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jueves, 31 de diciembre de 2015

Ídolos que simulan virtud



Por. Martin Payba Adet, Argentina
Desde siempre me transmitieron la importancia de leer la Biblia a diario. Algo muy bueno y sin lugar a dudas recomendable para el conocimiento de Dios, de su revelación en Jesús. Aun así, a veces me daba la impresión de que la importancia del encuentro con la Biblia se distorsionaba. Ya no era tanto una sana enseñanza. Poco a poco comenzaba a ser algo más. Hace unos años empecé a notar que esta disciplina se convertía sutilmente en un criterio de espiritualidad, en uno de los ejes fundamentales del actuar cristiano, un termómetro del fervor. En otras palabras, se convertía en un fin en sí mismo. Y si esto es así, es un grave error.
Encuentro muchas personas diciendo que cuando no están en la voluntad de Dios o cuando están lejos de Dios, sus vidas están mal. En el transcurso de la conversación algunos señalan que esto se debe a la falta de lectura bíblica, entre otras cosas. Por el contrario, resulta curioso que muy pocas veces escucho decir que esta lejanía se deba al egoísmo o al desamor, o a no ser compasivo o paciente.
Lo que la enseñanza evangélica insistentemente ha estado machacando en nuestras cabezas —no sistemáticamente, sino de una manera más bien flotante— es que hay tres cosas fundamentales para cumplir con el quehacer cristiano: leer la biblia a diario, tener un tiempo de oración concreto y asistir fielmente los domingos a las reuniones de culto. Esos son los supuestos requisitos indispensables. En sí mismas, estas cosas, como ya mencioné, no son malas, sino incluso todo lo contrario, siempre y cuando la lectura sea reflexiva y fruto de una sed verdadera; la oración sea una entrega genuina, no motivada por la culpa o con fines de auto-redención y el acto de reunirse no sea costumbrismo, sino sincera comunión. Cuando no es así, esta trinidad de conductas termina siendo más dios que el verdadero Dios. Jesús pone esta cuestión sobre el tapete con la parábola del buen samaritano. El que se quedó observando sus asuntos cultuales (asistencia al templo y otras actitudes religiosas) no es ejemplar para Jesús, sino este hombre anónimo de Samaria, que activamente ama a su prójimo. Este es el criterio fundamental.
El problema es que el acto de bien no es patrimonio del cristianismo, sino un don que Dios regaló a la humanidad. No es un acto de exclusividad cristiana, no es un acto que nos separe y por ende nos dé contraste. Queremos lo palpable, lo concreto, lo mensurable para poder dejar en paz a nuestra conciencia de que somos espirituales porque esta semana leímos cuatro veces la Biblia, pero estamos tibios cuando solo la leímos una vez. Pero ese no es el pensamiento de Jesús. Aunque hay actos de exclusividad cristiana, el acento de Jesús parece estar en cuestiones más universales como la paciencia o la compasión. Aun así, volvemos a construir nuestra identidad en torno a lo tangible, a lo exclusivo: ir al templo, leer un capitulo diario, tener media hora de oración, apartar el diezmo, cosas que si son un fin en sí mismas son solo para calmar la sed religiosa de nuestra conciencia que quiere decirnos: haciendo esto soy cristiano, soy espiritual.
Volvamos a lo que sabemos que Dios quiere y llevémoslo a nuestro contexto. Suena muy bien decir: “Liberemos a los cautivos, pongamos vendas al herido” ¿Pero como liberamos y como vendamos hoy, donde la necesidad no radica en heridas físicas necesariamente? Hoy liberamos con un abrazo silencioso; vendamos las heridas con una escucha sincera y sin interrupciones; amamos cuando no somos presurosos para juzgar u opinar, cuando aliviamos siendo prudentes con nuestras palabras; imitamos a Jesús ejercitando activa y conscientemente servicio al otro. Todo esto es intangible porque pertenece a una categoría diferente a la terrenal, es intangible porque es netamente espiritual. Jesús quiere derribar nuestros pequeños lugares de seguridad, nuestros altares y nuestros ídolos. Nos quiere recordar que ‘ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre (…) mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad’. Jesús quiere que abandonemos nuestros fetiches, nuestros amuletos, nuestras oraciones mágicas y nuestras supersticiones disfrazadas de espiritualidad. Jesús sigue diciendo: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’. Mientras sigamos sacrificando nuestros corderos para apagar la ira de nuestros dioses falsos seguiremos esquivos al aroma de redención y de libertad que nos da Jesús. El desafío es soltar las exigencias falsas del juez interior que busca el cumplimiento de la ley y ser capaces de mirar al Cordero, que quita el pecado del mundo y nos da la libertad de vivir en Su espíritu.

