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lunes, 30 de noviembre de 2015

El Dios misionero del A.T.



Si la misión se entiende en la amplia perspectiva multi-dimensional de "misión integral", el AT ofrece las bases indispensables para todo el mensaje misionero de ambos testamentos.
Por. Juan Stam, Costa Rica
Si creyéramos que "misión" significara, exclusivamente, evangelización trans-cultural (envío a otros países o culturas para llevarles al conocimiento del Dios verdadero), tendríamos que confesar que el AT nos ofrece poco o nada de tal mensaje misionero. Ya hemos analizado el uso del término "envío" en el AT y hemos mencionado la conclusión de David Bosch: en el AT Dios envía a sus siervos para casi todo, menos el de ir a otras culturas para convertir a otras gentes [Bosch 1991:17].[8]
También H.H. Rowley, después de analizar una amplia gama de pasajes (aparte de los cánticos del Siervo Sufriente) concluye que "en ninguno de estos pasajes se considera a Israel como agente activo entre las naciones para llevarles el nombre y la adoración de Dios", pues "no aparece ninguna idea de un propósito misionero de Israel" [Rowley 1944:36,40].
En cambio, si la misión se entiende en la amplia perspectiva multi-dimensional de "misión integral", el AT ofrece las bases indispensables para todo el mensaje misionero de ambos testamentos. El Dios de las escrituras es un Dios que está constantemente enviando a seres humanos para llevar adelante los intereses de su Reino, de su soberana voluntad de bien para toda su creación. "'Misión", bíblicamente entendida, es toda tarea a la cual el único y soberano Dios envía a hombres y mujeres a realizar en la historia.
El Dios del AT es un "Dios enviador", un Dios misionero.
Como hemos visto antes, envía a su Palabra y su Espíritu; envía a José, Moisés, y los jueces; envía a sus profetas en sus tareas ético-históricas. Como Señor de la historia, envía también a Senaquerib, Nabucodonozor y Ciro. Y al fin, envía a su Siervo Sufriente en una definitiva misión salvífico-liberadora. En todo eso vemos que Yahvéh es el Dios que a través de los siglos impulsa y coordina la misión integral de su pueblo, y algunos que ni son de su pueblo.
La creación es el punto de partida más importante para esta visión de misión integral. Porque Yahvéh es el Creador de toda la tierra y toda la humanidad, todos los pueblos han de llegar a conocerlo. Porque Dios es Creador, como enseñan tantos pasajes del AT, es el Señor de toda la vida y de todas las naciones. Porque el AT nos enseña que Yahvéh es el Creador de todo, el NT podrá enseñarnos que el Hijo ha muerto por todos y nos envía a todos para compartir con otros el mensaje de redención.
El teólogo evangélico Bernard Ramm ha expresado con gran claridad este nexo vital entre creación y misión:
Es en la teología de la creación donde encontramos la raíz definitiva de una teología de la evangelización. ...Podemos evangelizar con integridad moral sólo en la medida en que tengamos una profunda teología de la evangelización, y esa teología de la evangelización comienza con una teología de la creación [1978:1].
Ramm pregunta, ¿qué derecho tiene el evangelizador para presentarse ante el otro con un mensaje divino y único? ¿Cómo podemos, con integridad, atrevernos a hacer tal cosa?
