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sábado, 27 de mayo de 2017

Metodismo y pentecostalismo: ¿tomamos todos de una misma fuente?



Por. Miguel Ulloa Moscoso, Chile.
En una de las tantas conversaciones que he tenido con hermanos pentecostales uno me manifestó: “A nosotros nos gustaría ser más metodista y menos pentecostales”. Por otro lado, en mi iglesia, me he acostumbrado a escuchar que deberíamos ser como los “hermanos pentecostales”. Parece que metodistas y pentecostales sufrimos un dilema existencial. Surge la pregunta: ¿qué hay dentro de estos bloques, que aunque aparentemente  opuestos, beben de una misma fuente? El movimiento wesleyano, surgido en Inglaterra en el Siglo XVIII, es el afluente común del metodismo y de otros rostros que han surgido en Chile. Por eso se va a hablar de otros metodismos.
En el lenguaje metodista, se hablará de otros metodismos al referirse a iglesias surgidas dentro del seno del metodismo chileno. Es el caso de las iglesias metodistas pentecostales, evangélica pentecostal, pentecostal, wesleyana, metodistas independientes, libres, etc., que en más de cien años de historia han intentado reformar el metodismo y volverlo a su origen primero. En un primer estadio, haciendo un paralelo entre ambas experiencias de la fe, es necesario reconocer que hay elementos en común:
El valor de la experiencia personal: los metodistas hablarán, igual que Wesley, del nuevo nacimiento, la santificación, los medios de gracia, las obras de piedad y misericordia, poniendo en un espacio significativo la experiencia cristiana. Se ha encasillado al metodismo como un movimiento de doctrinas y normas rígidas. Pero, cuando a Wesley le preguntan: ¿qué es el metodismo?, él lo definirá como la religión del amor, del amar a Dios y al prójimo. Estos elementos están presentes en la teología pentecostal, que al igual que en el metodismo, pasan por una experiencia primera, el 24 de mayo 1738 de cada creyente, donde “ha experimentado la seguridad que todos sus pecados han sido perdonados” (cita textual de la experiencia de Aldersgate).
La importancia del nuevo nacimiento: la crítica de los colegas de Wesley, en los inicios del metodismo, era: ¿por qué hablar de conversión y nuevo nacimiento si esto no es necesario? Wesley definirá en uno de sus sermones que  esta experiencia “…es la gran obra que Dios hace por nosotros al perdonarnos nuestros pecados… al renovar nuestra naturaleza caída”[1]. Esta convicción surge en el corazón de él, producto de la influencia teológica que tenía. En la teología de Wesley hay elementos de los místicos de oriente, los padres de la iglesia, el pietismo luterano y de la reforma radical. Sin considerar la influencia del anglicanismo en él, ya que era clérigo de la iglesia alta de Inglaterra.
Junto a Carlos, su hermano, ambos clérigos, cuenta la historia que en medio de un viaje misionero a las colonias inglesas en Norteamérica, se encuentran con una brava tormenta y llenos de temores; con el miedo de morir, observan la tranquilidad de los moravos que cantaban y oraban, y no tenían temor a la muerte. Se dice que dicha experiencia les hizo cuestionarse la seguridad de su salvación. Después de la experiencia del 24 de mayo, Wesley considerará que todo creyente debe tener la certeza y seguridad de la redención.
El valor del canto: para los primeros metodistas, cantar era manifestar su teología a través de un instrumento popular como el canto. Este expresaba las experiencias esenciales de la fe, invitaban a la transformación, a la dedicación de la vida y el fortalecimiento espiritual. Hoy no es extraño que los metodistas hayan desplazado la himnología por cantos más estridentes. Pero, por su reverso, hay iglesias pentecostales, más tradicionales, que mantienen el canto de himnos, como fue la forma de alabar a Dios en antaño, donde había detrás de ellos elementos doctrinales y una invitación a la experiencia personal con Jesucristo.
