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miércoles, 26 de julio de 2017

La intempestiva conversión de Saulo de Tarso como columna del apostolado de Pablo



Por. Carlos Valle, Argentina
 ¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle? George Herbert
No puedes guiar el viento, pero puedes cambiar la dirección de tus velas. Proverbio chino.
Capítulo V de El libro de los Hechos, una mirada desde la comunicación, de Carlos Valle, que se edita juntamente con Prensa Ecuménica
A partir del capítulo 9 la historia de Hechos concentra su relato en la vida de este Saulo de Tarso, que está preparándose para un largo camino de persecución “contra los discípulos del Señor”. Como parte de esa campaña, le pide al sumo sacerdote permiso para dirigirse a Damasco a fin de encarcelar a “hombres y mujeres de ese camino”. Pero, en el camino a Damasco, Saulo tiene una experiencia tan contundente que le hace cambiar de raíz el rumbo de su vida.
¿Cómo puede entenderse el cambio tan drástico que se va a operar en esta persona que, con tanta determinación y premeditación, va a Damasco a perseguir y encarcelar cristianos, con la anuencia del sumo sacerdote?
La explicación que provee Hechos es la de un peculiar encuentro directo con Jesús en un escenario dominado por una luz enceguecedora, y lo presenta como la mejor explicación de tan rotundo cambio. Posteriormente, Hechos repetirá dos veces más este relato (22:6-9 y 26:13-18). La descripción tiene las características de experiencias extáticas, las cuales suelen manifestarse en visiones, generalmente enmarcadas por una intensa luminosidad. Nuevamente Hechos recurre a afirmaciones de este tipo para dar autenticidad a los relatos y certificar su importancia. La sorprendente experiencia de Pablo es la única prueba que se relata para explicar esa súbita transformación radical.
Lo que pasó según Hechos
Según Hechos, llegando a Damasco con su grupo, “le rodeó un resplandor de luz del cielo”. Una voz, que se identifica como el mismo Jesús, le reclama por qué lo estaba persiguiendo. Ese resplandor le enceguece, y le produce tal desconcierto, que no sabe bien qué hacer. El grupo que lo acompaña, que solo ha visto el resplandor, pero no ha escuchado ninguna voz, decide llevarlo a la ciudad. Mientras tanto, se indica que Dios le ha pedido a un tal Ananías que reciba a Pablo. Ananías procura no asumir esa responsabilidad.
El nombre de “Saulo de Tarso” producía muchos reparos por lo que representaba su beligerancia contra los “del camino”. No obstante, finalmente, lo acepta porque Dios le ha anunciado que éste será un “instrumento escogido” para llevar el nombre de Jesús a los gentiles, reyes y a los hijos de Israel. En la casa donde lo acogen, Ananías pone sus manos sobre el “hermano Saulo” y le anuncia que el Señor Jesús lo ha enviado para que reciba la vista y “sea lleno del Espíritu Santo”. Inmediatamente Saulo recupera la vista y se bautiza. Después de un corto tiempo en Damasco, habiendo recobrado sus fuerzas, “enseguida predicaba a Cristo en las sinagogas”.
Esta historia despierta varios interrogantes que necesitan ser considerados. En primer lugar, aceptarla como si se tratase de una súbita conversión fruto de una acción divina, cierra todo camino a cualquier otro tipo de planteo. Lo cierto es que, el repentino cambio que Pablo dice haber experimentado, no fue fácilmente aceptado en aquel momento. Tanto a los judíos como también a los cristianos les resultó difícil admitir este repentino cambio y, los que lo aceptaron, lo hicieron con cierto recelo y temor. Prontamente, los judíos deciden que deberían matarlo, para lo cual lo acosan día y noche. Ante esta situación, aquellos discípulos que lo han empezado a acompañar, para evitar que Pablo sea tomado prisionero, deciden bajarlo durante la noche por el muro de la casa en la que se alojaba poniéndolo a resguardo dentro de una canasta.
Los difíciles comienzos de los cambios
La resistencia a Pablo no desaparece, se reanuda cuando decide viajar a Jerusalén. Su presencia causa tal revuelo entre los judíos que otra vez procuran matarle. Allí también, el ambiente entre los discípulos no le era muy favorable y le tenían miedo. Sin embargo, uno de ellos sale en su ayuda: Bernabé, tal como lo llamaban los apóstoles, que significa “el hijo de la consolación”. Él había vendido su heredad y entregado el dinero “a los pies de los apóstoles” (4:36-37). Es él quien lleva a Pablo a un encuentro con los apóstoles, a quienes les cuenta “como Saulo había visto en el camino al Señor, el cual le había hablado” (9:27).
