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viernes, 28 de febrero de 2014

La justificación por la fe: Una reflexión en torno a Romanos 3:21-31 y 5:1

Por. Máximo García Ruiz, España*
En los albores del Antiguo Testamento, hace ya muchos siglos, Job preguntó con acento angustioso: “¿Y como se justificará el hombre con Dios? (Job 9:2). Varios siglos después Pablo de Tarso, como respondiendo a esa importante pregunta, que otros muchos también se hacen, escribió: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). La doctrina de la justificación por la fe, que volvería a recuperar Lutero, es la esencia del plan de salvación previsto por Dios, conforme al relato de la Biblia.
Pablo es contundente al afirmar que la justificación es una necesidad universal. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”. Y aclara lo siguiente: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley sino por la fe en Jesucristo…, no por las obras de la ley por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2:16).
El texto comienza diciendo: “Siendo justificados gratuitamente por su gracia…” (Romanos 3:24). “Gracia” es la actitud de Dios a favor del ser humano. Las palabras que en el Antiguo Testamento se relacionan con gracia (hen y hased) conectan con el sentido de gratuidad. Así, gracia es equivalente a favor (cfr. Efesios 33:13) en el sentido de que el favor no se basa en méritos. En otros textos la traducción se inclina por misericordia (así ocurre en Jeremías 31:3 y Deuteronomio 7:12). En el Nuevo Testamento la palabra es kharis combinando el sentido de favor misericordioso.
Dios, ante la indigencia del hombre, se le acerca, le restaura, y le hace partícipe de la misma naturaleza divina. Aunque Pablo tiene interés en matizar el sentido exacto: “Nos salvó”, insiste, “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia… para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:5,7. Nada capacita al hombre para ser justificado: ni la religión, ni la filosofía, ni la ciencia…; nada de esto puede conducirle ante Dios. Llegar a este punto le coloca en una absoluta situación de orfandad.
Ahora bien, la gracia no es un acontecimiento ineluctable, ajeno a la voluntad humana. El hombre ha de hacer uso de su voluntad para apropiarse de esa gracia, mediante la fe, sin necesidad de aportar obras meritorias. Lutero afirmaría con contundencia que la gracia opera con tal poder que somos considerados total y plenamente justos ante Dios.
El texto bíblico al que hacemos referencia, continua diciendo: “…Mediante la redención que es en Cristo Jesús, …en su sangre…”  (Romanos 3:24). Dios se acerca al hombre; pero esta aproximación no será posible sin el hecho de la encarnación de Jesucristo. Así, pues, la gracia es un acontecimiento cristocéntrico. El acto redentor de Jesucristo justifica, rescata y  libra de la ira venidera. “Sabiendo que fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo…” (1ª Pedro 1:18). Y Pablo afirma: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros… Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:8,9). El amor de Dios está detrás de la justificación. Sin él nada es posible.
Ahora bien, aunque pudiera parecer un trabalenguas, la “gracia” no es gratuita. No surgió por la donación de la ley a Moisés, ni por la proclamación de las profecías, sino por la sangre de Jesucristo derramada en el Calvario. En el Calvario la gracia de Dios alcanza su resplandor más refulgente.
El texto concluye haciendo referencia a Jesucristo: “… a quien Dios puso como propiciación, por medio de la fe…” (Romanos 3:25). Aquí se fija la parte reservada al hombre. El hombre es justificado por gracia (favor, misericordia…). Pero falta algo más: tiene que aceptar por fe esa sublime justificación.
Podemos volver al gran interrogante de Job: “¿Y como se justificará el hombre con Dios?”. El texto bíblico centra y enfatiza la respuesta: “De todo aquello de que por la Ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él [en Cristo] es justificado todo aquél que cree” (Hechos 13:39). La clave está en la fe; la justificación se reserva para aquél que cree que Cristo es el eslabón que une con Dios. Y esto, según Pablo, “se revela por fe y para fe, como está escrito: mas el justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17). Pero ¡cuidado!, esto no significa que la fe en si misma produzca los efectos redentores de que hablamos, como si de una buena obra se tratara. La fe es el medio por el cual opera la gracia de Dios. La que concede el estatus de “justificado” es la gracia. La gracia divina es incondicional; y la fe del hombre ha de serlo sin reservas.
Ahora bien, para cerrar este tema sin fisuras, no debemos olvidar a Santiago y su énfasis en las obras. Santiago indica que la fe no puede separarse de las obras de justicia. En otras palabras, la justificación se produce con un propósito; la experiencia de la redención genera unos frutos. Las bunas obras, pues, no son una aportación meritoria, sino como expresión de gratitud.
La justificación por la fe es un mensaje de “buenas nuevas” que comienza con malas noticias: “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). La ley cierra los caminos; la fe abre todas las puertas de la esperanza. “El justo por la fe vivirá” (Romanos 1:17).

 *Máximo García Ruiz es licenciado en teología, licenciado en sociologia y doctor en teología. Profesor de sociología y religiones comparadas en el seminario UEBE y profesor invitado en otras instituciones académicas. Por muchos años fue Presidente del Consejo Evangélico de Madrid y es miembro de la Asociación de teólogos Juan XXIII.

Fuente: Lupaprotestante, 2014.

martes, 25 de febrero de 2014

La misión de Paz y Justicia (Parte II)

Por C. René Padilla, Argentina*
Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo hay muchas referencias a la justicia de Dios. La afirmación que hace el Salmo 11:17 se repite con frecuencia especialmente en los libros proféticos y en los libros poéticos: “Justo es el Señor, y ama la justicia”. Porque Dios es justo y ama la justicia, ésta no es meramente una convención social o un valor humano, sino un mandato divino. Como dice Abraham J. Heschel, la justicia “no es solamente la relación entre la persona y su prójimo; es un acto que involucra a Dios, una necesidad divina.” Está vinculada íntimamente con la compasión por los oprimidos, los débiles, los marginados. Tiene que ver con la actitud de Dios hacia los necesitados, los débiles, los desheredados, fácil presa de la opresión por parte de los poderosos. Es una “opción por los pobres”.
Esto no significa, sin embargo, que en los tribunales del pueblo de Israel, el pueblo de Dios, los jueces tienen que ejercer el favoritismo para beneficiar a los pobres, y esto es tan importante como la obligación de no ejercerlo tampoco para favorecer a los ricos. ¡De ningún modo! La consigna es clara: “No perviertas la justicia, ni te muestres parcial a favor del pobre o del rico, sino juzga a todos con justicia” (Lev 19:15).
La justicia va más allá del favoritismo en los tribunales. Tiene que ver con el pleno reconocimiento del derecho que todas las personas, ricos y pobres, tienen por igual de satisfacer sus necesidades básicas, comenzando con la de la alimentación corporal. Y como en cualquier sociedad las víctimas de la violación de ese y otros derechos humanos son comúnmente las personas que no pueden defenderse, una y otra vez la ley de Dios hace referencia al cuidado especial que tales personas requieren. En esa dirección apunta Deuteronomio 24:17-21:
No le niegues sus derechos al extranjero ni al huérfano, ni tomes en prenda el manto de la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de allí. Por eso te ordeno que actúes con justicia. Cuando recojas la cosecha de tu campo y olvides una gavilla, no vuelvas por ella. Así el Señor tu Dios bendecirá todo el trabajo de tus manos. Cuando sacudas tus olivos, no rebusques en las ramas; las aceitunas que queden, déjalas para el extranjero, el huérfano y la viuda. Cuando coseches las uvas de tu viña, no repases las ramas; los racimos que queden, déjalos para el inmigrante, el huérfano y la viuda. Recuerda que fuiste esclavo en Egipto. Por eso te ordeno que actúes con justicia.
La trilogía constituida por la viuda, el huérfano y el extranjero, que se repite a largo de todo el Antiguo Testamento, representa al sector de mayor vulnerabilidad en lo que atañe a la violación de los derechos humanos. Según la ley de Dios, la acción de justicia que se expresa en términos de asegurar que sus necesidades básicas sean satisfechas no es optativa sino obligatoria. Es acción que se modela en la que Dios mismo realizó al liberar a Israel de la esclavitud de Egipto, y comienza con la provisión de lo necesario para satisfacer necesidades humanas básicas. El pueblo de Dios refleja a Dios en la medida en que actúa con los desposeídos como él actuó con el pueblo escogido. “El defiende la causa del huérfano y la viuda, y muestra su amor por el extranjero, proveyéndole ropa y alimentos. Así mismo debes tú mostrar amor por los extranjeros, porque también tu fuiste extranjero en Egipto” (Dt 10:18-19).

Dr. René Padilla,  Ecuatoriano, doctorado (PhD) en Nuevo Testamento por la Universidad de Manchester, fue Secretario General para América Latina de la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos y, porteriormente, de la Fraternidad Teológica Latinoamericana (FTL). Ha dado conferencias y enseñado en seminarios y universidades en diferentes países de América Latins y alrededor del mundo. Actualmente es Presidente Honorario de la Fundación Kairós, en Buenos Aires, y coordinador de Ediciones Kairós.

Fuente: Blog de René Padilla, Kairós 2014.