Fuente: Lupaprotestante, 2015.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

La Na(ti)vidad como modelo de iglesia



Por Samuel Lagunas, México
Cuando Francisco de Asís, el 24 de diciembre de 1223, celebró la misa delante de un heterodoxo escenario –un buey, un asno, heno y un pesebre– no sólo consiguió representar ante los ojos, el tacto y el olfato de los fieles el glorioso momento del nacimiento de Cristo, sino también dejó constancia de la vida cotidiana de los primeros frailes. El belén, entonces, surgió como testimonio eclesial poniendo énfasis en la sencillez y austeridad predicadas y vividas por Francisco. Más allá de lo anecdótico de esta representación en Greccio y de su trascendencia icónica dentro de la tradición cristiana, el acontecimiento de la Natividad bien puede ser un modelo que ilumine con nueva fuerza la misión de la iglesia en la actualidad. Recordemos que para Sallie McFague un modelo «es una metáfora con “capacidad de permanencia”» y que más que una definición, funciona como «un esquema plausible […] abierto al cambio»[i]. Y, en este sentido, me gustaría apuntar algunos rasgos derivados de los relatos del nacimiento de Jesús (Mt. 2, 1-12; Lc. 2, 1-20) que creo pertinentes para afrontar como iglesias las situaciones que vivimos como sociedad.
Na(ti)vidad: congregación de personas diferentes
El nacimiento del Mesías reunió a hombres y mujeres que de otro modo difícilmente hubieran coincidido. Pastores de ovejas, sabios de oriente y, si tenemos en cuenta el relato del Protoevangelio de Santiago, en la escena aparecerían también una comadrona y Salomé, una mujer cuya actitud de incredulidad es análoga a la de Tomás ante el Cristo Resucitado: «si no palpo, no creeré»; todos alrededor de una familia poco convencional. Ateniéndonos únicamente a los relatos canónicos, no deja de asombrarnos la polaridad de los espectadores centrales: los pastores y los sabios. Sobre los primeros, el texto bíblico señala que «estaban en unos campos cercanos, pasando la noche a la intemperie cuidando de sus rebaños» (Lc. 2,8). Joseph Ratzinger apunta al respecto que, al nacer Jesús fuera de la ciudad, era lo más lógico que ellos fueran los primeros llamados a la gruta y, añade luego, que ellos «formaban parte de los pobres, de las almas sencillas, a los que Jesús bendeciría, porque a ellos está reservado el acceso al misterio de Dios»[ii]. Como contraste, los sabios eran astrónomos vinculados de alguna manera a la clase sacerdotal persa poseedores de conocimientos religiosos y filosóficos. Su riqueza se ha inferido no sólo de los presentes que dieron al niño, sino también de que su historia ha sido leída tradicionalmente a la luz del Salmo 72,10 y de Isaías 60. Ellos estuvieron dispuestos a ir más allá de sus creencias convencionales en pos de una revelación nueva y proveniente del lugar menos esperado. Poco importa si pastores y sabios coincidieron realmente en la gruta de Belén; más importante, en cambio, es el hecho de que dos estamentos tan diferentes se congregaran con una actitud compartida: la esperanza, y un propósito común: la honra y la alabanza del recién nacido.
El eclecticismo posmoderno poco ha propiciado que la iglesia se muestre como una comunidad de diferentes. Allende las diferencias doctrinales –que intuyo cada vez son menos relevantes a la hora de elegir una iglesia–, se observan con más frecuencia iglesias sectarias condicionadas por la clase social, la orientación sexual, el grupo etario, la indumentaria y aún la preferencia política. Iglesias homogéneas y homogeneizantes se vislumbran como la norma. Pero ante el acontecimiento de la navidad, se impone una reacción crítica ante el fenómeno de la fragmentación y la