Todo da a entender que Saulo fue bien recibido. De todas maneras, esa experiencia no les lleva a los apóstoles a considerarlo de manera especial. La buena acogida recibida le permite a Pablo quedarse en Jerusalén hablando “denodadamente en el nombre del Señor, y disputando con los griegos.”. No obstante, dado que estos últimos se habían complotado para matarle, los “hermanos” deciden llevarlo a Cesárea y a Tarso, su lugar natal. A partir de allí, Hechos anuncia un tiempo de paz “por toda Judea, Galilea y Samaria”, destacando que las iglesias eran fortalecidas por el Espíritu Santo.
Un cambio con muchos interrogantes
El escueto desarrollo de lo que sucede con posterioridad a la conversión de Pablo muestra las dificultades para entender este inesperado y drástico cambio. Hechos introduce a Saulo como un denodado perseguidor de los cristianos “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” (9:1), reforzado por su consentimiento a la lapidación de Esteban (8:1). ¿Esta descripción intenta darle un valor especial a la posterior conversión de Saulo?
Es evidente que Hechos enaltece el cambio de Saulo, lo que permite reforzar su persona y su posterior ministerio. Hay que destacar que la primera mención del cambio de Pablo no se cuenta como si lo hubiese relatado Saulo, sino como parte de la crónica de lo que se está narrando. Es, en las siguientes dos veces, que Saulo mismo relata esa experiencia. Queda pendiente la pregunta, si lo que se relata aquí es lo que sucedió o se trata de una lectura que reelabora los hechos para destacar la importancia de lo que trasmite. Para la comunicación, el armado de lo sucedido, que también involucra a los hechos extraterrestres ya indicados, pareciera reflejar una cuidadosa reelaboración que cuadra en la línea de lo que narra Hechos-
Argumentaciones sobre la salud de Pablo
Una consideración más a tener en cuenta, es lo que se refiere a lo que Saulo narra y Hechos recoge. Como se ha indicado, sucede en tres oportunidades, y siempre se indica que escuchó una voz. Será solo en 1 Cor. 9:1 que Pablo indica que vio a Jesús. Mucho se ha argumentado sobre la importancia de esta experiencia, lo que ha dado lugar especialmente a elucubraciones sobre la salud de Pablo. Se ha llegado a suponer, o simplemente sugerir, que lo aquejaba una posible epilepsia, lo que permitiría, desde esa perspectiva. entender lo que ha experimentado.
No es el propósito de este libro entrar en ese terreno, salvo indicar que la validez o no de su experiencia en camino a Damasco expresa una profunda conmoción que se busca expresar con este relato. En ese sentido se inscribe en la manera mítica como Hechos analiza lo sucedido. Como bien se ha determinado, ir de un efecto a una causa es posible en acontecimientos concretos, pero resulta muy dudoso en hechos que tendrían su origen fuera de este mundo. De allí que, en Hechos, cuando un relato tiene en sí mismo una significativa trascendencia, siempre sucede una acción que excede los límites naturales.
Pablo, aproximación y diferencia con los apóstoles
Finalmente, se podría entender que la importancia que Pablo da a su relato es una manera de acercarse a la experiencia de los apóstoles. Ellos son aquellos que han tenido un contacto directo con Jesús y, como tales, definen así la validez de su ministerio: ”testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos” (10:41). Pablo, no puede decir que ha tenido la misma experiencia, no obstante, pareciera requerir ser considerado de la misma manera, de allí, por ejemplo, su reclamo de ser un “apóstol”, lo que será considerado más adelante. Quizás, la referencia más directa a la búsqueda de una identificación apostólica, sea la relacionada con la Cena del Señor (I Cor. 11:23-26). Allí afirma: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado…”. Lo que plantea la pregunta ¿Cómo y cuándo ha recibido este mensaje? Una respuesta tradicional ha sido que se trata de una revelación divina lo que deja de lado cualquier otra interpretación.