Ramm señala que los profetas, precisamente cuando el prestigio nacional de Israel era nulo, fundamentaban su autoridad para profetizar sobre cualquier nación del mundo en el hecho de que Yahvé es el Creador de toda la tierra y de todos los pueblos. Los profetas afirmaron que Dios, por ser Creador y Juez de todas las naciones, había enviado a Asiria y a Babilonia para castigar a Israel por sus pecados.
Al comprender que Yahvé es Dios de justicia sobre todas las naciones, su poder se llega a entender como universal y se "cosmifica" más que nunca antes. Dios envía sus mensajeros a toda la creación, no porque su pueblo tuviera cualidades superiores a los demás pueblos, sino porque todo el universo es de Dios por derecho de creación y redención.
Mervin Breneman, en una valiosa serie de artículos en la revista Misión, ha destacado también esta fundamentación de la misión en la creación. "La creación de todo el mundo y de toda la humanidad por parte de Dios significa que todos deben sujetarse a su soberanía (Sal 24.1-2; Ef 3.8-11) [1986:75]. Los profetas, comenta Breneman, subrayan que Dios es soberano en la historia de todas las naciones, de modo que el Pueblo de Dios tiene la responsabilidad de llegar con la Palabra de su Señor a todos los pueblos de la tierra [1984:28].
Este Dios, Creador del universo, es Dios de amor y compasión. En esta enseñanza del AT nace el pulso vital del corazón misionero, que llegará a toda su fuerza conmovedora ya con el mensaje del NT. Esa infinita compasión divina se manifiesta en la elección, por gracia, del mismo Israel (Dt 7.6-8; Ezq 16.4-7) y en su voluntad benéfica hacia todas las naciones (Gn 12.3). El libro de Jonás termina con una declaración lindísima de ese amor compasivo del Dios misionero:
Tuviste tu lástima de la calabacera...¿Y no tendré yo piedad de Nínive, aquella gran ciudad donde hay más de ciento veinte mil personas que no saben discernir su mano derecha y su mano izquierda, y muchos animales?[9]
Porque Yahvé es el Creador del universo y el Señor de la historia, y porque su compasión redentora alcanza a todos los pueblos, las escrituras hebreas llegan a afirmar que un día todas las naciones llegarán a adorarlo. Este es un tema recurrente en los Salmos (22.27; 67.2-4; 96.1-9; 117) y llega a su máxima expresión en las visiones de Isaías 40-66. Yahvéh traerá justicia a las naciones (42.1-6; 51.4; cf 60.3) y salvación a todos los términos de la tierra (45.21s; 49.6) Sin embargo, lo que no aparece en el AT, ni aún a finales, es una comisión al pueblo de Israel para ir a las naciones y convertirlas. Hay un mensaje de misión integral, pero no hay en el AT un llamado a Israel para la evangelización trans-cultural. Johannes Blauw y otros han señalado que la visión misionera del AT no es centrífuga (enviar a Israel a ir a las naciones) sino centrípeta (esperar que las naciones vengan a Jerusalén).[10] Tampoco es el esfuerzo de Israel que traerá a las naciones a Jerusalén, sino la acción exclusiva de Dios al fin de los tiempos.
David Bosch destaca este aspecto muy enfáticamente:
Israel, sin embargo, no saldría a las naciones. Tampoco llamaría expresamente a las naciones a creer en Yahvéh. Si vendrán, será porque Dios las traerá. Así las cosas, si hay un "misionero" en el AT, es Dios mismo quien, con su acción escatológica por excelencia, traerá las naciones a Jerusalén para adorarle ahí junto con el pueblo de su pacto [1991:19]·.

