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martes, 28 de febrero de 2017

Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (VII)



Por. Carlos Martínez García, México
Comprender la Reforma como un proceso diverso y amplio nos previene de parroquialismos reduccionistas. En esta dirección va la obra coordinada por Peter Marshall, The Oxford Illustrated History of the Reformation, Oxford Univesity Press, Oxford, 2015.
Peter Marshall es un avezado historiador en la Reforma protestante, sobre todo en su vertiente inglesa. Es autor, entro otros libros, de Reformation England, 1480-1642; en el verano la Universidad de Yale le publicará Heretics and Believers, a History of the English Reformation.
En 2009 la prestigiada serie A Very Short Introduction, auspiciada por la Universidad de Oxford, agregó a su catálogo el volumen sobre la Reforma escrito por Marshall.
El breve libro, 144 páginas, The Reformation, A Very Short Introduction el profesor/investigador de la Universidad de Warwick lo inicia con una afirmación: “La Reforma creó a la Europa moderna, y dejó una marca indeleble en la historia del mundo”.
Justo después hace una pregunta, “¿Pero qué fue la Reforma, acaso una fuerza de progreso, libertad y modernidad, o de conflicto, división y represión?” Para él la Reforma no fue un proceso unívoco y unidireccional, sino un momento fundante, o refundante, de la historia de Occidente con distintos significados y ramificaciones.
En la obra coordinada por Marshall, que referí en el párrafo inicial, se evidencia un entendimiento de la Reforma como un fenómeno histórico accidentado, un proceso de largo aliento y no solamente un evento, es plural y con varios polos, frecuentemente paradójico e impredecible en sus efectos.
Considera Marshall que ampliar el enfoque investigativo implica grandes retos hermenéuticos, y que de hacerlo será posible tener un mayor significado, o significados, del proceso llamado Reforma protestante.
El volumen contiene ilustraciones, grabados y mapas que contribuyen a visualizar los acontecimientos que cada autor/a desarrolla en el capítulo que le corresponde. El primer apartado es acerca del cristianismo medieval, a cargo de Bruce Gordon, quien es autor de un libro sobre la Reforma en Suiza y de una amplia investigación acerca de Juan Calvino publicada en el 2009 por la Universidad de Yale.
Gordon describe la cristiandad medieval como un periodo de luces y oscuridades, por lo que durante los tiempos previos a la Reforma, advierte, el cristianismo no debe ser visto como irremediablemente en decadencia o declinación, o, por el contrario, sinónimo de la edad de oro perdida. Fue, al mismo tiempo, un tanto lo uno y lo otro, por lo que una sola perspectiva es insuficiente para explicar el cristianismo medieval
Lo expuesto por Bruce Gordon sirve como útil antecedente para situar la vida, obra y acciones de Martín Lutero. La panorámica sobre el personaje es responsabilidad de Lyndal Roper, profesora en la Universidad de Oxford y editora de la prestigiada revista de historia Past and Present.
La doctora Roper publicó el año pasado un muy documentado estudio biográfico que lleva por título Martin Luther: Renegade and Prophet. En 1991 dio a conocer el volumen The Holy Household: Women and Morals in Reformation Augsburg.
En pocas páginas Roper resume los momentos cruciales en la vida de Lutero. El ser amplia conocedora del personaje le permite trazar una panorámica en la que presenta instantáneas del itinerario del monje agustino, profesor de Biblia en Wittenberg, crítico de la comercialización de la fe del pueblo mediante la oferta de indulgencias, enfrentamientos con el sistema teológico/eclesial católico romano, decisión para construir una alternativa al sistema criticado, esposo y padre de familia, intolerancia para con sus adversarios y colisiones con sus enemigos y, finalmente, significación histórica de la grieta que abrió en un conglomerado religioso y social que parecía inconmovible.