homogenización. ¿Es nuestro salario, nuestra vida sexual, nuestra edad, nuestros gustos o nuestra ideología lo que debe primar en el momento de decidir participar en una iglesia? ¿Acaso no es precisamente la esperanza mesiánica, la expectativa y la construcción del Reino lo que debe congregarnos en torno al Salvador? Es claro que abundan quienes señalan que no se puede tener lo segundo sin lo primero; no obstante, la Navidad sigue modelando la diferencia: la congregación de pastores y sabios, de pobres y ricos, de cultos e incultos, de profesionales y artesanos, de locales y extranjeros[iii].   
Na(ti)vidad: testigos de la alabanza universal
Los pastores y los sabios fueron testigos de hechos que sobrepasaron su entendimiento: la aparición de los ángeles y la estrella en el Oriente. Así, el nacimiento de Cristo fue reconocido no sólo por los hombres, sino también por la creación y por las jerarquías celestes. En la Encarnación el centro de la Historia es revelado y ese acontecimiento no se puede pasar por alto en el universo; el antiguo himno cristiano citado en la epístola a los Colosenses da espléndido testimonio del hecho (Col. 1, 15-20). Que la naturaleza muestra al Creador y al Redentor es algo en lo que los teólogos y teólogas han hecho hincapié desde San Bernardo hasta Leonardo Boff pero que ya los evangelistas quisieron dejarnos bien claro.
Los pastores presenciaron con temor la aparición de los ángeles, pero el anuncio escuchado los llenó de alegría y los movió a la acción. Apresurados, sabios y pastores, acudieron a Belén y fueron testigos de cómo la estrella se posaba encima de la ciudad y de cómo las palabras del ángel eran verdaderas. En un sentido semejante, Agustín de Hipona señala que el hecho de que Jesús yazca en un pesebre no es vano pues allí era donde los animales comían; siendo así, el Jesús del pesebre simboliza al pan que nutre de vida a los hombres, a los animales y a la creación entera.  Es este hecho, principio del misterio pascual, el que anima la alabanza de los ancianos y de las bestias en el Libro del Apocalipsis (Ap. 4, 2-11).
La Navidad, en este sentido, nos devuelve a nuestra posición de criaturas y nos llama, como iglesias, a la humildad y a una nueva forma de solidaridad con toda la creación, ya que en la Navidad reconocemos que los seres humanos no somos los únicos, ni los más importantes, que rendimos tributo al Señor. La Navidad nos llama a presenciar una alabanza que trasciende a la iglesia y a unirnos a ella con actitud de gozo por la promesa cumplida: ¡todo lo que respira alaba al Señor!
Na(ti)vidad: recordar y volver a la misión
Los albores de la iglesia los encontramos en Belén, en una gruta donde pacía el ganado. Es imperioso recordar constantemente esta verdad a fin de no apartarnos de nuestra misión esencial: el anuncio de la salvación.
En las ciudades actuales coexisten distintas tradiciones decembrinas: la cena en Nochebuena, el intercambio de regalos, el personaje de Santaclaus, la diversidad de villancicos. Esto, lo sabemos bien, ha suscitado, entre los evangélicos posiciones que van del rechazo a la aceptación. Sobre la cena en Nochebuena,  el mexicano Jorge Fernández Granados –uno de los poetas vivos más destacados– ha escrito el siguiente poema:

“Nochebuena
nos sentamos a la mesa
Impecables
cada uno en su monólogo
impecable
de siempre en esta noche de tantas
impecables
navidades en la vida que es todo menos
impecable
y de pronto una de las velas que arden en la mesa chisporrotea
y cae
su llama se apaga con un chasquido justo sobre la fuente aún intacta de la
accidentada
cena la costumbre nuestros monólogos el blindado bienestar se rompen
por un súbito silencio inexplicable compartido
e impecable.”