sábado, 22 de febrero de 2014

Telemaratones, ofrendas y canciones. Mi opinión de la forma de recaudar fondos

Por. Noel Navas, Salvador*
¿Es correcto que un cantante o músico participe de una Telemaratón donde a todas luces se manipulan las emociones de las personas?
En 2006 me invitaron a cantar a una Telemaratón de Enlace, El Salvador. Resulta que un grupo de amigos y yo habíamos armado una especie de quinteto con quienes interpretamos la canción “Salvemos la familia, salvemos la nación” que la Asociación Evangelística Alberto Mottesi me solicitó componer.  Después de la campaña, el director de Enlace nos pidió a algunos reunir una banda para ir a ministrar la alabanza durante los días de Telemaratón que celebrarían. Mis amigos (no yo) accedieron a la petición, pero como yo había cantado en la campaña de Mottesi, obvio, tenían que incluirme.
A las semanas me llamaron para recordarme de participar, pero yo estaba renuente. Así que conversé con mi pastor y le comenté que no me sentía bien participando de una actividad donde en mi opinión se manipulaban las Escrituras y las emociones de la gente. “No quisiera ser coparticipe de eso”, le dije. A lo que mi pastor respondió: “Noel, ve a cantar con tus amigos. Tú no serás quien pedirá dinero, solo ministrarás la alabanza. Como salvadoreños debemos apoyar a nuestro canal cristiano”.
Accedí. 
Ahora que me había comprometido a participar, propuse en mi corazón hacerlo bien. Por eso, como primer paso decidí ofrendar una suma de dinero que jamás antes había ofrendado en algún lugar. Yo pensaba: “Con qué autoridad voy a alabar al Señor frente a las cámaras de televisión si jamás he ofrendado en Enlace”. Así que el primer día que llegué, me aparté de todos los que habíamos llegado a ministrar y me dirigí al área de donaciones.
“Quisiera ofrendar”, le dije a una hermana que estaba allí. “¡Qué bien!…” respondió ella, “¿Y qué quiere que el Señor haga en su vida ahora que va a ofrendar?” Yo fruncí el ceño y con cara de extrañeza le pregunté: “¿Cómo?” “Sí…” insistió, “¿Qué quiere que el Señor haga por usted a cambio de su ofrenda?” “Nada hermana, simplemente quiero dar una ofrenda de gratitud por la bendición que ha sido Enlace para mí durante todos estos años”. “¡Ah, ok!” Respondió y procedió a llenar la boleta de datos.
Después mi amigo Alfredo Maravilla, que también había ido a cantar con nosotros, me contó que le había ocurrido lo mismo. Se acercó al área de donaciones y le preguntaron que ahora que iba a ofrendar qué favor quería que Dios le hiciera a cambio. O sea, no fue un lenguaje que solo usaron conmigo, sino que con otros también.
Para hacer de una historia larga, una corta, sucedió lo que sabía que iba a suceder. Los predicadores que lideraron la Telemaratón se entregaron a la tarea de pedir dinero cual evangelista pide a las personas que se conviertan a Cristo. ¡Qué pasión Dios mío! Por cierto, una de las noches el Presidente de la República llamó a todos los medios de comunicación a cadena nacional, por lo que la Telemaratón tuvo que suspenderse por unos minutos. Al nomás salir del aire para esperar que finalizara la cadena, uno de los líderes de Enlace manifestó su indignación quejándose con tono airado de por qué el Presidente se atrevía a interrumpir su Telemaratón. “¡Qué barbaridad!”, dijo, “¡Cuántas veces le he dicho que respete este espacio!”
¡Ops!
Después de los primeros dos días yo ya estaba hastiado de lo que hora tras hora veía, por lo que la noche que mis amigos me pidieron dejar el coro para dirigir desde el frente la alabanza, me negué a hacerlo. De más está decir que me sentí aliviado cuando terminó la Telemaratón.
Desde entonces lo único que supe de Enlace El Salvador es que hubo conflictos con la sede de Costa Rica y no estoy seguro si en la actualidad Enlace solo puede verse por cable y no por televisión abierta.
AL FRENTE Y DETRÁS DE CÁMARAS
Hace algunos años un amigo fue a cantar a Enlace, en la Telemaratón que ahora montan desde Costa Rica y que transmiten a todas las naciones. Él fue, cantó e hizo lo que le pidieron; sin embargo, ¡oh, sorpresa!, durante los intermedios en el que los cantantes y predicadores invitados descansan detrás de cámaras, presenció conversaciones vergonzosas acerca del dinero y la forma de manejar el tema de las ofrendas en sus propios ministerios. Al punto que en una de esas pláticas tuvo que retirarse de la mesa donde estaban debido a lo incómodo de escucharlos hablar.
Unos días después pidió hablar con el “mero mero” de Enlace y le comentó lo que había pasado en los recesos y además, le reconvino sobre la forma que estaban usando para recaudar dinero.
Un tiempo después lo volvieron a invitar a una Telemaratón y mi amigo gentilmente les contestó: “Con todo gusto puedo ir a cantar al canal, ¡pero en época que no sea de Telemaratón!”
Desde entonces nunca lo han vuelto a invitar a Enlace.
Cuando tengo chance de ver las Telemaratones siempre me sorprende el derroche de talento que hay. La banda que ministra la alabanza, muy bien ensamblada; los músicos y cantantes, ¡wow! ¡Qué dones Dios mío! El director principal de adoración es un compositor espontáneo como pocos. Conocidos míos que han estado en Telemaratones me han relatado cómo a veces él compone canciones allí mismo durante la Telemaratón, se las muestra a la banda y las montan para ser cantadas de inmediato. ¡Impresionante!
Sin embargo, siempre que veo a la banda y al resto de solistas que aparecen, me pregunto: ¿Es correcto que un cantante o músico participe de una Telemaratón donde a todas luces se manipulan las emociones de las personas? ¿Por qué los ministros de alabanza aparentemente se hacen los del “ojo pacho” ante las manipulaciones al texto bíblico que hacen los predicadores? ¿Cuál será la verdadera motivación de estos salmistas para participar en las Telemaratones si mucho de cuanto se hace allí no honra la forma bíblica de recaudar ofrendas?
No tengo la respuesta.
El otro día vi a un predicador famosísimo enseñando en una Telemaratón. Cuando lo vi me dije a mi mismo: “¡Ok! Voy a escuchar la prédica de este brother sin ningún prejuicio. Ellos dicen que no venden milagros y que respetan el texto de la Escritura al enseñar, ¡entonces les voy a creer y escuchar el sermón!”
Solo aguanté diez minutos.
El predicador comenzó a hablar de la salida de Israel de Egipto y de cómo mientras salían los egipcios le dieron todas sus joyas y prendas valiosas para que las llevaran consigo. ¡Hasta allí todo bien! El problema surgió cuando dijo: “Hermanos, Israel salió enriquecido de Egipto, pero eso no sucedió así por así; sino que un día antes ellos habían sacrificado un cordero y lo dieron en ofrenda al Señor. Para que Dios te enriquezca como a Israel primero tienes que ofrendar en el altar”.
¡Cambié de canal!
Nota: Si después de leer el párrafo anterior usted no notó la clara malinterpretación del texto bíblico, ¡preocúpese eh!
¿ESTÁ BIEN O ESTÁ MAL?
Recuerdo la conversación que sostuve con el Hermano Pablo (Un Mensaje a la Conciencia) muchos años antes de que falleciera. Resulta que él casó a mis abuelos maternos y mi abuelita quería ir a saludarlo. Yo la acompañé y al final que lo saludamos le pregunté qué opinaba de las Telemaratones de Enlace. Me dijo: “Algo que me prometí a mí mismo con Un Mensaje a la Conciencia fue nunca pedir dinero a través del programa. ¿Por qué? Porque eso le es tropiezo a los inconversos para que vengan a Cristo”.
Curiosamente cuando entrevisté a Paulina Aguirre, Grammy Latino a la música cristiana 2009, le pregunté sobre su dueto con Armando Manzanero y aproveché para preguntarle sobre la espiritualidad de este gran compositor mexicano. Paulina me dijo: “Él aún sigue teniendo un acercamiento al Señor pero algo que lo pone un poquito mal es la pedidera de dinero de los evangelistas de la televisión. Lastimosamente eso es de muy mal testimonio para la gente que no conoce al Señor” (1).
Cuando fui parte del equipo de alabanza del Templo Cristiano de las Asambleas de Dios, una iglesia que en aquel entonces tenía más de 2,500 miembros, como toda iglesia a favor de las misiones celebrábamos anualmente una Convención Misionera. Esta consistía en una semana entera de predicaciones sobre misiones que nos preparaban a todos para el último y gran día donde los miembros nos comprometíamos, mediante promesas de fe, a financiar los misioneros que apoyábamos en el extranjero. En aquel entonces se tenía un presupuesto anual de aproximadamente 100 mil dólares como meta.
De paso, recuerdo haber compuesto dos canciones para un par de Convenciones, “Anunciaré el arrepentimiento” y “Proclamemos en las naciones”. Siempre fue un gran desafío componer para ellas y una gran emoción que se cantaran cada día de esas semanas de concientización misionera.
Mi punto es que en diez años que participé de esas convenciones en el Templo Cristiano NUNCA se manipularon las emociones de las personas y NUNCA se manipuló el texto bíblico para provocar que la gente se desbocara en dar. Hasta donde recuerdo, todos los años se alcanzaron las metas financieras establecidas por el pastor principal y la Comisión de Misiones de la iglesia.
En este sentido, si no se manipulaban las emociones ni las Escrituras, ¿cómo entonces se alcanzaba la meta financiera de cada año? ¿Cómo se conseguía que la generosidad se hiciera presente al final de cada Convención?
Respuesta: Simple y sencillamente predicando sobre la responsabilidad misionera que tiene la iglesia delante de Dios y la necesidad que tienen las naciones de escuchar el evangelio. NADA MÁS.
No se ofrecían milagros ni sanidades a cambio. No se ofertaban perdones de deudas ni prosperidades mágicas. NADA DE ESO. Simplemente se predicaba sobre nuestra responsabilidad misionera y la necesidad que hay en el mundo.
Definitivamente hay formas bíblicas y efectivas para recaudar fondos para los ministerios.

 Notas:
 (1) Tomado de  “La aventura de componer” 
 