Carlos Eire es el responsable del capítulo “El calvinismo y la reforma de la Reforma”. Eire es autor de varios libros, entre los que se cuentan Wars Against Idols: The Reformation of Worship from Erasmus to Calvin (1991), y de Reformations: The Early Moderrn World, 1450-1650. Este trabajo fue publicado el año pasado por la Universidad de Yale y tiene 920 páginas, y está entre mis pendientes de lectura.
Eire nació en Cuba en 1950 y migró hacia Estados Unidos a lo once años. Es profesor de historia y religión en Yale. A grandes rasgos delinea la vida y producción teológica de Juan Calvino, dando mayor espacio a la estancia del teólogo francés en Ginebra, sobre todo cuando retornó a la ciudad para hacer de la misma un laboratorio del Reino de Dios.
Eire muestra cómo Ginebra relocalizó el centro del protestantismo hacia ella, debido a los esfuerzos y logros de Calvino. Es por esto que la denomina “La Roma protestante”, significando así que Ginebra se transformó tanto en un polo de atracción como de irradiación de una nueva etapa de la Reforma, gestándose lo que Eire llama un “calvinismo internacional” que se esparció mucho más allá de la pequeña urbe al pie de los Alpes.
El capítulo sobre la Reforma radical es autoría de Brad S. Gregory, doctor por la Universidad de Princeton y profesor de historia en la Universidad de Notre Dame, Indiana. Gregory se hizo conocido por su erudito estudio publicado en el 2001 por la Universidad de Harvard: Salvation at Stake: Christian Martyrdom in Early Modern Europa.
Más recientemente, en el 2011, también Harvard le publicó una polémica y provocativa obra, The Unintended Reformation: How a Religious Revolution Secularized Society. Éste fue uno de mis regalos recibidos en la Navidad pasada, que aguarda para ser leído con detenimiento.
En el capítulo bajo su responsabilidad, el objetivo de Gregory es analizar las similitudes y diferencias de los mártires católicos, protestantes y anabautistas en el siglo XVI. Dado que el mayor número de perseguidos y llevados a la muerte en aquél siglo fue el de los anabautistas, Gregory se adentra tanto en las justificaciones de los acosadores como en las convicciones de los acosados y sentenciados a muerte para enfrentar el veredicto que les llevaría a la hoguera, ahogamiento, decapitación o a la horca.
La Reforma radical tuvo pluralidad de concepciones y expresiones. Igualmente, en gran medida debido a las persecuciones, los radicales se vieron obligados a diseminarse por toda Europa y producir su teología bajo condiciones muy adversas.
Sus liderazgos locales y/o regionales gestaron teología bajo acoso, y el principio de la comunidad de creyentes como una familia confesional voluntaria revigorizó la noción de libertad religiosa y el consecuente efecto en otros aspectos de la vida social.
Brad S. Gregory hace una lúcida radiografía de un movimiento amplio, policéntrico, plural, con liderazgos de base y que ha ido ganando luz en la historiografía que presta atención a los excéntricos y marginados por las antiguas y nuevas ortodoxias.
                                                    
Fuente: Protestantedigital, 2017

lunes, 27 de febrero de 2017

Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (VI)



Por. Carlos Martínez García, México
Lutero fue un personaje multifacético. Debido a esto libros como el que inicié su reseña la semana pasada son de gran utilidad para quien desee comprender las distintas facetas del teólogo alemán.
La obra coordinada por Donald K. Mckim, The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge University Press, Cambridge, U. K., 2003, de la que anteriormente glosamos los primeros cinco capítulos, contiene dos apartados (el sexto y séptimo) que se abocan a estudiar “La teología de Lutero” y “La teología moral de Lutero”, respectivamente. En el primer caso, quien desarrolla el tema es Markus Wriedt, investigador y docente en la Universidad de Mainz y profesor visitante en la Universidad Marquette, Milwaukee, Wisconsin. El tópico de la teología moral del reformador lo analiza Bernd Wannenwetsch, cuyo centro académico es el Harris Manchester College, de la Universidad de Oxford.