Las dos estancias del poema están marcadas por la contraposición del adjetivo «impecable» en la primera estrofa con verbos que evidencian la fragilidad del disfraz de Nochebuena en la segunda. No obstante, la fugacidad de la apariencia de armonía y concordia que intenta impregnar la Navidad, la buena intención es infructuosa y el día de Navidad suele pasar, incluso en las iglesias, dejando todo como estaba. Ese efecto es totalmente contrario de aquella noche en Belén que atestiguó el nacimiento del Redentor. Los sabios de Oriente volvieron a su hogar por otro camino, desafiando la autoridad de Herodes protegiendo la vida del niño. Los pastores anunciaron el mensaje del ángel y luego volvieron transformados a sus quehaceres cotidianos. La alegría de todos ellos halló un nuevo motivo pues habían alcanzado la promesa (Heb. 11,40). Los ancianos Simeón y Ana, corolarios de la escena navideña, verbalizaron esa alegría en sendas alabanzas (Lc. 3, 27-30, 39) que escucharon «todos los que esperaban la liberación» (Lc. 3,39). La liberación es el contenido del anuncio de salvación. María, la madre de Jesús lo expresa así en su famoso cántico (Lc. 1,46-55). La Navidad, en tanto modelo de iglesia, nos insta a renovar nuestra esperanza, a recordar lo esencial de nuestra misión y a verternos en la alabanza que día y noche entona el universo. Asimismo, nos desafía a construir espacios que cada vez se asemejen a esa no tan lejana noche en la que el Verbo se despojó de su gloria y habitó entre nosotros.
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[i]  McFague, Sallie. Modelos de Dios. Teología para una era ecológica y nuclear. Santander: Sal Terrae, 1994. p. 73.
[iii] Continuar la vía de la Navidad como modelo de iglesia lleva a reimaginar también la figura del pastor a partir del niño en el pesebre quien pastoreó desde su inocencia y su bajeza a hombres tan distintos a él y tan diferentes entre sí.

Fuente: Lupaprotestante, 2015.