 *Autores: Noel Navas
©Protestante Digital 2014

domingo, 16 de febrero de 2014

Juan Stam: Leamos el Apocalipsis en clave pastoral

Por. Jacqueline Alencar, España*
La tarea de la teología, más que la de armar un "sistema" teórico de ideas abstractas, es la de aclarar el significado del evangelio para los siempre nuevos contextos de la historia.
Hoy nos vamos a Costa Rica para entrevistar a Juan Stam, nacido en Paterson (Nueva Jersey, 1928), en una familia de origen holandesa. Stam cursó sus estudios universitarios en la Universidad de Wheaton, Illinois (Bachillerato en historia 1950; Maestría en Nuevo Testamento 1955) y en el Seminario Fuller (Bachillerato en teología 1954). Después de estudios de literatura y filosofía en la Universidad de Costa Rica (1957-1961), hizo los estudios doctorales con Oscar Cullmann, Bo Reike y Karl Barth en la Universidad de Basilea, Suiza, obteniendo su doctorado en teología en 1964. También realizó estudios post-doctorales en la Universidad de Tubinga, Alemania, con Hans Küng, Walter Kasper, Jürgen Moltmann, Ernst Kaesemann y Otto Michel. Se casó con Doris Emanuelson en 1954, y a fines del mismo año emigraron a Costa Rica, donde comenzaron su ministerio con un pastorado rural en el norte del país. Son costarricenses naturalizados desde hace muchos años. También ha enseñado en universidades y seminarios en casi todos los países de América Latina y en la India, Holanda, Estados Unidos y Canadá.
 Juan Stam es autor de “Apocalipsis y profecía”, “Escatología bíblica y misión de la iglesia”, “Profecía bíblica y misión de la iglesia. Hasta el fin del tiempo y hasta los fines de la tierra”, “Haciendo teología en América Latina” (2 tomos, 2004 y 2005) y “Comentario del Apocalipsis” (4 tomos). Es autor también de “La Historia de la Salvación y la Misión integral de la iglesia”, en  La Misión de la Iglesia,  Valdir Steuernagel (ed.), y “La misión en el Apocalipsis”, en  Bases Bíblicas de la Misión,  René Padilla (ed.).
 Ha escrito numerosos ensayos y artículos en Diccionario Ilustrado de la Biblia, Pensamiento Cristiano, Certeza, Boletín Teológico, además de “Apocalipsis y el Imperio Romano”,  en Lectura Teológica del Tiempo Latinoamericano  y “Tomás Müntzer y la Teología Latinoamericana”, en  Teología Alemana y la Teología Latinoamericana.
Desde 2007 ha escrito unos 220 artículos para su blog,  www.juanstam.com .
Pregunta.- ¿Qué lo motivó a dejar su país para afincarse en esa hermosa tierra centroamericana que es Costa Rica? ¿Cómo se vive esta experiencia? ¿Es necesario contextualizarse a la nueva cultura?
Respuesta.- De joven, a mis 17 años, visité Costa Rica y Colombia y conocí la obra misionera, especialmente el Seminario Bíblico Latinoamericano. Después en la universidad, preparándome para ser profesor de historia, tomé un curso de Patrística y escogí para mi monografía el tema "La epistemología de San Agustín". Quedé profundamente conmovido por su visión del conocimiento y de la fe y por la conmovedora belleza de sus escritos. Me encantó su frase, "el verdadero filósofo es un enamorado de Dios" ( verus philosophus amator dei est ). Decidí que en mi caso particular podría ayudar mejor al desarrollo personal integral de mis alumnos y alumnas en teología que en historia. Al entregar mi monografía, entregué también mi vida para servir a Dios en la enseñanza bíblica. Unos años después, ya comprometido con Doris Emanuelson, Dios nos llamó a enseñar su Palabra en América Latina.
¡A lo mejor soy el único misionero protestante llamado por Dios por medio de un antiguo Padre de la Iglesia!
En esa visita a Colombia en el año 1945, en la ciudad de Sincelejo, fui impactado por una serie de mensajes de don Kenneth Strachan sobre un tema favorito suyo, "la Encarnación como modelo para misioneros y para misiones". Esas charlas sembraron en mi conciencia un compromiso con la teología de la encarnación y, después, con la identidad cultural con América Latina y la solidaridad integral con sus pueblos.
Hacia fines de 1954, a pocos meses de nuestro traslado a Costa Rica, don Kenneth estuvo en Wheaton y nos visitó. Yo estaba a punto de ser ordenado al ministerio por la congregación que pastoreaba en Troy, Illinois. Para nuestra sorpresa, don Kenneth me dijo, "No lo hagas, Juan. Espera, aprende el castellano y déjate ordenar por la iglesia nacional". Unos años después, esa decisión nos llevó también a tomar la nacionalidad costarricense.
Para nosotros, venir a vivir en América Latina fue, desde el inicio, una gran aventura y un desafío encarnacional. El choque cultural lo sentíamos, severamente, cuando regresábamos a los Estados Unidos. Estando Costa Rica muy cerca de los Estados Unidos, nuestros familiares nos visitan acá con considerable frecuencia, sin que tengamos nosotros que interrumpir tanto nuestras vidas para viajes a nuestro país natal.
P.- ¿Es la contextualización importante para la misión de la Iglesia?
R.-Nuestra fidelidad en misión comienza con nuestra fidelidad en la interpretación bíblica, la cual requiere una doble contextualización del texto, primero en su situación original antigua (exégesis) y segundo la contextualización en la realidad actual (hermenéutica). Las relecturas contemporáneas deben basarse en la mejor interpretación posible del texto de ayer y de la realidad de hoy.
De manera similar, la tarea de la teología, más que la de armar un "sistema" teórico de ideas abstractas, es la de aclarar el significado del evangelio para los siempre nuevos contextos de la historia. En eso consiste también la contextualidad de la misión. Los grandes cristianos han sido los que mejor han entendido su momento histórico: San Agustín ante el colapso del imperio romano, San Anselmo (y Abelardo) a inicios de la Edad Media, Tomás Aquino en el apogeo del mismo, los Reformadores en el siglo XVI y Karl Barth a inicios del XX.
P.-He oído que entre los personajes que han influido en su vida está Unamuno… ¿Cómo se adentró en su pensamiento?
R.-En una fase formativa de mi vida (los 60s) leí bastante de las obras de Unamuno. Me gustaron -y me edificaron- las dos relecturas de la historia de Caín y Abel ("Abel Sánchez" y "El Otro"), como también "San Manuel Bueno, Mártir". He admirado la confrontación de Unamuno con los falangistas que gritaban "Viva la muerte". Y lo cito en mi comentario sobre el jinete del caballo rojo (Apoc. 6:3-4). De su poesía me encanta especialmente "El Cristo de Velázquez", que también cito en mi comentario al Apocalipsis.
Quedé impactado por "El sentimiento trágico de la vida" y "La agonía del cristianismo" que quedaban a mi propio temperamento y pensamiento como el guante a la mano. Me encantó su ataque al racionalismo y positivismo de su época, destacando más bien el lugar del sentimiento, la intuición, la convicción, la fe y la lucha. También me identifiqué existencialmente con el Quijote de Unamuno, suficientemente loco para soñar y para luchar por sus sueños. Algunos amigos, con mucho cariño, han señalado esa correspondencia, y por andar yo toda la vida en motocicleta, me apodaron "don Quijote de la moto". Los jóvenes de la Iglesia Bíblica Costarricense en esa misma época me describían con otro apodo muy simpático, "el hippy bíblico". Parece que algo dentro de mí responde al existencialismo, por supuesto dentro de los parámetros de la teología evangélica.
En la lucha por entenderme y ser quien quería ser, me llegaron al corazón las palabras del Quijote de Unamuno, "Yo sé quien soy" (cf. Sócrates, "Conócete a ti mismo"; Calvino  Inst  1.1). Quijote, sabiendo quién era y quién quería ser, no permitió que otros lo definieran. El Quijote me enseñó que ser conformista no es un deber cristiano y que romper con los moldes sociales no es pecado.
Creo que en esos años aprendí bastante de Unamuno y otros autores existencialistas, sin nunca convertirme en existencialista. Me alimenté de Albert Camus y Jean Paul Sartre, y sobre todo de Sören Kierkegaard. Paradójicamente, admiraba el ateísmo de Sartre, no sólo por su honestidad y su ardiente pasión, sino por el profundísimo dolor que le producía la ausencia de Dios. Sobre él publiqué un artículo titulado "El ateísmo existencialista de Jean Paul Sartre". Sören Kierkegaard, genio progenitor del existencialismo, me despertó al "precio de la gracia", a todo lo que cuesta ser cristiano auténtico. En "Mi punto de vista como autor" anuncia que la meta de todos sus escritos es hacer que sea difícil ser cristiano, porque en Dinamarca era demasiado fácil llamarse "cristiano". En "Ataque a la cristiandad" desarrolla un tema parecido. En una simpática parábola, Kierkegaard cuenta de un danés que cometió la imprudencia ridícula de preguntarse si era realmente cristiano y todo el mundo lo tuvo por loco.Su esposa le contestó, "Pero mi amor, tú eres danés, nacido en Copenhague, y además eres funcionario del estado y llevas corbata y sombrero. ¡Por supuesto que eres cristiano!".
P.-¿Qué otros nombres forman parte de esa nube de testigos?
R.-Mi primer libro fue, es y será la Santa Biblia, Palabra inspirada por el Espíritu de Dios. Pero esa Biblia, con la que comencé mi peregrinaje espiritual, era una Biblia Scofield, con sus muchas notas nada inspiradas sino muchas veces especulativas. El romper con el sistema dispensacionalista inició mi larga aventura de crítica exegética en busca de la mejor interpretación de las escrituras.
Nuestra iglesia, en las afueras de Paterson, Nueva Jersey, organizaba cada verano un programa de enseñanza bíblica realmente inspiradora e instructiva. Traían los mejores maestros y oradores (Ironside, Armerding, Walvoord, Alva McClain, todos ellos fieles dispensacionalistas). A esos maestros debo dos cosas. En primer lugar, un profundo amor por el estudio bíblico, una pasión por devorar la enseñanza y un deleite en la Palabra. Pero segundo, cuando comencé a darme cuenta de las anomalías exegéticas del dispensacionalismo (sobre todo su doctrina del rapto), despertaron en mí, sin proponérmelo ni darme cuenta, la exigencia de examinar críticamente toda interpretación del texto. Con eso comenzó mi aventura exegética sin fin, siempre dudando de las interpretaciones del texto bíblico.