Sin embargo, es más que probable que lo que está haciendo aquí Pablo es recrear en parte una tradición helenística que estaba vigente en aquellos años. Se puede así comparar la descripción de Pablo con el relato de Marcos 14:22-24, con sus similitudes y diferencias, donde ambos reflejan una tradición litúrgica que nutre a ambos textos. Atribuir este relato de la Cena, como un mensaje que ha recibido directamente del Señor, probablemente pareciera tener la intención de reforzar la validez de una tradición ya presente.
Estos relatos concluyen como si fuera el fin de un acto teatral, donde todo semeja a un ambiente de paz campestre, después de haber experimentado los dramáticos momentos en los cuales un perseguidor de los cristianos se dirige a apresarlos en Damasco, y acontece el inesperado cambio radical en su vida. Saulo es bautizado y comienza su controvertida tarea, que levanta la sospecha de los discípulos y la hostilidad del pueblo. Todo eso era esperable, pero el contacto que Bernabé establece con los apóstoles le permite a Saulo ir mejorando su relación con la iglesia, lo que le ayuda a evitar que los griegos atentaran contra su vida, y decidir establecerse temporariamente en Tarso.
Otra vez Pedro domina la escena
El telón del escenario vuelve a levantarse, pero ahora deja en escena nuevamente a Pedro, que aparece en Lida curando un paralítico, historia que refuerza su ministerio. Prontamente, otro hecho se destaca. En Jope, situada a unos 18 kilómetros al noroeste de Lida, ambas ciudades en Judea, una discípula llamada Tabita, en griego Dorcas, había muerto, la cual “abundaba en buenas obras y en limosnas”. Enterados los discípulos que Pedro estaba cerca le rogaron que fuera al lugar. Cuando llega Pedro, lo hacen pasar a la sala donde se encontraban los restos de Dorcas, acompañada por las viudas que le mostraron las túnicas y los vestidos que ella confeccionaba. Pide que desalojen la sala y ruega por ella, diciendo “Tabita, levántate” y, al instante, ella se levantó. Enseguida, llama a “los santos y a las viudas” y la presenta con vida, lo que provoca que muchos “creyeran en el Señor”. Pedro, entonces, decide quedarse un buen tiempo en Jope. Este relato recuerda dos episodios relatados por Lucas cuando Jesús revive al hijo de la viuda de Naín (cap.7) y a la hija de Jairo (cap.8).
No se sabe cuánto de lo ocurrido con la vuelta a la vida de los jóvenes que relata Lucas era una historia conocida, o simplemente quiere reforzar lo que se ha escrito en el primer tratado. Se acentúa la presencia de las viudas, y se menciona por primera vez a los “santos”, sin especificar de quienes se trata. El marco en que se desarrolla el relato da a entender que Hechos se mueve a partir de esas dos menciones indicadas anteriormente. Ubicarlos en este momento de la historia, en que empieza a surgir la persona de Saulo no parece causal, como no parece casual el relato que le sigue.
Se trata del relato que ubica a Pedro en Cesarea (cap.10), unos cuantos kilómetros al norte de Jope. Se analizarán posteriormente los elementos simbólicos y míticos de la historia que se narra a continuación. Hechos habla de un tal Cornelio, centurión de la compañía “llamada la italiana”, a quien se lo describe como un hombre “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa”. Aquí, se indica que una mañana este centurión tiene una visión en la que “un ángel de Dios”, que lo llama por su nombre, le indica que sus “oraciones y limosnas” han llegado hasta Dios y, además, le pide que envíe a sus hombres a Jope para que le traigan a “Simón, el que tiene por sobre nombre Pedro”.
Mientras tanto, Pedro pasa por una muy llamativa experiencia. Le preparan algo de comer, porque había manifestado estar hambriento, y súbitamente experimenta “un éxtasis”. Ve el cielo abierto, de donde descendía un gran lienzo atado de las cuatro puntas. Su contenido: “todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo”. Una voz le indicaba: “Anda, mata y come”. La reacción de Pedro es la esperada: “ninguna cosa inmunda he comido jamás”. Pero la voz insiste en que “lo que Dios limpió no llames tú profano”. Después de eso, el lienzo fue recogido y desapareció.
