalidad, generando una profunda y generalizada decepción entre los católicos. Con razón puede afirmarse con algunos intérpretes como Giuseppe Franzoni, padre conciliar, que en cierta medida la involución comenzó con el propio Pablo VI, que domesticó el Concilio y enfrió el Postconcilio. Veamos algunos ejemplos.
. El Documento sobre el sacerdocio se discutió en la cuarta sesión del Concilio. El papa se opuso a que se debatiera el tema del celibato sacerdotal y en 1967 escribió la encíclica Sacerdotalis coelibatus, donde ratifica la obligatoriedad del celibato para los sacerdotes. La reafirmación del celibato de los clérigos tuvo como resultado un descenso sostenido de las vocaciones sacerdotes, sobre todo en el mundo desarrollado, y un avance de los procesos de secularización de los sacerdotes. Se hacía realidad el título del profético artículo de Ivan Illich: “El clero esa especie que desaparece.”. En otros entornos culturales donde nunca se apreció el celibato como un valor, crecieron las vocaciones sacerdotales.
. En el caso de las mujeres, su ausencia en el ala conciliar fue notoria. En un momento determinado del concilio fueron nombradas auditoras algunas mujeres, entre ellas la española Pilar Bellosillo y la uruguaya Gladys Parentelli -que participa en este curso-, pero sin voz, ni voto. No se abordó el tema del sacerdocio de las mujeres, como tampoco su acceso a espacios de responsabilidad en la Iglesia católica. Cuando posteriormente crecieron las reivindicaciones del sacerdocio femenino y surgieron estudios bíblicos, teológicos e históricos favorables al mismo, los papas Pablo VI, Juan pablo II y Benedicto XVI zanjaron el tema alegando que la exclusión de las mujeres del sacerdocio era voluntad de Jesús y por tanto, de Dios mismo.
. En el caso del control de natalidad, numerosos teólogos, moralistas y científicos cristianos creyeron que el uso de los métodos anticonceptivos era una consecuencia lógica del principio de la paternidad responsable afirmado por el Vaticano II. Pero Pablo VI, oponiéndose al criterio de la Comisión asesora en esta materia, condenó el uso de los métodos anticonceptivos en la encíclica Humanae vital (1968).. Lo que provocó uno de los más graves desafíos a la autoridad del papa por parte de los teólogos y moralistas en la historia de Occidente desde Lutero y uno de más graves desafectos de los católicos que en un porcentaje muy elevado hicieron caso omiso al papa.
. Un silencio del Vaticano II apenas percibido y que se suele pasar por alto es el de la ecología. El antropocentrismo en el que se movió, le impidió ver que la naturaleza es el hogar del ser humano, que también tiene derechos, que sufre por la depredación a la que es sometida por los seres humanos por mor del paradigma de desarrollo científico-técnico de la modernidad, y que la depredación redunda en perjuicio de la humanidad.
Límites y carencias
Junto a los avances y los silencios hay que destacar también los límites. Los más importantes son: el carácter eurocéntrico del Concilio Vaticano II, la poca atención prestada al desafío de la pobreza, sobre todo en el Tercer Mundo, y la no centralidad de la opción por los pobres. El horizonte cultural y social en el que se movió el Vaticano II fue la modernidad europea. La problemática que preocupaba a los padres conciliares era la crisis de Dios en el mundo occidental y el fenómeno de la increencia en sus diversas manifestaciones: increencia religiosa, agnosticismo, ateísmo. El destinatario del Concilio fue el hombre europeo, a quien se pretendía hacer creíble el mensaje cristiano. Fue un concilio preferentemente para el Primer Mundo.
En su análisis de la realidad y en su orientación del Concilio pasó a segundo término la dialéctica desarrollo-subdesarrollo, pobreza-riqueza y no se prestó la atención debida a las mayorías populares del Tercer Mundo como destinatarias privilegiadas del anuncio de la Buena Noticia de salvación.
Tampoco jugó un papel central la opción por los pobres como verdad teológica, enraizada en el misterio del Dios de los pobres, como verdad cristológica que tiene su base y fundamento en Jesús de Nazaret, el Cristo liberador, y como actitud ético-evangélica en la lucha de los cristianos contra la pobreza.
