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martes, 31 de diciembre de 2013

¡De corazón! ¡Feliz Año Nuevo!

Por. Ignacio Simal Camps, España*
 
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva… (Apo. 21:1-6)
Sinceramente desearía cambiar el típico “feliz año nuevo” de estas horas, por algo más consistente como pudiera ser “feliz cielo nuevo y tierra nueva”. Y ello porque no sólo habría pasado un año, sino que habría dejado de existir este modelo de sociedad que día tras día corrobora su éxito para crear más y mejor pobreza y dolor en nuestro mundo.
Desearía que llegara el día en el que con mis propios ojos pudiera ver descender del cielo el modelo de sociedad que se origina en los valores que dieron sentido a la vida y la muerte del Mesías Jesús –así como a su resurrección. Ese día en el que “Dios mismo estará con nosotros” de una forma incomparablemente mejor que la que podemos experimentar hoy.
Desearía, de corazón, abrazar el día en el que toda lágrima, todo llanto, todo clamor, todo dolor serán extinguidos por el cálido aliento de Dios, padre de nuestro Señor, el Mesías Jesús. Todo indicaría que desde el vientre de este viejo mundo alumbraría lo nuevo, por obra y gracia de Dios.
Sinceramente desearía cambiar el típico “feliz año nuevo” de estas horas, por algo más consistente como pudiera ser “feliz cielo nuevo y tierra nueva”. Pero como sé lo que sucederá, si Dios –nunca mejor dicho- no lo remedia, os deseo que, durante el año que está a punto de comenzar, calméis vuestra sed de justicia, misericordia y consuelo en la fuente de vida que brota del Cordero de Dios. Ese Cordero que quita el pecado y la sinrazón de este mundo. Nadie os va a cobrar por ello, ¡es gratis! Por ello brindo, por todos vosotros, con la copa de la Nueva Alianza en Jesús en el deseo de que en este año podamos experimentar en medio de nuestras comunidades y en nuestro mundo el reinado de Dios. ¡Maranata!
Ignacio Simal Camps, Presidente de Ateneo Teológico - Fundador de Lupa Protestante.
 
*Ignacio Simal es pastor de la Església Evangèlica de Catalunya - Iglesia Evangélica Española en la Església Evangèlica Betel (Orient,28; Hospitalet, Barcelona). Es Presidente de la asociación Ateneo Teológico. Fundó Lupa Protestante en el año 2005. Hasta el mes de julio del año 2012 fue su director. Presidente de la Mesa de la Església Evangèlica de Catalunya - IEE. Es miembro de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII, y del Fòrum Català de Teologia i Alliberament.
 
Lupaprotestante, 2013.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Luz para todas las naciones: un proyecto divino

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*
Yo, el Señor, te llamo con amor,
te tengo asido por la mano,
te formo y te convierto
en alianza de un pueblo,
en luz de las naciones;

 para que abras los ojos a los ciegos
y saques a los presos de la cárcel,
del calabozo a los que viven a oscuras.

 Isaías 42.6-7, La Palabra (Latinoamérica)
El libro del profeta Isaías ha sido calificado como el de “un poeta divino de la luz” y, con justa razón,pues la forma en que aplica la metáfora a lo largo de los textos es particularmente aleccionadora acerca de las intenciones divinas para el pueblo que, a partir del capítulo 40, ya aparece desprovisto de los asideros históricos, políticos y sociales con los que contó antes de la caída de Jerusalén en poder de Babilonia.
Así lo describe Carol J. Dempsey: “El texto es la visión de un poeta que captura el drama de la vida de una comunidad que vive bajo el peligro y la promesa. […] Isaías declara lo que ve como inevitable para su pueblo, y al mismo tiempo anuncia una visión magnífica de lo que Dios desea en el momento no sólo para Israel sino para el cosmos entero, la creación de unos nuevos cielos y de una nueva tierra que vendrán a establecer un nuevo orden mundial cuya piedra de toque será la justicia, la equidad, las buenas relaciones, la compasión, el amor permanente y la paz”. [1] De ahí que las palabras con que abre ese capítulo marcarán definitivamente el tono con que la profecía vino a instalar un nuevo trato verbal que fuera capaz de orientar la fe y la acción de las comunidades que habían sobrevivido a la hecatombe de Israel y de Judá. El énfasis en el consuelo y en la necesidad de reconstruir los cimientos espirituales de lo que fue una nación constituida a partir del pacto con Yahvé salta a la vista pero sin dejar de subrayar la majestad, fidelidad y providencia divinas. Con esto en la mente, resulta llamativo también que, a pesar de todo lo sucedido, la segunda parte del libro insista en el hecho de que la comunidad de fe sigue teniendo una misión en el mundo.
Severino Croatto hizo un notable resumen crítico de estos capítulos:
 Es muy diferente leer Isaías 40-55 como el mensaje de un profeta “misionero” que convoca a los “paganos” a convertirse a Yavé, que leerlo como una propuesta hacia adentro, al propio Israel. En el primer caso, el profeta habla desde la superioridad de una fe que los otros no tienen; en el segundo, lo hace desde la nada, desde el sufrimiento. La lectura tradicional hace del Déutero-Isaías un profeta universalista, que propone un Gran Israel mundial al que se incorporan “religiosamente” los otros pueblos, dejando a sus propios Dioses. La lectura empero que corresponde mejor al texto y su contexto de producción considera a este profeta como un reconstructor utópico “de Israel”, sacándolo de en medio de las naciones, donde vive desmembrado y sin identidad. Las naciones no son las que se convertirían para adherirse a Israel, sino el ámbito donde está el Israel disperso, del cual hay que redimirlo.[2]
Un recurso notable usado en esta segunda sección del libro es la inclusión de los llamados “cánticos del siervo de Yahvé”, que concentran la visión paradójica de que Yahvé encarga una labor al pueblo mientras lo reconstruye como una comunidad visible en el mundo, a contracorriente de las coyunturas políticas que lo pusieron a merced de las sucesivas hegemonías de su tiempo: Asiria, Babilonia, Medo-Persia. En 41.1-7 se advierte a los diversos pueblos que Yahvé sigue dirigiendo los sucesos y a continuación (41.8-10) califica explícitamente a Israel como su siervo para realizar su obra en medio del mundo. El resto de ese capítulo se ocupa de prometer la restauración del pueblo en el marco de un mensaje que también reconoce la vanidad y futilidad de los seres humanos.
La figura del siervo domina en 42.1-13 y complementa la visión teocéntrica de los dos capítulos anteriores, pues ahora se trata del turno de este “agente llamado”, como lo califica Walter Brueggemann, pues Yahvé actúa en la historia representado por instancias humanas. [3] El espíritu divino es la garantía para que este siervo realice la misión de “llevar derecho [justicia] a las naciones”, una tarea que evidentemente rebasaba la mentalidad cerrada con que el antiguo Israel entendió la labor que su Dios le había encomendado. Además, la actitud con que se describe la realización de este esfuerzo, totalmente alejada de formas activas o perniciosas de activismo, propaganda o escándalo, contrasta notablemente con la manera en que se practica la proclamación de la voluntad divina.
Al mencionar tres veces la justicia (vv. 1, 3-4), se planteas la necesidad de que, como parte de la tradición mosaica y profética, “se reordene la vida y el poder social para que los débiles (viudas y huérfanos) puedan vivir una existencia digna, segura y plena de bienestar. Si se asume de este modo tal noción sustantiva de justicia (bien explicada por Paul Hanson), entonces la comunidad exílica como sierva es despachada por Yahvé para reordenar las relaciones sociales en favor de las personas vulnerables. […] Israel mismo está en esa condición y debe estar atento a los demás que la experimentan”. [4]
Así, la existencia del pueblo en forma de diáspora en el mundo es lo que da otro sentido a la tarea impuesta: ya sin las amarras de una nación establecida, de una monarquía abusiva o de un sacerdocio corrompido, la comunidad de fe será capaz de llevar por todas partes la luz de la justicia divina que será capaz de abrir los ojos de los ciegos, liberar a a los cautivos y ofrecer luz a quienes viven en las sombras (v. 7). A diferencia de Babilonia, o de cualquier otro poder mundano, el Israel exílico transformado “romperá esas cañas y apagará esas mechas” para aplicar la justicia divina en el mundo. Ésas serán sus “buenas nuevas” ahora, después de la purga del exilio y su nueva manera de existir en la historia para servir a su Dios.
Las cosas nuevas anunciadas por Él vienen a romper todos los esquemas anteriores e incluso si la interpretación posterior ve en Ciro o en Jesús mismo la encarnación del siervo divino, estas cosas seguirán vigentes, como lo están hasta hoy para las comunidades que se llaman a sí mismas cristianas, pues son desafiadas a continuar esta tradición de lucha y servicio.
 

 [1] C.J. Dempsey,  Isaiah: God’s poet of light.  Atlanta, Chalice Press, 2010, p. 1.
 [2]  J.S. Croatto, “El Déutero-Isaías, profeta de la utopía”, en  RIBLA,  núm. 24,  www.claiweb.org/ribla/ribla24/el%20deutero%20isaias.html . 
 [3]  W, Brueggemann, p. 41.
 [4]   Ibid.,  p. 42.
 