Mientras Pedro trataba de comprender lo que le había pasado, los enviados de Cornelio estaban preguntando por él. Es allí que el “Espíritu” le avisa que tres hombres lo están buscando. Pedro es informado sobre lo que ha experimentado Cornelio, y decide ir con ellos acompañado por algunos hermanos de Jope. Cuando llegan, Cornelio se postra a sus pies, y Pedro le dice que no lo haga porque él también es un hombre. En la casa de Cornelio se había juntado mucha gente, a quienes Pedro comienza por decirles que deben saber “cuan abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero”. Esta confesión va acompañada por el anuncio de que Dios no considera a ningún hombre “común o inmundo” y que comprende que “Dios no hace acepción de persona” no importa la nación de la que provengan.
Los apóstoles, “los que comieron y bebieron” con Jesús
 Entonces les relata lo que significa la persona de “Jesús de Nazaret”, y que ellos son testigos de lo que hizo en tierras de Judea y en Jerusalén, que “anduvo haciendo bienes y “sanando a todos los oprimidos”, que fue “colgado de un madero” y Dios lo resucitó al tercer día. Ese Jesús resucitado, es bueno recordarlo, no se manifestó a todo el pueblo sino “a los testigos que Dios había ordenado de antemano”, a los que “comimos y bebimos con él después que resucitó.” Estos son los que han sido enviados a predicar al pueblo “que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos”.
A las palabras de Pedro, “los fieles de la circuncisión”, que lo habían acompañado, quedan desconcertados al ver que sobre los no judíos se derramaba el Espíritu Santo y les oían hablar en lenguas. Entonces, Pedro pregunta si hay algún impedimento que les imposibilite ser bautizados. Acto seguido manda a bautizarlos “en el nombre del Señor Jesús” y ellos le ruegan que se quede con ellos unos días.
La mención de la resurrección de Dorcas, el detallado relato de su éxtasis y el encuentro con el centurión Cornelio, ponen una pausa a la presencia de Pablo en todo el relato de Hechos. En primer lugar, es un recordatorio de que con Pedro estamos con uno de los testigos “de todas las cosas que Jesús hizo”, acompañado por el cálido recuerdo de que ellos comieron y bebieron con él después de su resurrección. Son los apóstoles quienes tienen el mandato de comunicar lo que han experimentado. Esto es lo que reclaman los apóstoles sin apelar a ningún otro tipo de autoridad. Lo que destacan es que son testigos oculares, a quienes se les ha pedido que compartan su experiencia. El origen de estos hombres es bien conocido. Son hombres de trabajo rudo, dedicados al mar y a sus redes. No han tenido otra capacitación que haber acompañado al Jesús del cual quieren testificar. ¿Hay aquí una manifiesta valoración del rasgo humilde, ese con que las autoridades buscaban desacreditar su testimonio porque son “hombres sin letras y del vulgo” (4:13)?
Un cambio radical: el mensaje es universal
En segundo lugar, lo que este relato describe es un paso trascendental en la vida de la primitiva comunidad. El testimonio de los apóstoles estaba concentrado en los judíos de Jerusalén y en pueblos cercanos. Las argumentaciones de su predicación refieren a la antigua tradición del AT, cuyas predicciones entienden que vienen a corroborar lo que ha sucedido con Jesús. Se podría decir que quieren convencer a los judíos de que su propia tradición anunciaba lo que ha sucedido.
Ya se ha explicado que, varios de los discursos que comparte Hechos, reflejan una elaboración más formal de las que deben haber expuesto los apóstoles. De todas maneras, lo que se da a entender aquí es que el mensaje tiene todo el ropaje de la tradición judía y que apela a los judíos. En otras palabras, para ser cristiano hay que pasar primero por ser judío. Esta es, al menos, la presuposición con la que han iniciado su tarea.
El drástico cambio de este planteo inicial se manifiesta en esta historia entre Pedro y Cornelio, que ostenta todos los atributos que aparecen en las visiones extraordinarias, que es la manera en que Hechos acentúa lo que estaba sucediendo. La visión de Cornelio, un centurión a quien se describe como piadoso y temeroso de Dios, y muy generoso con su limosna para con el pueblo, a él se le indica que pida por Pedro, porque sus oraciones han llegado a Dios.
Dos cosas se podrían interpretar aquí. Una, que el tiempo del acercamiento a los gentiles ha llegado, pero que son ellos los que deben solicitarlo. Dos, que se trata de gentiles que tienen una piedad que hace aceptable su conversión. Las visiones, tanto de Cornelio como de Pedro, lo corroboran.