martes, 29 de diciembre de 2015

Como vivir la Navidad en una sociedad de consumo



Por. Víctor Rey Riquelme
Hoy la navidad sufre una gran distorsión en su sentido real. Cuando pensamos en la navidad inmediatamente vienen a nuestra mente Santa Claus o el Viejito Pascuero, los regalos y toda la fiebre consumista que se origina en torno a esta festividad.  Todo esto nos produce una alta carga de estrés y también de angustia.  Es necesario encontrar el verdadero sentido y compartirlo con las personas que en esta fecha se encontrarán solas y deprimidas. Por otro lado, hay que vivirlo con los más empobrecidos, los más vulnerables y los que se encuentran sin esperanza.
Seguimos viendo que la realidad en nuestras ciudades se va empeorando, las expectativas y la realidad de nuestro pueblo siguen estando marcadas por los signos de la antivida. Las profundas desigualdades sociales, las contradicciones socioeconómicas y la desesperanza están marcando el paso en la vida cotidiana.
La experiencia de los pastores en la fría noche de navidad vuelve a convertirse en una realidad. Nuestro mensaje y nuestra acción deben cargarse de mucha esperanza. La gente desea escuchar buenas noticias, noticias que construyan, estimulen e impulsen la vida plena.  Queremos escuchar buenas noticias que sean de gozo para todo el pueblo.
Esta buena noticia no es sólo un sistema de ideas que se contrapone a otros sistemas vigentes en el mundo. No se trata de una ideología más en el supermercado intelectual y religioso del momento. Se trata de un poder, de una forma de vivir y de plantarse frente al mundo. Se trata de una comunidad que trasciende barreras.
Para recuperar el sentido vigoroso de un estilo de vida cristiano hay que sacar el Evangelio de manos de los vendedores profesionales que lo han convertido en un producto comercial inocuo que se ofrece al mejor postor y de las de los religiosos de turno que han sacado del centro de la navidad a Jesús. Dondequiera que haya un ser humano que invoque el nombre de Cristo, debe atreverse a vivir por él, a esforzarse en practicar sus demandas de amor, justicia, servicio y arrepentimiento, y a alzar sus ojos con esperanza y vencer el temor. Allí es donde está avanzando el Evangelio.
La navidad nos recuerda y nos hace reflexionar sobre la vida de Jesús y el estilo de vida que vino a inaugurar. Este hecho nos pone en guardia contra los apetitos económicos erigidos en deidad. Con él aprendemos a sospechar también: “Dónde ustedes tengan sus riquezas, allí también estará su corazón”, “No se puede servir a Dios y al dinero”.
Vivir el Evangelio y el espíritu de la navidad es, en primer lugar, vivir la libertad de la idolatría materialista de los apetitos económicos. Es hacer de Jesús el modelo de vida y entrar a un género de vida que ve lo económico como un campo en el cual se pone en práctica la obediencia a Dios, el dador de todo lo que el humano posee. Cuando nos damos cuenta de que nuestros propios apetitos invaden nuestros pensamientos y nuestras palabras, relativizando lo justo y auténtico de nuestros proyectos más amados, descubrimos también que Jesús puede renovar nuestras vidas y purificarlas para que den fruto.  El hombre nuevo con su hambre de sed y justicia ya empieza a manifestarse en la disposición de cambiar nosotros mismos para que el mundo cambie.