Autores: Leopoldo Cervantes-Ortiz*

©Protestante Digital 2013

sábado, 21 de diciembre de 2013

Entre Dios y el Diablo: Espiritualidad, identidad y literatura latinoamericana

Por. Luis Rivera-Pagán, Puerto Rico*
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien sueña el mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.
Olga Orozco
“Desdoblamiento en máscara de todos”
Los juegos peligrosos (1962)
Ningún acercamiento académico al tema crucial de las identidades y las espiritualidades latinoamericanas y caribeñas puede reclamar integridad si no incorpora la importancia crucial que en las creaciones culturales y literarias de nuestros pueblos tienen las diversas religiosidades que habitan su imaginación colectiva, incluyendo en palco prominente, pero no exclusivo ni excluyente, la cristiana.
¿Cómo discutir, por ejemplo, El reino de este mundo (1949), de Alejo Carpentier, Hombres de maíz (1949), de Miguel Ángel Asturias, Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo, Las buenas conciencias (1959), de Carlos Fuentes, Hijo de hombre (1960), de Augusto Roa Bastos o Todas las sangres (1964), de José María Arguedas sin analizar la presencia acuciante, en las angustias de los seres humanos ahí descritos, de las religiosidades que pueblan el imaginario espiritual de nuestros países, su intrincada red de símbolos, tradiciones sagradas, creencias y ritos, su caudal de temores y esperanzas, los que, a la postre, adoban además las identidades comunitarias? Sería como pretender estudiar la trayectoria literaria de James Joyce evadiendo su confrontación con el intenso catolicismo irlandés, tan brillantemente expuesta en A Portrait of the Artist as a Young Man (1916). O reducir el análisis de Resurrección (1899), la gran obra del anciano Tolstoi, a disquisiciones de crítica literaria eludiendo su dramático conflicto religioso con la Iglesia Ortodoxa rusa y su ansiosa búsqueda de un cristianismo más cercano al Jesús de los Evangelios. O discutir Beloved (1987), de la magistral Toni Morrison, desligada de la rica tradición religiosa afroamericana, tan preñada de las miserias de la esclavitud y las ilusiones de libertad. Sería tan absurdo como enfrentarse a la obra literaria de Chaim Potok o Isaac Bashevis Singer a la vez que se soslaya el estudio a profundidad de los fascinantes laberintos recorridos por la espiritualidad hebrea en la diáspora, en sus esfuerzos por encarnar su fidelidad al celoso Dios de Israel en un mundo secular extraño y hostil, evocando con nostalgia, a través de tantas adversidades históricas, su identidad de pueblo escogido y siervo sufriente.
Debemos aprender a percibir, en las diversas creaciones culturales, aquellas que expresan con excelencia estética y hondura existencial las angustias y aspiraciones de una comunidad, las que traen a flor de piel las atroces y pavorosas arrugas de las expresiones históricas de la religiosidad, y, simultáneamente, las reservas excepcionales de fe, esperanza y amor que surgen de las espiritualidades de nuestros pueblos. ¿Cómo no temblar ante los terribles rostros de las religiosidades latinoamericanas y caribeñas que se insinúan en obras como Al filo del agua (1947), de Agustín Yáñez, El siglo de las luces (1961), de Alejo Carpentier, La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, La ciudad y los perros (1962), de Mario Vargas Llosa, Oficio de tinieblas (1962), de Rosario Castellanos, y Paradiso (1966), de José Lezama Lima, entre otras? ¿Cómo evitar no sobrecogerse ante la imagen de Dios que en ellas propugna el cristianismo oficial?
¿Cómo no captar, por el contrario, en su interioridad, los profundos clamores de esperanza en el Dios de liberación, las ansias que pugnan por plasmarse en la dolida historia iberoamericana forjando una religiosidad solidaria y compasiva? Por algo, la consagración a la teología profética la recibe Gustavo Gutiérrez de la pluma desgarrada y suicida de su compatriota José María Arguedas, cuando el gran novelista, al final de su novela inconclusa, El zorro de arriba y el zorro de abajo (1969), le convoca a proclamar al Dios libertador, a fin de que las calandrias de solidaridad entonen la clausura del dios del miedo y la opresión.
¿Es la cultura latinoamericana, en sus profundidades espirituales, auténticamente cristiana? Esa pregunta ha sido tema de larga, intensa y, con frecuencia, amarga controversia. Desde el siglo dieciséis, las respuestas son diversas y divergentes. Gerónimo de Mendieta, misionero español, franciscano, escribiendo a fines de ese siglo [Historia eclesiástica indiana (1596)], elogia la gran victoria que para la causa del evangelio había significado la conquista de México. Percibe un designio providencial divino en la peculiar coincidencia de que el mismo año en que Satanás había llevado a cabo dos ataques vigorosos contra el reino de Dios – la inauguración del Templo Mayor azteca, consagrado, según Mendieta, con el sacrificio de decenas de miles de víctimas humanas y el nacimiento de Martín Lutero, atroz agente, según el pío franciscano, del Diablo – naciese Hernán Cortés, quien ganaría más almas para la cristiandad que las perdidas en el Templo Mayor y el luteranismo. Cortés fue, según Mendieta, un nuevo Moisés, elegido por Dios para conducir al pueblo indígena mexicano de la sujeción a Satanás a la tierra prometida del evangelio cristiano. La cristianización del Nuevo Mundo es señal de la victoria definitiva de Dios y de la fe cristiana, cuya plena manifestación, en el ocaso de los tiempos, es inminente. Es una visión de triunfo para la cristiandad, preludio de la victoria final en la cercana consumación de la historia.
En las postrimerías de ese mismo siglo, otro misionero español franciscano, Bernardino de Sahagún, en medio de una extraordinaria obra dedicada al estudio de la cultura ancestral indígena mexicana [Historia general de las cosas de Nueva España (1582)], emite un juicio más sombrío, menos triunfalista, sobre la evangelización de las comunidades nativas. En una breve digresión que rompe la secuencia de su narración, Sahagún se horroriza ante la ruptura de la disciplina ética y la dignidad que había antaño caracterizado al pueblo azteca. “Perdióse todo el regimiento que tenían”, es su lamento amargo. Al erradicarse precipitadamente, por idolátrico, el culto religioso tradicional de los pueblos nativos, se ha lacerado profundamente su cultura, identidad y espiritualidad. El historiador franciscano se enfrenta a un dilema complejo: en pueblos para los que el culto es núcleo medular de su cultura, ¿cómo extirpar su religiosidad sin herir gravemente sus virtudes culturales y éticas? Sahagún no parece tener la respuesta definitiva, pero tampoco está dispuesto a ocultar su profunda desilusión ante lo acontecido. Su actitud contrasta con la de Mendieta: la evangelización de México no ha redundado en la auténtica cristianización de las comunidades nativas.
Las apreciaciones divergentes de Mendieta y Sahagún se replican innumerables veces en la historia cultural de nuestro continente. En medio de Hijo de hombre, su gran novela heterodoxamente cristológica, Augusto Roa Bastos lanza la siguiente aseveración:
“Evidentemente, la memoria tiene su retórica de lugares comunes, de imágenes litúrgicas en el trasfondo – en el bajofondo – que nos legó la aculturación evangelizadora. Los reflejos condicionados del Nuevo Testamento funcionan a todo vapor en las capas callosas del sentimiento religioso que es la verdadera levadura de nuestra cultura mestiza. Todo el lenguaje castellano y guaraní, o su mezcla, ha sido “evangelizado”, ha quedado prisionero del Santo Sepulcro, entre los miasmas de la Redención. No podemos escapar.”
Roa Bastos, por un lado, afirma la cristianización, en el bajofondo, a profundidad, de la cultura latinoamericana mestiza, popular, a causa de la “aculturación evangelizadora”. Por el otro lado, sin embargo, se da cuenta de la distancia que media entre los ideales de la fe y sus distorsiones históricas, lo que Alfred Loisy, en otro tiempo y lugar, catalogó como la diferencia clave entre la prédica del reino de Dios, propia de Jesús, y su resultado empírico, la hegemonía de la iglesia. Por ello, su énfasis es ambiguo y oscila entre el reconocimiento a la evangelización del lenguaje popular, el castellano y el indígena (en su caso, el guaraní) y su caracterización de ella como miasma aprisionadora. Hijo de hombre señala, trascendiendo la ambigüedad y la ironía, un sendero de sacrificio cristológico, de imitatio Christi, más allá de las fronteras institucionales eclesiásticas. Es, por tanto, como lo sugiere el título, una recuperación del tema clásico, pero siempre inquietante y rebelde, del Jesucristo que se enfrenta al templo y a sus sacerdotes. Lo que conlleva, inevitablemente, su crucifixión.
Pero, en nuestra espiritualidad e identidad latinoamericanas, la crucifixión es el preludio de la resurrección, como esperanza escatológica. Rigoberta Menchú, indígena quiché, es la protagonista de una aventura excepcional de fe, valor y afirmación de un pueblo, su cultura y su religiosidad. Su testimonio litera­rio, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1985), surge de los dolores y esperanzas de su pueblo. Es una endecha al tormento y a la muerte; es también un canto a la vida de quienes el guatemalteco Miguel Ángel Asturias llamó hombres de maíz y, acorde con estos tiempos de mayor equidad, nosotros llamamos hombres y mujeres de maíz. Es, además, una hermosa exposición, trazada con inmenso orgullo de ser lo que se es, de las ricas tradiciones espirituales de las comunidades quichés. También es un himno literario de esperanza en la resurrección de los pueblos autóctonos, su identidad cultural y su espiritualidad religiosa. Este texto quizá pueda leerse como el reverso de esperanza del trágico fatalismo sobre el destino de los pueblos mayas chiapanecos que encontramos en Oficio de tinieblas (1962), la conmovedora novela de Rosario Castellanos.
Alguien ha dicho que en muchos de nuestros países las élites criollas y blancas idolatrizan como paradigmas simbólicos de la nacionalidad a figuras indígenas, siempre y cuando éstas hayan muerto siglos atrás, al mismo tiempo que menosprecian a sus actuales descendientes. Después de Rigoberta Menchú, nadie debe poner en duda la inmensa dignidad de la cultura de los pueblos originarios ni la integridad de sus formas peculiares de vivir, sentir y pensar su espiritualidad. Tampoco, debemos añadir, después de Rigoberta Menchú, debía quedar duda alguna sobre la facultad extraordinaria de las mujeres para representar con elegancia literaria los pesares y las ensoñaciones de sus pueblos. Su libro conjuga, desde una maltratada y excluida perspectiva femenina, la armonía estética, el sentimiento genuino de la cultura indígena, con la reflexión teológica acerca de los senderos de Dios y la fe en la dolorida y trágica historia latinoamericana.
En este contexto, es quizá pertinente llamar la atención a la rica creatividad literaria de las escritoras latinoamericanas durante las postrimerías del siglo pasado. Permítaseme aludir a dos ejemplos destacados poco conocidos fuera de sus contextos nacionales. Los libros de Tatiana Lobo, Asalto al paraíso (1992), Entre Dios y el diablo (1993) y Calypso (1996), constituyen un impresionante buceo en las profundidades de la pluralidad étnica, cultural y espiritual de las identidades femeninas costarricenses. La puertorriqueña Ángela López Borrero es una escritora fascinante que conjuga, en dos hermosos libros de relatos cortos, Amantes de Dios (1996) y En el nombre del Hijo (1998), como quizá nadie más en nuestros lares, la prosa poética, la lectura sugestiva y novedosa de los textos bíblicos canónicos y el erotismo no divorciado de una espiritualidad honda y genuina. Acaba de publicar, dicho sea de paso, La Iluminada (2013), una novela en la que prosigue, en diversos linderos de tiempo y espacio, sus provocadoras convergencias de sensibilidad femenina y espiritualidad indómita y rebelde.
No puede leerse a ninguna de estas escritoras, entre muchas otras, sin admirarnos ante la enorme capacidad de nuestros pueblos de trazarse, en el destino de sus historias de penurias y añoranzas, senderos literarios que cultivan una auténtica espiritualidad en nada cercana a las tradiciones ortodoxas de sumisión. De su imaginación e inteligencia surge un esfuerzo audaz y tenaz de liberar nuestra imaginación religiosa de vestigios coloniales y forjar horizontes genuinos y amplios para nuestras identidades comunitarias y personales. Empresa que de rodillas, rasgando las vestiduras y con cenizas en el rostro, nos permite clamar:
Alguien, yo arrodillada: rasgué mis vestiduras
Y colmé de cenizas mi cabeza.
Lloro por esa patria que no he tenido nunca,
La patria que edifica la angustia en el desierto…
Rosario Castellanos
“Muro de lamentaciones”
 De la vigilia estéril (1950)
 