Wriedt y Wannenwetsch sintetizan temáticas muy amplias y que tienen distintos ángulos. Lutero inició su confrontación con la Iglesia católica romana cuando tuvo un nuevo entendimiento de las enseñanzas bíblicas, las que contrastó con el cuerpo doctrinal de la institución eclesiástica en la que fue ordenado como sacerdote. Desde entonces el monje agustino se empeñó en normar con la Biblia los principios que enarboló y defendió frente a otros puntos de vista y prácticas. De su descubrimiento de la salvación por gracia en Cristo, Martín Lutero debió ir elaborando respuestas puntuales a cuestiones como la libertad de conciencia, el papel de las autoridades políticas en asuntos de fe, celibato y matrimonio, el significado de la Santa Cena, claves hermenéuticas para estudiar la Palabra, el lugar de las buenas obras, propuesta de organización social y política, nueva organización eclesiástica y litúrgica, niñez y educación, entre muchos otros temas.
En el capítulo 8, Fred W. Meuser (presidente emérito del Trinity Lutheran Seminary, en Columbus, Ohio) resalta que Lutero se consideró más un predicador de las enseñanzas bíblicas que teólogo, profesor, traductor, escritor, autor de himnos y músico o pastor. En todo momento, sobre todo cuando atravesaba por momentos adversos, Martín Lutero estimaba un deber ineludible exponer las Escrituras. Para él cada “cada sermón era un campo de batalla por las almas de las personas, un evento apocalíptico que contraponía las puertas del cielo con las del infierno, escenario del continuo conflicto entre el Señor y Satanás”.
Jane E. Strohl, profesora de Historia y Teología de la Reforma en el Seminario Teológico Luterano del Pacífico, Berkeley, California, en el capítulo 9, traza el “Itinerario espiritual de Lutero”. En su peregrinaje cognitivo y espiritual el profesor de teología en la Universidad de Wittenberg llegó a un punto de quiebre cuando entendió de una forma liberadora la justificación del pecador por la gracia de Dios en Jesucristo. Strohl subraya que “la idea del creyente como santo (justificado) y pecador es la mayor polaridad distintiva de la espiritualidad de Lutero”. Dicha polaridad se sintetiza en una expresión: “Simul iustus et peccator”, justo y pecador al mismo tiempo.
Los capítulos 10 (“La lucha de Lutero con temas éticos y sociales”), 11 (“Los encuentros políticos de Lutero”), y 12 (“Las polémicas y controversias de Lutero”) presentan al personaje como alguien que tuvo momentos sinuosos y hasta contradictorios. Los tópicos son abordados por Carter Lindberg, David M. Whitford y Mark U. Edwards, respectivamente. Cada uno de ellos tiene extensa trayectoria en estudiar a Lutero y/o la Reforma protestante. 
Lindberg previene del error de percibir a Lutero como politólogo y/o analista de cuestiones sociales. Más bien es necesario comprender las posiciones éticas de Lutero como preocupaciones teológicas y pastorales, ya que su “batalla con temas de ética social procedían de su percibida vocación para proclamar la promesa y juicio de Dios”. Por su parte Whitford clarifica que la teología política de Lutero debe ser entendida “con el trasfondo de sus compromisos teológicos” basados en la Biblia. A partir de este fundamento, Martín Lutero elaboró la llamada doctrina de los dos reinos y la diferenciación entre esferas de autoridad terrenal y espiritual. En cuanto a Edwards, él hace un recorrido por las polémicas de Lutero, las cuales inicialmente estuvieron enfocadas en debatir, de viva voz o mediante escritos, con teólogos católico romanos. No mucho después el reformador debió confrontarse con otros que compartían sus críticas al sistema teológico/eclesial católico, pero tenían distintas propuestas de cómo enfrentarlo y llevar al cabo la renovación de la comunidad cristiana. Lutero polemizó y/o enseñó contra Karlstadt, colega en la Universidad de Wittenberg, Zwinglio, reformador de Zúrich, Tomás Müntzer y la insurrección de los campesinos, los anabautistas.