NOTAS
[8] Algunos evangélicos han afirmado que Pablo da menos énfasis o ninguno a la encarnación y al Reino de Dios, y concluyen que esos temas pertenecen sólo a una primera etapa de la fe cristiana. Pero olvidan que Pablo fue el primer escritor del Nuevo Testamento; todos los evangelios fueron escritos después de sus epístolas. Por lo tanto, estos temas sin duda estuvieron presentes antes de Pablo y a la vez mantuvieron su vigencia despúes de él, ya que son centrales en los cuatro evangelios, posteriores a Pablo, y encuentra su más clara expresión en Juan, probablmente a finales del primer siglo.
[9] El término "kenosis" viene del verbo griego (ekénosen) traducido "se despojó" en Fil 2.7. Su significado literal es "vaciarse"; ver Nelson 1989:632.
[10] Vale la pena señalar el lenguaje de "anonadamiento" (hacerse "no-nada") no sólo en Fil 2.7 sino también en 1 Cor 1.28 ("lo que no es") y Mt 16.24 (negarse a sí mismo).

Fuente: Protestantedigital, 2015

domingo, 29 de noviembre de 2015

Feminismo vs. Igualdad



Mujeres, necesitamos a los hombres. Hombres, necesitáis de las mujeres, porque fuimos creados para complementarnos y juntos trabajar por un futuro mejor.
Por. Génesis Yélamo, España
Como esta semana se ha celebrado la Lucha contra la violencia de género han habido diferentes manifestaciones de grupos que se ven comprometidos con esta causa. Uno de ellos es el grupo feminista, entonces ha sido una semana donde me he cansado de leer posts sobre su filosofía. "Feminismo", según ellas, significa igualdad (pero no sé, la palabra feminismo no me parece un nombre muy neutral frente al hombre...).
Si hacemos un recorrido histórico no podemos negar que a la mujer se le denegó ciertos roles y posiciones, durante mucho tiempo estuvo limitada a la crianza y mantenimiento del hogar. Durante muchos años la mujer estaba en un segundo plano opacada por la figura de algunos hombres y su filosofía machista. Han pasado años en que se ha luchado por el reconocimiento de la autonomía de la mujer, su capacidad y habilidad a la par que la de un hombre. Pero creo que se nos ha pasado el arroz.
¿Ahora porqué se lucha? Me doy cuenta que ya no se lucha por el reconocimiento de nuestra autonomía. Porque considero que a menos en nuestra sociedad ya esos esquemas se han cambiado (salvo grandes excepciones). Pero creo que ahora simplemente hemos cambiado la cara de la moneda, ahora es la autoridad de la mujer sobre el hombre. Ya cada vez hay menos hombres con posiciones de autoridad en las series, películas, libros... ahora son todas mujeres. ¡Y no está mal! pero... seamos honestos... ahora el papel del hombre se quiere denigrar dejándolo en segundo lugar.
Algo así como una venganza. Ya que los hombres han estado "mandando" durante tanto tiempo, ahora les toca sufrir y a nosotras mandar. Ahora se lucha por los derechos de la mujer, derechos, derechos y más derechos... Que muchas veces dejan sin la mínima oportunidad al hombre. Creo que las que luchan por que la mujer sea "como hombre" se menosprecian a sí mismas, ellas mismas ven a la mujer como débil. Hay grupos que rechazan nuestra vena sensible, que creamos en el amor, que queramos ser madres, cuidar de nuestro hijos, amar fielmente a nuestros maridos etc... hay grupos que ven esto como "inapropiado" en su agenda del poder supremo de la Mujer.Pero simplemente es nuestra esencia como mujeres.
Hay hombres que son maltratados, castrados psicológicamente, que se les castiga sin ver a sus hijos...etc...pero nadie dice nada. Muchas veces judicialmente tiene mas valor la palabra de la mujer que la del hombre. Y si en algún momento la balanza se inclina hacia el hombren se acusa de machismo.
Jesús cree en la igualdad. En la igualdad donde tanto el hombre como la mujer son importantes (Gal.3:28) En la cultura de Jesús, ni el hombre es mayor que la mujer pero tampoco la mujer es mas importante que el hombre. Luchemos por una sociedad como en el Reino de los Cielos, en derechos igualitarios, en una visión de complementos no de enemigos.
Mujeres, necesitamos a los hombres. Hombres, necesitáis de las mujeres, porque fuimos creados para complementarnos y juntos trabajar por un futuro mejor. Como mujer quiero ser madre, quiero formar un hogar junto a mi marido, y esto no es debilidad, simplemente sigo mi instinto como mujer. Soy sensible pero también soy trabajadora, puedo ser una autoridad, ser la mejor en mi área laboral y tener un gran reconocimiento por mis logros.
En vez de defender tanta discusión por la supremacía de la mujer , porque es que somos diferentes queramos aceptarlo o no, luchemos por los valores de la tolerancia, el buen trato, cambiar la visión de que somos seres opuestos y brindemos por el amor, la armonía dentro de nuestra identidad.
Si tienes dudas, el plan de Dios es de complementarnos. En Génesis 1:26-28 Dios habla en plural: fructificad, multiplicaos, llenad la tierra, juzgadla, señoreadla etc... En plural, porque estamos juntos en esta aventura, el papel de autoridad es concedido a ambos, no sólo al hombre ni sólo a la mujer. Juntos somos perfectos.
                          