Luis Rivera-Pagán. Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996), Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Essays from the Diaspora (2002), Fe y cultura en Puerto Rico (2002) y Teología y cultura en América Latina (2009).

Fuente: Lupaprotestante, 2013.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Enseñanzas bíblicas y herencia protestante

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*
Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. II Corintios 3.17
La cita bíblica que preside este artículo, tantas veces cantada con singular entusiasmo por la gente protestante o evangélica, siempre ha evidenciado esa característica fundamental de la fe en Jesús de Nazaret. Solamente que esa libertad tantas veces anunciada por el apóstol San Pablo debe encontrar cauces para su práctica y promoción auténticas.El testimonio de la salvación realizada por el Dios de la libertad el éxodo de los hebreos en Egipto y en otros pueblos, como bien lo destaca el profeta Amós (“Ustedes, israelitas, son para mí/ como si fueran oriundos de Cus/ —oráculo del Señor—/ si yo saqué a Israel de Egipto,/ también saqué a los filisteos de Creta/ y a los arameos de la tierra de Quir”, 9.7, La Palabra. Hispanoamérica ) atraviesa las Sagradas Escrituras de principio a fin. Ella se realizó y se sigue realizando en los términos de liberación de cualquier forma de opresión que atente contra la voluntad de Dios, pues como escribió Jürgen Moltmann: “Sólo un mundo libre corresponde efectivamente al Dios de la Libertad. Mientras el Reino de la Libertad no sea un hecho, Dios no se permite descanso en el mundo…”. [1] […]
Porque si hay algo que define al cristianismo, por sobre todas las cosas, es que se trata de “una religión de libertad”, como bien resumió Moltmann en una época muy temprana, en la que el lenguaje liberador aún no se utilizaba suficientemente en las iglesias. Hoy, cuando la palabra y el concepto de “liberación” se ha ido por otros rumbos dominados por el deseo de respuestas rápidas y “prácticas”, debe recuperarse la fuerza original con que aparece ligada a las acciones salvadoras de Dios, quien en la Biblia continuamente advierte de los peligros de esperar una salvación desligada de los problemas de todos los días, cuando la fe de las personas se enfrenta a las necesidades alimenticias, laborales, afectivas y un enorme etcétera.
Para quien nace en una familia protestante, pero para quien no también, aunque esa salvedad parezca innecesaria, el ejercicio de la libertad es (o debería ser) una práctica ineludible. El grito y las acciones de Lutero, Zwinglio, Calvino, Müntzer y demás reformadores ha tenido que ser releído y reformulado en clave liberadora desde nuestros países, a pesar de que muchas iglesias tradicionales (mal llamadas “históricas) se han resistido a esta renovación. De ahí que el ansia libertaria encarnada por esos personajes, que nunca ha perdido vigencia entre nosotros, se despierta con cierta frecuencia en espacios religiosos que están más habituados a la comodidad y el reconocimiento, lo cual no marca ninguna diferencia con otras comunidades cristianas de mayor arraigo o antigüedad en el subcontinente. […]
LIBERTAD, PRINCIPIO PROTESTANTE Y VIDA DIARIA
De modo que la palabra libertad, para quien no se ha acostumbrado a la aceptación social y el respeto de sus derechos sino muy recientemente, ofrece significados y resonancias diferentes a otros grupos de creyentes que asumen su fe y su herencia convencidos de que el Espíritu de la libertad también actúa a través de ellos/as.
Sumarse a su acción en el mundo en medio de tantas luchas en las que la libertad está en juego es uno de los grandes desafíos para los creyentes de todas las tradiciones y los protestantismos no son la excepción, debido a su pasado libertario, contestatario y disidente. En cuanto a la disposición de cada persona seguidora de Jesucristo, las palabras de Martín Lutero en su gran tratado sobre la libertad cristiana (1520), basadas en I Co 9.19, siguen siendo vigentes, y quizá más que antes, porque la libertad conduce al servicio hacia los demás: “El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”. [2]
A mediados del siglo pasado se desarrolló la idea de que los protestantismos tienen una base unificadora y movilizadora en un “principio” ligado íntimamente a la búsqueda y la exigencia de libertad en todos los órdenes, el cual aunque no se identifica totalmente con las iglesias llamadas “protestantes”, busca expresarse en ellas también en relación con la libertad. [3]
Derivada de la experiencia de la justificación por la fe, se define como la protesta y la crítica radicales a cualquier intento por colocar alguna realidad humana en el mundo como absoluta, incluyendo a las iglesias protestantes. Es la razón de ser de una práctica efectiva y de una afirmación continua de que no es posible proclamar la libertad que ofrece el Evangelio de Jesucristo a los seres humanos y, al mismo tiempo, someterse a alguna forma de dominación ideológica, política o cultural, venga de donde venga, puesto que incluso los criterios religiosos deben pasar por el filtro de una vida humana auténticamente libre.
Muchos protestantes o evangélicos deberían conocer este principio, pues brota de la enseñanza bíblica de la libertad, como cuando Pablo se dirige a los Gálatas y les asegura: “Cristo nos ha liberado para que disfrutemos de libertad. Manténganse, pues, firmes y no permitan que los conviertan de nuevo en esclavos” (5.1), con lo que se afirma la superación completa de cualquier forma de esclavitud. Luego les recuerda: “Hermanos, han sido llamados a disfrutar de libertad” (5.13a).
De modo que el mismo riesgo que existió, en ese momento, de retroceder en el ejercicio de la libertad, por múltiples razones, sigue existiendo hoy, especialmente a la hora de trasladar la vivencia libertaria de la fe cristiana a los demás espacios de la vida: política, economía, educación, trabajo, etcétera, pues en ellos se define cotidianamente y se rechaza o experimenta nuevamente la libertad anunciada por Jesús de Nazaret. La libertad para quienes lo siguen es, ciertamente, una utopía, un sueño que se sigue buscando, pero también es parte de la serie de realizaciones históricas que se esperan por parte del pueblo de Dios en el mundo, justamente el espacio humano donde diariamente son violentadas las libertades de las personas, y en muchos casos, hasta llegar a la muerte. […]

Fragmento de Protestantismos y libertad
 Agenda Latinoamericana Mundial 2014, edición mexicana, pp. 116-117 ( http://latinoamericana.org /; incluido en las ediciones en inglés y en italiano).