La sección titulada “Después de Lutero” la conforman tres capítulos, del 13 al 15. Robert Kolb explora “La función de Lutero en una era de confesionalización”, donde muestra el imaginario construido sobre el teólogo germano en distintos bandos: por un lado sus adversarios pertenecientes a distintos grupos, y por el otro los discípulos que prosiguieron la tarea reformadora. Lutero consolidó una confesión distinta en tiempos durante los cuales el monopolio de los bienes simbólicos de salvación los tenía la Iglesia católica romana. Hans J. Hillerbrand, especialista en la Reforma y prolífico autor acerca de la misma, ofrece en “El legado de Lutero” los aportes del ex monje agustino. Lutero dijo de sí mismo que no era sino “una maloliente bolsa de gusanos” y que esperaba a su muerte fuesen quemados todos sus libros y escritos, también manifestó que “los hijos de Dios no deberían ser llamados por mi nombre”, es decir luteranos. Como sea, la herencia de Lutero tiene alcances históricos, geográficos y culturales y las repercusiones en estos campos fueron evidentes mientras él vivía. James A. Nestingen hace un ensayo interpretativo en el capítulo “Acercamiento a Lutero”, en el cual lo disecciona como personaje y como símbolo. Lutero-símbolo representa algo más grande que su persona, y ha trascendido hasta marcar con su lid la construcción de Occidente, incluso en uno de sus extremos exóticos, como es América Latina.
La obra concluye con la sección cuarta, “Lutero hoy”. James A. Kittelson, en el capítulo “Lutero y la historia moderna de la Iglesia” hace un repaso a las distintas lecturas históricas sobre la gesta del personaje y sus resultados. Aboga por un acercamiento amplio y comprensivo del reformador para liberarlo de las mitologizaciones que han elaborado tanto sus oponentes acérrimos como sus partidarios más entusiastas. En “El significado teológico contemporáneo de Lutero”, Robert W. Jenson encuentra que las propuestas de Lutero son dinámicas, o sea tienen vigencia pero con la condición de no trasladarlas mecánicamente a nuestra propio ejercicio bíblico/teológico. Finalmente, Günther Gassman cierra el libro con el capítulo “Lutero en la Iglesia mundial hoy”. No lo dice así, pero en el análisis del autor está la propuesta para que los herederos de Lutero hagan el esfuerzo de ser selectivos en cuanto a qué preservar y qué desechar de la herencia transmitida. Me parece una buena línea para tener en cuenta a la luz del quinto centenario del inicio de la Reforma protestante. De hacerse el ejercicio habrá mucho que reivindicar en el movimiento desencadenado por Martín Lutero y, también, rémoras a ser identificadas para deshacerse críticamente de ellas.

Fuente: Protestantedigital, 2017

domingo, 26 de febrero de 2017

¿Cuántas clases de matrimonios había en las iglesias primitivas?



Por. Óscar Margenet, España
La inmoralidad generalizada que los Reformadores denunciaron al precio de sus vidas, es hoy protegida legalmente a favor de organizadas minorías que públicamente celebran su libertad para practicarla. El calendario incluye esos días para que todo el mundo se adhiera.
Son esas minorías las que logran penalizar socialmente toda forma de denuncia en su contra, le hacen ganar fortunas a los multimedios, publicitan lo que hay que tener y hacer para ser felices y se sientan en las bancas de las iglesias para forzarlas a cambiar sus doctrinas.
La avaricia, el orgullo y la vanidad que cabalgan sobre la prostitución, la multiplicidad de género, el sexo libre, el divorcio, la guerra a muerte por la tenencia de bienes matrimoniales y ‘el reparto legal de hijos’ están destruyendo aceleradamente la célula base de toda sociedad.
Desde iglesias históricas bajan hoy prédicas dirigidas a oídos que solo quieren escuchar lo que temporalmente apacigüe la angustia que nace de la dureza del corazón humano.