Fuente: Protestantedigital, 2015.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Lutero y la Reforma



En su desarrollo histórico la Reforma como institución y también su fundador derivaron hacia posiciones menos amables, al dar entrada en sus filas a príncipes y otros políticos ambiciosos.
Por. Juan Antonio Monroy, España
Recibo un correo electrónico donde se me pide que escriba un artículo sobre Martín Lutero para ser incluido entre los que se van a publicar para conmemorar el año 2017 el 500 aniversario del nacimiento de la Reforma Protestante.
Nada más lejos de mí.
Admito la gran influencia que tuvo la Reforma en pueblos como Alemania, Inglaterra y países escandinavos.
Admito que la Reforma fue, sólo en parte, el renacimiento del Cristianismo primitivo. Admito que la Reforma fue, también sólo en parte, la reacción de un Cristianismo más evangélico que la Iglesia católica había abandonado o alterado.
Admito que la Reforma fue una doctrina que, al destruir el poder Vaticano, emancipó al cristiano de la teología partidista impuesta por el papado.
Admito que la Reforma, con su dogma fundamental de que la salvación depende de la fe en Jesucristo, abrió las puertas a unos principios bíblicos del Nuevo Testamento que habían sido enterrados por la cúpula de Roma.
Admito que la misión de la Reforma no era resucitar los dogmas profesados por San Pablo y San Agustín, sino dar un paso fuera del cristianismo histórico.
Admito que entre los reformadores hubo auténticos hombres de Dios, hombres piadosos que se enfrentaron valientemente a los abusos y tiranía del pontificado.
Admito que la Reforma devolvió al pueblo la Biblia que Roma tenía secuestrada, traduciéndola y publicándola en la lengua que hablaba el común de la gente. A esta iniciativa se debe que hoy tenga a mano derecha de la mesa sobre la que escribo un ejemplar de la Biblia en mi propio idioma, versionada por el reformador español Casiodoro de Reina en 1569, 35 años después de que Lutero concluyera su traducción de la Biblia entera.
Admito que la Reforma cambió el panorama religioso, político, militar, social y económico de Europa.
Admito que todo lo que tuvo de turbulenta la Reforma se debió a la situación religiosa y política de aquella Europa, a las peleas entre reyes, a la ambiciones de poder.
Admito que el Luteranismo es actualmente una respetable y respetada religión, con millones de fieles en Europa y en la América del Norte.
Admito que yo mismo soy hijo de la Reforma. De hecho, todas las denominaciones evangélicas, tengan el nombre que tengan, tienen lazos históricos con la Reforma. El primer siglo une a todos los evangélicos con Cristo. El siglo XVI los une a la llamada Reforma protestante.
Admito que la Reforma favoreció la libertad de los pueblos, condición esencial del hombre.
Admito que la Reforma inauguró una teología y una espiritualidad nuevas que respondían a las necesidades de las masas en aquél siglo XVI.
Admito que la Reforma marcó el punto de partida de un nuevo mundo, donde la ciencia y las letras hallaron formas más libres de expresión.
Soy plenamente consciente de que he abusado en demasía del verbo transitivo admitir. Esos párrafos más parecen un informe judicial o fiscal que una pieza literaria. Naturalmente, sé expresar mis pensamientos con otro vocabulario más entretenido. Declaro que lo he hecho intencionadamente, para que nadie pueda pensar que soy ciego a los grandes beneficios que trajo la Reforma. Los he reconocido. Pero en su desarrollo histórico la Reforma como institución y también su fundador, derivaron hacia posiciones menos amables, al dar entrada en sus filas a príncipes y otros políticos ambiciosos. Fue entonces cuando la Reforma dejó de gustarme y cambiaron mis juicios sobre Martín Lutero.
Después de todo lo escrito, a lo que podría añadir otro tanto, digo con convicción y firmeza: No me gusta la Reforma. No me gusta Lutero. No me gustan los movimientos religiosos que nacen del derramamiento de sangre.