En el Seminario Fuller leía obras de teología sistemática (Calvino, Hodge, Strong) y hermenéutica (Terry), pero me inspiré sobre todo en los jóvenes autores neo-evangélicos (Ramm, Ladd, Carnell, Jewett, Berkouwer), que hasta hoy siguen siendo fundantes para mis convicciones. Un curso con George Ladd sobre exégesis del Apocalipsis marcó el resto de mi vida, en cuanto tema y en método de análisis. Unos años después, en nuestro apartamento en Basilea, Suiza, Ladd nos inspiró con un valiosísimo conversatorio sobre los métodos históricos en la teología.
Ya en Costa Rica, enseñando en el Seminario Bíblico, el libro que más me impactó fue "Prefacio a la teología" de Juan Mackay, con su desafiante capítulo sobre "El Balcón y el Camino". Lo usé como texto todos los años y dio la orientación básica del curso, tanto que cambié el título de "teología sistemática" por "teología evangélica". "Encuentro con la Revolución", de Richard Shaull, y una ponencia de Míguez-Bonino, titulado "Nuevas Perspectivas", me concientizaron mucho y cambiaron el énfasis de mis cursos. Leía también las publicaciones de ISAL (Iglesia y Sociedad en América Latina), yo diría con una empatía crítica. En los 80 leí mucho de las obras de Karl Marx y publiqué un largo artículo sobre "lo que los cristianos latinoamericanos podemos aprender de Karl Marx". Además, siempre tuve presente especialmente a Kierkegaard, Karl Barth y Emil Brunner (y además Tillich y Bultmann), acompañados por René Padilla, Samuel Escobar, Pedro Arana, Rolando Gutiérrez, José Míguez-Bonino y otros autores latinoamericanos.
P.-Tengo entendido que usted ha dado muchos talleres sobre el Apocalipsis. Muchos piensan que este libro es muy difícil y hasta aterrador…
 R.-Yo puedo decir que mi vida ha sido toda una aventura emocionante con el Apocalipsis, especialmente desde mis estudios con mi amado profesor George Eldon Ladd, en el Seminario Fuller. He escrito un comentario exegético de cuatro gruesos tomos sobre ese libro. He estudiado cada versículo en el griego original, consultando a veces hasta cien libros sobre un versículo (comentarios, léxicos, diccionarios bíblicos, textos de teología bíblica y de teología sistemática y libros de historia antigua), luchando por captar el significado del texto. Comencé el comentario cuando estaba relativamente joven y terminé ya viejo. Para concluir mi comentario cito a un copista antiguo que al fin de su largo manuscrito suscribió, "El fin, a Dios las gracias".
Creo que el Apocalipsis parece difícil y espantoso solo porque lo leemos mal. La clave para entender bien este libro es leerlo en clave pastoral. Definitivamente, Juan tenía corazón de pastor. Desde un principio se presenta como "Yo Juan" (1;4), así de simple, sin títulos, y como "hermano y compañero de ustedes" (1:9). Enseguida introduce siete cartas pastorales (Ap 2-3), algo sin paralelo en la vasta literatura apocalíptica. En cada capítulo, cada página, habla un pastor para sus ovejas. Leído pastoralmente, es un poderoso mensaje de esperanza, no de miedo.
Como pastor, Juan habla de lo que afecta y preocupa a su congregación, en un lenguaje que ellos y ellas podían entender. Hasta los simbolismos eran ya conocidos, fáciles de descifrar. Sospecho que para ellos el Apocalipsis era uno de los libros más fáciles de entender, a lo mejor el más fácil. Es cierto que hoy encontramos algunos detalles difíciles, mayormente porque no tenemos algunas claves de interpretación, pero me atrevo a decir que no hay ningún pasaje (o párrafo) cuyo significado no sea discernible hoy. Al inicio de mi comentario señalo que el Apocalipsis es para los valientes pero también para los humildes, que saben decir "No sé" cuando no saben. Si alguien pretende entender todo, mejor no creerle nada porque no sabe que no sabe, y solo inventa respuestas.
Es evidente en el libro que uno de los problemas que más le preocupaba al pastor Juan era el culto al emperador romano. Éfeso, donde residía Juan, tenía en su avenida central un enorme templo al emperador, donde le adoraban, hacían sacrificios, oraban y lo adoraban en todo sentido. Hacían procesiones con una estatua del emperador, y las familias devotas y patrióticas colocaban mini-altares frente a su casa. No participar en todo eso acarreaba grandes sacrificios y peligros. En el caso del Apocalipsis, contextualizar el libro significa buscar los libros de historia romana y captar los argumentos políticos y económicos que están en el Apocalipsis.
P.-Entonces, ¿no es profético el libro del Apocalipsis?
R.-Aunque casi universal hoy, es un error entender "profecía" como equivalente exacto de "predicción" o "vaticinio". Los escritos proféticos del Antiguo Testamento (Isaías a Malaquías en la Biblia nuestra) contienen algunas predicciones, pero es realmente muy poco. El profeta es profeta no porque predice el futuro sino porque trae una palabra viva de Dios para el pueblo de Dios. Lo medular del oficio profético es denunciar el pecado y la injusticia y anunciar la promesa de Dios. Fee y Stuart, en su muy valioso libro  La lectura eficaz de la Biblia  (Editorial Vida),señalan, con base en una exégesis cuidadosa de los textos proféticos, que solo 5% de esos libros tiene algo que ver con el futuro, y eso mayormente muy cercano, cumplido siglos antes de Cristo. Además, según Fee y Stuart, sólo 2% es mesiánico y sólo 1% puede ser todavía futuro. El 95% que no tiene nada que ver con el futuro no es menos profético por no ser predictivo.
Las visiones del Apocalipsis pueden ser del futuro, pero no siempre ni necesariamente. También pueden ser del presente de Juan (las siete iglesias). En las visiones, los verbos están en tiempo pasado, no futuro. En el desarrollo de su mensaje pastoral Juan pasa a menudo del presente al futuro (1:5-9), del futuro al presente (1:10) pero también del futuro al pasado remoto (de 11:15-29 a 12:1-3 y siguiente). Es un error dar una preferencia  a priori  a interpretaciones futuras, como también es un error comenzar con un prejuicio contra ellas. Juan no era ni futurista ni preterista, sino pastoral. Ahora es nuestra tarea exegética decidir por las evidencias cómo entender cada pasaje.
P.-Debe ser difícil convencer a la gente de esa interpretación del Apocalipsis y cambiar sus ideas sobre temas como el rapto. ¿Cómo ha podido hacerlo?
R.-El maestro bíblico tiene que ser un "Cupido de la Palabra", muy enamorado de Dios y su Palabra y apasionado por enamorar a otros. Eso es un gran desafío con un libro tan temido como el Apocalipsis, que se acostumbra leer con una fuerte dosis de "espantología bestia-céntrica". He visto muchísimas veces que cuando este libro se lee como un mensaje pastoral cristocéntrico, la gente pierde ese miedo morboso y comienzan a vivirlo como lucha y esperanza. Y encantados por el libro, siempre, prácticamente sin excepción, terminan enamorados/as del Apocalipsis.
Ante el desafío de superar los prejuicios y tradiciones, he desarrollado mis propios métodos de enseñanza. Comienzo conversando sobre la diferencia entre los desafíos de la buena interpretación y les sugiero tres herramientas básicas para el estudio bíblico: una lupa, para mirar bien lo que está en el texto y lo que no está (ilustrado con muchos ejemplos); un borrador de pizarra, para quitar de nuestra mente lo que no está en el texto (esto los prepara sicológicamente para dejar ideas no-bíblicas por interpretaciones más fieles al texto), y tercero, un par de audífonos (para escuchar la voz de Dios y hacer su voluntad). Para ayudarnos a ubicarnos en el primer siglo, hago "entrevistas" con Juan de Patmos. Cuando le pregunté, por ejemplo, si su libro profetizaba televisoras y computadoras (1:7; 13:18), la pregunta le confunde totalmente y nos damos cuenta que no tiene la menor idea de la energía eléctrica.
Mucho del Apocalipsis es drama y se entiende mejor con dramatizaciones. Convertir en acción dramática el gran culto en el cielo (Ap 4-5) o de la media hora de silencio (8:1-6) aporta más a la comprensión de esos pasajes, mucho más que diez comentarios del griego. Toda la segunda mitad de libro (Ap 12-20) es un drama, profundamente significativo, de la larga lucha entre el dragón y el Cordero. Por otra parte, siento que comencé a entender el relato de los dos testigos (11:3-13) cuando unos pastores maya-quiché lo dramatizaron. Entraron los dos testigos y comenzaron a soplar fuego y a matar gente (11:5), llenando el piso de cadáveres. En eso entra la bestia y amenaza a los dos testigos, quienes, confiados en su poder sobrenatural, soplan juntos; pero ¡qué sorpresa!, no les sale fuego. La bestia los mata y hay dos cadáveres más en el piso. Los impíos celebran su muerte con una tremenda fiesta, pero después de varios días uno de ellos abre sus ojos y el otro comienza a mover los brazos, y resucitan y entran victoriosos a la presencia de Dios.
Al Apocalipsis tenemos que vivirlo, tenemos que leerlo con todos los sentidos de percepción: la vista, el oído (y el silencio), el olfato, el toque y el gusto. En este libro "incienso" no es solo una palabra, es una fragancia que uno comienza a olfatear (8:3). La iglesia de Laodicea daba a Jesús ganas de vomitar (¡qué sabor más horrible!), pero al final Cristo está tocando la puerta (tacto) porque quiere comer con ellos (de nuevo, el gusto pero bueno).
¡Qué libro más maravilloso y emocionante!
P.-En América Latina se está dando un crecimiento imparable de los evangélicos. ¿Va acompañado el mismo de una profundización teológica?
R.-El crecimiento ha sido fenomenal pero desigual, muy concentrado en unas pocas mega-iglesias y en los sectores neo-pentecostales de la iglesia. En general, ha habido una especie de banalización del evangelio, con "gritos de victoria", patadas al diablo, teología de la prosperidad y otras aberraciones. Pocos predicadores y predicadoras tienen una buena orientación hermenéutica para poder interpretar fielmente las escrituras con seriedad exegética.