[1] J. Moltmann, “El cristianismo como religión de libertad”, en Convivium. Revista de Filosofía, núm. 26, 1968, www.raco.cat/index.php/Convivium/article/view/76338/98937 .
[2] M. Lutero, La libertad cristiana, en www.fiet.com.ar/articulo/la_libertad_cristiana.pdf , p. 1.
[3] Paul Tillich, La era protestante. Buenos Aires, Paidós, 1965, p. 246: “El principio protestante es juez de toda realidad religiosa o cultural, incluyendo la religión y la cultura que se denominan a sí mismas ‘protestantes’”. Texto completo en inglés: www.religion-online.org/showbook.asp?title=380.
 
Autores: Leopoldo Cervantes-Ortiz

©Protestante Digital 2013

jueves, 12 de diciembre de 2013

ATAQUES Y RESPUESTAS | Parte 1

Ante el clima enrarecido por ataques a templos religiosos y signos de intolerancia basados en legislaciones que atacan o amenazan a credos no oficiales, en tanto que otras normas amplían beneficios a la religión oficial, desde la Codirección elaboramos un cuestionario para que diferentes actores de nuestra sociedad nos brinden su visión sobre el presente y el futuro. En esta primera entrega el sociólogo Hilario Wynarczyk amplía el marco de pensamiento, haciendo un crudo análisis interno de las posiciones evangélicas. Un escrito para pensar y meditar, analizándonos a nosotros mismos…

1. ¿Por qué o con qué objetivos se ataca a una Iglesia?
Los ataques varían de acuerdo con los lugares, los momentos y las circunstancias. En la experiencia histórica de la Argentina sobresalen en la década de 1950 los ataques incendiarios a templos de la Iglesia Católica, entendida por quienes perpetraron las agresiones, como aliada del antiperonismo (“oligarquía”, “antipatria”).
En la década de 1960 hubo ataques a quienes sostenían la educación laica. En la década de 1980, los ataques periodísticos a las iglesias evangélicas (las pentecostales sobre todo) como “sectas” y supuestas avanzadas del neoconservadurismo estadounidense de Reagan. Estos ataques iban dirigidos también a una variedad de otras organizaciones de tipo religioso, desprendidas del campo evangélico, del yoga, de la cultura afroamericana –organizaciones que habían protagonizado escándalos notorios, y por este motivo resultaban una buena excusa para hablar de “sectas peligrosas”–.
En diversas épocas desde comienzos del siglo XX, hubo también en la Argentina ataques simbólicos y físicos a los judíos y sus instituciones, considerados parte de un poder oculto mundial (sinarquía). En todos estos casos aparece como un denominador común la creencia en que las religiones son vehículos de políticas (de igual modo que los mosquitos son vectores del paludismo).
2. ¿Los atacantes son enemigos de la fe o fanáticos religiosos?
Los agresores se movilizan empujados por componentes de fanatismo, ignorancia política, prejuicios y condiciones psicológicas para ser manipulados. Pero no se trata de enemigos de la fe.
En todo caso, enemigos de la fe de “los otros”. Así aparece, como un segundo denominador común, el espíritu de exclusión radical de quienes profesan creencias religiosas diferentes a las predominantes en la sociedad, la cultura o el sistema jurídico. El denominador común es la voluntad de reproducir el sistema social tal como está y una matriz de pensamiento autoritario.
3. ¿Quién gana o a quién le sirve el clima creado?
No hay evidencias que permitan sostener que alguien gana con estas acciones. Lo que emerge claramente en cambio, es que estas acciones funcionan como lo que solía llamarse “acción psicológica”, un término aparentemente extraído de los manuales militares, y bastante utilizado en la Argentina décadas atrás.
Los ataques crean zozobra en la población y pueden desviar la atención de otros problemas. El nazismo sería el caso emblemático de la propagación del odio que llevó a varios holocaustos y desastres, el de la población judía inocente asesinada (compuesta en gran medida por pequeños comerciantes y familias de clase media inferior que a nadie podían molestar), el de la nación alemana aplastada por la guerra que el hitlerismo desató y demencialmente sostuvo, el de los pueblos eslavos con más de 20 millones de personas muertas a raíz de la contienda, y el del Japón en las mismas circunstancias.
4. ¿Qué sabe la Iglesia Evangélica de persecución?
El sector pentecostal, de nuestras Iglesias Evangélicas en la Argentina, suele actuar como un tenue atacante religioso y cultural. Insisto en lo de “tenue”. Habiendo sido estigmatizado como las “sectas de Reagan”, ha sin embargo a su vez estigmatizado a los cultos afroamericanos, el yoga y el rock (sustituido éste por el rock evangélico), porque serían vehículos, vectores, de fuerzas demoníacas que se difunden en la sociedad y la cultura.
Esto es paradojal, porque los pentecostales y todos los evangélicos (también los afros y otras organizaciones), sufren un estatus jurídico de segunda clase en el derecho eclesiástico argentino que privilegia a solamente una Iglesia. La situación nos haría pensar en los versículos acerca de “con la vara con que vosotros medís, seréis medidos”, y en el movimiento de Jesús, considerado como una “secta” peligrosa cuyos adherentes (judíos entonces) eran capturados y matados.
Más atrás en la historia, Lutero como líder de la Reforma Protestante Oficial, contando con el apoyo de los nobles que quisieron dejar de ser súbditos del Vaticano, justificó el aplastamiento de un movimiento religioso y político extremadamente radical, conocido como “anabaptista”, dirigido por Thomas Müntzer, un sacerdote católico (el reformador Lutero también había sido sacerdote). Hasta la década de 1960 las iglesias evangélicas convivieron con la segregación pública de los negros en los Estados Unidos. Sin embargo fueron la base de sustentación de su abolición y brindaron un mártir, el pastor Luther King.
5. ¿Qué podemos esperar a futuro?
El futuro, y el futuro inmediato, es lo que nos debe preocupar. Todas estas reflexiones tienen valor únicamente cuando las llevamos hacia el tema del futuro. Si las prácticas de agresiones a templos siguen repitiéndose en nuestro país, como sucedió en los últimos tres meses, causarán mucho daño social y cultural porque remueven traumas argentinos escondidos en la memoria de las personas –y por consiguiente en la “memoria colectiva”–.
Los efectos en la cultura son muy dañinos, en la medida en que reproducen rasgos negativos ya presentes en la historia de la Argentina.
Las agresiones a las que nos referimos han incluido la que se dirigió contra una reunión en la Catedral Católica de la Ciudad de Buenos Aires durante un acto con presencia inter-religiosa. En este sentido es fundamental un estado de alerta crítica de parte de nosotros los creyentes, y en general de quienes creemos en la república democrática y los que soñamos un futuro de paz y prosperidad.
Es notorio, en la actualidad, un resurgimiento de la presencia pública de núcleos nacionalistas ideológicamente basados en el integrismo, lo cual significa, una posición unitarista que asocia la teología católica romana tradicional con la política; y que a la política la piensa en claves conspirativas con la presencia oculta de “fuerzas”. Son grupos demográficamente muy pequeños y radicalmente disidentes dentro de la propia Iglesia católica romana contemporánea, a la que la entienden como que cedió al Modernismo. Estos grupos abiertamente abjuran de la democracia, con un discurso muy elaborado en tal sentido. Hasta cierto punto podrían ser considerados casi cismáticos, o potencialmente al borde de un cisma, dentro de su propio culto. Sin embargo poseen un gran capital educativo y una fuerte orientación hacia la acción, rasgo inherente a su ideología integrista y militante.
El paradigma básico de corrientes de esta clase, sostiene que existen dos grandes fuerzas políticas malignas que son al mismo tiempo el comunismo y el liberalismo capitalista y masónico de los Estados Unidos junto con otras naciones afines. Y que el judaísmo internacional considerado como una fuerza oscura las manipula a las dos.
Los enemigos emblemáticos de esta forma de pensamiento conspirativo suelen ser José Stalin y Franklin Delano Roosvelt: dos figuras icónicas de los Aliados de la Segunda Guerra Mundial, además de Winston Churchill. Tal vez -dicho lo siguiente en términos de hipótesis- las causas de esta reverberación de la presencia pública podrían atribuirse mayormente, a partir de la asunción del papa Francisco, más que al rechazo a otros cultos, a las oposiciones al interior del propio catolicismo, en un movimiento versus lo que ya hemos mencionado aquí como la supuesta claudicación de los obispos frente al Modernismo y la sumisión de la tradición en beneficio del ecumenismo y el diálogo inter-religioso que incluye a los judíos y musulmanes.
 
Dr. Hilario Wynarczyk Doctor en Sociología (Universidad Católica Argentina, UCA)
Master en Ciencia Política (Universidade Federal de Minas Gerais, Brasil, UFMG)
Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires, UBA)
Profesor de Metodología y Taller de Tesis (Universidad Nacional de San Martín, UNSAM)
Integrante de los consejos directivos de:
Asociación de las Cientistas Sociales de la Religión en el Mercosur (ACSRM)
Consejo Argentino para la Libertad Religiosa (CALIR)
Pertenece a:
Red Latinoamericana de Estudios Pentecostales (RELEP)
Programa Latinoamericano de Estudios Socio-Religiosos (PROLADES)
Ha sido integrante del Consejo de Expertos de las Secretaría de Culto de la Nación
Investigador y escritor.
 