En este tema se produjo una desviación del camino trazado por Juan XXIII en el discurso preparatorio del Concilio del 11 de septiembre de 1962 en el que afirmó: “La Iglesia se presenta para los países subdesarrollados, como es y quiere ser: como la Iglesia de todos y, particularmente, la Iglesia de los pobres”. Idea que posteriormente desarrolló el Cardenal Lercaro, arzobispo de Bolonia, en un memorable discurso pronunciado en la primera sesión del Vaticano I, donde dijo: “El tema de este concilio es la Iglesia en su aspecto principal de ‘Iglesia de los pobres’.
La opción por los pobres fue asumida por la Iglesia en América Latina en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano celebrada en Medellín en (Colombia) en 1968, se convirtió en guía y horizonte del cristianismo liberador, fue elaborada por la teología de la liberación como principio teológico por excelencia y puesta en práctica por las comunidades eclesiales de base a través de compromiso con los sectores más vulnerables de la sociedad.
El largo invierno de la Iglesia católica
La primavera del Vaticano II fue muy corta. Al carismático y profético Juan XXIII, que puso en marcha el Concilio desafiando a la Curia Romana -que se mostraba contrario e hizo todo lo posible y lo imposible para que no se celebrara y, durante su celebración, quiso imponer unos documentos conservadores-, le sucedió Pablo VI, persona abierta al diálogo, aunque muy dubitativa, sensible a los problemas de su tiempo, aunque hombre de curia, que continuó la iniciativa de Juan XXIII y la llevó a feliz término buscando el consenso entre posiciones enfrentadas, pero con las limitaciones antes expuestas, que fueron acentuándose según avanzaba su pontificado, que duró quince años.
Durante los tres lustros de gobierno de la Iglesia de Pablo VI hubo avances y retrocesos. Entre los primeros cabe citar dos encíclicas: Popularum progressio y Octogesima adveniens; los discursos ante la ONU y ante la OIT; los Sínodos sobre la Justicia y la Evangelización; en el terreno ecuménico, el encuentro con el patriarca Atenágoras. Entre los segundos están: la encíclica Humanae vitae, el Credo del pueblo de Dios, los procesos contra los teólogos, algunos de los cuales habían participado en el Vaticano II, llamados por Juan XXIII, como Bernhard Häring y Hans Küng y Edward Schillebeeckx.
Con Juan Pablo II y bajo la guía ideológica del cardenal Ratzinger al frente de la Congregación de la Fe, primero y con Benedicto XVI, después, avanzó la involución y se puso en marcha un calculado programa de restauración, que vació el Vaticano II de todo contenido reformador. He aquí algunas de sus manifestaciones:
. Se reforzó la índole jerárquico-papal de la Iglesia, se desactivó la dimensión comunitaria y se impuso un gobierno personalista, con descuido de la participación de los cristianos en la marcha de la Iglesia y de la colegialidad episcopal.
. Se acentuó el carácter dogmático y la ortodoxia en detrimento de la dimensión simbólica, ética y crítica. La teología dejó de ser teoría crítica para convertirse de nuevo en apologética al servicio de la institución eclesiástica.
, Se frenó la investigación teológica, se limitó la libertad de cátedra de los teólogos y las teólogas y se condenaron no pocas corrientes teológicas emanadas del Vaticano II que defendían el diálogo con las culturas, las religiones y la ciencia, y la centralidad de la praxis liberadora del cristianismo. No pocos de los teólogos y teólogas fueron apartados de la docencia teológica bajo la acusación de desviaciones doctrinales graves.
. Se sustituyó a los obispos conciliares por obispos fieles a la tendencia neoconservadora del Vaticano
. Se pasó del diálogo al monólogo y al anatema, de la actitud inter- a la anti, del pensamiento crítico al pensamiento único, de la tolerancia y el respeto al pluralismo a la condena, del Cristianismo a la Cristiandad
Con Benedicto XVI se ha consumado la involución y se ha pasado del neoconservadurismo al integrismo, cuya expresiones más significativas son:
. La vuelta al eclesiocentrismo excluyente.
. La restauración de la misa en latín conforme al rito latino.
. El nombramiento de obispos alejados o contrarios a la aplicación del Concilio en su actividad pastoral.
. Las nuevas condenas a los teólogos y a las teólogas.
. La falta de un magisterio social crítico con el neoliberalismo y solidario con los movimientos sociales
. Las persistentes condenas de la homosexualidad.
. Las condenas indiscriminadas de las investigaciones científicas.
. Las graves acusaciones de “feminismo radical” y de estar demasiado centradas en la justicia social contra la Leaderschip Conference of Women Religious –principal organización de religiosas de Estados Unidos que representa el 80 de las monjas norteamericanas.
