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domingo, 31 de enero de 2016

Encarnación y Misión Integral



Por. Juan Stam, Costa Rica
Está claro en Jn 1.1-18 que la encarnación del Hijo de Dios es la forma máxima de la revelación (Jn 1.18; cf Heb 1.1-3; 1 Tm 3.16) y la clave indispensable de la redención (1.12s).
Con la encarnación, Dios mismo asume un cuerpo humano (1.14, sárx) y vive una vida humana, habitando entre nosotros como un ser humano más.
En la encarnación Dios mismo se hace un hombre, el Creador (1.3) se hace criatura en medio de las demás criaturas. Así, en el cuerpo físico de Jesús, la unión y comunión entre Dios y la humanidad alcanza también su máxima expresión (cf 1 Tm 2.5).
La encarnación del Verbo nos propone un modelo indispensable para una misionología integral.
(1) Es un modelo de identificación. El Hijo de Dios inició su misión por volverse él mismo uno de los que había venido a salvar. La observación humana no podría percibir ninguna distinción esencial entre su humanidad y la nuestra; como auténtico misionero, se hizo carne de nuestra carne y hueso de nuestro hueso. No pretendió "evangelizarnos" desde afuera, desde su divinidad, sino optó por hacerlo "desde adentro" en la misma condición humana, física y vulnerable (sentido básico de "carne") en que vivimos todos nosotros.
(2) Por eso la encarnación es también un modelo de solidaridad. Para salvarnos, el Hijo se solidarizó con nuestra condición. Hizo suyas nuestras enfermedades y dolencias ("carne" vulnerable) para así redimirnos de ellas (Mat 8.17, "tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias", para así sanarlas, Mat 4.23).
No vino a los enfermos como alguien mágicamente inmune a toda dolencia, sino más bien como "varón de dolores" (Is 53.3). Cristo hizo suyo todo lo que era nuestro, hasta nuestro pecado y nuestra muerte (2 Cor 5.21; Gal 3.13). La encarnación nos enseña que misión significa solidaridad con los demás.
Kenneth Strachan, en El Llamado ineludible [1969], señaló que el "puente" que hace posible nuestro testimonio eficaz hacia los no-cristianos es la común humanidad que compartimos con ellos. En su encarnación, Jesucristo también asumió esa humanidad-en-común, esa solidaridad-en-la-misma-condición-humana (sárx), como punto de partida de su misión.
(3) La encarnación nos da además un modelo de misión como presencia: "habitó entre nosotros, y vimos su gloria" (Jn 1.14). Llama la atención que Jn 1.1-18 en ningún momento alude a la cruz; en este pasaje, la misión fue la misma vida humana que Jesús llevó en medio de nosotros. Tampoco se refiere aquí a la proclamación, tan importante en muchos otros pasajes. Este prólogo nos plantea una "misionología de presencia solidaria".
Según Jn 1.14 la misión de Cristo consistía en una presencia que hacía visible la gloria, gracia y verdad (integridad) del mismo Hijo de Dios (1.14, repetidas en 16s), para así revelarnos al Dios invisible (1.18).
Para ser un misionero fiel, no basta hablar; "los misionados" tienen que ver la realidad, poder y belleza del evangelio encarnados en una vida humana "residente en la tierra". La misión auténtica y eficaz nace desde una sana y santa "carnalidad" y "mundanalidad" en sentido encarnacional.
En último lugar, (4) la encarnación significa misión integral. Al asumir nuestra condición humana, Jesucristo se solidarizó con toda nuestra realidad. Obviamente no se limitó a "lo espiritual", ni tomó eso como punto de partida y base de su misión. Tampoco limitó su ministerio al problema espiritual o las necesidades "religiosas" de la gente.
Cristo dirigió su ministerio a todas las necesidades humanas: la pobreza, el hambre, la enfermedad, la angustia y hasta la psicosis, y la misma muerte.
Con el ministerio de Cristo no se limita ni se reduce, en nada, la amplitud englobante de la misión integral que hemos visto en el AT. Los hechos de su ministerio y la forma como lo realizó en la práctica demuestran esto sin lugar a dudas.
También lo demuestra su propia proclama inaugural, basado en los paisajes isaianos de misión integral: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor (Lc 4.18s).
El cuarto evangelio no sólo nos plantea la misión encarnada e integral de Cristo, sino nos comisiona solemnemente para la misma. El Cristo encarnado nos dice a nosotros "De la misma manera como el Padre me ha enviado, así también yo os envío" (Jn 20.21). La encarnación como identificación, solidaridad y presencia fue central a la misión de Jesús, y no puede ser menos para la nuestra. Una misión a la manera de Jesús tiene que ser encarnacional, de presencia concreta, activa, dolorosa y transformadora en medio del mundo y de la historia.