Fuente: Cordialmentepastorporlagente, 2013. 

lunes, 9 de diciembre de 2013

Nueva web: Living out’: Salir del armario… hacia Jesús

Hablar en primera persona y desde una identidad cristocéntrica. Lanzan el proyecto pastores que han experimentado sentimientos homosexuales.
Hace unas semanas publicábamos  el artículo en el que 3 pastores del Reino Unido reconocían abiertamente el reto que significaba vivir sintiendo atracción hacia el mismo sexo. Ahora impulsan un proyecto para “compartir historias, responder preguntas desde la Biblia y ofrecer recursos”.  ‘Living out’ es la web  en la que Ed Shaw, Sam Allerby, Sean Doherty, Vaughan Roberts y otros explican su historia. El proyecto es un acercamiento honesto y sincero al tema de la homosexualidad, sin caer en posiciones agresivas ni tratar la homosexualidad como un ‘movimiento’ que debe ser combatido, sino una experiencia personal en la que muchos cristianos en las iglesias viven en su día a día.
En los vídeos que la web presenta, destaca que los que hablan no son sólo teólogos (aunque varios de los protagonistas son autores, especialmente conocido es Vaughan Roberts), sino personas que viven en primera persona la realidad de la atracción hacia individuos del mismo sexo.
Destaca en ‘Living Out’, también, el enfoque cristocéntrico de los materiales. Roberts, por ejemplo, dice en su testimonio: “creo realmente en Dios y creo realmente que me ama”, en base a lo que el evangelio es el centro del mensaje sobre la sexualidad. Roberts explica también: “Hay mucha confusión con el lenguaje, diferentes palabras significan diferentes cosas a diferentes personas. (…) No uso el concepto ‘ser gay’ porque muchos identifican esto como una cuestión identidad, y yo no lo veo como mi identidad”.



 Ed Shaw, explica en otro vídeo  que “puedo vivir sin tener sexo porque el sexo no es la única forma en la que tener relaciones profundas y llenas de sentido con otras personas”.
La iniciativa parte de una doctrina evangélica que considera que la Biblia “tiene cosas importantes y claras a decir sobre la homosexualidad”. En la zona de recursos, ‘Living Out’ responde ampliamente a preguntas habituales como: ¿Qué dice la Biblia sobre la homosexualidad? ¿Qué hay de malo en una relación entre dos personas del mismo sexo que sea estable, fiel y permanente? ¿Es la homosexualidad que se prohibía en la Biblia la misma que se practica hoy en día? ¿Por qué valdría la pena querer saber más sobre el cristianismo si soy gay? ¿Deberían los cristianos que sienten atracción a personas del mismo sexo salir a la luz y darlo a conocer? ¿Es la iglesia homófoba?
 Puede visitar la web (en inglés) de ‘Living Out’ aquí.  También puede seguir los nuevos recursos que se van publicando en  Facebook , en  Twitter , y los vídeos en  Vimeo . 
 
Autores: Joel Forster
Editado por: Protestante Digital 2013


jueves, 5 de diciembre de 2013

Las citas más célebres de Nelson Mandela

Johannesburgo, 6 dic (EFE).
Nelson Mandela, el primer presidente negro de Sudáfrica y que murió este jueves a los 95 años, fue artífice de un buen número de citas que se han convertido en símbolo de tenacidad y de lucha por la libertad, los derechos humanos y la igualdad racial.
Mandela es uno de los personajes más citados de la historia reciente, aunque durante sus 27 años en prisión (1962-1990) por enfrentarse al "apartheid", el régimen de segregación racial de la minoría blanca sudafricana, estuvo prohibido pronunciar su nombre.
Algunas de sus frases más inspiradoras, como buen orador que fue, están recogidas en el libro "Mandela por sí mismo", publicado por el Centro de la Memoria de Nelson Mandela de Johannesburgo.
Las citas han sido extraídas de cartas manuscritas o firmadas por él, entrevistas, alegatos ante los tribunales del apartheid, discursos políticos tras su liberación en 1990 y de sus apuntes, diarios y su autobiografía "El largo camino hacia la libertad".
Estas son algunas de sus frases más famosas:
1. "He luchado contra la dominación blanca y contra la dominación negra. He perseguido el ideal de una sociedad libre y democrática donde todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal por el que espero vivir y conseguir. Pero si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir". (Alegato en el Juicio de Rivonia, 20 de abril de 1964)
2. "Siempre parece imposible hasta que se hace".
(Cita tradicionalmente atribuida a Mandela que el propio Centro de la Memoria Nelson Mandela reconoce no saber ubicar)
3. "Solo los hombres libres pueden negociar (...). Vuestra libertad y la mía no pueden separarse".
(Declaraciones de Mandela tras 21 años en prisión al renunciar a la oferta de excarcelamiento realizada por el entonces presidente, Pieter W. Botha, en febrero de 1985)
4. "Nadie nace odiando al otro por el color de su piel, su procedencia o religión. La gente aprende a odiar y, si pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar".
(De la autobiografía "El largo camino hacia la libertad", 1994)
5. "He descubierto que tras subir una montaña, sólo encontramos más cumbres que escalar".
(De la autobiografía "El largo camino hacia la libertad", 1994)
6. "Nunca, nunca, nunca más deberá volver a sufrir esta hermosa tierra la opresión de un hombre sobre otro".
(Discurso de su toma de posesión como presidente, 10 de mayo de 1994).
7. "En mi país, primero vas a la cárcel y luego te conviertes en presidente".
(De la autobiografía "El largo camino hacia la libertad", 1994)
8. "Nunca he considerado a ningún hombre superior a mí, ni dentro, ni fuera de la cárcel".
(Carta al general Du Preez, comisario de Prisiones, desde la cárcel Robben Island, en Ciudad del Cabo. 12 de julio de 1976).
9. "Aprendí que el valor no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él. Un hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que se sobrepone a él".
(De la autobiografía "El largo camino hacia la libertad", 1994)
10. "La grandeza de la vida no consiste en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos".
(De la autobiografía "El largo camino hacia la libertad", 1994)
11. "Luchar contra la pobreza no es un asunto de caridad, sino de justicia".
(Discurso en la Plaza Mary Fitzgerald de Johannesburgo, el 2 de julio de 2005, en un acto contra la pobreza).
12. "La muerte es algo inevitable. Cuando un hombre ha hecho lo que creía necesario por su pueblo y su país, puede descansar en paz. Creo que yo he cumplido ese deber, y por eso descansaré para la eternidad".
 
(Extracto de una entrevista para el documental "Mandela", 1994). EFE & Yahoo

lunes, 2 de diciembre de 2013

La cruda realidad: ricos y pobres en España

Por. Alfredo Pérez Alencart,España*
 
No existe término medio: o se es seguidor de Cristo (con todas las consecuencias) o se tiene a Jesús como paraguas agujereado, propicio solo para cubrir las apariencias.
Cinco siglos antes del nacimiento de nuestro Amado galileo, Confucio ya pergeñaba sus máximas y reflexiones sobre el buen gobierno y la vida en sociedad. Quienes me leen semanalmente saben que, por lo general, mis entregas son a modo de sentencias, aforismos o proverbios: abreviando para decir mucho; quitando la paja y dejando el grano…
La exageración del palabreo también ha sitiado el fortín cristiano. Por otro lado, hay que ver cómo se esmeran algunos en adecuar el Evangelio para que se adapte a su comodidad. Pero no existe término medio: o se es seguidor de Cristo (con todas las consecuencias) o se tiene a Jesús como paraguas agujereado, propicio solo para cubrir las apariencias.
Para hoy pensaba anotar únicamente esta cita de Confucio, y nada más: que cada quien sacara sus conclusiones:
“Si tu país está bien gobernado, debe inspiraros vergüenza la pobreza; pero si está mal gobernado, debe inspiraros vergüenza la riqueza”.
No se vea ideología alguna o intencionalidad hacia un gobierno determinado: éste o el anterior bien poca diferencia exhiben en materias como el fraude fiscal, por ejemplo.
He aquí la denuncia que ayer hicieron los Técnicos de Hacienda, en un informe titulado ‘La desigualdad en crisis: hombre rico, hombre pobre’, presentado en el marco de su XIII Congreso Anual:
“Las grandes fortunas y grandes empresas concentran el 71,8% del fraude fiscal total, lo que supone una pérdida recaudatoria para el Estado de más de 42.000 millones de euros anuales”.
Inadmisible que un gobierno, sea el que sea, que se estime representar a todos los españoles, se concentré en exprimir a los que menos tienen, agravando la desigualdad social y económica.
Termino de leer la noticia: “Los técnicos reclaman una reorganización de la Agencia Estatal Tributaria (AEAT) para que dedique más esfuerzo a perseguir el fraude de las multinacionales y grandes compañías del país, en vez de concentrar al 80% de los recursos a lo más fácil que es investigar a autónomos, microempresas, pymes y asalariados”.
La impunidad campea a sus anchas en el lugar de los privilegiados, pero algunos solo desgarran sus vestiduras cuando les conviene…
¡Ay, Señor, ya dispararán sus dardos quienes en sus adentros estiman que lo que enseñaste es una Utopía! ¡Solo cuando te tengan en el corazón sabrán lo cierto de tu opción por los pobres y excluidos!
¡Señor, en España hay decenas de miles de prójimos pasando frío y hambre, pero algunos que dicen seguirte se enzarzan por puntos y comas, y encima se solazan menospreciando al que alza la voz y clama por los desesperanzados!
 