Ya el Apóstol Pablo le recomendaba a Timoteo que predicase la Palabra ‘a tiempo y fuera de tiempo’ porque vendrían días en que la gente no soportaría la ‘sana doctrina’ (01). El que escribe y muchos de sus lectores coincidirán en que estamos viviendo tales días.
En este contexto toca analizar hoy cómo eran el matrimonio, el rol del padre y la madre en las familias de las primeras iglesias cristianas. El objetivo es comparar y rogar a Dios por el cambio.
El matrimonio, la familia y el divorcio judíos en los días de Jesús
Hubo una costumbre que se remonta a los días de Moisés, por la que un varón podía tener más de una esposa. Mucho tiempo después un relato conmovedor del AT da cuenta que Elcana tenía dos esposas: Penina, que ya le había dado hijos, y Ana, que era estéril pero que recibió respuesta de Dios a sus oraciones dando a luz a Samuel (02).
Ya en los días de Jesús, la poligamia era mal vista por los judíos; el matrimonio monógamo era entre un hombre y una mujer. La tradicional unión matrimonial judía daba lugar a una serie de ritos y costumbres muy particulares (03).
Debido a la religiosidad y a las normas vigentes el anuncio del nacimiento de Jesús de una virgen significó una dura prueba para María y José, porque ya desposados aún no habían celebrado su boda y, por lo tanto, no habían tenido su primera relación sexual. Dios intervino para persuadir a José; como este era un varón justo obedeció a Dios y no canceló la boda (04).
La principal característica del compromiso previo es que debía cumplirse salvo que mediase una transgresión del séptimo mandamiento dado a Moisés: ‘No cometerás adulterio’ (05) o que la desposada no llegase virgen a la fiesta de bodas.
Salomón define a la persona adúltera como ‘falta de entendimiento’, pues ella ‘corrompe su alma’ (06). De hecho, este mandamiento tenía validez tanto para el hombre como para la mujer y su transgresión, además de ofender enormemente a Dios, (07) era castigada con la muerte (08).
Jesús condenó el adulterio (09). Sin embargo, los hombres, según la tradición judía, perversa e hipócritamente aplicaban el castigo solo sobre la mujer. Esto queda demostrado por la puesta en escena armada por fariseos y escribas para tentar a Jesús (10).
El primer milagro realizado por el Maestro de Galilea fue en una fiesta de bodas (11). Lo que demuestra que el Hijo de Dios no estaba en contra del matrimonio, como pretenden los falsos maestros que lo ponen en un plano inferior al celibato.
La costumbre en las familias judías adineradas era tener festividades por 7 días. Por obvias razones los campesinos no podían celebrar de esa manera. La falta de vino en las ‘bodas de Caná’ quizás revele un fallo de sus organizadores al intentar imitar a los ricos de Jerusalén.
La familia judía y el divorcio
En la familia judía la mujer estaba a cargo de todos los quehaceres del hogar y el cuidado de los hijos. Se esperaba de ella que estuviese siempre atractiva para el esposo. A cambio, el esposo proveía casa, comida, vestido. De ninguna manera se le permitía al hombre maltratar a su esposa; y ambos consentían en mantener relaciones conyugales de manera regular.
En el judaísmo del Segundo Templo la ruptura del matrimonio era permitida, por razones que variaban según dos escuelas rabínicas: la estricta de Shammai y la de Hillel. Ambas, sin embargo, afirmaban que solo el hombre podía iniciar el divorcio (12).
En caso de divorcio, los hijos nacidos del matrimonio judío, quedaban con el padre. Si después de diez años de matrimonio no había hijos el hombre podía optar por divorciarse de su mujer.
Por su parte, la difundida práctica Romana era que la mujer tenía derecho al divorcio; por eso era muy común que los romanos y las romanas se divorciasen y volviesen a casar varias veces.