Aunque Pablo no utiliza la misma formula de Jn 1.14, presenta una teología encarnacional casi idéntica. Para Pablo, Jesucristo "era del linaje de David según la carne" (Rom 1.2; cf 9.5). El gran himno cristológico de Fil 2.5-11 destaca que el Hijo de Dios fue "hecho semejante a los hombres" y asumió "la condición de hombre" (2.7s). Pablo acentúa especialmente que toda la obra salvífica de Cristo fue realizada "en la carne" (Ef 2.14s; Col 1.21s). Rom 8.3s destaca con tono paradójico este hecho, repitiendo cuatro veces la palabra "carne" en dos versículos: lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, Dios, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.[8]
Desde que Jesucristo se encarnó, murió y resucitó en la carne, y su Espíritu ha tomado residencia en nosotros, el poder de su resurrección opera también en nuestros cuerpos y vidas (Rom 8.10s; Ef 1.19-21). Ahora somos primicias del siglo venidero (cf. Stg 1.18), llamados a ser la levadura, sal, luz y semilla de su reino -- en nuestros cuerpos redimidos. La única respuesta apropiada y fiel al mensaje de la encarnación es encarnarnos también, en una misión integral a la semejanza del Verbo Encarnado.

Fuente: Protestantedigital, 2016.

sábado, 30 de enero de 2016

El atrevimiento de la ignorancia



Por. Carlos Martínez García, México.
Cuando la oí decir en una frase su experiencia de aprendizaje quedé sacudido: “la ignorancia es atrevida”. Ella había estado participando en los cursos del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano, impartidos por el Centro de Estudios Anabautistas (CEA), y después de varias sesiones compartió lo maravilloso que le estaba resultando aprender historia y teología del anabautismo, hermenéutica bíblica, introducción al Antiguo y Nuevo Testamento, y fue entonces que soltó la frase que he citado, para ejemplificar que se estaba dando cuenta de la importancia de profundizar en el conocimiento de la Biblia y asuntos histórico/sociales y teológicos.
Ella había llegado al CEA impulsada por sus pastores, a quienes les expresó reticencia ya que tenía poca escolaridad y, además, era solamente una integrante de la comunidad de fe, es decir, una asistente fiel pero sin ministerio de liderazgo. Como sea, pero comenzó a presentarse en el programa del CEA. Paulatinamente los docentes fuimos coincidiendo en su creciente interés y constancia en las materias impartidas. Llegaba a la sesión semanal tras tener que subir y bajar de varios medios del transporte público. Conociendo desde dónde venía, y lo agotador del trayecto, le reconocí su esfuerzo y ánimo por querer aprender temas que iniciamente se le hacían díficiles. Resultó ser una estudiante ejemplar, que completó el programa del CEA y fue una de las graduadas de la primera generación del Diplomado en Biblia y Ministerio Cristiano.
En estos días la he recordado a ella y su frase. Al comenzar a leer la segunda edición (revisada y ampliada) de Christian Mission in the Modern World (IVP, 2015), libro de John Stott originalmente publicado en 1975, y que en la nueva reedición cuenta en cada capítulo con un comentario y/o respuesta de Christopher Wright, me topé con frases que expresan de otra manera eso de que “la ignorancia es atrevida”.
En el prefacio a la edición original del volumen, que se incluye en la nueva, Stott escribió unas líneas que me hicieron reflexionar y, creo, todos debiéramos tener como aliadas en el proceso cognitivo: “La vida es un peregrinar de aprendizaje, un viaje de descubrimientos, en el cual nuestras concepciones erradas son corregidas, nuestras distorsionadas nociones ajustadas, nuestras superficiales opiniones profundizadas y disminuida algo de nuestra vasta ignorancia”. Más adelante vuelve al tema: “Los cristianos tenemos la tendencia a pontificar desde nuestra posición de ignorancia”.
En el libro John Stott se ocupó de dar una definición bíblico/teológica de cinco términos: misión, evangelización, diálogo, salvación y conversión. En un ejercició de autocrítica confía a sus lectore(a)s que unos años atrás tenía un entendimiento más estrecho de lo que era la misión de la Iglesia, enfocado a la evangelización y casi marginando cualquier otra tarea. Al momento de redactar el libro que refiero, el autor confiesa que varios acontecimientos, factores, experiencias y más estudio del tema le llevaron a ensanchar su comprensión de que la misión es más, pero mucho más, que la búsqueda de conversos. No voy a describir aquí lo que Stott redactó acerca de su proceso de ahondamiento cognitivo sobre en qué consiste la misión del pueblo de Dios, para profundizar en ello es mejor leer directamente la obra (está disponible en castellano el texto de la primera edición, fue publicado por Certeza), lo que intento subrayar es la apertura de Stott para corregir puntos de vista que antes creía firmes y, tal vez, hasta finales. 
¿Qué programa de aprendizaje personal y comunitario tenemos? Recordemos que las iglesias cristianas deben ser, entre otras cuestiones, comunidades pedagógicas, centros de aprendizaje continuo. Es muy posible que en lugar de ensanchar nuestro conocimiento de la Palabra, estemos democratizando la ignorancia, haciéndola generosamente accesible a todos, y que desde tal ignorancia, como escribió John Stott, estemos pontificando sin ton ni son.
Somos llamados a crecer en el conocimiento del Señor en el contexto de la comunidad cristiana. Es cierto que el Señor distribuye dones a los integrantes de su cuerpo que es la Iglesia. Uno de esos dones es el de la docencia de todo el consejo de Dios (Hechos 20:27). En el pueblo de Dios tienen un lugar los maestros, a condición de que desarrollen su llamado y ministerio en la comunidad de fe, no como una tarea meramente intelectual y académica desconectada del caminar junto con otros y otras que se esfuerzan por entender y practicar los preceptos del Señor.