©Protestante Digital 2013

jueves, 28 de noviembre de 2013

El diablo en la cama de una mujer

Por Gerardo Fernández

"Nunca me había sucedido algo semejante en mi vida” –dicen que confesó el Papa Juan Pablo II en abril de 1984 cuando concluyó el exorcismo a una italiana de nombre Francesca que estaba poseída por el demonio. La joven no dejaba de escupir y de revolcarse en el suelo. Años más tarde, en septiembre de 2000, el pontífice culminó su audiencia en la Plaza de San Pedro y se dirigió a un recodo del Arco de las Campanas, donde una atractiva muchacha venida del norte de Italia gritaba como una posesa en un idioma irreconocible. Por ambos actos de exorcismo, Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa en cuatro siglos que le hiciera frente al diablo. El tema de las posesiones satánicas data de más de veinte siglos. Según La Biblia, Saúl es atormentado por un espíritu maligno en el Libro de Samuel. Más adelante, ya en el Nuevo Testamento, Jesús enfrenta a dos endemoniados en la tierra de los gadarenos y junto a un rebaño de cerdos hace que se precipiten hacia el mar desde un acantilado.
Se estima que en el siglo III surgieron los exorcistas como clase inferior al clero, destinada a la expulsión de Satanás en todas sus variantes. Una de estas, convertida ya en mito urbano, se refiere a la aparición del maligno en la habitación de una joven mujer, a la que termina poseyendo sexualmente.La historia está plagada de sucesos muy peculiares, donde las víctimas, casi siempre mujeres, dicen haber sido abusadas por las fuerzas del Mal. Lo que a todas luces hoy sería interpretado como consecuencia de alguna enfermedad mental, en aquellos tiempos era achacado a la presencia del Maligno.
En Cambrai, al norte de Francia, en 1491, la monja Jeanne Potière fue acusada de haber cohabitado con Lucifer incluso en el interior del convento, lo que había provocado un estado colectivo de exaltación entre sus compañeras.
Dos siglos después, 16 monjas ursulinas francesas de la localidad de Loudun terminaron admitiendo haber tenido frecuentes sueños eróticos, e incluso llegaron a realizar propuestas indecentes a los sacerdotes que habían acudido en su auxilio y que les aplicaban repetidos lavados vaginales con agua bendita.
Un mito por desmontar
Alimentado por el cine –El exorcista, El ente--, el mito de las posesiones demoniacas llega hasta nuestros días. Todavía se especula alrededor del caso de Doris Bither, una mujer de Culver, California, madre soltera de cuatro hijos, quien a partir de 1974 empezara a recibir violentas visitas sexuales por parte de una entidad invisible.
A pesar de la movilización de la comunidad de estudios paranormales de los Estados Unidos, el caso nunca fue completamente esclarecido. Por un lado la evidencia misma de la víctima, los moretones en su cara y en la parte interior de sus muslos, además del testimonio despavorido de sus cuatro hijos.
Por otra parte, un cúmulo de elementos no dejaron de sembrar la duda: el antecedente de que Doris habría sido víctima de una  violación durante su infancia, su propensión el alcohol, su constante cambio de parejas (lo que tal vez justifique tres embarazos ectópicos achacados al Maligno), la energía negativa que se respiraba entre los cinco miembros del hogar y la afición del hijo mayor por la música satánica..., propiciaron un estado de confusión en los investigadores y en el público en general que ha contribuido con los años al mantenimiento de este mito urbano.
 
De manera que llevamos siglos conviviendo con los íncubos, esos demonios que se apoderan de jovencitas inocentes y de madres de familia. Una de las teorías  sobre este fenómeno paranormal mantiene que los íncubos pudieran ser “dobles” de seres que en cierto momento existieron y que ya han desaparecido de nuestra “vida visible”.
Para su reaparición, haría falta un alto nivel de sugestión por parte de la víctima, a fin de crear un estado favorable e incluso una sensación de deseo. Otra lectura vincularía la idea de un ente maligno con ciertas afecciones estudiadas del sueño, en las que, coincidentemente, los pacientes suelen percibir la presencia de “algo” o “alguien”, la aceleración del ritmo cardiaco, la pérdida temporal de la movilidad, así como el acrecentamiento de la sensibilidad sexual. En paralelo a estas especulaciones de psicoanalistas y de expertos en vida paranormal, abundan las variantes locales para este mismo fenómeno.
Mientras en Chile se suele achacar al enano Trauco los repentinos embarazos en mujeres que no han pasado por el altar, en el Paraguay la tradición guaraní huye del kurupí, un personajillo horrendo, de miembro viril descomunal, que tiene como hábito secuestrar muchachas vírgenes para devolverlas encintas al cabo de unos meses; y en el Chimborazo ecuatoriano, el Chusalongo, un enano también pertrechado por un sexo imponente, corteja, seduce y embauca incluso a la más viva de las mujeres de la comarca. “Hijo del Chusalongo es…” –murmullan las vecinas nueve meses después. Y que el mito continúe su camino.

Fuente: Blog de Gerardo Fernández Fe

lunes, 25 de noviembre de 2013

Lutero, Calvino, Reforma y modernidad (J.A. Ortega)

Por. Leopoldo Cervantes-Ortiz, México*
La segunda sección del libro Reforma y modernidad (Proyección y trascendencia histórica de la Reforma), integrada por cinco capítulos, se ocupa en primer término de Lutero y Calvino.
El calvinismo admitía que el mundo de la creación era la esfera natural para la acción cristiana del hombre; el mundo era, ante todo, una realidad que había que vivir y no, como se lo imagina el católico, un teatro de la comedia humana sólo dignificado, si acaso, por el más riguroso y entusiasta cenobitismo: la vida secular, despotenciada, en permanente contemplación ascética; vida caída aunque no excluyendo una transfiguración ya realmente cumplida, una gracia ya dada.[1]  J.A. Ortega y Medina Reforma y modernidad  (inédito desde 1952 hasta 1999) ,  el libro seminal de Juan A. Ortega y primero de una notable trilogía sobre temas derivados de la Reforma Protestante que completó con  Destino manifiesto. Sus razones históricas y su raíz teológica  (1972)y  La evangelización puritana en Norteamérica  (1976), contiene muchas afirmaciones como la que aparece aquí como epígrafe, las cuales demuestran la manera tan profunda y a veces muy polémica con que este autor discute algunos aspectos del catolicismo que conoció en España, su país natal. Largamente ignorado en los espacios eclesiales y teológicos hasta que una de sus discípulas (Alicia Mayer, flamante directora del Centro de Estudios Mexicanos en convenio con el Instituto Cervantes en Madrid [2] ) lo dio a conocer más ampliamente, se ha podido apreciar la manera tan apasionada en que analizó las consecuencias del movimiento religioso del siglo XVI.
Los dos primeros capítulos de la primera sección de esa obra, reeditada en el primer volumen de las  Obras  de Ortega y Medina, son un concienzudo repaso de los entretelones hispánicos del surgimiento de la reforma luterana inicial. El segundo, especialmente, desglosa la idea imperial de Carlos V y las dificultades que este emperador, y toda España más tarde, enfrentaron antes y durante la explosión religiosa en Alemania. A la luz de su análisis previo, para él, “la Reforma vino a empeorar al enfermo ya de por sí desfalleciente, y la actitud conciliadora del emperador hacia ella se va a trocar a la hora de su muerte en un seco e implacable consejo dado a su heredero Felipe II: que acabe con los herejes. El  defendella y no enmendalla  del clásico será las divisa de España de los Austrias y, por qué no decirlo, de toda su historia hasta 1899” (p. 61).
La segunda sección del libro (Proyección y trascendencia histórica de la Reforma), integrada por cinco capítulos, se ocupa en primer término de Lutero y Calvino, uno por cabeza, y ambos con el mismo énfasis: “El dogma de…”, y es allí donde el autor despliega erudición, intuición y una cadena de juicios que suenan muy familiares para quien conozca de antemano estos temas, pero si se recuerda que la obra circuló muy tardíamente se comprenderá la novedad que representó en su momento en el ámbito universitario mexicano. Sobre el reformador alemán, Ortega traza un retrato ideológico en el contexto de la situación europea global y encuentra el fuerte componente nacionalista que llevó a la aceptación de la ruptura germánica con Roma, no sin antes hacer varias “interpolaciones” sumamente interesantes: la prerreforma española (Cisneros) y sus reflejos en lo que después sería México y, ya ante el rompimiento, los fuertes contrastes con la Reforma en Inglaterra, aderezada con un abordaje cultural exquisito. En éste, destaca de manera peculiar la obra de Francis Bacon, John Milton y Daniel Defoe. Acerca del autor de  El paraíso perdido,  señala que fue un calvinista libertario; en dicha obra, afirma, se plantea “el problema de la nueva situación en que se encontrará el hombre al ser lanzado por Dios al escenario de un mundo desolado al cual debería procurar encontrarle un sentido; sentido que, mirándolo bien, no podría ser otro sino el que le otorgase la actividad incesante del hombre” (p. 87). Defoe, por su parte, con  Robinson Crusoe,  coloca al hombre en trato directo con la naturaleza con el designio divino a cuestas para transformarla con una fuerte vocación teológica en mente.
Desde esa plataforma, Ortega se acerca por fin al espíritu de la doctrina de la justificación por la fe y concluye que “la fe luterana se finca en la sociedad secular y es liberadora del hombre al darle a éste la confianza en él mismo, en el mundo y en Dios. Tener seguridad en Él es poseerla certidumbre de la salvación, la certeza de la elección de la gracia. Contrariamente a la fe católica que necesita cosificarse en obras  (fidem operata)”  (p. 91) .  Y agrega: “Esta fe pura va a dar a la humana una actividad extraordinaria. No es la fe que se plasma en realizaciones ascéticas o místicas, o en obras de resignación, sino la fe que contempla al mundo con aires de conquista”.
Con estas citas no se quiere dejar la impresión de que Ortega simpatizó con los movimientos reformadores, pues muy al contrario, su crítica hacia ellos es también demoledora, especialmente cuando describe al Dios de Lutero y al de Calvino (como veremos). Sus afirmaciones tratan de hacer justicia a la orientación ideológica, cultural y psicológica de las nuevas orientaciones religiosas ligadas al nacimiento mismo de la modernidad, objeto de estudio del libro en su conjunto. De ahí que sus observaciones sobre la nueva humanidad que surgió de la Reforma tampoco son concesiones al “triunfalismo” protestante sino fruto del análisis consecuente y preciso de los diversos procesos. Así, ve en el luteranismo (a partir de Max Weber) el origen de una nueva experiencia de la labor humana: “Todo trabajo, salvo los que apuntan hacia la codicia y la usura, es honorable supuesto que beneficie a la comunidad; de este modo el deber profesional se convierte en un acto de máxima responsabilidad, acatamiento y alegría: respondiendo al esotérico impulso vocacional cada hombre debe tener presente que  laborare est orare;  de aquí el valor singular que se le concederán a las obras y, de aquí también, la necesidad y urgencia de ellas” (pp. 93-94).
El capítulo sobre Lutero finaliza con una observación dura y difícil de asimilar, rara mezcla de percepción teológica y psicológica, pues a la luz de lo que escribirá sobre Calvino y la predestinación cobra especial significado: “Terrible es el destino del hombre; mas los designios de la providencia son inescrutables, indiferentes al sentir de los humanos. Lutero mismo se siente abrumado, atrapado y sin escapatoria posible por la doctrina agustiniana de la predestinación que él ha llevado a extremos irrestringibles y que le hacen declarar a la tierra:  Dios obra a veces como un loco”  (p. 100, énfasis original).
 