La visión de Pedro es muy gráfica, hasta de dimensiones grotescas. Un gran lienzo que desciende del cielo contenía “todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo” (10:12) lleva a pensar que estamos ante la descripción de una imagen que grafica todos los prejuicios que acosaban a los reticentes a contaminarse con “nada profano o impuro”. Lo chocante que puede resultar esta descripción destaca la importancia del rechazo judío a lo que consideraban impuro. Esta historia, si así la podemos llamar, procura acentuar una verdad que la tradición, que le es propia a Pedro, no quería o no podía aceptar: que Dios llame limpio a lo que para ellos era impuro.
¿De dónde obtuvo Pedro esta comprensión de la distancia que debía quebrar para afirmar que ese testimonio iba más allá de los límites domésticos de su tradición? Se podría decir que lo que hace Pedro es, ni más ni menos, una manifestación de genuina honestidad que solo puede confesar: “a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o impuro”. Esta no podía ser una aceptación sencilla de asumir por un hombre que, indudablemente, se ha movido por los sentimientos. Es, también, la afirmación de un hombre que acepta ser doblegado por la verdad que se le ha manifestado. Si la aceptación de una nueva mirada hacia los gentiles es un cambio súbito es difícil de saber.
Es muy posible que aquí estemos ante la culminación de un proceso que encuentra la ocasión propicia para manifestarse. La espectacularidad de todo el relato, señala un cambio muy significativo en la historia que se venía desarrollando, como la culminación de la esperanza de todo Israel con la venida del Mesías. La teología que domina el relato es la continuación de lo afirmado en los principales textos del AT. Este desarrollo acusa un quiebre, lo que se anuncia no es exclusivo para los judíos. La dimensión universal, hasta los límites conocidos en esa época, se abre con resultados impredecibles como lo mostrará el tiempo. Esto corrobora la interpretación que Hechos está marcado por el movimiento de los predicadores y los conflictos que suscita la confrontación de las visiones de judíos y gentiles.
Todo esto se acentúa cuando Pedro le dice al centurión, que no se postre delante de él, porque él “es simplemente un hombre” (10:25). De manera que estamos delante de dos hombres cuya autoridad o tradición no es determinante para establecer los límites a su relación. Son solo dos hombres delante de un llamado que Pedro ha entendido como la voluntad de Dios y que el Centurión está dispuesto a aceptar con toda apertura.
Es así que el relato concluye con el bautismo de ese grupo de gentiles reunidos por el Centurión, y el pedido de la permanencia de Pedro y su grupo como un signo de hospitalidad. La tensión entre quienes requerían la circuncisión como prerrequisito para asumir la fe cristiana y quienes no, se fue haciendo cada vez más un tema central, sobre el que debe dilucidar Pedro con la iglesia en Jerusalén. Allí será interrogado en estos términos “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?” (11:3)
A esta altura del relato la introducción de la figura de Pedro, de alguna manera quiebra una historia que tenía a Pablo asumiendo un papel protagónico. Pedro es el que cura, vuelve a la vida a Dorcas y tiene su encuentro con Cornelio, como la manifestación de la universalidad del mensaje cristiano. Esta presencia y acción de Pedro es como la puerta para su encuentro con la iglesia de Jerusalén (Cap.11). Los relatos, a los que se hará referencia posteriormente, mencionan solo dos veces más a Pedro: la despedida de los hermanos después de salir de la cárcel 12:17) y su participación en la reunión de la iglesia en Jerusalén (Cap.15).
Posiblemente las historias que tienen a Pedro como protagonista no tiene la intención de establecer jerarquías, sino de describir una proclamación que adquiere nuevas dimensiones. Desde el punto de vista de la comunicación, el relato manifiesta con claridad los cambios que comienzan a manifestarse cuando el mensaje desborda los límites de una cultura que parecía limitarlo. Los hechos narrados, junto a los escuetos diálogos, están enmarcados en visiones muy peculiares que refuerzan lo que Hechos trasmite a esta altura de su libro. Esta apertura al mundo gentil marcará más claramente la tensión que va a rodear a este movimiento que se irá manifestando ineludiblemente en conflicto. + (PE)