Hace años publiqué en la revista RESTAURACIÓN un artículo que titulé RELIGIÓN SIN SANGRE, en el que exponía una tesis inocente. Decía más o menos que prefería al Dios que muere en la cruz al Dios del Viejo Testamento que mandaba a los guerreros de Israel entrar a ciudades paganas (recordemos que para el judaísmo todo aquél que no profese la religión hebrea es pagano) y matar a sus habitantes. Un muy amigo mío, ya fallecido, José Grau, reputado teólogo, respondió con otro artículo de cuatro páginas, repleto de citas bíblicas, queriendo convencerme de que el Jehová de la antigua Alianza y el Cristo de la nueva son el mismo Dios. Trabajo inútil, porque jamás he dudado de ello. “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, afirmó Jesús. Punto. Me basta con esta declaración de divinidad. No necesitaba más textos de la Palabra. A no ser el de San Pablo: “Ahora conozco de forma limitada; entonces conoceré del todo, como Dios mismo me conoce” (1ª Corintios 13:12, versión LA PALABRA, de Sociedad Bíblica de España).
Quisiera abrir ventanas. Insisto: reconozco en Lutero su valentía personal al enfrentarse con un papado tan corrupto como poderoso en su tiempo. Reconozco que aportó ideas nuevas a la teología decadente que entonces se vivía. Reconozco en él al escritor de libros que hasta hoy se leen y que también yo he leído, como la violenta CAUTIVIDAD BABILÓNICA DE LA IGLESIA, sus páginas íntimas en CARTAS o CHARLAS DE SOBREMESA, sus comentarios a libros del Nuevo Testamento, penetrantes, profundos, luminosos, incluso su vena poética, acertada en la composición de algunas canciones espirituales, la más conocida CASTILLO FUERTE ES NUESTRO DIOS. Pero a causa de éste hombre, éste Martín Lutero, brotó la guerra de los Treinta años entre protestantes y católicos en la Europa central, principalmente Alemania, entre los años 1618 y 1648. Fue una guerra entre dos ramas del árbol cristiano en la que intervinieron casi todas las potencias europeas de la época. Finalizó con la paz de Westfalia y la paz de los Pirineos. Aunque la guerra entre católicos y protestantes duró treinta años, los conflictos que la generaron siguieron sin resolverse durante mucho tiempo después.
En un limitado artículo de prensa como este no puedo entrar en los detalles de la guerra, sobre la que se han escrito gruesos volúmenes en alemán, francés, inglés y español. La guerra de los Treinta años, iniciada cien años después de que Martin Lutero clavara en las puertas de la iglesia del castillo de Wittemberg las 95 tesis redactadas en latín, fue consecuencia directa de la Reforma.
El ilustre historiador François Laurent, nacido en Luxemburgo en 1810, autor de una monumental obra sobre HISTORIA DE LA HUMANIDAD en cinco tomos, traducidos al español por los eminentes políticos y y literatos Nicolás Salmerón y Fernández de los Ríos, acusa al emperador germano Fernando II “de haber provocado la resistencia de los protestantes y por consecuencia la guerra”. Pero el emperador no fue más que el órgano, -añade- por mejor decir el instrumento ciego del catolicismo. La guerra de los Treinta años –sigue Laurent- salvó la Reforma y a toda la cristiandad”- ¡Pero a qué precio! Para salvar la Reforma territorios enteros fueron devastados. Sólo los ejércitos suecos destruyeron 2.000 castillos, 18.000 villas, 1.500 pueblos de Alemania. Algunos historiadores coinciden en que murieron cinco millones de alemanes.
Antes de esta guerra, entre 1524 y 1525 tuvo lugar la insurrección de los campesinos alemanes, que ensangrentó el centro y el sur del país. Lutero se sentía amenazado. Escribió en términos muy duros invitando a los señores protestantes a castigar sin compasión a los rebeldes. De aquí nació su famoso grito “matad a los campesinos”. ¿Y de éste hombre me piden que escriba? ¿De un hombre que recomienda el asesinato, aunque la razón estuviera de su parte? No, gracias. Me quedo con aquél otro grito que emanó de la cruz a favor de los enemigos del crucificado: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
                                