Rescatar el verdadero sentido de la navidad es vivir el Evangelio, sin caer en la trampa del mercado y de la sociedad de consumo. El problema con la ideología del libre mercado es que nos hace aceptar su utopía como un axioma que no necesita demostración. Es decir, se asume acríticamente que el único camino aceptable actualmente es el de la Economía de Libre Mercado. Nuestra vida y nuestra acción no sirven para nada a menos que estén al servicio de esa ideología.  Con ese mismo criterio se juzga la historia de la Iglesia, la historia del mundo e incluso a Jesús mismo.
Se trata de no caer en esa trampa, no aceptar esa utopía, esa idolatría del mercado como un axioma, ni tampoco aceptar como “científico” un análisis que, por un lado, se alimenta de la opresión de los más pobres y, por otro, reduce al hombre y a la mujer a seres que solo sirven para consumir. Por lo tanto, debemos proclamar, en primer lugar, que la norma que juzga la vida y la acción de los hombres y de las mujeres no es el éxito, ni la cantidad de cosas que posean, sino el designio de Dios revelado en Jesús. Descubrimos también que, para tener valor y eficacia, las acciones humanas no necesitan ser exitosas.  La vida es mucho más que la economía.  La fidelidad a Dios se da dentro de una variedad inmensa de marcos de servicio.
Una buena noticia para el mundo de hoy, que trae la presencia de Jesús en esta navidad, es que se acaba el temor.  Hoy vivimos bajo el signo del miedo y esta parece ser la característica más notoria de esta época. La mentalidad de los hombres y mujeres del siglo I estaba plagada de temores: a las potencias espirituales de los aires, a los principados y potestades, a los espíritus elementales. En medio de ellos el Evangelio era el anuncio de la victoria cósmica de Dios, que ponía en evidencia la debilidad de estas fuerzas que aterrorizaban a los hombres y a las mujeres.
Hoy en día, los temores tienen otros nombres, pero son muy parecidos en sus efectos sobre el corazón de las personas. Los medios de comunicación modernos han  desarrollado una jerga que conjura el temor y la sensación de un fatalismo frente al cual el hombre y la mujer parecen impotentes. Hoy se tiembla ante las fuerzas oscuras que dominan el mercado de valores, ante los sistemas políticomilitares, ante las mafias de todo signo, que parecen obrar con impunidad y crecer como pulpos infernales.
El Evangelio que Jesús nos ha traído y que recordamos en navidad, sigue siendo el Evangelio de la victoria de Dios sobre todo aquello que se opone a su designio, que es el amor, la justicia, la paz y la vida abundante para los hombres y las mujeres. Cierto que esa victoria pasó por el sufrimiento de la cruz, por la agonía, la soledad y lo que a todas luces parecía el fracaso y la impotencia del justo contra la maldad del mundo.
La buena noticia del Evangelio es negarse a permitir que los temores que sobrecogen a la humanidad nos atemoricen también a nosotros.  Es poner la mira en Dios, alzar la vista y vivir en obediencia a su ejemplo, con gozo y confianza en la victoria final, cualquiera que sea el curso de la peripecia del hoy. Jesús, Pablo y Pedro nos enseñaron que esta manera de vivir el Evangelio no es la arrogancia insultante frente al verdugo ni la búsqueda casi masoquista del sufrimiento.
En nuestro tiempo implica la desmitologización de todas las idolatrías modernas y de los poderes terrenos, en el entendimiento de estas fuerzas dentro de su limitada dimensión humana, o quizás aun en su exageración demoníaca. Pero esto implica también el propósito de seguir haciendo aquello que entendemos que es el bien, aunque ello acarree la persecución o la amenaza. Por esto la buena noticia de la navidad, y lo que le da sentido, es que nada nos puede separar del amor de Dios, y ese amor ha triunfado para siempre.