. Las recientes condenas de teólogas de orientación feminista como las religiosas Margaret Farley, profesora de teología en la universidad de Yale y Elisabteh Johnson, profesora de la universidad de Fordham.
. La readmisión de los lefebvrianos sin exigirles fidelidad al Concilio Vaticano II y, según informaciones recientes, las negociaciones del Vaticano con los lefebvrianos para concederles el estatuto de prelatura personal.
. Las enconadas luchas por el poder en el Vaticano, que han salido recientemente a la luz.
Estas manifestaciones, a las que hay que sumar los escándalos de la pederastia y otras actuaciones poco testimoniales de la jerarquía católica y de algunos católicos encaramados en las cúpulas del poder político económico y político, han desembocado en una más que bien ganada pérdida de credibilidad hacia la Iglesia católica, hasta el punto de que, entre los jóvenes españoles es ahora mayor el número de no creyentes que el de creyentes y de que su confianza en la Iglesia no llega al 3%.
Cincuenta años después hay razones para la Indignación
El relato anterior da razones para la Indignación de los de dentro y de los de fuera hacia la Iglesia católica como institución y hacia no pocos de sus miembros. Por eso, cristianos y no cristianos aplican a un importante sector de los jerarcas católicos lo que los Indignados congregados en las plazas de todo el mundo dicen de los políticos, y con más razón, si cabe: “”Que no, que no nos representan, que no”, “no somos mercancía en manos del papa y de los obispos”
La indignación nace como reacción frente a la negación de la dignidad de que han sido objeto los ciudadanos y los pueblos por parte de sus dirigentes, gobernantes, poderes económicos, financieros, etc. Lo expresa muy certeramente el poema de Antonio Casares: “Cuando no hay dignidad, nos indignamos,/ cuando hay indignidad,/ nos indignamos,/ si se resignan, no nos resignamos,/ si nos hacen hacer,/ nos levantamos./ Si nos quieren dejar,/ no nos dejamos,/ si nos quieren callar, no nos callamos,/ si nos quieren echar, no nos marchamos,/si nos quieren domar,/ nos rebelamos./ Cuando quieren mentir, no les creemos,/ les queremos decir lo que decimos,/ y queremos pensar lo que pensamos./ Si nos quieren parar, no pararemos,/ y queremos sentir lo que sentimos,/ y queremos soñar lo que soñamos”.
En el caso del cristianismo, la Indignación es la reacción justificada frente a la negación de la igual dignidad de todos los cristianos por parte de quienes se consideran dotados de una dignidad superior por el orden sacerdotal o episcopal, frente al establecimiento de jerarquías que no tienen base alguna en Jesús de Nazaret y frente a la tendencia de determinados sectores a considerar la Iglesia como su finca privada, en la que solo admiten a quienes acatan sus normas y de la que expulsan a quienes se muestran críticos. La Indignación está más justificada todavía en el caso de las mujeres cristianas, a quienes se les niega su dignidad humana y cristiana, al ser tenidas como objetos en manos de los eclesiásticos varones y “vientres reproductores” y no ser reconocidas como sujetos morales, eclesiales, sacramentales, teológicos.
Los cristianos y las cristianas poseen otros motivos más para estar indignados: la consideración de comparsa que tiene de ellos la jerarquía por la falta de democracia en la Iglesia católica, que funciona como un régimen autoritario, y por la negación de los derechos humanos en su seno. Ahí radica una de sus más graves contradicciones: reconoce la democracia en la sociedad, y no la practica en su seno; defiende los derechos humanos en la esfera pública, y los desconoce y transgrede en su interior. Si los Indignados tienen razón al afirmar que “un voto cada cuatro años no es democracia”, cuánta más no tendrán los cristianos que luchan por una Iglesia democrática bajo el principio de “un cristiano, una cristiana, un voto”.
Pero también para la esperanza
Hay razones para la esperanza, y las aporta el propio Vaticano II en algunos de sus textos más bellos. Una es la llamada a la solidaridad con las experiencias positivas y negativas más profundas de los seres humanos: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de los que sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustia de los discípulos de Cristo” (Constitución pastoral sobre la Iglesia en el Mundo Actual, n. 1). .