Ha sido tanto el crecimiento de la población protestante y de la asistencia a los cultos, que constituyen ahora un importante bloque político. Un resultado de eso ha sido la formación de "partidos evangélicos", con muy altas posibilidades de elegir congresistas y hasta presidentes por una gran población que vota casi ciegamente por cualquier candidato "cristiano". Los resultados han sido casi siempre negativos. Sin un análisis claro de la condición del país ni mucho menos una voz profética para el pueblo, estos políticos han sido mayormente unos "politiqueros" oportunistas más, aliados incondicionales con el oficialismo reaccionario y corrupto, sin nunca decir esta boca es mía.
P.- Si hiciera una radiografía de la iglesia en América Latina, ¿cuál sería su diagnóstico?
 R.-La iglesia es la comunidad de la Palabra de Dios y vive por ella. Una iglesia es sana solo cuando su interpretación bíblica es sana. Una iglesia que especula con la Palabra de Dios, en vez de escucharla y obedecerla, no puede estar bien. Hoy día en las iglesias protestantes de América Latina se puede encontrar cualquier cosa, desde "apóstoles" y prosperidad hasta guerra espiritual y maldiciones generacionales. Y por supuesto, no puede faltar el diezmo. Aun cuando algunos de esos puntos fueran válidos, ninguno es central al mensaje del evangelio.
Lo más grave en esta situación es que las iglesias prohíben el examen crítico y no permiten pensar. El creyente fiel es el que dice "Amén" a todo sin cuestionar nada. Se cita constantemente: "No juzguéis", pero nunca: "juzgad por vosotros mismos" o "examinadlo todo". Personalmente, en toda mi vida y en los últimos años en mi sitio web ( juanstam.com ), he tratado de promover una sana criticidad, con cierto éxito pero con muchos cientos de denuncias por "murmurar" o por "tocar al ungido de Dios". Una revisión rápida de las respuestas a mis artículos sobre "apóstoles", profetas, diezmos y maldiciones, revela que la gran mayoría ni han entendido bien mis razones, ni mucho menos han podido ver tanto la posición mía como tampoco la de ellos/as con un análisis acertado. (Debo agregar que los que responden por correo personal casi siempre son mejor orientados).
Considero que la iglesia está pasando una grave crisis exegética, acercándose a un caos. El problema de la especulación, en lugar de la exégesis cuidadosa del texto, siempre estuvo muy serio en la interpretación del Apocalipsis. A veces el prejuicio ideológico distorsiona la interpretación ("los pobres tendréis siempre con vosotros"; "mi reino no es de este mundo"; no hace tanto escuché a un predicador concluir de la parábola de los talentos que Dios es el Creador de las desigualdades y muy contento con ellas). Más recientemente han abundado argumentos anti-exegéticos tanto a favor de los derechos homosexuales como en su contra.
Considero que nuestra tarea más urgente hoy es el rescate de la sana interpretación del texto bíblico, incluso la contextualización fiel y acertada del mismo, para orientar nuestra misión en el mundo de hoy.
P.-Hoy se habla constantemente de gobiernos corruptos que propician la injusticia social… Esto nos lleva a preguntar si es Dios quien pone a los gobernantes y si es pecado oponerse a ellos…
R.-Pablo escribió Romanos 13 antes de la masacre de cristianos/as por Nerón en el 64 d.C. Señalaba que la existencia de gobiernos es fruto de la gracia de Dios y que las autoridades tienen la espada para defender al justo y castigar al injusto. Pero unos 30 años después, Juan de Patmos explica en Apocalipsis 13, la contraparte de Romanos 13, qué pasa cuando el gobierno protege a los injustos y castiga a los justos: el dragón mismos dio a la bestia (muy probablemente el imperio romano) su trono y su gran autoridad (Ap 13:2); por eso, adorar al emperador era culto a Satanás (13:3-4).
A menudo se manipula el texto de Romanos 13. Bajo Somoza en Nicaragua, el texto favorito de sus partidarios era que Dios puso al dictador y había que someterse a él. Cuando los Sandinistas ganaron la guerra, esa misma gente cambió de texto y su mandato bíblico era Hechos 5:29: "Es necesario obedecer a Dios y no a los hombres".
P.- O sea que debemos seguir la estela de los profetas de antaño. E indignarnos cuando sea necesario…
R.-Ante el pecado y la injusticia, Dios es el primero de los indignados, y nosotros con él. La tarea de los profetas era denunciar y anunciar. En vez de callarse prudentemente, atacaban al pecado sin pelos en la lengua. El Espíritu que cayó el día de Pentecostés fue ese mismo Espíritu de los profetas antiguos. Eso significa que la Iglesia nació profética (Hch 2:17-18), levantando su voz de denuncia y anuncio, y además que todo/a creyente ("toda carne") debe de una u otra forma ser profético también y jamás anti-profético. En cuanto a "profetas" de oficio, de los que hay muchos falsos, deben ser juzgados por el modelo bíblico de denuncia y anuncio, no sólo por predicciones y cumplimientos (Deut 18:15-22; 13:1-5; sobre éste y muchos otros temas hay artículos en  www.   juanstam.com ; correo electrónico  juanstam@gmail.com ).
P.- ¿Debe la teología dar respuesta a la realidad de los tiempos que vivimos, ofreciendo una respuesta con el mensaje evangélico? ¿Es posible servir a Dios sin entender la realidad de nuestro mundo y de nuestro tiempo?
R.-Claro, la tarea de la teología es específicamente la de responder a los desafíos de su contexto, a la luz de la revelación divina. La teología es inseparable de la ética, y la ética incluye la vida política. Más que sólo respuestas, la teología debe plantearle preguntas a la realidad y orientaciones para enfocarla según principios y paradigmas bíblicos. Las escrituras hebreo-cristianas ofrecen paradigmas que debemos "conjugar" para las situaciones actuales. Ejemplos son el programa de alimentación internacional que organizó José en Egipto, el año sabático (Deut 15) y el Año de Jubileo (Lev 25), el Pentecostés, el último viaje de Pablo para traer ofrendas a los pobres de Jerusalén y todo el impresionante mensaje social y económico del Apocalipsis. El mensaje bíblico es riquísimo y muy transformador para la vida socio-política de los pueblos. La Biblia es un libro profundamente político.
P.-¿Piensa que a Dios le interesa la política?
R.-Para realizar su plan salvífico, Dios entró en la historia humana y comenzó con crear un pueblo suyo, para bendición a todas las naciones. Los pueblos son realidades políticas y Dios se interesa por ellos. Dios es Señor de la historia y la historia es política. Dios ama y busca la justicia y eso es profundamente político. Debe ser claro que "política" se refiere a la vida de la "pólis" (el pueblo, la comunidad). De la "politiquería" Dios se interesa pero para juzgarla.
Un sabio refrán, popularizado por Leonardo Boff, reza: "Todo es político, pero la política no es todo". La interpretación de la Biblia también debe ser política, pero no "politiquera". No se debe politizar el texto bíblico más político de lo que es, o en un sentido político contrario a su sentido original. Pero tampoco debemos despolitizar el texto bíblico, perdiendo la fuerza ético-política de su mensaje.
P.- ¿Qué es para usted la Misión Integral? ¿La ha entendido la iglesia latinoamericana?
R.-Es la comprensión multifacética del evangelio y su práctica concreta en todas sus dimensiones bíblicas. Busca superar los dualismos tradicionales entre alma y cuerpo, individuo y comunidad, eternidad y tiempo, iglesia y sociedad, fe y política. Busca integrar todas estas facetas en una sola fe viva. Esa fe se base en igual medida del "evangelio de Jesucristo" (encarnación, crucifixión, resurrección, regreso; evangelización) y "el evangelio del reino" (justicia, paz, igualdad). Vive integralmente la Gran Comisión, de hacer discípulos que obedecen lo mandado por Cristo (Mat 28:20) y la oración del Señor, "Venga tu reino, hágase tu voluntad en nuestras tierras hispanoparlantes, así como se hace en el cielo".
En mi opinión, muchas iglesias han entendido la dimensión social del evangelio, pero mucho menos la dimensión política.
P.- Pregunto: ¿Qué piensa de los evangélicos que han incursionado en la política de los países de América Latina?
 R.-Si están plenamente capacitados, inteligentes y bien orientados, y sobre todo si buscan el bien común y no el bien personal o eclesial, bienvenidos/as, pero que compitan a nivel nacional en uno de los partidos existentes. Como expliqué arriba, me opongo a los partidos protestantes aunque sean inevitables en nuestras circunstancias. Las iglesias protestantes constituyen un bloque importante de nuestras sociedades, casi totalmente carente de formación socio-política. La historia de los partidos "evangélicos" en América Latina es mayormente una vergüenza para el evangelio que pretenden representar. Muy pocos de ellos son luz y levadura del reino de Dios y su justicia. Casi nunca tienen una voz profética para la nación. Y para concluir, ¿qué mensaje darías a la iglesia hispanoparlantes?
Considero que la necesidad más urgente de nuestras iglesias es un mayor discernimiento al interpretar las Escrituras. Casi todos/as creen que la Biblia es Palabra de Dios, dada por acción del Espíritu Santo, pero a la hora de interpretarla muy pocos se acostumbran "escudriñar las escrituras, para ver si estas cosas [son] así" (Hech 17:11). Es importante recordar que el texto inspirado es una cosa y nuestras interpretaciones son otra cosa, muy humanas y falibles. Es interesante que la interpretación bíblica no aparece entre los dones carismáticos. Eso viene por examinar el texto y hacerle preguntas, con mucha oración ( bene orare, bene studere,  decía Lutero).
Hermanos y hermanas, ¡Comprometámonos con Dios, con su Palabra, con la Iglesia y con nuestros pueblos en su cruda realidad!
Finaliza la entrevista. Agradecemos a Juan Stam por aceptar dialogar con nosotros y traernos aires del otro lado del charco que nos recuerdan la amplitud del pueblo de Dios.
 