De manera poética León Felipe escribió que “Lo importante no es llegar antes o primero, sino juntos y a tiempo”. Es eco de una bella verdad bíblica, la cual establece que los dones, entre ellos el de la enseñanza/aprendizaje, deben tener por objetivo “capacitar al pueblo de Dios para la obra del servicio, para edificar el cuerpo de Cristo. De este modo, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a una humanidad perfecta que se conforme a la plena estatura de Cristo” (Efesios 4:12-13). Porque  “el punto de partida de la teología es la comunidad de fe. ¿Qué queremos decir con esta afirmación? Básicamente, que toda elaboración teológica es una función no tanto de un teólogo aislado que vive en una especie de torre de marfil, sino en función de toda la comunidad creyente” (Alberto F. Roldán, ¿Para qué sirve la teología?, segunda edición revisada y ampliada, Libros Desafío, Grand Rapids, Michigan, 2011, p. 39). 
Fe en la obra perfecta de Cristo y el consecuente crecimiento dinámico en el conocimiento de los alcances de esa obra, tiene que ser un ejercicio espiritual, intelectual y práctico que se hace en la compañía de la familia de fe. El desafío es a “comprender junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo, en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios” (Efesios 3:18-19).

Fuente: Protestantedigital, 2016.

viernes, 29 de enero de 2016

Núcleos protestantes en el centro histórico de la ciudad de México, 1861-1873 (II)



Por. Carlos Martínez García. México.
Los precursores del protestantismo en la ciudad de México primero tuvieron reuniones en templos católicos expropiados por el gobierno liberal de Benito Juárez. Cuando la condición ruinosa de los templos hizo imposible continuar servicios en ellos, las células se concentraron en casas de los líderes, como el domicilio de Manuel Aguilar Bermúdez, situado en el número 4 de la calle de la Hermandad de San Pablo, renombrada después “1ª de Cuevas”.1 En el artículo anterior mencioné que dicha arteria es actualmente la calle de Jesús María en el tramo comprendido entre Fray Servando (antes Cuauhtemotzin) y San Pablo.2
Con el fin de solicitar apoyo externo a los esfuerzos internos que los Padres Constitucionalistas realizaban para impulsar núcleos no católico romanos, en 1862 y 1863 viajan a Nueva York “los sacerdotes [Francisco] Domínguez, [Rafael] Díaz Martínez y [Juan N. Enríquez] Orestes […] para ponerse en contacto con las autoridades de la Iglesia Episcopal”.3
En los primeros meses de 1865, Juan Francisco Domínguez y Enríquez Orestes, destacados integrantes de los Padres constitucionales reformistas, y que llevan con ellos cartas de recomendación de Melinda Rankin,4 cabildean en Nueva York a favor de su causa, se reúnen con líderes eclesiásticos protestantes y en varias actos públicos describen lo que sucede en México respecto del movimiento a favor de la reforma política y religiosa.
Entre 1864 y los primeros meses de 1867, el capellán moravo del ejército francés, Emile Guión, realiza servicios protestantes en San Ildefonso, Manuel Aguilar Bermúdez asiste en varias ocasiones.5 Sóstenes Juárez también tiene contacto con Guión y toma de él la liturgia que pondría en práctica al interior del grupo con el que se vincula.6 Mencionamos que Juárez dominaba el idioma francés, prueba de ello es que años antes tradujo la obra El evangelio del pueblo, de Alfonso Esquiros.7
Un personaje que haría contribuciones importantes para fortalecer al inicial protestantismo mexicano fue John William Butler, quien era cuáquero8 y trabajó para la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera. Por recomendación de él, Westrup le escribe a Santiago Hickey (afincado en Matamoros, Tamaulipas) con la solicitud de que se traslade a Monterrey, lo que acepta y llega a la capital de Nuevo León en noviembre de 1862.9 Entonces Butler ya tenía algún tiempo de realizar trabajos de distribución bíblica por el país, difundiendo materiales en Monterrey pero sobre todo en la ciudad de México y alrededores. Su labor concluyó en 1871.10
Manuel Aguilar Bermúdez era masón y fue el primero de los Padres Constitucionalistas en ser capellán de las fuerzas que combatieron la Intervención francesa.11 En 1864 el sacerdote Aguilar Bermúdez y el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John W. Butler, entre otros, tienen reuniones de carácter evangélico en la ciudad de México, inicialmente “en los bajos de la casa núm. 21 de la calle de San José del Real” y después en el tercer piso.12 Entre los asistentes se encuentran José Parra y Álvarez, Prudencio G. Hernández y Sóstenes Juárez.13 Otra fuente menciona al padre Aguilar Bermúdez como quien consigue, en la dirección mencionada, “un espacioso salón […] y allí se celebraron las primeras reuniones públicas bastante concurridas”.14 Quien facilita el lugar, que era de su propiedad, es el señor Verduzco, “arquitecto y maestro de obras”. Él formaba parte de la congregación, y permite usar las instalaciones sin recibir retribución alguna hasta que el grupo se consolida y tiene fondos para cubrir alguna suma como pago de renta.15
Acerca del espacio donde se reunía la Sociedad de Amigos Cristianos/Sociedad Evangélica por lo menos a partir de 1864, San José el Real número 21, este se ubicaba en parte del conjunto que había “pertenecido al convento de los jesuitas de la Profesa, que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado”.16 Cuando en 1861 “se ampliaron plazas y se abrieron calles […] uno de los conventos que para abrir la [actual] calle de Cinco de Mayo sufrió ruptura fue el edificio que había servido de colegio de jesuitas, llamado La Profesa […]”.17
Para conmemorar la victoria “de las armas republicanas en Puebla el 5 de mayo de 1862, el Ayuntamiento de la ciudad acordó ese año dar el nombre de Cinco de Mayo a la calle que dividió la Profesa”.18 Esta quedó partida por la nueva vialidad, y al caminar por ella desde el Zócalo hasta dar vuelta a la izquierda en San José el Real (hoy Isabel la Católica), estaba una parte del convento y junto la Iglesia de la Profesa. Otra sección del convento quedó cruzando Cinco de Mayo. Cabe la posibilidad de que el sitio de las reuniones haya estado en el lugar que hoy ocupa el Hotel Gillow (inaugurado el 16 de junio de 1872,19 y que sigue abierto en Isabel la Católica 17), o en la parte que desapareció al ser abierta la calle Cinco de Mayo. También es factible que el antiguo número 21 de San José el Real corresponda al presente número 13 de Isabel la Católica. Lo cierto es que en la vieja calle de San José el Real floreció la Sociedad Evangélica de Manuel Aguilar Bermúdez, la cual después presidió Sóstenes Juárez.