El Evangelio dignifica al matrimonio
El concepto que introdujo Jesucristo sobre el matrimonio contrastó tanto con la moral judía como con la pagana. Cristo condenó el facilismo judaico para con el divorcio, declarando que toda separación es un acto arbitrario del hombre en desobediencia al mandato divino (13).
La unión conyugal es un diseño de Dios y está registrada en el primer libro de la Biblia: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.” (14)
Por eso, Jesús ordena que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre (15). El Apóstol Pablo escribe a la iglesia en Galacia afirmando que esposo y esposa son de igual valor en Cristo (16). Utiliza al matrimonio cristiano como figura de la relación entre Cristo Jesús y la iglesia de Dios.
El Hijo y cabeza de la iglesia es el esposo que tanto la amó que dio su vida por ella; y el cuerpo de la iglesia es la esposa que espera el retorno de su Señor para unirse por la eternidad (17). En ‘La Marcha del Cristianismo’ (18), su autor resume así la vida en las iglesias primitivas, antes de la creación de la iglesia constantiniana:
“El Matrimonio
Cuando una mujer se convertía, siendo ya casada, y su marido quedaba alejado de la fe, se enseñaba a la esposa cristiana a permanecer fiel a su esposo y a procurar ganarlo por medio de una conducta sana, que siempre tiene más influencia que los argumentos (19).
Pero tratándose de mujeres no casadas, se les enseñaba que no debían contraer enlace con los inconversos. A veces llegaban hasta a excluir del seno de las iglesias a las que faltaban en este punto.”
Los cristianos de los primeros siglos conocían muy bien la enseñanza de Pablo en Colosas: “Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.” (20) Varetto continúa su síntesis:
“Tertuliano era muy radical en contra de los matrimonios mixtos, y escribió combatiendo tales uniones, que eran muy raras en aquel entonces, cuando la sima que separaba al mundo de las iglesias era aun más profunda que en estos días. Muestra Tertuliano las dificultades a que se exponía la virgen que se casaba con un pagano.
No podrá dejar el techo conyugal para reunirse con sus hermanos; tendrá que oír las canciones y palabras profanas de su marido inconverso; tendrá que preparar banquetes de un estilo repugnante a los que conocen al Señor; para agradar a su marido tendrá que aparecer vestida como no es lícito a santos, y muchas otras cosas más. Es vender el alma al consentir el casamiento.
Pero la unión de dos seres que aman al mismo Señor es tenida por honrosa. Aunque no había lo que hoy llamamos matrimonio religioso, toda la iglesia tomaba parte en la celebración de la boda. No que fuese un sacramento ni una ocasión para exhibir lujo, sino un momento solemne en el que se debía implorar la bendición de Dios sobre los desposados.” (21)
El Padre
El padre (y esposo) cristiano era el jefe pero no el déspota y tirano de la casa. Usaba de toda consideración para con los suyos, y todos sus actos tenían que estar reglamentados por el amor. Leónidas, el padre de Orígenes, ha pasado a la historia como un buen ejemplo de padre cristiano.
A él debe su ilustre hijo todo lo que fue. El mismo cuidaba de la educación de su hijo. Todos los días le leía las Sagradas Escrituras y le hacía aprender de memoria un trozo de ellas. Después de la lectura hablaban un rato sobre lo que habían leído, para buscar compenetrarse del sentido y robustecer la mente y el corazón con este conocimiento (22).
La Madre
La madre cristiana era la verdadera gloria del cristianismo. Ella es la que hacía del hogar un verdadero santuario (23). Su misión era todo lo que concernía al cuidado de la familia; tejía con sus manos la ropa con que se cubrían ella, su esposo y sus hijos; se adornaba con el manto precioso de la modestia; hacía de la casa el albergue del peregrino y de todo hermano que llegaba de otros puntos; recibía con tierna y santa sonrisa al esposo que llegaba al hogar después de largas horas de trabajo; y unidos en un doble amor, ofrecían juntos al Padre celestial el incienso de sus oraciones que hacían arder en el altar de sus corazones.