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Fuente: ©Protestante Digital 2014

jueves, 13 de febrero de 2014

Estructura y tectónica de la personalidad en el Nuevo Testamento (I)

Por. J. M. González Campa, España*
En el Nuevo Testamento se trata ampliamente, y de una manera muy especial, el problema de la tectónica de la personalidad. Los autores novotestamentarios que más han aportado  sobre el tema que nos ocupa en este capítulo son Pablo, Lucas, Juan y Mateo. Es necesario destacar que el apóstol Pablo y el médico, historiador y evangelista Lucas tenían una gran influencia de la cultura griega. Eran, sin duda, grandes helenistas; también se ve la influencia del helenismo en el apóstol Juan, pero, según mi criterio, en menor cuantía. El denominado Evangelio de Lucas está escrito en  un griego tan exquisito que está considerado como uno de los tratados más bellos gestados en esa lengua y constituye una joya de la literatura universal. Para hablar de la estructura de la personalidad en el Nuevo Testamento, se emplean diversos términos que nos recuerdan la enseñanza viejotestamentaria; véase por ejemplo la enseñanza de Salomón en el libro de Proverbios, donde hablando de la esfera de la intimidad anímica, noética y pneumática utiliza el término corazón  para referirse a la esfera más profunda del ser humano: “Sobre toda cosa guardada guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Prov 4:23). Aquí el autor de Proverbios nos enseña dos verdades fundamentales para entender la economía biofisiológica del hombre (en sentido genérico) y el centro dinámico del funcionamiento anímico-pneumático ubicado en lo más profundo de la esfera de nuestra intimidad, y que regula todo lo que se deviene (pensamientos, sentimientos, impulsos instintivos) en “el fondo del ser” y  controla todas las actividades de nuestra vida.
Sobre la estructura o tectónica de la personalidad se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo más. En mi experiencia, en el campo cristiano he ido comprobando a lo largo de los años cómo  muchos creyentes hablan del alma, del espíritu y del cuerpo con escaso conocimiento de la significación psicológica y teológica que estos tres estratos de la personalidad significan en su realidad inmanente y trascendente. Es frecuente escuchar en alocuciones y predicaciones, o leer en tratados de teología, que el hombre es un ser tripartito, creado a imagen y semejanza de un Trino Dios. Esta concepción dicotomizada del ser humano no puede ser admitida por mí ni científica, ni teológicamente. El hombre es una unidad psicosomática y Dios es uno en el que hay varios (Elohim). No obstante hoy sigue pendiente un gran interrogante, que se traduce en esta pregunta trascendental: ¿Qué es el hombre? Se han dado muchas respuestas  desde campos de investigación y de estudio muy diversos. Desde mi punto de vista destaco tres que me parecen de gran relevancia:
  • El hombre es una incógnita
  • El hombre es una carga para si mismo y
  • El hombre es imagen y semejanza de Dios
Cada una de estas tres concepciones corresponde a un autor diferente. La primera es una interpretación antropológica del gran pensador, médico y biólogo  francés Alexis Carrel. La investigación en el campo de la antropología ha avanzado mucho, pero todavía quedan muchas zonas de obscuridad en el conocimiento del ser humano. Desconocemos cómo funciona el 80%  de nuestro cerebro, lo que conlleva un gran desconocimiento del funcionamiento integral de todo   nuestro ser. Pero lo que conocemos de la actividad económica (metabólica y psicológica) de un ser humano es tan extraordinario y maravilloso que nos desborda y fascina, hasta el punto de pensar que la razón metafísica de nuestra ontogénesis tiene que residir en el mismo corazón de una realidad trascendente a la que no podemos llegar por la vía de la razón y de la investigación científica, sino por la aquiescencia de la fe. Teniendo en cuenta el devenir humano, su antropogénesis y finitud metabiológica, llegamos a la conclusión, desde el punto de vista de la revelación bíblica, que venimos del mismo corazón de Dios y volvemos al mismo ámbito del ser trascendente.
Por  otro lado el libro de Job nos lanza un gran desafío  para introducirnos  en el estudio del psicoanálisis de la existencia. El profeta Jeremías realiza unas afirmaciones sobre el centro de la personalidad del hombre, a la hora de estudiar su estructura, que debemos tener en cuenta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso (heb-lit = desesperadamente malo. V. M.); ¿ quién lo conocerá? Yo Jehová que escudriño (en el N.T. = yo soy el que escudriña la mente y el corazón. Apoc. 2:23) la mente, que prueba el corazón.” (Jer 17: 9-10). Existen diversos métodos científicos  para llegar a conocer los contenidos noéticos y afectivos del corazón humano, pero aún las  investigaciones intrapsíquicas más eficientes, que sondean la esfera de nuestra intimidad psico-afectiva, no pueden alcanzar los estratos más profundos de nuestro ser. Hay contenidos reprimidos en los rincones más obscuros de nuestra alma a los que no pueden alcanzar los mejores sondeos científicos, desenmascararlos y elevarlos al campo yóico de nuestra mente es decir, hacerlos conscientes. El corazón del hombre como centro de nuestra realidad intrapsiquica o psico-pneumática (alma-espíritu) es la fuente primordial de la que brota la angustia que oprime nuestra existencia y constituye la fuente y el núcleo de la mayoría de nuestros trastornos mentales. Es el libro de Job el que nos presenta al hombre (varón /mujer) como una carga para sí mismo. En la confrontación dialéctica de Job con los amigos que vienen a intentar consolarle, y en un momento culminante de esa confrontación, uno de ellos, Elifaz, contesta a Job con una argumentación extraordinariamente profunda y existencialmente apasionante: “He aquí tú enseñabas a muchos y fortalecías las manos débiles; al que tropezaba enderezaban tus palabras, y esforzabas (heb= reforzabas) las rodillas que decaían. Mas ahora que el mal ha venido sobre ti, te desalientas (B.de J. = te deprimes); y cuando ha llegado hasta ti, te turbas (V.M. = estás desesperado)” (Job 4:3-5). Y mas adelante en el capítulo cinco, sigue argumentado Elifaz, en cuanto a la génesis de la angustia humana, y dice: “Porque la aflicción no sale del polvo, ni la molestia (heb=desdicha) brota de la tierra. Pero como las chispas (heb = los hijos de la llama) se levantan para volar por el aire, así el hombre (varón/mujer) nace para la aflicción (la versión de la Biblia de Jerusalen traduce de una forma magistral este, último texto: “es el hombre quién la aflicción engendra” Job 5:6-7.
Jesús de Nazaret nos enseñó cual era el centro intrapsiquico donde se generaba la conducta que contaminaba nuestra vida y cuales son sus contenidos; según el Evangelio de Marcos, decía “que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones ( del gr = inmoralidades sexuales, pornografía, prostitución, adulterio, etc.), los homicidios, los hurtos, la avaricia (del gr. = ansia de tener más y más ), las maldades, el engaño ( gr. = el dolor), la lascivia (el sentido en el griego es el desenfrenado instinto sexual, la desvergüenza, el libertinaje y, en definitiva, quitar el freno, quitar la vergüenza), la envidia ( lit = el mal de ojo ), la soberbia, la insensatez (se refiere a lo que se elabora a nivel inconsciente en cuanto a los trastornos mentales; naturalmente entre ellos está incluida la angustia, que es el núcleo a partir del cual se deviene cualquier alteración psicopatológica, que hará posible que el ser humano se vivencie, existencialmente, como una carga para sí mismo). Todas estas maldades (lit. = cosas malas) de dentro salen, y contaminan al hombre”.
El tercer punto en cuanto al interrogante ¿qué es el hombre? lo explicitábamos como que el hombre (varón/mujer ) es imagen y semejanza de Dios. Una vez más tenemos que recurrir al Antiguo Testamento para profundizar en la concepción antropológica del ser humano. En el capítulo primero del libro de Génesis, versos 26 y 27, leemos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre (Martín Lutero de una manera muy acertada, traducía hombres) a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza (el término hebreo empleado para imagen es celem, que se puede traducir por copia  y sobre todo por sombra; el término hebreo para semejanza es demut y se puede traducir por apariencia, similitud y correspondencia) y señoree (heb-lit=tengan ellos dominio) en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó (o le creó). En la Segtuaginta o  primera traducción al griego de la Biblia judía, se traduce varón por el término griego arsen=masculino y se traduce  hembra por el vocablo griego telu=femenino. Desde el punto de vista teológico el hombre es la sombra de Dios en el mundo. Y nada se parece más al original que su propia sombra. El Nuevo Testamento ratifica que, a pesar de la desestructuración amártica que el hombre experimentó al comer del árbol de la ciencia del Bien y del Mal (lo que se conoce de forma simplista como caida), se nos sigue recordando que fue creado a imagen y semejanza de Dios (Sant. 3:9).
Desde el punto de vista bíblico, y para mi también científico, el ser humano tiene vida desde el mismo momento de la concepción. Es el médico creyente Lucas, autor del primer tratado o evangelio que lleva su nombre, el que nos ilustra, en el siglo primero, de lo que antropológicamente  se deviene en el claustro materno donde está anidado el nuevo ser. Así, en el capítulo primero de este evangelio nos encontramos con el siguiente relato de evidente trascendencia antropológica: “En aquellos días,  levantándose María, fue de prisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías, y saludó a Elisabet. Y aconteció que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura (sexto mes de embarazo) saltó en su vientre; y Elisabet fue llena del Espiritu Santo, y exclamó a gran voz, y dijo: bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre. ¿Por qué se me concede esto a mi, que la madre de mi Señor venga a mi? Porque tan pronto como llegó la voz de tu salutación a mis oídos, la criatura (gr. brefos = embrión , feto) saltó de  alegría en mi vientre”. Hoy en día, y después de muchos siglos de investigación científica se  admite que el fruto de la concepción es capaz de recibir y vivenciar las emociones que le trasmite su madre. Los estudios ecográficos durante todo el periodo de gestación han puesto de manifiesto que el nuevo ser que va a nacer tiene una vida anímica y dinámica en el claustro materno. Aseveración extraordinaria hecha hace más de dos mil años.
Pero la Escritura aporta más datos de carácter antropológico ya desde la época de Moisés, más de 4000 años antes de  que Lucas escribiera su Evangelio. En el capítulo 25 del libro de Génesis hay un relato impresionante de la vida de los seres humanos en el útero materno. En Génesis 25:20-26 leemos: “Y era Isaac de cuarenta años cuando tomó por mujer a Rebeca… Y oró Isaac a Jehová por su mujer que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer, y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo? Y fue a consultar a Jehová; y le contestó Jehová: Dos naciones hay en tu seno, y dos pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será mas fuerte que el otro pueblo, y el mayor servirá al menor. Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos (bivitelinos) en su vientre.Y salió el primero rubio, y era todo velludo como una pelliza; y llamaron su nombre Esaú. Después salió su hermano, trabada su mano al calcañar de Esaú; y fue llamado su nombre Jacob.” Hoy en dia las técnicas más avanzadas para vigilar la vida del embrión y del feto nos muestran que a nivel fetal se observa cómo éste registra las emociones que le trasmite su madre, es capaz de vivenciarlas, de sonreir, de ¿derramar lágrimas? Observando a gemelos univitelinos o bivitelinos, se ha llegado a afirmar que mantienen una relación entre ellos; que pueden jugar o quizá luchar, como el caso que estamos explicitando. Siendo esto así, es inevitable hacerse esta pregunta, ¿cómo alguien hace más de seis mil años podía tener estos conocimientos? El Nuevo Testamento, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos dice: “Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obra. (Hechos 7:22). Esta referencia a Moisés es de la máxima importancia. Los egipcios desarrollaron conocimientos y técnicas científicas que aún hoy desconocemos. En el campo de la medicina eran muy adelantados para su tiempo: ¿Podría haber aprendido Moisés de ellos lo que pasaba en la vida de un feto en el vientre de su madre? No tenemos la respuesta, pero sí la constatación clara de que en la época de Moisés ya se tenía un conocimiento de lo que ocurría con un feto en su vida intrauterina.
Hay, en cuanto a la realidad vital y emocional de un ser en el vientre de su madre, aseveraciones asombrosas en la Revelación bíblica veterotestamentaria, que también son corroboradas por lo revelado en el Nuevo Testamento. Así en el libro del profeta Jeremías (su ministerio se extendió desde el año 625 a. de Cristo, hasta el año 586 a. de Cristo) leemos: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.” (Jer. 1:5). El contenido de este texto trasciende todas las posibilidades de nuestra capacidad intelectual, incluso cuando ésta está inspirada por el Espíritu de Dios. La relación del Ser (Dios) con el ser (hombre), se encuentra más allá de todo conocimiento y  de toda sabiduría. La biblia no participa de la concepción platónica de la reencarnación y la preexistencia del alma antes de encarnase en un ser, pero yo creo que lo que encontramos en el texto de Jeremías es una realidad inefable y trascendente que nace y se deviene, como diría A.T. Robinson, en la misma interioridad de Dios. En el Salmo 8, David afirma (mucho tiempo antes de lo escrito en el libro de Jeremías): “De la boca de los niños (heb=niñitos) y de los que maman (heb.=lactantes), fundaste la fortaleza ( heb. =baluarte-bastión), a causa de tus enemigos.” Resulta maravilloso que este texto fuese citado por el mismo Jesucristo en su entrada triunfal (el domingo que llamamos, conforme a la tradición, “Domingo de ramos”) según se nos narra en el evangelio de Mateo 21:14-16: “ Y vinieron a él en el templo ciegos, y cojos, y los sanó. Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos ( gr. = paidos-niño menor de siete años) aclamando en el templo y diciendo:¡Hosanna al hijo de David! se indignaron, y le dijeron:¿Oyes lo que estos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños (gr.-nepion=niño que no habla) y de los que maman perfeccionaste la alabanza? ¡Extraordinario! Aquí encontramos la más profunda comunicación entre Dios y los niños a nivel inconsciente o subliminal. Es el mismo David, el que en el excepcional Salmo 139, nos explicita la más profunda relación entre Dios y el ser humano, tanto a nivel consciente como a nivel embrionario. Este salmo nos habla de la omnisciencia, omnipotencia y omnipresencia de Dios. Y en él parece que David tiene conciencia de todo lo que Dios ha realizado en su vida, aún estando en el claustro materno: “¿A donde me iré de tu espíritu? ¿Y a donde huiré de tu presencia?…  Porque tu formaste mis entrañas (heb=riñones como sede de afectos y pasiones); tú me hiciste (heb. tejiste=formación de los tejidos de un ser) en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras (en le VLA se traduce: “Te alabaré porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras.” Algunas versiones antiguas traducen “he sido hecho por eres tú”); estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien. No fue encubierto de ti mi cuerpo (heb. literal=mis huesos), bien que en oculto fui formado, y entretejido (Pitt=bordado con la mayor habilidad, implica creación de venas, músculos, tendones, nervios, etc.) en lo más profundo de la tierra. Mi embrión (el término hebreo significa el ser inacabado, y la Versión Moderna lo traduce por “imperfección”. El embrión ya en la antigüedad lo designaba Eutimio como “la gota coagulada”, que hoy denominamos “mórula”, antes de que se formen los miembros del cuerpo. Se emplea para “embrión” el mismo término que para enrollar el manto (2ª Reyes 2), por tanto el sentido del embrión sería el enrollamiento de las tres hojas blastodérmicas) vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas (¿el código genético?) todas aquellas cosas que fueron luego formadas sin faltar una de ellas. (Sal 139:7-16). ¿Cómo podía David tener memoria de estas realidades intrauterinas, que se devenían a nivel estructural, anatómico, fisiológico, histológico y genético?
En el Nuevo Testamento encontramos una experiencia semejante en la persona del apóstol Pablo, cuando escribiendo a los Gálatas, dice: “Pero cuando agradó (el término griego literal es tuvo a bien) a Dios, que me apartó (gr. separó) desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, para que yo le predicase (gr. evangelizase) entre los gentiles”. (Gal 1 : 15-16). Nos encontramos con que parece tener una conciencia clara de una relación con Dios, a nivel subliminal y durante el periodo de su existencia intrauterina.