Como resultado de las gestiones de la delegación de los Padres Constitucionalistas que viaja a Nueva York, llega a la ciudad de México en diciembre de 1864 E. C. Nicholson, enviado por el Foreign Comittee of the Board of Missions of the American Episcopal Church.20 Durante su estancia de algunos meses en la capital del país, Nicholson coadyuva para conformar la Sociedad Católica Apostólica Mexicana. Al regresar a Nueva York, Nicholson informa entusiastamente de la vitalidad del núcleo liderado por Aguilar Bermúdez:
La causa de la Iglesia reformada ha penetrado profundamente en las mentes y corazones de mucha gente, y si es dirigida con inteligencia será un éxito. Todos los hombres buenos e inteligentes nos tratan con respeto y alegría al conocer nuestros trabajos y propósitos. El trabajo abierto por nuestra iglesia es muy prometedor… Nosotros creemos que una adoración espiritual y racional de nuestro Salvador suplantará definitivamente las formas paganas de adoración que están en boga en México, y que una verdadera Iglesia Católica Apostólica y Mexicana se moldeará frente a nosotros compensando los sacrificios de los trabajadores y será bendición para toda la gente de esta tierra.21
El reporte de Nicholson describió a Manuel Aguilar Bermúdez como “representante de una multitud de sacerdotes devotos y buena gente en México, quienes han roto con el Papa y el papismo, se llaman a sí mismos verdaderos católicos, pero no romanistas”.22 El documento incluyó un pronunciamiento del grupo de creyentes que se reunía en San José el Real 21, los cuales se presentaban como “leales a Cristo, evangélicos en fe y esperanza, […] unidos para cuidarse unos a otros en amor, y para trabajar juntos con el fin de introducir en cada parte de México una fe más simple y racional, y un culto más puro y benevolente, como la fe y culto de Jesús y los apóstoles”.23La contribución de Nicholson al grupo que encabezaba Manuel Aguilar Bermúdez fue brindarle orientación teológica y materiales educativos.
No mucho después del decreto de tolerancia de cultos promulgado por el emperador Maximiliano (26 de febrero de 1865),24 Butler, Sóstenes Juárez y algunos Padres Constitucionalistas forman la Sociedad de Amigos Cristianos. Al triunfo de la República sobre los conservadores y Maximiliano, dicha Sociedad trasmuta su nombre por el de Comité de la Sociedad Evangélica, y sus integrantes abren al público sus reuniones que continúan desarrollándose en San José el Real.25
Junto con los trabajos que realiza para la agrupación evangélica, Sóstenes Juárez se da tiempo para manifestar su férrea oposición a la invasión francesa. Es el principal protagonista de una demostración de rechazo al imperio de Maximiliano cuando frente al cortejo fúnebre del coronel francés Tourre grita reiteradamente consignas. Mientras el contingente camina silencioso por la calle de Plateros (hoy avenida Madero, en el centro de la ciudad), “se oyó un grito que salía de entre la multitud diciendo: ‘Mueran los franceses. No basta con estos tres ataúdes. Es necesario que perezcan todos’. Estos gritos odiosos, sobre todo en aquella sazón, fueron seguidos de provocaciones más odiosas todavía”. La información periodística añade que “aprehendido infraganti el individuo que las hacía, declaró llamarse Sóstenes Juárez y ejercer la profesión de maestro en México”.26
El episodio le vale a Juárez ser declarado “culpable de provocación al crimen no seguido de efecto”. Por ello se le condena a cinco años de prisión y multa de mil francos. Sóstenes recibe el indulto de la pena, junto con sentenciados por otras causas, por parte del emperador Maximiliano.27
Las reuniones iniciadas en San José el Real a partir de 1864 alcanzan más organización y el 18 de noviembre de 1865 tiene lugar un culto más formal, en el que participan, entre otros, Manuel Aguilar, John W. Butler, Sóstenes Juárez, José Parra y Álvarez, Julián Rodríguez Peña, Eusebio Trejo Meza y Antonio Hinojosa.28 Tienen reuniones a las que los interesados llegan mediante invitación de alguno de los integrantes de la célula. Es decir, no propagandizan abiertamente la existencia del núcleo, aunque tampoco es un grupo cerrado y secreto. Más bien mantienen un perfil bajo, en espera de fortalecerse para proyectarse hacia afuera.