 [1]  J.A. Ortega y Medina,  Reforma y modernidad.  Ed. de Alicia Mayer. México, Instituto de Investigaciones Históricas/UNAM, 1999 (Historia general, 19), pp. 108-109.
[2]  Cf. “El CEPE firma convenio para establecer el Centro de Estudios Mexicanos en España”, en  www.cepe.unam.mx/noticepe/leer_noticia.php?option=com_content&view=article&id_nota=2668
 
Autores: Leopoldo Cervantes-Ortiz*

©Protestante Digital 2013

viernes, 22 de noviembre de 2013

150 años del discurso de Gettysburg: Que EEUU ‘bajo Dios’ tenga un ‘nuevo nacimiento de libertad’: Abraham Lincoln

“El Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra", concluyó Lincoln. El 19 de noviembre de 1863, en tres minutos, dejó su legado democrático.
Estados Unidos celebra este martes el 150 aniversario del discurso de Gettysburg de Abraham Lincoln, un destello de conciliación en tiempos de guerra que logró concentrar en menos de 300 palabras -no llegó a tres minutos el discurso- la inspiración necesaria para ajustar el país a los ideales de democracia e igualdad.  El discurso que pronunció en la inauguración del Cementerio Militar Nacional en el campo de batalla de Gettysburg (Pensilvania) el 19 de noviembre de 1863 se lee hoy universalmente como el testamento más claro de su legado democrático, una mirada clara y concisa a su ideario político.
Miles de personas se congregaron hoy en esa localidad para conmemorar el aniversario de un discurso que desde entonces ha sido recitado por millones de niños en las escuelas de todo el país y ha inspirado a generaciones de políticos, además de generar una cuidadosa conservación de las cinco copias originales que existen.
Ocupar el puesto más alto en el pedestal de la oratoria estadounidense era algo inimaginable para Lincoln, que, en plena Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865), pronosticó equivocadamente en Gettysburg que "el mundo tomaría poca nota" de lo que se dijera en aquella ceremonia.
Su alocución comenzó con una lección de historia, con el recuerdo de que 87 años atrás, en la Declaración de Independencia de 1789, los "padres fundadores impulsaron, en este continente, una nueva nación, concebida en libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales" (un principio basado en los valores bíblicos de los puritanos norteamericanos).
Pero la guerra que dividía al país le había hecho "poner a prueba lo que es posible resistir como nación", por lo que Lincoln juzgó necesario avanzar hacia "la gran tarea pendiente": decidir que los caídos "no deben haber muerto en vano".
"Que este país, bajo Dios, pueda tener un nuevo nacimiento de libertad, y que el Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparecerá de la Tierra", concluyó Lincoln. Esas últimas palabras se han convertido en casi un refrán en la cultura política estadounidense, y el estilo poético y directo de Lincoln, admirador de William Shakespeare, le ha colocado en el pedestal de la oratoria del país.
Pero, además, los historiadores le atribuyen haber consolidado con esas palabras el rumbo de la joven democracia estadounidense, que ya había anticipado en enero de ese mismo año al firmar la proclamación de Emancipación que abolió la esclavitud y en el que profundizaría en el discurso de su segunda investidura en 1865. "Básicamente, Lincoln hizo un 'doble o nada' respecto a lo establecido en la Declaración de la Independencia", dijo al diario Usa Today el cineasta Ken Burns, que trabaja en un documental con motivo del 150 aniversario.
Burns ha logrado que los cinco presidentes de EE.UU. vivos, Jimmy Carter, George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, reciten el discurso para su documental, que se estrenará en abril y en el que también participan artistas e intelectuales famosos.
Obama, un declarado admirador de Lincoln, no asistió a la ceremonia en Gettysburg, y se desconoce si hará algún guiño al hombre sobre cuya Biblia ha jurado dos veces su cargo.
LA FE DE ABRAHAM LINCOLN
 Lincoln es el personaje con “mejor reputación: según una encuesta realizada el año pasado en Estados Unidos, el 91% lo reconocieron como una figura positiva para el país, por encima de otras figuras históricas como Martin Luther King o el mismo Jesucristo. Curiosamente uno de los aspectos más discutidos es el referido a la fe de Lincoln. Así lo refiere en una serie de artículos en Protestante Digital el historiador Mario Escobar. “Las creencias de Abraham Lincoln han sido un tema de debate constante. A pesar de sus numerosas referencias a Dios y la Biblia, muchos han cuestionado la fe de uno de los presidentes más conocidos de la Historia de los Estados Unidos”, explica.
En este sentido, un experto es el historiador César Vidal, que escribió la novela histórica "Lincoln", en la que concluye que la experiencia religiosa del Presidente de los EE.UU. no le convirtió en un librepensador, sino en una especie de cristiano “no confesional”.
Abraham Lincoln nunca perteneció formalmente a ninguna iglesia. Sus padres eran bautistas, aunque procedían del calvinismo. “Al parecer, la predestinación fue una de las creencias fundamentales en la fe de Lincoln”, matiza Escobar.
En la campaña de 1846, cuando aspiraba a ser diputado, fue acusado por el evangelista Peter Cartwright de ateo. Lincoln se defendió alegando, que si bien no pertenecía a ninguna iglesia, nunca había negado la veracidad de las Escrituras, siempre había respetado a todas las denominaciones y creía en la tolerancia religiosa.
Según César Vidal, Lincoln estaba convencido de que Dios actúa activamente en la Historia, y también conectaba los principios de los Padres Fundadores con sus orígenes bíblicos. Y en medio de los problemas “se le veía a menudo con la Biblia en la mano y se sabe que oraba con frecuencia. Su relación personal con Dios ocupaba mucho su mente”.
Precisamente al terminar el conflicto bélico de la guerra fraticida de EE.UU., expresa César Vidal, otro aspecto le distinguió en alineamiento con el espíritu del Evangelio y fue su expreso deseo de ser misericordioso con los perdedores y cerrar cuanto antes las heridas abiertas. A pesar de la oposición de los radicales, fue reelegido presidente con un discurso claro y polémico para muchos, anunció que iba a actuar: “con malicia hacia nadie, con caridad hacia todos; con firmeza en lo justo, según Dios nos conceda ver lo justo, prosigamos para concluir la labor en la que nos hallamos”. Estas palabras fueron su sentencia de muerte, ya que poco después fue asesinado.
“La fe de Abraham Lincoln era indudable, podemos cuestionar el conjunto de sus creencias, pero nunca su fe y dependencia de Dios. En uno de sus últimos discursos dijo: 'Mi preocupación y oración es que esta nación y yo debemos estar del lado del Señor'”, explica Escobar.
 