El modelo metodista primitivo: Wesley instauró una eclesiología marcada por el desarrollo de los grupos pequeños. Él utilizó el método de formar clases, sociedades y bandas, cuyo fin era edificar la vida de la gente. Estos se reunían de forma periódica, tenían una dinámica propia y funciones específicas para la práctica de la vida de piedad y misericordia. El movimiento pentecostal chileno, en algunos rostros, mantuvo en su esencia esta imagen al establecer esta metodología de iglesia.
Una piedad popular: el metodismo surgió en los márgenes de la Iglesia de Inglaterra. Fue el movimiento del pueblo, ya que nació en medio de las populosas calles de Londres, entre las fábricas, cárceles y los lugares donde la necesidad de Dios era imperante. Aunque hubo adeptos intelectuales, políticos y religiosos, el metodismo vistió el ropaje de los que no tenían lugar en la fe del Siglo XVIII. En una oración, Wesley graficará el estado que vivía la gente de aquel tiempo, él exclama: ¡Ten compasión de esta gente desechada, que son hollados como estiércol sobre la tierra![2] Fue a ellos a quienes los primeros metodistas les hablaron de salvación y crearon formas de ayudar a la corrompida sociedad de aquel tiempo.
El escritor Halford E. Luccock, en su libro Línea de esplendor sin fin, dirá: “En Inglaterra en el Siglo XVIII surgieron dos revoluciones: la revolución industrial y  una revolución espiritual, provocada por el movimiento metodista”[3]. El pentecostalismo, paradójicamente, vislumbró aquella expresión en el génesis de su historia, cuando captó la atención de las personas, que por diversos motivos, no tenían espacio ni acceso a las iglesias protestantes históricas que llegaron al país e hicieron del protestantismo un rostro criollo, como lo manifiestan algunos historiadores.
Estos otros metodismos se ven opacados por algunos elementos claves donde se reniega,  en parte o por completo, la tradición wesleyana. Esto lo vemos en:
El valor de la formación teológica: en las Obras de Wesley encontraremos El discurso a los clérigos, donde Juan Wesley construirá y describirá las capacidades que debe tener todo aquel que desarrolle una vocación pastoral. Él hablará de capacidades naturales y de “dones adquiridos”; es ahí donde él dirá que “el ministro debe conocer su propio oficio, debe tener conocimiento de las Escrituras, dominio de las lenguas bíblicas, conocimiento de las ciencias, formación de los padres de la iglesia, conocimiento de geografía y cultura, sentido común, buenos modales y conducta adecuada”[4]. Si una gran cantidad de pastores evangélicos se identifica como herederos de la tradición wesleyana o metodista, resulta de interés que más de un 85% no tenga formación teológica.
El rol de la mujer: en la historia del metodismo, las mujeres jugaron un rol fundamental, ellas eran predicadoras, maestras, servidoras y sostenedoras de la obra. Jugaban roles públicos y privados dentro del naciente movimiento. En el metodismo hay obispas, pastoras y lideresas, mujeres con roles protagónicos. Paradójicamente, en lo tradicional del mundo evangélico ellas han jugado, en el mayor de los casos, salvo honrosas excepciones, el lugar del servicio y no en posiciones de liderazgo.