Manuel Aguilar Bermúdez escribe una carta en 1866 a la Sociedad Bíblica de Londres, la que inicia refiriendo que lucha “en la República mexicana por la fe que una vez fue entregada a los santos”, eco de una cita bíblica localizada en el Nuevo Testamento (Judas 1:3). Notifica que “ha sido necesario combatir con las preocupaciones del fanatismo que ha existido aquí hace más de 300 años y también con la indiferencia religiosa de muchas almas extraviadas”.29
A pesar de los grandes obstáculos, dice Aguilar, la Biblia es distribuida y en muchos casos bien recibida por gente identificada con el partido liberal, obreros que la llevan a sus hogares y la comparten con sus familias. Percibe un futuro prometedor para la causa evangélica:
Ya hallamos personas que examinan las Escrituras diariamente con espíritu de humildad y devoción; que las estudian bajo la influencia de fervientes oraciones y llenos de fe, que predican la verdad con celo apostólico, que se apropian sus saludables preceptos y se consagran a Cristo nuestro divino Salvador para vivir sólo para él. La buena semilla del Evangelio está cayendo sobre terreno sediento del agua de la gracia, el pan de la vida se toma con avidez por los hambrientos hijos, muchas ovejas descarriadas están oyendo la voz misericordiosa del divino Pastor que las llama; muchas sintiendo la bienhechora influencia de la gracia del Espíritu Santo, practican la caridad. Todo esto robustece nuestras esperanzas y, nos hace confiar en que Dios, en su infinita misericordia, está visitando este pueblo para el bien. Orad con nosotros para que nuestro padre celestial se digne bendecir nuestros esfuerzos, nos dé fuerzas en nuestras debilidades y nos llene de su Espíritu para que la obra que se hace en México, sea hecha para honra y alabanza de Cristo nuestro Señor.
Lo descrito por Manuel Aguilar Bermúdez a la Sociedad Bíblica londinense es de alguna manera confirmado por una fuente adversa a la implantación del cristianismo evangélico en México. En los primeros días de febrero de 1866, una publicación editorializa sobre la existencia de biblias sin comentarios que circulan en la capital del país. Sostiene que de acuerdo a su tradición de “haber sido siempre firmes paladines de la Iglesia católica […] hoy nuestra pugna es contra el protestantismo”.30
El periódico menciona que “en México nos habíamos visto a cubierto de los ataques de las sectas, pero comienza la lucha, y no queremos ser los últimos en saltar a la arena”. Interpreta que la lucha comienza debido a las “biblias sin notas que regalan los protestantes, y que está prohibida su adquisición, aunque no se lean, serán despreciadas por los buenos cristianos y resulte burlada la propaganda protestante”.
Además de animar a sus lectores a rechazar las biblias antes mencionadas, denuncia que en unas partes se regala y en otras se vende “un almanaque protestante muy distinto del nuestro”. En él, según el editorial, se ataca a la religión y a la civilización de la raza mexicana. Es por ello que demanda “su autor salte a la arena; tenemos un arsenal abundante para armarnos y defendernos; hay plumas en México muy bien cortadas para combatirlo”. Confía en que “un pueblo tan católico, tan bien educado en su moral como el nuestro, deseche la propaganda protestante que se ha formado para descatolizarnos, y que gasten su dinero nuestros adversarios sin lograr su intento”.31
Retornamos a Manuel Aguilar Bermúdez y el papel que desempeña en la propagación del cristianismo no católico, así como lo que sucederá más tarde con el grupo que él contribuye a formar. Henry C. Riley, quien llegó a México en diciembre de 1868 o enero de 1869, informa que Aguilar Bermúdez “en compañía de un sr. Ocádiz tradujo el librito titulado El hombre y la Biblia, librito que es muy conocido de todos los evangélicos del país”. Además proporciona el dato de que “una vez muerto el sr. Manuel Aguilar, su congregación se dividió en dos: una siguió al sr. [Gabriel] Ponce de León, y otra al sr. Sóstenes Juárez”.32
Aguilar Bermúdez muere en el último trimestre de 1867, bajo el rumor de que fue “envenenado por los frailes”.33 Es sustituido en el liderazgo por Rafael Díaz Martínez y Sóstenes Juárez, sobre todo por éste último. Mediante el testimonio de Juan Magaña, uno de los asistentes a las reuniones en San José del Real número 21, conocemos que todavía en vida de Manuel Aguilar el liderazgo ya estaba en manos de Sóstenes Juárez.34
En el domicilio citado confluyeron varios esfuerzos y personas para consolidar la presencia protestante en la capital mexicana. En la tarea fue valiosa la asesoría de John William Butler para el fortalecimiento de la que se hizo llamar Sociedad Evangélica. Con su experiencia para distribuir la Biblia e interesar a distintas personas en asistir a sesiones de estudio bíblico, el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera prestó un servicio clave a la causa protestante. Compiló y escribió materiales para conformar el Calendario protestante de los amigos cristianos para el año de 1866, y 1867.35 Este último contiene, entre otros escritos, “La lectura de las sagradas Escrituras” y “Las tradiciones de los judíos impugnadas por nuestro Señor Jesucristo”.36
Butler inserta anuncios en los periódicos, tanto en inglés como en español, para dar a conocer el objetivo de la organización que representa:
El que suscribe, agente de la Sociedad Bíblica de Londres, establecida con la mira de propagar las Sagradas Escrituras en todo el mundo, y en todos los idiomas, sin adulteración, interpretación o comentario alguno, y a costa de cualquier sacrificio pecuniario, como lo comprueba la pérdida sufrida en las ya repartidas en México; invita a todas las personas que se interesen en la propagación del Evangelio, a que ocurran al expendio de Biblias en la calle de San José el Real núm. 21, y establezcan las relaciones que se desean, a fin de facilitar su reparto en la mayor posible cantidad.37
Junto al templo de la Profesa, en lo que fue casa y convento de los padres felipenses estuvo de 1864 a 1869 la Sociedad Evangélica presidida por Sóstenes Juárez. Desde 1862 solo queda de todo el conjunto el templo.