Otra, no menos radical y profunda, es la convicción compartida por creyentes y no creyentes de que “todos los bienes de la tierra deben ordenarse en función del ser humano” (ibid., n. 10). Las creencias o las increencias no deben ser motivo de división a la hora de construir un mundo más justo y solidario. “El reconocimiento de Dios –dice el Concilio. No se opone en modo alguno a la dignidad humana” ya que “es Dios creador el que constituye al ser humano inteligente y libre en la sociedad”. Más aún, la esperanza cristiana, dice a renglón “no merma la importancia de las tareas temporales, sino que, más bien, proporciona motivos para su apoyo y ejercicio” (ibid., n. 21).
Una tercera razón es la centralidad que ocupan el ser humano en su individualidad y en su carácter social en los documentos conciliares: “Es la persona del ser humano la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el ser humano, pero el ser humano entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que van a seguir”. (ibid., n. 2). Hay aquí, como ya indiqué más arriba, una insensibilidad ecológica.
En el Vaticano II no falta la autocrítica, ya que reconoce la responsabilidad no pequeña que corresponde a los cristianos en la génesis y desarrollo del ateísmo por haber descuidado la educación religiosa y haber hecho una exposición inadecuada del mensaje cristiano, y por la falta de testimonio en su vida religiosa, moral y social. El comportamiento de algunas instituciones religiosas aleja de la fe, más que acerca, y es causa del incremento de las diferentes formas de increencia, incluida la apostasía.
Motivos de esperanza son hoy las comunidades eclesiales de base, los movimientos de renovación, las organizaciones cristianas de solidaridad, la presencia de los cristianos y cristianas en los movimientos sociales y en las organizaciones populares, los movimientos de mujeres que luchan por una Iglesia inclusiva, fraterno-sororal, las experiencias de vida contemplativa que compaginan el ora et labora, las experiencias ecuménicas e interreligiosas, el desarrollo de las nuevas teologías: de las realidades terrenas, del pluralismo religioso, de la liberación, de la revolución, de la pregunta, , la teología política, la teología feminista, la teología ecológica, etc.
El Vaticano II, ¿una utopía?
Hay que volver al Concilio Vaticano II, pero no con la mirada añorante de quien quisiera repetir hoy aquella experiencia en las mismas condiciones históricas, ya que ha cambiado el contexto, sino para re-tomar y hacer realidad sus más significativas aportaciones en la teología, de la liturgia, de la presencia de la Iglesia en el mundo, del diálogo con la sociedad, el encuentro entre las religiones, la relación con las culturas de nuestro tiempo. ¡Y continuar las reformas que se congelaron poco tiempo después de su formulación y aprobación.
Hay que pasar por el Concilio, pero sin instalarse en él ni quedarse en la letra, sino interpretándolo creativamente y actualizándolo al ritmo de los nuevos signos de los tiempos. La a asamblea conciliar intentó responder a los signos de los tiempos de aquel momento. Y lo hizo con gran acierto y no poca osadía. Hoy nos corresponde responder a los nuevos signos de los tiempos. Para ello es necesario reformular el lenguaje del Vaticano II, en buena medida superado, y elaborar nuevos relatos teológicos y nuevas narrativas religiosas acordes con los signos de los tiempos.
La mejor forma de ser fieles al Concilio es estar atentos a los nuevos signos de los tiempos, responder a los nuevos climas culturales, ser sensibles a los nuevos desafíos de nuestro tiempo desde la apertura al cambio de era que estamos viviendo, con actitudes evangélicas que llevan al compromiso con los excluidos, en colaboración con los hombres y las mujeres que trabajan individual y colectivamente por una sociedad intercultural, interreligiosa, e interétnica más justa, que ha de traducirse en “otro mundo posible”.
Termino con la pregunta que da título a esta conferencia: el Concilio Vaticano II, ¿una utopía? Sí, lo fue y lo sigue siendo en el sentido más noble de esta bella y evocadora palabra, tan cargada de esperanza y sentido liberador, en su doble dimensión de denuncia y anuncio, de crítica y alternativa, de reconocimiento de la negatividad de la historia y de sus posibles emancipatorias ínsitas en el ser humano.
¿Instalarnos cómodamente en el Vaticano II? No, considerarlo como punto de partida, como “nuevo comienzo” (Rahner) y seguir adelante, siguiendo la iluminadora indicación de Walt Whitman: “Antes del alba, subí a las colinas, miré los cielos apretados de luminarias y le dije a mi espíritu: cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría de todas las cosas que contienen, ¿estaremos tranquilos y satisfechos? Y mi espíritu dijo: No, ganaremos esas alturas para seguir adelante”.

*Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Trotta, 2012).

Fuente: Lupaprotestant