La madre era la eficaz colaboradora en la tarea de criar los hijos. El Pastor de Hermas demuestra que se exigía a éstos una obediencia y disciplina ejemplares. A los cinco o seis años, los niños ya enseñados en los mandamientos del Señor estaban en condición de aspirar a ser reconocidos como catecúmenos y empezar a recibir en la iglesia una enseñanza que les prepararía para ingresar en la milicia cristiana.
De estos hogares, saturados con el perfume de la santidad evangélica, se levantarían los futuros testigos, mártires y apologistas.” Así concluye Varetto estos apuntes.
No caben dudas de que aquellos cristianos son la sólida base que en el Medioevo permitió a los reformadores denunciar la corrupción generalizada. Martín Lutero representa a esos miles de mártires que permitieron salir del oscurantismo a Europa y mucho de Occidente al día de hoy.
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En nuestro próximo artículo trataremos sobre la vida pública y las diversiones en los primeros siglos de las iglesias cristinas. Hasta entonces, si el Señor lo permite.
Notas
Ilustración: http://www.letarot.it/cgi-bin/pages/saggi/saggi%20iconologici/saggi%20iconologici%20i/6%20-%20gli%20amanti/gli%20amanti/Foto%203.jpg
01. 2ª Timoteo 4:1-5.
02. Éxodo 21: 10,11; Deuteronomio 21:15-17; 1ª Samuel 1:1, 2
03. Para leer dos crónicas muy interesantes sobre el matrimonio judío recomiendo entrar en: https://sanchoamigo.wordpress.com/2014/01/16/el-matrimonio-segun-la-religion-judia/ y/o en:http://www.aishlatino.com/fm/m/La-Vision-Judia-del-Matrimonio.html
04. Mateo 1:18-25.
05. Éxodo 20:14; Deuteronomio 5:18.
06. Proverbios 6:32.
07. Jeremías 29:23
08. Levítico 20:10.
09. Mateo 5:27-29.
10. Juan 8:3-11.
11. Ibíd. 2:1-12.
13. Mateo 5:27-32.
14. Génesis 2:24.
15. Mateo 19:4-6; Marcos 10:6-9.
16. Gálatas 3:28.
17. Efesios 5:21-33.
18. Obra citada, de J. C. Varetto, páginas
19. 1ª Corintios 7:10-17.
20. Colosenses 3:18,19.
21. Aunque Jesucristo no lo ordenó como tal, recién tras Agustín el matrimonio sería considerado un sacramento por la iglesia fundada por Constantino, es decir, un signo de dones invisibles, la unión de Cristo con la congregación, lo que proporcionó una razón añadida para su indisolubilidad, incluso en caso de infidelidad y falta de hijos. La comunión de fe, de ejercicios religiosos, de obras de caridad en pie de igualdad, pues el lazo matrimonial había de ser consumado sólo entre cristianos, produjo una unión más estrecha entre marido y mujer (Tertuliano, Ad uxorem, ii. 9). A pesar de ello, no se desarrolló una apreciación acertada del significado ético del matrimonio para el cristiano como el Apóstol Pablo había enseñado. El propio Tertuliano consideró absurdo para un cristiano desear hijos, pues ¿para qué iba a desear un hombre tener herederos o regocijarse en su posición si debía desear su rápida salida de este peligroso mundo?
22. La enseñanza paulina fue clave en la unidad familiar: “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor.” Efesios 6:1-4. “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor.
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.” Colosenses 3:20,21.
23. Un claro ejemplo de ello es lo que Pablo, desde la prisión, le transmite conmovedoramente a su hijo espiritual Timoteo: “trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también.” 2ª Timoteo 1:5.
Este autor desea expresar públicamente su gratitud a Dios por haber tenido una madre que le guió en Sus caminos, desde pequeño. Alabo al Señor Jesucristo en su bendita memoria.

Fuente: Protestantedigital, 2017