En 1868 la agrupación se anuncia en los periódicos con el fin hacer más conocida la existencia de sus actividades. Es así que, por ejemplo, en uno de los diarios más importantes aparece el siguiente aviso: “El Comité de la Sociedad Evangélica invita a sus amigos, a que concurran al culto reformado, que todos los domingos se practicará en la casa núm. 21, calle de San José el Real”.38 A partir de entonces el núcleo gana presencia pública y se agregan a él conversos y simpatizantes.
Paulatinamente se acrecienta el liderazgo de Sóstenes Juárez, liberal y masón, integrante de la Sociedad Lancasteriana39 decidido partidario de Benito Juárez y su férrea lucha contra la intervención francesa. Sóstenes fue combatiente contra esa intervención y alcanzó el grado de mayor en el ejército juarista.40 Pocos años después se articularía al trabajo de los misioneros metodistas del sur, conectando a estos con la red de congregaciones que le reconocían a él como líder.
Es Sóstenes Juárez quien hace llegar a La Opinión Nacional un comunicado en el que deja clara la existencia de la Sociedad Evangélica de México. Informa que “ya es un hecho práctico la libertad de cultos entre nosotros, y que está operándose entre nosotros, por este medio, el alejamiento de la antipatías nacionales que tantos males ha producido en lo social”.41
Informado lo anterior, reproduce el acta donde queda asentado que el 15 de agosto de 1868 en el seno del grupo “fue presentado ante la Sociedad Evangélica, por el Sr. D. Alberto Kienast y la Sra. Da. Sofía Landwchz un niño, hijo del Sr. D. Geo. M. Zinser y de la Sra. Da. Luisa Zinser, nata en Klockenbring, pidiendo a su nombre que en el seno de esta iglesia cristiana sea bautizado conforme a lo instituido por Nuestro Señor Jesucristo”. Acto continuo, después de haber leído la “Sagrada Escritura para instrucción de los presentes, en la parte referente al acto fue bautizado el niño en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, recibiendo en la frente agua pura, y llevando los nombres de Jorge Alberto, habiendo sido registrado antes, según las leyes de Reforma, en el juzgado civil número 1; ceremonia que se practicó por el C. Sóstenes Juárez, comisionado para este acto […]”. Firman el documento, además de Juárez, Alberto Kienast, G. M. Zinser y Lauro González.
A los diecinueve años acudió Arcadio Morales al grupo encabezado por Sóstenes Juárez. El testimonio del primero nos proporciona algunas características del espacio de las reuniones y sus asistentes:
El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada […] me acompañaban el señor Luis Ortega, amigo mío y el señor Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarme a su culto. Por fin llegamos a la capilla, y cual no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la biblioteca de los padres filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al convento de los jesuitas de la Profesa,42 que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado.
Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora ni un niño; pero, los hombres que se hallaban allí era muy devotos y reverentes. El señor Sóstenes Juárez, profesor, era el pastor de aquel rebaño, y en aquella noche tenía como ayudante al señor Coronel Lauro González, quien leía la fórmula bautismal. Cuando el señor González leyó el capítulo tercero del Evangelio de San Mateo, me pareció al momento reconocer a un antiguo amigo mío, un viejo conocido que, al oírlo me llenaba de placer. Al concluir el culto fuimos presentados al pastor y su ayudante, quienes nos invitaron a volver. Al salir de la capilla pregunté al señor Rodríguez: “Este es el culto protestante. Sí, señor, me contestó. ¿Nada más? Nada más leer las Escrituras sagradas, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo. ¡Qué equivocado estaba!”43
Los detalles que describe Arcadio Morales acerca de la congregación de San José el Real núm. 21 nos ayudan para darnos una idea de cómo funcionaba la misma. Sabemos que las reuniones eran en un salón interior del convento de la Profesa, “no tenía más ajuar que una tribuna en forma de pozuelo al frente y unas cuantas sillas de morillo”.44 Las reuniones tenían lugar los domingos a las 11 de la mañana, con 70 asistentes, y los martes a las 7 de la noche, con entre 16 y 22 congregantes. Sóstenes Juárez “aparecía en el púlpito con su traje civil, y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea, según decía él, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención francesa, le había proporcionado”. Lo usual era que Juárez leyera “sus sermones, y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento”.45
Hacia mediados de 1869 la prensa consigna el papel preponderante que tenía Sóstenes Juárez en la propagación del naciente protestantismo mexicano. Una nota periodística menciona que el credo “gana terreno aquí, que hay congregaciones evangélicas en Miraflores, Amecameca, Zoyatzingo, Ozumba, Ayapango y Cuautla; que todas estas congregaciones se han organizado por los esfuerzos de D. Sóstenes Juárez, conforme al plan de la que existe en la calle de San José el Real núm. 21, y de la cual es presidente dicho señor; y que hay todavía en esta capital otras congregaciones protestantes, además de estas”.46