Imagen: El Grito de Oswaldo Guayasamín, pintor, dibujante, escultor, grafista y muralista ecuatoriano. Guayasamín manifestó una sensibilidad extraordinaria para plasmar el sufrimiento de las clases oprimidas, el sentir de los más pobres. Refleja las raíces indígenas de los pueblos latinoamericanos, sus luchas y sus sueños. Nació en Quito el 6 de julio de 1919. Murió en Baltimore. EE.UU. 10 de marzo de 1999

El autor es Teólogo, con estudios en Alemania y Suiza. Pastor (j) de la Iglesia Metodista Argentina. Director del Departamento de Comunicaciones del Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), Buenos Aires, 1975-1986. Presidente de Interfilm, 1981-1985. Secretario General de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Londres, 1986-2001. Autor de los libros Fe en tiempos difíciles (982) Comunicación es evento (1988); Comunicación: modelo para armar (1990); Comunicación y Misión; En el laberinto de la globalización (2002) y Emancipación de la Religión (2017)
 
Fuente: ALCNOTICIAS, 2017

martes, 25 de julio de 2017

Dimensión horizontal y vertical del profeta



Por. Juan Stam, Costa Rica
El capítulo de Apocalipsis 6 es sumamente fuerte y, para Juan y las iglesias, muy peligroso. En un discurso casi exclusivamente económico y político, Juan se declara, sin tapujos y sin ambages, enemigo del imperio romano.
Emplea todo el arsenal del género apocalíptico para denunciar a la gran Babilonia: el oráculo profético, la sátira, la canción de protesta y la celebración himnódica de la ruina del imperio. Lo más atrevido fue invitar a los lectores a celebrar jubilosos la futura destrucción del imperio y su capital.
Si Juan hubiera escrito este capítulo hoy, sin duda lo habrían tildado de extremista, subversivo, prejuiciado y a a lo mejor de amargado.
Objetivamente visto, el imperio romano ofrecía grandes beneficios a sus ciudadanos (claro, para los esclavos y no-ciudadanos era un cuento muy diferente, pero estamos hablando de la gente importante, la gente con status social, no los negros e indígenas).
Sin duda, los sociólogos y economistas del imperio podrían sacar impresionantes estadísticas "per cápita" para mostrar que, en general, la población (los ciudadanos) estaban bastante bien. ¿Por qué tenía que ser tan anti-patriótico Juan de Patmos?
El ojo profético de Juan le revelaba una realidad muy diferente al consenso de su época, de la "opinión pública" prevaleciente.
Juan no podía contemplar el imperio objetivamente, como si él fuera neutral. Juan tenía muchos y grandes prejuicios -contra el imperio, a favor de los pobres, a favor del reino de Dios y su justicia-.
¡Benditos prejuicios! Con esas convicciones, su agudo análisis de la realidad lo hizo un inconforme incurable y un desadaptado social. Como profeta no podría ser otra cosa.
Los profetas y profetisas son personas que han visto a Dios y a la vez están viendo a la realidad del mundo.
En Apocalipsis 4-5 Juan está en el cielo, con una visión de Dios y su trono, escuchando las alabanzas de millones de ángeles.
Pero en seguida, con la visión de los jinetes, Juan levanta su voz de protesta profética contra el imperio con su militarismo (caballo rojo), injusticia económica (caballo negro), epidemias (caballo amarillo), persecución (quinto sello) y sus estructuras de poder y estratificación social (sexto sello; Ap 6:15-17).
Juan oye los cánticos celestiales pero oye también el clamor de las víctimas del imperio.
Ser profeta tiene dos dimensiones, una vertical y una horizontal, por decirlo así.

  • El profeta ha estado con Dios, ha visto a Dios y conoce a Dios íntimamente, y ve todo desde la perspectiva de Dios.

  • Pero el profeta también vive cerca de su pueblo y ve su realidad.

De este principio y cómo la Biblia y sus profetas lo aplican, seguiremos tratando en el próximo artículo.

Fuente: Protestantedigital, 2017