Fuente: Lupaprotestante, 2015.

Sofisticada copia de la Dictadura Cívico Militar del 76



Por Aníbal Sicardi (*) Argentina
La tradición impone que para el 24 de diciembre, la Nochebuena, debe primar la conversación sobre la paz, la reconciliación y compartir regalos de buena voluntad.
La tradición también acota que cuando el Imperio Turco estaba a punto de conquistar Constantinopla, los sabios de Bizancio ignoraban esa problemática realidad y se reunían para debatir sobre el sexo de los ángeles.
En el actual 24 de diciembre ambas colisionan. Opto por no quedarme en hablar sobre el sexo de los ángeles por lo que comparto la apreciación del actual gobierno como sofisticada copia  de la Dictadura Cívico Militar del 76.
Sorprendieron con la cautelar pidiendo que se determine cuándo la Presidenta terminaba su mandato. La Justicia sentenció rápidamente afirmando que a las 24 del 9. El país quedó sin presidente. Surge un presidente provisional. Este le da el mando al electo. No hubo transferencia de poder. Se fabricó una toma de Casa Rosada. Estilo golpe militar.
Luego, entre otras decisiones turbias, se designa por decreto a dos jueces para la Corte Suprema. El argumento principal es dar funcionalidad a la Corte. Se ningunea el Congreso. En democracia el Ejecutivo tiene poder para convocarlo. Se obvió esa instancia tal como se hace en los gobiernos militares. Desde la Justicia se acepta sumisamente. Solo se discute si asumen en diciembre o febrero. Va a febrero antes que empiecen las obligatorias sesiones del Congreso.
Deciden el ritmo económico. Devaluación con favorecimiento a los sectores económicos dominantes en tal forma que ahora se comenta que le dieron más de lo esperado. Antes se consultó/informó al gobierno de Estados Unidos.
Habla el Ministro de Economía, disfrazado por lo que ahora es Ministerio de Hacienda y Finanzas. A esa altura decido verlo y escucharlo íntegramente. No para saber qué comunicaría -se sabía- sino el cómo lo diría, palabras, gestos, presentación física. Lenguaje estilizado con palabras y gestos clave de “no había otra cosa, había que hacerlo”. Típico militar. Anoto que se presentó ágil, sonriente y….sin corbata. Esto último se encuentra en casi todos los nuevos funcionarios. Estrategia de Durán Barba de enredar los “dos” proyectos, como en el monumento a Perón y el inusitado discurso de Macri luego del ballotage en Capital. “No somos otros estamos con el proyecto popular” es el mensaje. Solo hacemos un Proceso de Reorganización Nacional.
Luego aparece el proyecto de Emergencia en Seguridad a Nivel Nacional. Por medio de Patricia Bullrich el Ejecutivo sentencia –vía excusa narcos– que hay que tener “orden”. Protocolos a la vista. Montaje para frenar cualquier intento de “modificar el orden”. Ya aparecen infiltrados. Se mencionan marxistas. No extrañe que logren presentar terroristas.
Al descarte del Congreso, el quiebre institucional, la trasferencia del reparto económico, el blindaje del aparato de seguridad, se asocia un ingrediente más que fue clave en la Dictadura Cívico Militar del 76. Y es que el presente gobierno tiene el apoyo de los sectores más conservadores y retrógrados de la Iglesia Católica Romana.  Sugerente el  comunicado emitido por el Episcopado católico romano en el que se expresa  una dolorosa discriminación, cien por ciento, contra “los de la periferia” (ver PE/Ecupres SN 1005/15 del 8 de diciembre 2015). Los pobres descartados de la repartija disfrazada de levantamiento del cepo.
Paralelo a lo ocurrido en la Dictadura del 76, la toma actual de la Casa Rosada tuvo el apoyo de importantes sectores del radicalismo y del peronismo, tanto al inicio como en lo que fue su sostenimiento.
¿Algo más? Y sí, los medios fomentaron por largo tiempo el golpe del 76 y luego lo justificaron durante la gestión que produjo más de 30 mil desaparecidos y se sirvió de la mayor corrupción de la historia. De manual es decir que lo harán con el “presente griego” que hay en marcha.
Es de un realismo flagrante que no se puede impulsar el conjunto de medidas que ha tomado el Ejecutivo a velocidad record sin la existencia previa de un plan pergeñado en detalle. Se constató que la Dictadura del 76 venía preparando el plan cuatro años antes de su implementación.
No debe seguir escondido lo que ocurre en Haití, Paraguay, Honduras y Colombia que ya están en esta encrucijada. Lo que nos ocurre excede el plano nacional, es parte del segundo Plan Cóndor en ejecución. Y aunque “aflojaron” contra Dilma es sólo una pausa, no pueden abarcar todo al mismo tiempo. Los golpes dictatoriales en Latinoamérica se dieron escalonados: Brasil, Chile, Uruguay, Argentina.
Desde mis  82 años puedo testimoniar que la instauración de este gobierno no se parece al 76. Es copia fiel. Sofisticada porque utiliza otros métodos. “Por ahora” como citan los funcionarios cuando se refieren a algunas decisiones que se anticipan, entre ellas las relacionadas con despidos masivos.
Esta es la situación que padecemos en Argentina. Sofisticada copia de la Dictadura Cívico Militar del 76. Además de Cívico y militar también católica romana y habría que ver si no se agregan otras denominaciones eclesiásticas como las “evangelistas” asociadas a las “evangelicales” estadounidenses con íntima relación con los republicanos.
Esto es lo que tenemos en el hoy de Argentina. No hay que equivocarse ni desmerecer al enemigo. La mirada no es hacia los 90 sino al 76.
El correr de las menciones e ideas me plantea si hablar del sexo de los ángeles cuando el enemigo ya está en casa no tiene que ver con esas deliberaciones y discusiones en las que se plantean abstracciones o casos pseudo-inventados que esconden pases de factura, impulsos de culpabilidad y soberbias sectoriales aludiendo a que se tiene el poder para cambiar la situación.
Hay que actuar y aprender a conversar con claridad y con las cartas sobre la mesa. La liberación es una larga batalla. La historia está en marcha. Estamos transitando una etapa más en la carrera por la dignidad humana. Ganaremos. Seguro.+  (PE)

(*) Bahía Blanca, 18 de diciembre de 1933. Teólogo de la Facultad Evangélica de Teología (Buenos Aires). Fundador y director de Agencia de Noticias Prensa Ecuménica Ecupres. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Central Bahía Blanca. @anibalsicardi
Foto. Antonio Berni, pintor argentino, 1905-1981

Fuente: ECUPRES, 2015.