Representantes de las comunidades evangélicas mencionadas tienen un encuentro en San José el Real, para coordinar los trabajos y apoyarse mutuamente. Dado el liderazgo de Sóstenes Juárez en ese lugar es muy probable que él haya presidido las deliberaciones. La primera reunión general de las comunidades evangélicas en la ciudad de México y entidades aledañas, “viene a mostrar la incipiente organización de los protestantes, que aun antes de la llegada oficial de las misiones [extranjeras] ya había dado algunos pasos firmes en la construcción de la nueva religión en México”.47
El grupo encabezado por Sóstenes Juárez tuvo comentarios adversos en la prensa católica. Una de estas publicaciones advirtió a sus lectores sobre “una que se llama Sociedad evangélica”, la que andaba “esparciendo sus desacreditadas y adulteradas biblias, y adoptando los folletos metodistas que se imprimen y publican en Nueva York por la Sociedad Hispano-Americana de Tratados”. Señalaba que los integrantes de la Sociedad Evangélica diseminaban su “propaganda contra el catolicismo” en forma similar a como las serpientes atacaban a sus víctimas: “para asegurar mejor su tiro se esconden entre las hierbas y flores, para seducir a los incautos, halagar a los crédulos y hacerse recibir por los ignorantes”.48
La Sociedad Evangélica de San José el Real muda el domicilio de sus actividades en la ciudad de México al callejón de Betlemitas hacia principios del último tercio de 1869, según publica un importante diario.49 El nuevo lugar era más amplio, y por ello representaba un avance en el ensanchamiento del grupo, que, como hemos visto, se estaba expandiendo a poblaciones en otras zonas de la República mexicana.
Para cuando tiene lugar el traslado del grupo a Betlemitas, dos de los principales Padres Constitucionalistas que habían contribuido en los inicios y fortalecimiento de la Sociedad Evangélica de San José el Real (Rafel Díaz Martínez y Francisco Domíguez), ya no estaban en la ciudad de México. Se encontraban en Brownsville, Texas, “donde habían reunido a una congregación de aproximadamente 300 familias mexicanas, convertidas del papismo” al protestantismo.50

Notas
1 Daniel Kirk Crane, op. cit., p. 91; Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México, 1869-1922, s/e, México, 1998, p. 13.
2 Agradezco esta información a Juan Merlos Estrada.
3 Abraham Téllez Aguilar, Proceso de introducción del protestantismo desde la Independencia hasta 1884, Tesis de licenciatura, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras-Colegio de Historia, México, 1989, p. 163.
4 Christian World, 16/IV/1865, p. 123.
5 Alberto Rosales Pérez, Historia de la Iglesia nacional presbiteriana El Divino Salvador de la ciudad de México bajo el pastorado del pbro. y dr. Arcadio Morales Escalona, 1869-1922, s/e, México, 1998, p. 40 y Daniel Kirk, op. cit., p. 91.
6 Arcadio Morales, “Datos para la historia”, El Faro, 1/XI/1893, p.165.
7 La Reforma, 29/XII/1860, p. 4.
8 John Wesley Butler, History of the Methodist Episcopal Church in Mexico, The Methodist Book Concern, New York-Cincinnati, 1918, p. 130.
9 Tomás Martín Westrup, op. cit., p. 11 y Cosme G. Montemayor, op. cit., p. 5.
10 Abraham Téllez, op. cit., p. 165 y Alberto Rosales, op. cit., p. 10-11.
11 La Patria, 18/XII/1891, p. 3; El Monitor Republicano, 9/VI/1862, p. 1.
12 La Buena Lid, X/1896, p. 4; Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15 de junio de 1947, en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 23. El lugar mencionado se encontraba en el conjunto de lo que fue el convento y la casa de la Profesa, del que hoy queda el templo localizado en las actuales calles de Madero e Isabel la Católica en el Centro Histórico de la ciudad de México.
13 Ibíd.
14 Alberto Rosales, op. cit., p. 14.
15 Arcadio Morales, “Asunto histórico”, 1/VI/1906, p. 97.
16 Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15 de junio de 1947, en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 23.
17 Clementina Díaz y de Ovando, “El Gran Teatro Nacional baja el telón (1901)”, Revista de la Universidad, http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/viewFile/13009/14247, p. 9. Información sobre la apertura de la calle y sus efectos en el conjunto de la Profesa en Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, tomo 1º, Imprenta de la Reforma, México, 1880, p. 211.
18 Clementina Díaz y Ovando, op. cit., p. 9.
19 El Siglo XIX, 18/VI/1872, p. 4.
20 The Spirit of Missions, IV/1865, p. 141; Joel Morales Cruz, The Mexican Reformation: Catholic Pluralism, Enlightenment Religion and the Iglesia de Jesús Movement in Benito Juarez´s Mexico (1859-1872), Pickwick Publications, Eugene, Oregon, 2011, posición 3865; Abraham Téllez, op. cit., p. 163.