*  J. M. González Campa. Licenciado en Medicina y Cirugía. Especialista en Psiquiatría Comunitaria. Psicoterapeuta. Conferenciante de temas científicos, paracientíficos y teológicos, a nivel nacional e internacional. Teólogo y escritor evangélico. Autor de varias publicaciones en el campo científico, sociológico y teológico. Ha desempeñado diversos cargos de la más alta responsabilidad dentro del campo de la Asistencia psiquiátrica y de la Salud Mental en su región natal, Asturias, así como en otras partes de España. Es fundador y Presidente de Honor de la Asociación para la Defensa de los Enfermos Psíquicos Asturianos (ADESA). Ha sido profesor de Honor de la Universidad de Oviedo y profesor de Psiquiatría de la Escuela de Asistentes sociales de Gijón. Pertenece a distintas sociedades científicas y es socio-fundador de Socidrogalcohol (Sociedad científica para el estudio del alcoholismo y las otras drogodependencias).

Fuente: Lupaprotestante, 2014.

domingo, 9 de febrero de 2014

¿Ha muerto la teología de la liberación?

Por.  Luis Rivera-Pagán*
“A lo largo de todo el Antiguo Testamento [Dios] llamó profetas como Isaías, Amós… y otros para que denunciaran las injusticias sociales, la explotación… Los eclesiásticos que pretenden evadir la grave responsabilidad de comprometerse con la dura labor de librar a Puerto Rico de todas sus opresiones… están presentando al pueblo un Cristo falso.” (Puerto Rico, supervivencia y liberación, Antulio Parrilla Bonilla)
A principios de esta década visitó Puerto Rico una de las figuras cimeras de la teología latinoamericana, Gustavo Gutiérrez. En una extensa e intensa conversación que sostuvo con dos sacerdotes católicos – los frailes Ángel Darío Carrero y Mario Rodríguez León – y dos intelectuales protestantes – Samuel Silva Gotay y este servidor – surgió una pregunta que viene rondando desde hace varios años: ¿Ha muerto la teología de la liberación? ¿Ha perecido a causa de las represiones eclesiásticas, la crisis del “socialismo realmente existente” (como entonces se le tildaba) y la aparente victoria del neoliberalismo financiero y globalizante?
Tras el revuelo que han suscitado las últimas declaraciones del papa Francisco, sobre todo sus contundentes críticas a lo que ha catalogado de “economía de la exclusión y la inequidad”, “idolatría del dinero”, “economía sin un rostro… humano”, en la que “grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida…” la pregunta resuena nuevamente con cierta urgencia: ¿Ha muerto realmente la teología de la liberación?
Me parecen erradas las predicciones prematuras y generalmente interesadas de su disolución.  Más bien, lo que acontece es una diversificación de temas y perspectivas que no abdican la hermenéutica teológica liberacionista. Ciertamente, la intuición clave de “opción por los pobres” se ha fragmentado, al calor de la valoración de las identidades y subjetividades particulares (género, raza, etnia, nacionalidad, cultura, orientación sexual), pero el resultado ha sido el fortalecimiento crítico de la perspectiva liberacionista, no su eliminación. Además, las fuentes matrices originales de la teología de liberación transcurren actualmente por un proceso de reforzamiento por las siguientes razones.
Primero, la persistencia tenaz de la pobreza y las asimetrías socioeconómicas, incrementadas por la globalización neoliberal y la hegemonía planetaria del sistema capitalista de mercado que pretende transmutar, a manera de un avaro rey Midas, todo lo que toca en lucro. Sus más devotos feligreses han augurado el fin de la historia, frase enigmática cuya oculta semántica preconiza la permanencia de un sistema económico que valora el cálculo de ganancias sobre la promoción humana equitativa y que para garantizar su dominio no vacila en emplear distintas modalidades de violencia imperial. Vivimos en un período histórico donde las desigualdades sociales se incrementan gracias al poder con pretensiones omnímodas del capitalismo financiero, hegemónico en nuestra era posmoderna. Es una nueva configuración de potestad global que requiere de nosotros, por consiguiente, novedosas reflexiones teóricas críticas.
Segundo, la rebeldía de los excluidos y empobrecidos, que reclaman un orden social alternativo y forjan nuevas instancias de resistencia. Ciertamente, son variados los postulados de reivindicación de los diversos movimientos sociales. Hay quienes repudian la miseria a la que intenta destinárseles, otros reclaman el reconocimiento de la plena dignidad de su raza, sexo, identidad cultural, nacionalidad u orientación sexual. Bien ha escrito Boaventura de Sousa Santos: “Son múltiples las caras de la dominación y de la opresión… Siendo múltiples las caras de la dominación, son múltiples las resistencias y los agentes que las protagonizan…” Esas distintas trincheras confieren complejidad teórica y práctica, pero también amplían las fronteras de los imaginarios utópicos que incentivan la resistencia social. Desde el sofisticado vínculo que Cornel West  teje entre su lectura de Marx, el pragmatismo filosófico norteamericano y las tradiciones culturales de las iglesias afroamericanas (Prophesy Deliverance! An Afro-American Revolutionary Christianity, 1982) hasta la fascinante convergencia que concibe el nicaragüense Jorge Pixley entre los estudios históricos críticos de la Biblia, las teologías latinoamericanas liberacionistas y la filosofía anglonorteamericana del proceso, inspirada por los escritos de Alfred North Whitehead y Charles Hartshorne (Biblia, teología de la liberación y filosofía procesual: el Dios liberador en la Biblia, 2009), las teologías de la liberación se niegan a acatar las condenas y anatemas que tantas jerarquías eclesiales le han proferido, en estrecha consonancia con poderes muy profanos y seculares. Sin olvidar los desafíos liberacionistas obscenos y pervertidos, sus términos, de la argentina Marcella Althaus-Reid y su perturbador texto – Teología indecente: Perversiones teológicas en sexo, género y política (2005). Todo este caleidoscopio teológico suscita una transformación radical de la manera de ser iglesia en la historia. No se trata sólo de preconizar la “opción por los pobres”, sino de reconfigurar el pensamiento y la praxis eclesial desde la perspectiva de y la solidaridad con los diversos rostros de los excluidos y marginados.
Tercero, la recuperación, por parte de muchos cristianos, de la desafiante tesitura profética de las tradiciones bíblicas. Por más que se intente domesticar la fe cristiana, es imposible silenciar las memorias subversivas que anidan en sus textos y tradiciones más íntimas. El evangelio, como ha escrito el teólogo español José María Castillo, es “el recuerdo peligroso de la libertad que cuestiona todas nuestras opresiones, nuestros miedos, nuestros desalientos, nuestras cobardías y también nuestras seguridades. Por eso el Evangelio es memoria subversiva, que nos descubre horizontes insospechados de libertad y autenticidad. Sólo así podremos recuperar el significado y la práctica de la Religión de Jesús.” Las teologías de liberación, de orígenes muy diversos y múltiples talantes resignifican y recontextualizan esas memorias rebeldes. Es ahí donde se encuentra su peculiar ruptura epistémica. A pesar del optimismo imperial de controlar el imaginario posible de los pueblos, se vislumbran, incluso en círculos pentecostales, por tanto tiempo ajenos a los disturbios sociales y políticos, señales de una reconfiguración liberadora y profética de la teología.
Por último, retumba vigorosa la acuciante conciencia de que Dios aún importa. En el interior de los conflictos sociales, políticos y económicos que trastornan nuestras vidas, se encrespa vigorosa la “batalla por Dios”, como tan aptamente la cataloga Karen Armstrong. Dios, en este contexto, es repensado no como trascendencia impasible e inmutable, sino, a la manera bíblica, como Quien escucha con esmero y compasión el clamor de los oprimidos y excluidos. Cuando las miserias sociales que afligen la vida comunitaria se hacen intolerables, la memoria del Dios liberador irrumpe dramáticamente. Como categóricamente afirma el documento sudafricano Kairós: “A través de toda la Biblia Dios aparece como el libertador de los oprimidos.” Más allá de las disputas interminables entre el secularismo recalcitrante y el fundamentalismo religioso, el texto paradigmático de emancipación social vuelve a resonar vigorosamente: “Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo…” (Deuteronomio 26: 6-9).
Quizá estamos en vísperas del resurgir airoso de las teologías de liberación, acentuando esta vez su innegable y rica pluralidad. Si esta predicción expresa solo la ingenua ilusión de quien escribe estas líneas o si augura un proceso histórico viable y significativo, sólo el tiempo lo dirá. Por ahora me refugio en la afirmación de uno de mis escritores israelíes predilectos…
“The Bible… unlike the books of other ancient peoples, was… the literature of a minor, remote people – and not the literature of its rulers, but of its critics… The prophets of Jerusalem refused to accept the world as it was. They invented the literature of political dissent and, with it, the literature of hope.” (Jerusalem: Battlegrounds of Memory, Amos Elon).