Fuente: Protestantedigital, 2015.

viernes, 27 de noviembre de 2015

La palabra ‘misión’ en la Biblia y la ‘cultura cristiana’



Si buscamos los vocablos "misión" y "misionero" en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas!
Por. Juan Stam, Costa Rica
Las palabras "misión" y "misionero" están entre las más repetidas y consagradas en nuestro vocabulario evangélico. Se dice frecuentemente que "misión" significa llevar las buenas nuevas a otras culturas y naciones, en contraste con "la evangelización" entre quienes son de nuestra propia cultura y nación. Misión, así entendida, es por definición "trans-cultural", y "misionero" es alguien que va a otro país (antes en barco, ahora por avión), aprende otro idioma (el cual probablemente pronuncia mal), y realiza su ministerio en una cultura que no es la suya.
Sin embargo, si buscamos los vocablos "misión" y "misionero" en nuestra concordancia, nos encontraremos una gran sorpresa: ¡ninguno de los dos términos son palabras bíblicas! La única "misión" en toda la Biblia es la de Saúl, que consistía en matar a todos los amalecitas (1 Sam 15.18,20). Aparte de ese pasaje, ni "misión" ni "misionero" aparece en todas las Escrituras.[2] El lenguaje bíblico para nuestro tema parte más bien del verbo "enviar" (Hebr. Shalach; Gr. apostéllein, pémpein), y se utiliza para toda clase de tarea a la que Dios envía a sus siervos y siervas.[3]
El judaísmo tardío llamaba Shaliach al "enviado" (misionero, que en griego se traducía apóstolos. En terminología estrictamente bíblica, deberíamos hablar del misionero como "enviado" y de la misión como "envío" o "apostolado". Con eso comenzaríamos a comprender que "la misión" es integral y mucho más amplia que aquello que hemos entendido como "misiones foráneas" o trans-culturales. Sorprendentemente, un análisis lingüístico del conjunto semántico de "enviar/enviado/envío", única terminología para la "misión" en el AT, muestra que nunca se usa en nuestro sentido moderno de ir a otros países a convertir a los extranjeros.[4]
Como señala el muy respetado misionólogo evangélico, David Bosch:

"No hay, en el AT, ninguna evidencia de que los creyentes del antiguo pacto fuesen enviados por Dios a cruzar fronteras geográficas, religiosas o sociales con el fin de ganar a otros para la fe de Yahvéh" (Bosch 1991: 17). Ese sentido moderno tiene su origen más bien con los jesuitas del siglo XVI [Bosch 1993: 176]: Así los orígenes del término "misión" estaban íntimamente vinculados con la expansión colonial del Occidente. Como la misma colonización, implicaba viajar a países distantes para "subyugar" a paganos a la única religión verdadera [Bosch 1993: 176].

En estos pasajes Bosch de ninguna manera pretende negar que Cristo es el único Salvador del mundo (que no equivale a decir que la cristiandad occidental sea "la única religión verdadera"), ni tampoco negar que la iglesia del Señor vive bajo una comisión divina para llevar las buenas nuevas a toda nación y pueblo. Pero su argumento demuestra que el concepto "misión" ni se define por su naturaleza trans-cultural ni mucho menos se limita a la labor "foránea". El concepto de "misión" en ambos testamentos abarca cualquier tarea a la cual Dios nos ha enviado.