La santidad en una dimensión social: la Santidad en la tradición wesleyana es como una moneda, tiene dos caras, es tanto piedad como social,  se vive en una dimensión privada y pública al mismo tiempo. Esta acción Wesley la ligará directamente a la obra del Espíritu en el creyente, como parte de su proceso de santificación. Para él, las obras no son meritorias, pero sí una obligación. Producto de los grandes avivamientos espirituales del siglo pasado, pareciera que la dimensión social de la fe pasó a un segundo plano. La acción carismática, en los movimientos que se consideraron herederos de la tradición metodista, volcó sus esfuerzos al desarrollo de la práctica de la piedad.
La visión escatológica: en la mente de Wesley, los conceptos relacionados al fin son catalogados por él como especulaciones, esto en su clasificación no es considerado como una doctrina fundamental para el cristianismo. Es interesante comprender que su esperanza estaba puesta en que Dios, en algún momento de la historia, va a recrear una nueva creación, que será producto de la instauración de las señales del reino en este mundo.
Diálogos con otras fes: el Wesley de la experiencia de Aldersgate, el misionero, el predicador de las cárceles, era considerado un erudito de su época, tanto en el campo de la teología, como en otras materias. El hombre que llamaba a la conversión y al nuevo nacimiento era una persona dialogante con los otros. Las cartas de Wesley nos proporcionan valiosa información sobre esto, entre los amigos de él, entre los cuales tenía un amplio diálogo teológico, se cuentan: presbiterianos, moravos, católicos romanos e incluso musulmanes.
La tensión entre pentecostalismo y metodismo está, en muchos casos, encausada en una disputa neumatológica, relacionada a las expresiones del Espíritu, interpretaciones bíblicas, asuntos de formas, tradicionalismos, etc. Pero en el pensamiento de Wesley existe algo más amplio, donde él definirá efectivamente qué es ser metodista o sentirse parte de, en el cual las opiniones sobre esto o lo otro pasan a un segundo plano. Así explicará las marcas de un metodista: “Las marcas distintivas de un metodista no son sus opiniones sobre cualquier asunto. Su aprobación de tal o cual esquema de religión, su aceptación de cualquier conjunto de nociones, su adhesión a un juicio sobre otros seres humanos, son todos elementos muy alejados del tema. Quien, por lo tanto, imagine que un metodista es una persona de tales o cuales opiniones, revela una gran ignorancia sobre toda la cuestión, tergiversando totalmente. Creemos, ciertamente, que toda Escritura es producida por inspiración de Dios,  y en esto nos distinguimos de los judíos, de los turcos y de los infieles. Asimismo, creemos que esta Palabra de Dios escrita es la única y suficiente norma para la fe y la práctica cristianas, y es en esto que nos distinguimos fundamentalmente de la Iglesia de Roma. Creemos que Cristo es el Eterno y Supremo Dios, lo que también nos diferencia de los socinianos y los arrianos. Pero, en cuanto a las opiniones que no atacan los fundamentos del cristianismo, «pensamos y dejamos pensar». De manera que, sean lo que sean, ciertas o equivocadas, no constituyen «marcas distintivas» de un metodista”[5].
La fuente de metodistas y pentecostales está en la figura de Juan Wesley. Un pastor que por la acción del Espíritu respondió al llamado de Dios de encender la vida y la espiritualidad de la Inglaterra del siglo XVIII. Leer a Wesley, casi tres siglos después,  no es nada menos que volver al pozo y ver qué clase de agua es la que estamos tomando. Por lo visto, el agua que habla de conversión, nuevo nacimiento, santidad, perfección, amor, está estancada en los libros de historia de la Iglesia o en algún rincón de nuestras iglesias.
“El fuego se ha encendido y ni todos los demonios del infierno  lo podrán apagar”.
George Whitefield