Fuentes: Efe, Protestante Digital

Editado por: Protestante Digital 2013
 

Blog | La constitución puritana de EE.UU.
'Lincoln', un biopic del hombre más admirado de EEUU

lunes, 18 de noviembre de 2013

Educación teológica y misión

Por. Eliseo Casal, España*
Hay que entender la función de la educación teológica en la iglesia no como mera transmisión de conocimiento o doctrinas, sino como la preparación de las personas, discípulos de Cristo, para vivir su existencia en el seguimiento de Jesucristo, siguiendo su ejemplo, viviendo para glorificarle.
La educación teológica debe tomar como punto de partida la Gran Comisión, que expresa con claridad el propósito de Jesucristo de edificar su iglesia por medio de “hacer discípulos”, lo que supone la proclamación del evangelio, la incorporación a la iglesia, y la integración de la enseñanza de Jesús en la vida de cada discípulo. Llevar a cabo la Gran Comisión en un mundo plural, cambiante y posmoderno, supone un reto doble: la fidelidad en la transmisión de los contenidos y la claridad en la comunicación de los mismos a una generación posmoderna que, como alguien ha definido, escucha con la vista.
El libro misionero por excelencia, Hechos, coloca en un lugar central -para el desarrollo de la misión- la fundamentación de la iglesia en la doctrina de los apóstoles. Hechos es una segunda parte de la obra de Lucas que tiene en su inicio la declaración de propósito “para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lc. 1:4), es decir, “has sido discipulado”. En los albores de la iglesia, un elemento fundamental de su vida era perseverar en la doctrina de los apóstoles (Hch. 2:42). La evangelización y la educación teológica van de esta manera de la mano. La enseñanza bíblica no es una actividad accesoria, superflua, que se pueda obviar, es una necesidad y una responsabilidad de la iglesia si quiere ser fiel al llamado de Jesucristo y consecuente con la misión que le ha sido encomendada, y esta enseñanza debe enfocarse en la formación y transformación de las personas en discípulos de Cristo.
Una primera consecuencia es entender la función de la educación teológica en la iglesia no como mera transmisión de conocimiento o doctrinas, sino como la preparación de las personas, discípulos de Cristo, para vivir su existencia en el seguimiento de Jesucristo, siguiendo su ejemplo, viviendo para glorificarle.
CENTRANDO EL OBJETIVO DE LA EDUCACIÓN TEOLÓGICA
No se pude superar en la formación teológica cristiana el objetivo que marcan las mismas Escrituras: llevar a los cristianos al crecimiento “a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). Cristo debe ser el referente de la educación teológica.
Este objetivo abarca a todos los creyentes, no a un grupo especial o selecto. La idea de que la teología es solo para algunos, probablemente tiene como base un enfoque muy centrado en la parte intelectual y no en la dimensión práctica. La formación teológica es la base para el desenvolvimiento de la vida del cristiano en el mundo de acuerdo a los parámetros de Dios.
Cada vez que se expone la Palabra, bien o mal, se desarrolla una teología, una visión de Dios y del mundo que afecta a la vida positiva o negativamente, afianzando en la verdad bíblica o desviando de la correcta interpretación a los oyentes. Por ello, un aspecto clave para una buena educación teológica será la buena preparación de los líderes que han de comunicar la enseñanza a las iglesias.
LA FUNCIÓN DEL LIDERAZGO
La formación teológica debe comenzar con aquellos que tienen la responsabilidad del liderazgo en las iglesias, siguiendo los principios del discipulado tal como aparecen en la carta a Timoteo: encargar a personas fieles que sean idóneas para enseñar también a otros. La importancia clave de esta preparación la podemos observar en el mismo proceso que siguió Jesucristo con sus discípulos: tres años de convivencia con una dedicación continuada para formarlos a fin de que estuviesen capacitados para llevar a cabo la misión de extender el evangelio. Una formación intensiva que incluía tanto clases magistrales en las que exponía con concisión y claridad los principios de la vida a sus discípulos, momentos de discusión y preguntas, una apologética sobre la marcha respondiendo a los opositores religiosos, como realizaciones prácticas que servían no solo de experiencia, sino que además avanzaba el reino y permitía corregir conceptos distorsionados.
El modelo demanda que los líderes no sean meros transmisores de información doctrinal o bíblica. La formación teológica debe incluir, como parte del discipulado, la relación entre discipulador y discípulo. Esto requiere de líderes vocacionales, con el llamamiento y el reconocimiento de la iglesia; que comuniquen con su vida los valores que enseñan, que no se limiten a clases magistrales sino que se puedan convertir en referentes, en su humana debilidad, para otros. Deben, por tanto, aunar la necesaria capacitación teológica para el buen desarrollo de su labor capacitadora y educativa, con una vida íntegra. La falta de cualquiera de estos dos aspectos llevará al fracaso en la transmisión de la esencia de la educación teológica.
En nuestro contexto occidental hemos de reconocer que la enseñanza y la reflexión teológica han estado muy enfocadas hacia la parte intelectual, quedando en muchas ocasiones en la esfera de la especulación y la investigación teórica pero sin una conexión clara con la praxis cristiana y el vivir lo cotidiano. Es necesario reunir de nuevo ambos aspectos, la profundización en el mensaje de la Biblia, pero, a la vez, destacando su aplicabilidad a la vida. La enseñanza debe equipar a los creyentes para enfrentar los retos de la sociedad en la que viven y darles herramientas para tener la capacidad de defender su fe tal como exhorta el apóstol Pedro. De esta manera se cumplirá la función de los líderes de capacitar a los santos para la obra del ministerio (Ef. 4:12).
FUNCIÓN DE LAS ENTIDADES EDUCATIVAS CRISTIANAS
Un liderazgo sin una buena base bíblica no podrá fortalecer la iglesia para conocer y vivir la verdad revelada en la Palabra. Esta referencia a la Biblia es básica en nuestro contexto histórico cuando la diversidad de opiniones y las extravagancias de algunos predicadores producen una sensación de confusión respecto a los verdaderos contenidos de la fe cristiana. La exposición del mensaje de la Biblia debe ser tarea principal en la educación teológica.
Seminarios y escuelas bíblicas tienen una parte clave en la educación teológica, es parte esencial de su misión. Pero ¿cuál es el enfoque? En la práctica, la principal función de las instituciones docentes evangélicas ha estado centrada en la comunicación de contenidos bíblico-teológicos y la formación de líderes. Por parte de los estudiantes, una de las intenciones puede ser tener un título que acredite unos conocimientos para el desarrollo de un ministerio cristiano. Es evidente que es necesario un currículo completo, pero la educación teológica no debe perder su objetivo de formar el carácter de aquellos que han de ser los líderes que formarán a otras personas. Son centro de formación de formadores, de personas que van a influenciar sistemáticamente en cientos de personas.
Hay dos aspectos en los que se puede incidir desde las instituciones dedicadas a la docencia bíblica. El primero, es una revisión de nuestros currículos en los que se equilibre la dimensión teológica y la práctica. Un buen ejemplo bíblico de este quehacer son las mismas cartas de Pablo que encontramos en las Escrituras, en la mayoría de los casos contemplan una primera parte que provee la base teológica y, una segunda parte, que expresa con claridad y practicidad las líneas de actuación concreta que pueden y deben seguir los creyentes.
El segundo aspecto es que el contenido de cada materia debería incluir, así mismo, una parte práctica importante. Tomo como ejemplo la cristología. Es posible abordar la cristología desde la dimensión histórica del desarrollo doctrinal, incluir las conclusiones sobre la investigación de la persona de Jesús, entrar en el campo de los distintos modelos cristológicos, y pasar por alto temas tan relevantes y necesarios como el seguimiento de Jesús (discipulado) y la conformación de nuestra vida y carácter según su modelo. En otras palabras, podemos quedarnos en los énfasis doctrinales y especulativos, y no abordar el propósito por el cual tenemos esta revelación: la transformación de nuestra propia vida. Esta perspectiva debe impregnar también la enseñanza en la iglesia y la predicación. No debemos quedarnos en una prédica que esté enfocada en transmitir información, sino que debemos enfocarnos en la transformación y la capacitación de los creyentes para la misión que comienza con el ser y saber ser iglesia, ser un modelo de vida y de relaciones que expresen los valores del Reino de Dios y sirvan de referente en una sociedad que está en tinieblas espirituales.
Una interacción más fluida entre las instituciones y las iglesias, para formar personas con las aptitudes adecuadas y para los ministerios que se desarrollarán en estas últimas, será de gran ayuda para el avance de la obra en España.
RESPONSABILIDAD DE CADA CREYENTE
Hoy tenemos más escuelas y más posibilidades de aprendizaje, existe un nivel más alto de formación bíblica. Pero también es verdad que el interés por el estudio y conocimiento de la Biblia está concentrado básicamente en aquellas personas que tienen ministerios.
No somos, en la práctica y como antaño se nos llamaba, el pueblo del libro; la lectura sistemática y reflexiva no es una tarea mayoritaria en los creyentes. Es necesario recuperar la importancia del estudio y el examen personal de la Palabra, y no como un ejercicio intelectual para el conocer, sino desde la perspectiva del crecimiento en la piedad.
REFLEXIÓN TEOLÓGICA CONTEXTUAL
Si la formación teológica ha de ser capacitación para tener líderes discipuladores y creyentes que vivan el cristianismo en la sociedad que les envuelve, la simple repetición de conceptos no es suficiente, se hace necesaria la reflexión teológica en nuestro marco cultural.
La teología no debe tener por objeto la especulación acerca de Dios, sino la comunicación de su ser y sus demandas para nuestra generación. Una buena base bíblica nos permitirá interconectar, con criterios adecuados, los principios bíblicos y su aplicación a la vida familiar, laboral, eclesial, social, etc. La misión debe entenderse desde la propia vida, desde la existencia, no es una acción puntual, sino la vida concreta que expresamos con nuestras palabras, acciones y reacciones.
La enseñanza bíblica tiene el reto de equipar a la gente para la vida y no solo para pasar el examen del conocimiento o desarrollar un determinado ministerio en el marco de las actividades eclesiales.    

*Autores: Eliseo Casal
©Protestante Digital 2013