 *Luis Rivera-Pagán. Profesor emérito del Seminario Teológico de Princeton. Es autor de varios libros, entre ellos, Evangelización y violencia: La conquista de América (1992), Entre el oro y la fe: El dilema de América (1995), Mito exilio y demonios: literatura y teología en América Latina (1996), Diálogos y polifonías: perspectivas y reseñas (1999), Essays from the Diaspora (2002), Fe y cultura en Puerto Rico (2002) y Teología y cultura en América Latina (2009).

Fuente: Lupaprotestante, 2014.

domingo, 2 de febrero de 2014

El precio de la Tierra prometida

Por. José Segovia Barrón, España*
“Todo el mundo tiene un precio”, dice la publicidad de la película “Tierra prometida” –ahora publicada en DVD–. La mirada bucólica y serena de Gus Van Sant a un campo en crisis, nos presenta a un Matt Damon atrapado en un paraíso desolado. Carreteras solitarias, casas desvencijadas y rótulos de neón, son los signos recurrentes de  un itinerario fantasmal, en busca de la Tierra Prometida.
“No soy un mal tipo”, dice Steve Butler. El personaje de Damon representa la cara amable del capitalismo. Es alguien que realmente cree que la industria es la salvación del campo. Ha venido a este pueblo de la América profunda con su pragmática colega –la inteligente señora Coen, Frances McDormand, más contenida aquí que lo habitual–, para conseguir que su compañía pueda perforar el suelo de estas granjas, por la técnica conocida como “fracking” –fracturación hidráulica que extrae el gas a alta velocidad, al atravesar la tierra con agua y químicos–.
El problema ecológico que esto produce, no es más que el trasfondo del dilema de un protagonista desgarrado por contradictorios sentimientos de amor y odio hacia sus orígenes. Su aparente sinceridad no es más que una fórmula bien ensayada para ganar la confianza de los lugareños. Lo primero que hace al llegar a un motel, es olvidarse del traje y de la corbata, ponerse las viejas botas de su abuelo y comprarse unas camisas de franela, que vayan a juego con el antiguo Ford Bronco lleno de barro, que ha alquilado para la ocasión.
El personaje de Damon cree que hace bien su trabajo. Se camufla con el ambiente, pero ha repetido tanto sus trucos, que le empiezan a sonar infantiles y algo superficiales. Cada vez que llega a una granja donde hay un niño jugando, Steve le pregunta: “¿Eres tú el dueño de este sitio?” Cuando el chaval le contesta confuso que no, él siempre dice: “Entonces, ¿por qué haces tú todo el trabajo duro?”…
¿Demasiado bueno para ser cierto?
Conocemos al protagonista durante una entrevista con un ejecutivo de la empresa para la que trabaja –una poderosa compañía energética–, intentando conseguir un puesto más alto en la jerarquía; es decir, mayor sueldo. El cree que su éxito profesional se debe a su pasado, puesto que se crió en una granja de un pueblo pequeño.
Los dos trabajan metódicamente una lista de direcciones, explotando sus experiencias personales, hasta arrinconar al residente, que acaba firmando, bloqueado, sobre la línea de puntos. Es así cómo los humildes habitantes de una localidad le venden su futuro, creyendo que van a ser millonarios sin esfuerzo alguno. “¡Es como jugar a la lotería!”, dice. Aunque también tiene sus riesgos, como muestra el viejo profesor de instituto –interpretado por el veterano Hal Holbrook–, que sabe más de lo que aparenta.
Todo parece demasiado bueno para ser cierto. Y probablemente lo es, pero ¿qué es bueno y qué es cierto? La breve historia de Dave Eggers –que iba a ser el debut como director de Matt Damon, en su tercera colaboración ya con Van Sant–, nos presenta a alguien dividido entre su fascinación por Rosemarie DeWitt –una inteligente y solitaria maestra de escuela, que ha dejado la ciudad– y la rivalidad de un dudoso ecologista –interpretado por el propio autor de los diálogos con Damon, John Krasinski–.
En la competición, Steve se ha encontrado esta vez con alguien más listo y encantador que él, que aparece de repente con un montón de fotografías que ilustran la pesadilla de los letales efectos contaminantes que puede traer el proyecto. Lo que pasa es que ambos se comportan como vendedores. Uno armado de incendiarias evidencias científicas y otro averiguando el precio del alcalde. Es por eso que el discurso de esta película no es nada panfletario. Todo es sutil en una historia donde los actores parecen decir más con los ojos que con las palabras.
Cine para pensar
Es raro ya encontrar películas como ésta, que pasan algo desapercibidas en medio de la saturación de la cartelera que llena los centros comerciales. No son grandes producciones de Hollywood, llenas de efectos especiales, pero tampoco cumplen los falsos criterios de autor del llamado cine independiente. Nos recuerda historias de otra época, cuando la América de Rockwell inspiraba la solidaridad de las fábulas de Capra, pero sobre todo la soledad del cine de los setenta, cuando el individuo se enfrenta a todo tipo de conspiraciones, buscando su lugar en el mundo.
Su ambiguo mensaje ecológico ha provocado el rechazo de aquellos que esperaban una película de denuncia. Los que aprecian el cine de autor, la han desdeñado como uno de los productos comerciales que hace Van Sant, para financiar sus obras más experimentales, como si esta no fuera también una opción personal. Muchos se preguntan cuál es la tesis de esta modesta historia, aparentemente pequeña, cuya mirada llana no tiene necesidad de engolar la voz, ni subrayar los temas.
El centro neurálgico de la trama está en la conciencia del protagonista, que empieza a cuestionar sus métodos e identificarse con las personas. Su astuto e inesperado golpe de efecto de guión, no te evita la tarea de escudriñar en el fondo, navegar en sus sutilezas y dejarse iluminar por los gestos de sus personajes. Como una buena pintura, necesita un ejercicio de introspección. Es una película sensible, que da bastante que pensar, muy sorprendente.
El mundo importa
Van Sant nos habla de cuestiones permanentes, como el valor de la tierra, el orgullo de la herencia, la dignidad del trabajo y el legado que dejamos a nuestros descendientes. Cuando Dios miró la creación que había hecho, la consideró “buena en gran manera” (Génesis 1:31). La creación no es un simple escenario para la salvación de las almas. Dios ama el mundo material y le importa.
En el pensamiento greco-romano, lo bueno es el alma o el espíritu. El mundo físico es algo débil, corrupto y contaminante. Para los judíos, sin embargo, la materia era algo bueno. Dios hizo el mundo con sus colores, sabores, luces y sonidos. El creó todas las formas de vida. Dios ha hecho tanto el alma como el cuerpo.
Los judíos no veían la salvación como la liberación del cuerpo y la materia. Para ellos, la muerte era una tragedia. No era escapar del mundo material, como para los griegos, sino que muchos en los días de Jesús esperaban la resurrección en la carne de los justos, cuando Dios renovara todo el mundo, quitando todo sufrimiento y muerte.
Fuera de la Biblia, la resurrección no es sólo imposible, sino indeseable. Ningún alma que se hubiera liberado del cuerpo, quisiera volver a él. Incluso para aquellos que creían en la reencarnación, el regreso a la vida corporal no significaba otra cosa que el hecho de que el alma no había sido liberada todavía del cuerpo. El propósito era librarse de la realidad material y física.
Para los cristianos, la salvación no es la liberación del cuerpo. En vez de ver la materia como una ilusión (orientalismo), o una copia temporal del mundo ideal (Platón), el cristianismo nos presenta la fe más materialista del mundo. El propósito de nuestra vida no es una existencia desencarnada, sino un mundo restaurado. La resurrección de Jesús nos promete una nueva tierra, donde habita la justicia (2 Pedro 3:13).
El futuro de la tierra
Este mundo no es un mero decorado para la historia de la salvación. Hay un llamado a la conversión y al perdón, pero también el anuncio de la renovación de este mundo con el fin de la enfermedad, la pobreza, la injusticia, la violencia, el sufrimiento y la muerte. Dios nos promete, por la resurrección de Cristo, un cielo y una tierra renovada, donde ya no habrá contaminación posible (Apocalipsis 21).
Jesús no es simplemente salvado en espíritu, sino resucitado en la carne (1 Corintios 15). La idea de una resurrección individual en medio de la Historia, mientras el resto del mundo continúa sufriendo enfermedad, decadencia y muerte, era para los judíos inconcebible. Para los griegos, era algo irrisorio (Hechos 17:32), pero para los judíos, era incomprensible. Es por eso que la esperanza cristiana no es griega, ni judía, sino cristiana.
La resurrección de Cristo nos muestra que este mundo importa. Nuestra vida y este mundo, tiene un precio: la sangre del Cordero. Por esa preciosa sangre, podemos ser redimidos (1 Pedro 1:19). Nuestra liberación es pagada por un precio. Somos comprados con su sangre, siendo redimidos para Dios (Apocalipsis 5:9). “Todos tenemos un precio”, pero Él lo ha pagado una vez y para siempre. En ese nuevo mundo por eso, todos cantan la gloria del Cordero, que está sentado en el Trono.
Ahora bien, no sólo aquellos que han sido comprados por su sangre, adoran al Cordero. “Todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay”, oyó Juan decir: “Al que está sentado en el Trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (v. 13). Ese es el sonido de la Tierra Prometida.

* José de Segovia Barrón (Madrid, 1964) es periodista, teólogo y pastor de la Iglesia Evangélica del barrio de San Pascual de Madrid y presidente de la Comisión de Teología de la Alianza Evangélica Española. Licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense, estudió teología en la Universidad de Kampen (Holanda) y la Escuela de Estudios Bíblicos de Welwyn (Inglaterra). Es profesor del Facultad Internacional de Teología IBSTE en Castelldefels, el Centro Evangélico de Estudios Bíblicos (CEEB) de Barcelona y la Facultad de Teología Protestante UEBE en Alcobendas (Madrid). Escribe una columna semanal los martes para Protestante Digital y ha escrito libros sobre arte y fe (Entrelíneas, Consejo Evangélico de Madrid, 2003), Ocultismo (Andamio, 2004), Historias extrañas sobre Jesús y El príncipe Caspian y la fe de C. S. Lewis (Andamio, 2008), Huellas del cristianismo en el cine (Consejo Evangélico de Madrid, 2010) y El asombro del perdón (Andamio, 2010).

Fuente: Lupaprotestante, 2014.