El autor es Teólogo y Pastor de la Iglesia Metodista de Chile.
Publicado en https://pensamientopentecostal.wordpress.com
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[1] Obras de Wesley, Vol. I, p 49.
[2] Op. Cit., Señales del Reino, p 10.
[3] LUCCOCK Halford, Línea de esplendor sin fin, p 24.
[4] Obras de Wesley, Vol. IX, pp 196-197.
[5] Obras de Wesley, Vol. V, pp 16-17.

Fuente: ALCNOTICIAS, 2017

viernes, 26 de mayo de 2017

La compasión de Dios: Una hospitalidad radical (Recordando a Paulo Freire)



Por. Carmelo Álvarez, EE.UU
La persona que nos convoca hoy, en este acto inaugural de la Cátedra Paulo Freire, es un ser humano excepcional e influyente intelectual, ampliamente conocido en el mundo entero. Sus aportes innovadores y revolucionarios, hacia una educación transformadora, han trastocado pensamientos y afectado sistemas y estructuras sociales y educativas. Sí, Paulo Freire merece ser recordado por múltiples razones. Pero se me antoja pensar que debemos rescatar una dimensión que da sustento a su vida y pensamiento: su espiritualidad liberadora.
Para subrayar esa perspectiva liberadora tomo prestada una bella imagen bíblica que nos recuerda al Dios hospedador y compasivo. El pastor suplidor y sustentador, tan bellamente presentado en el Salmo 23, nos ayuda a hilvanar unas ideas que nos ayuden a comunicar lo que llamaría, una hospitalidad radical. Para ello me apoyo en el excelente comentario de Leonardo Boff, El Señor es mi pastor. Boff ha logrado combinar una dimensión teológico-pastoral con una creatividad poética exquisita y diáfana, que nos va configurando el carácter y la fisonomía de esta personalidad egregia que es nuestro Paulo Freire.
He de subrayar, en primera instancia, la fortaleza espiritual de Paulo Freire. En segundo lugar, destacar cómo la mesa es apertura para recibir un aliciente necesario en medio de diferentes crisis y fuerzas opositoras. En tercer lugar, el rostro bondadoso de Dos, que se muestra como una certeza de esa compañía que confirma una presencia duradera y firme.
La fortaleza espiritual de Paulo Freire. No cabe duda que a lo largo de su actividad intelectual, el compromiso político e implementación de sus principios y convicciones educativas, Freire tuvo que enfrentar desafíos grandes, incluyendo la cárcel, el escarnio y el abandono. Cuando trazamos su peregrinaje intelectual, con claros perfiles proféticos, vamos percibiendo un movimiento que va de la pedagogía del oprimido, hacia la pedagogía de la esperanza y la pedagogía del corazón, como él mismo la fue hilvanando en tres libros. Podríamos, incluso, conjeturar que logró vencer amarguras y tristezas, y afirmarse en una esperanza que nutrió su fe en una sociedad distinta y nueva, libre de tantas cadenas. El salmo 23, en una de sus traducciones, nos comunica ese motivo, “y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero”. (v.3).
La metáfora de la mesa (v.5) ofrece un espacio para recibir aliento, unción, celebración de la alegría. Aquí debemos resaltar la dimensión ecuménica de Paulo Freire, no sólo porque fue asesor educativo del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra, sino por esa cosmovisión que le llevó a ser solidario con países de África, Asia, Latinoamérica y el Caribe. Lo que era un exilio se transformó en una gestión solidaria en un contexto global.
La dimensión de la compañía (v.6) Paulo Freire la compartió en tantas iniciativas de asesoramiento, charlas y diálogos provocadores sobre la concientización, el compromiso para transformar sistemas educativos opresores y la capacidad de soñar en una “gran escuela” cercana a la vida y la creatividad.
Deseo citar un párrafo de Paulo Freire, de su breve escrito, “Las iglesias, la educación y el proceso de liberación humana en la historia” p. 47, (Buenos Aires: La Aurora, 1986)
Naturalmente, en la misma línea profética, la educación se instauraría como un método de acción transformadora. Como praxis política al servicio de la permanente liberación de los seres humanos, que no se da, repitamos, sólo en sus conciencias, sino en la radical transformación de las estructuras, en cuyo proceso se transforman las conciencias.
Creo que este párrafo resume acertadamente la acción y pensamiento de Paulo Freire. Y me lleva a confirmar el talante profético de este latinoamericano tan nuestro. Que tanto nos ha enseñado con su vida, testimonio y pensamiento.
Mi más profunda convicción cristiana me asegura que la compasión de Dios, manifestada en el buen pastor, Jesús, alumbró a Paulo Freire y le resucitó en la hora crucial de su agonía existencial, para reafirmarse como un agente de la verdadera educación, la que libera para la vida.
(Versión en español, Reflexión, Culto inaugural Cátedra Paulo Freire, Capilla, Seminario Evangélico de Teología Garrett, Evanston, IL – 23 de marzo de 2017).

Fuente: ALCNOTICIAS, 2017