El uso del verbo "enviar", con Dios como sujeto, es amplísimo en el AT.
Dios envía su Palabra (Isa 55.11; Sal 107.20; 147.15; Dn 10.11) y su Espíritu (Sal 104.30 cf Ezq 37.9s), doble "envío" que es el origen de toda misión.[5]
Toda la actividad política de José en Egipto fue una misión sagrada: "Para preservación de vida me envió Dios... Dios me envió delante de vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra, y para daros vida por medio de gran liberación" (Gn 45. 5,7; cf 50.20). Dios envió a Moisés en una misión de liberar a los hebreos y forjar la nacionalidad unida de ellos (Ex 3.10-15; 4.13; 5.22; 7.16; Sal 105.26). Dios "envió" también diez plagas como las "misioneras" de su mano poderosa (Ex 8.21; 9.14; 15.7 "enviaste tu ira"; Sal 105.28; 78.49). Dios envió a los jueces a liberar al pueblo de sus opresores (Jue 6.8,14; 1 Sm 12.11). Dios envió también a los profetas a denunciar toda injusticia, dentro y fuera del pueblo escogido (Jer 1.1-10; 7.25) y a anunciar su reino venidero.[6]
Todos estos son los primeros "misioneros" de Dios, y todas esas tareas eran su "misión". Podría sorprendernos que, según los profetas, Dios envía también a tres figuras paganas de gran relieve político en la historia de Israel. Dios envía al asirio Senaquerib "contra una nación pérfida, el pueblo de mi ira" (Israel! Is 10.6s), al babilonio Nabucodonozor (Jer 25.9; 27.6; 43.10; "mi siervo") y al persa Ciro (Is 43.14; 48.14s: "mi pastor" 44.28; "su ungido" 45.1). Estos también son "enviados de Dios", una especie de "misioneros al revés" desde las naciones paganas hacia Israel para su castigo o su liberación. Hacia finales del AT, Dios revela que enviará a su "misionero por excelencia", el Siervo Sufriente (Isa 42.6; 49.5). Según una gran proclama misionera que Jesús recogerá después para el "discurso inaugural" de su ministerio:

El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publi-car libertad a los cautivos, y a los presos apertura de cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sión se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya (Isa 61.1-3).

¡Qué cuadro más perfecto de un verdadero misionero, que de hecho no es otra cosa que un retrato del Mesías, nuestro Señor Jesucristo! Pero debemos notar que, explícitamente, no tiene nada de "trans-cultural"; se trata más bien de un ministerio a "los afligidos de Sión" (61.3). El bello lenguaje del pasaje nos dibuja el perfil amplísimo de una verdadera misión bíblicamente integral. De hecho, con esta promesa mesiánica Dios comienza a revelar también que su Ungido será el Salvador para todas las naciones: Te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas (Isa. 42.7; cf 49.6s; 51.4; 60.3) Nuevamente, la misión es integral y dirigida al mismo pueblo de Dios ("por pacto al pueblo").
En el pensamiento del AT, en ningún momento es el "ir" a otra cultura lo que constituye por definición la "misión" sino más bien el "ser enviado" por Dios a cualquier tarea. Por cierto, en la perspectiva mesiánica de Isaías 40-66, el pueblo de Israel participará en una proyección internacional de su Mesías (Is 43.10-12).[7] Pero este aspecto es poco enfático, y curiosamente, no se usa el lenguaje de "envío" en estos pasajes.
En resumen: En el AT se usa el lenguaje de "envío" para la más grande variedad de tareas, excepto la única tarea que actualmente solemos asociar con "misión", es decir, la de ir a otras naciones a convertirles a la fe en Dios. Así los hechos bíblicos, la definición moderna de "misión" como intrínseca y exclusivamente trans-cultural está en contradicción con el sentido bíblico del término, por lo menos en el AT. En el AT (y como veremos más adelante, en el NT), la comprensión de "misión" es impresionantemente amplia e integral. En otras palabras: los resultados de un estudio de los términos bíblicos para "misión" confirman y apoyan nuestro anterior argumento teológico en favor de un concepto de "misión integral".

Fuente: Protestantedigital, 2015