21 The Spirit of Missions, VII/1865, p. 261, traducción de Abraham Téllez, op. cit., p. 164.
22 The Spirit of Missions, VII/1865, p. 257.
23 Ibíd, p. 259.
25 Abraham Téllez, op. cit., p. 169.
26 La Sociedad, 7/VI/1865, p. 3.
27 La Sociedad, 7/VII/1865. p. 1.
28 Arcadio Morales, “Datos para la historia”, El Faro, 15/IV/1897, p. 61. El autor menciona que a casi todos ellos los conoció bien y que, por ejemplo, Julián Rodríguez fue quien le invitó a las reuniones de San José del Real; Eusebio Trejo llegó a ser su suegro, y, al tiempo en que escribe menciona que Juan Butler reside en Toluca y Antonio Hinojosa es un anciano de 80 años, sastre, fundador e integrante de la Iglesia El Mesías en la ciudad de México. Manuel Aguilar Bermúdez muere en 1867, antes de que Arcadio Morales se integrara al grupo, razón por la cual no lo conoce personalmente, años después incluso pondrá en duda su papel como precursor del protestantismo en México. Al respecto ver El Abogado Cristiano Ilustrado, 22/VIII/1901, p 369.
29 Texto completo de la carta reproducido por el misionero Henry C. Riley, El Abogado Cristiano Ilustrado, 20/VI/1901, pp. 198-199.
30 El Pájaro Verde, 5/II/1866, p. 1
31 Ibíd.
32 El Abogado Cristiano Ilustrado, 20/VI/1901, p. 199.
33 La Patria, 31/VIII/1894, p. 1. Sobre la muerte de Aguilar Bermúdez no he podido precisar la fecha, sin embargo existe en el archivo de la Iglesia Episcopal, en Austin, Texas, una carta de Aguilar al reverendo Dennison, fechada en la ciudad de México el 8 agosto de 1867. Este dato lo brinda Joel Morales Cruz, op. cit., posición 4469.
34 Arcadio Morales, “Rectificación: el padre Aguilar”, El Abogado Cristiano Ilustrado, 22/VIII/1901, p. 369.
35 Noticia, y crítica, sobre el calendario en Agustín de la Rosa, “Un calendario protestante en México para 1866”, La Religión y la Sociedad, 3/III/1866, pp. 284-288.
36 Editado en México, Imprenta de Manuel Castro, 1866, Laura Suárez de la Torre, “La producción de libros, revistas, periódicos y folletos en el siglo XIX”, en Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra (editoras), La República de las letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico. Publicaciones periódicas y otros impresos, vol. II, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2005, p. 20; Andrés Kirk, op. cit., p 89.
37 El Boletín Republicano, 29/IX/1867 p. 4 y 20/X/1867 p. 4; The Two Republics, 3/VI/1868, p. 4.
38 El Monitor Republicano, 3/IV/1868, p. 3.
39 El Siglo Diez y Nueve, 8/I/1869, p. 3. El sistema pedagógico promocionado por Joseph Lancaster consistía en el uso de los alumnos más avanzados para servir de monitores a sus compañeros de clase, aquellos, a su vez eran capacitados por un maestro para que los monitores reprodujeran en los grupos lo aprendido. Así, con pocos recursos humanos y materiales, podían ser escolarizados amplios números de niños y niñas. Para enseñar a leer a los infantes se hacía uso de cartillas preparadas ex profeso y basadas en la Biblia, a la que se tenía como libro de texto. Después los materiales de enseñanza sustituyen a la Biblia, pero el método de aprovechar a los estudiantes más avanzados continúa en uso en distintos países. La Sociedad Lancasteriana se origina en Inglaterra, en 1789. Es fundada en México en 1822, ver Dorothy T. Estrada, “Las escuelas lancasterianas en la ciudad de México: 1822-1842”, Josefina Zoraida Vázquez (Introducción y selección), La educación en la historia de México. Lecturas de Historia Mexicana, núm. 7, El Colegio de México, México, 1992, p. 49.
40 Jean-Pierre Bastian, op. cit., pp. 36 y 57.
41 El comunicado es reproducido por El Monitor Republicano, 23/VIII/1868, p. 2; y El Constitucional, 25/VIII/1868, p. 2.
42 El claustro y el convento de los jesuitas comenzaron a ser demolidos en 1846, para abrir la calle hacia la Alameda Central. En septiembre de 1862 el presidente Benito Juárez decretó que “las calles de la Acequia, donde vivió el general [Ignacio Zaragoza], y la recientemente abierta en el ex convento de la Profesa, se llame en lo sucesivo de Zaragoza la primera y del 5 de Mayo la segunda”. Verónica Zárate Toscano, “La patria en las paredes o los nombres de las calles en la conformación de la memoria de la ciudad de México en el siglo XIX”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, materiales de seminarios, 2005, p. 8.
43 Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15 de junio de 1947, en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 23
44 Arcadio Morales, “Datos para la historia”, El Faro, 1/XI/1893, p. 165.
45 Ibíd.
46 La Iberia, 20/VI/1869, p. 3.
47 Abraham Téllez, op. cit., p. 170.
48 “Breve reseña de los cultos, o con más propiedad de las ‘sectas’ tituladas religiosas, invitadas a establecerse en la República”, Semanario Católico, 4/IX/1869, p. 4.
49 El Monitor Republicano, 9/X/1869, p. 2.
50 The Spirit of Missions, IX/1869, p. 553.

Fuente: Protestantedigital.